TIEMPO DEL SUR, DE MARÍA ADELAIDA ESCOBAR
Por Raúl Álvarez Moreno*
En Tiempo del Sur, primera novela de María Adelaida Escobar Trujillo, esta prometedora escritora colombiana nos presenta de forma tetrafónica (Manuela, Titi, Elisa y Elena) la saga o historia intergeneracional de una familia de clase media de Medellín: los Restrepo. Aunque el orden narrativo no se corresponde con el cronológico, la novela posee un inicio marcado que hace de eje (la deportación de parte de la familia de Canadá), con un final semi–abierto que afecta a parte de la misma (la adolescente Manue y el matrimonio de Elisa y Lau). Este final invita a ser conjeturado por el lector, a la vez que deja en el aire de modo sutil la cuestión sobre la capacidad de la actual Colombia, pese a los avances logrados, de satisfacer las aspiraciones de realización de sus naturales. ¿Volverá Manue a Norteamérica o será capaz de colmar sus anhelos en Medellín? ¿Regresarán Elisa y Lau de Nueva York, y podrán vivir su amor en Antioquia? En todo caso, lejos por su estricto realismo del carácter mítico de los Buendía en Cien años de Soledad, quizás esta propuesta narrativa se ubique mejor como respuesta a El olvido que seremos (2006), la biografía novelada de Héctor Abad Faciolince que también relataba la historia de una familia, aunque con referente no ficcional y un universo que giraba alrededor de la figura del padre, el doctor Héctor Abad Gómez (1921–1987). Este universo es completamente invertido aquí por Escobar Trujillo, quien devuelve la familia a lo grupal y la transforma en un ámbito eminentemente femenino.
La autora propone, y tomo la idea de «tejer» de los Agradecimientos, y en el sentido más creativo de la palabra (el de Penélope de Homero o las ninfas de Garcilaso de la Vega), una tela en la que la parte vertical o urdimbre la componen las coordenadas Norte y Sur, y en la que la parte horizontal o trama la forman distintos tiempos, que se dividen y se marcan en los seis capítulos, pero cuya linealidad ha de reconstruir la lectura. Es desde este cañamazo, desde donde se articulan las diferentes tensiones que conforman la fibra familiar, fundamentalmente de género, de clase, generacionales, migratorias y amorosas, trenzadas con hilo a veces de lana, otras de lino y muchas de seda.
Se pergeña en la novela, aparte de una reflexión sobre la institución familiar, escindida al final en dos (la tradicional hetero y su alternativa homosexual), un homenaje sentido a la diáspora colombiana a la que la propia autora pertenece, con muchos de los temas de la inmigración tocados en sus variantes de forma transversal: la búsqueda de la casa —en sentido real y simbólico existencial—, la relegación de clase social en el país de destino, la estresante vida diaria del migrante ilegal, el deseado estatus de refugiado, la deportación, o el viaje de ida y vuelta: tiempo del sur para Titi, Santi y los niños deportados; pero del norte para Elisa y Lau, que sí consiguen establecerse en Nueva York.
A este tenor, entre los aciertos de la novela está el que hace preguntarse —sin que el lector pueda contestar definitivamente— sobre lo que la autora está tratando de hacer más allá de lo obvio de las cuestiones referidas. Y es aquí que, de algún modo, la misma narración plantea el tema candente de la función y relevancia de la literatura: ¿Debe ser solo un medio para plantear problemas de naturaleza política y de igualdad? ¿O el novelista debe ser también, como sugería Milán Kundera, un explorador de la existencia y el alma humanas? Tirando de este hilo, al surgirme la pregunta inicial, me vino a la mente una discusión con mis estudiantes graduados, sobre por qué los viajeros medievales, por ejemplo, a Jerusalén —metáfora también simbólica de «otra vida» o coordenada mejor— ficcionalizaban su experiencia, escribiéndola muchas veces durante el viaje en sí. Discutíamos que más que para ilustrar, para enseñar a los lectores cómo llegar allí, cómo seguir sus pasos, en verdad lo hacían para no olvidar el itinerario de vuelta a casa. Como inmigrante yo mismo, me hacía pensar en los reproches de mi madre cada vez que no hablo con ella en más de una semana: «ya te dije que cuando te fueras, te olvidarías de nosotros…». Como el viajero Ulises con los lotófagos comiendo la flor del olvido, pienso que Escobar Trujillo ha escrito esta novela como una Guía de viajes para no olvidar el camino desde este True North que es Canadá, a su otra Casa del Sur. Que este mosaico de historias de mujeres son un poco como las miguitas de pan que tiran Hansel y Gretel o Pulgarcito, para recordar —llegado el caso— la salida de este bosque grande que es Canadá: «la voz a ti debida» del inmigrante a su comunidad nativa, el montante de deuda en pago para no olvidar…
Sin duda la novela, en su post–moderno estilo fragmentario, toca como he señalado grandes temáticas de relevancia en el presente, haciéndola incluso por su potencial de discusión, una buena lectura para un curso literario. Yo me quedo, no obstante, con las chicas, que no quiere decir menos importantes, pues en ellas se abrigan los grandes temas humanos. Es en estas, donde creo que la autora da mejores muestras de su capacidad para mover y de novelista incipiente ansiosa de gran literatura, aunque sin descender nunca al melodrama. Hablo, por ejemplo, de la aspiración de Manue a no depender, o su apreciación sin complejos de lo estándar (pág. 19); del desconsuelo, sin caer en un cenicentismo tópico que lo habría arruinado, de Titi, cuando pese a sus cualificaciones ha de limpiar casas en Indianápolis; de cuando Elena narra su pasión frustrada por la música —reescrita con la vuelta de Manue al ballet—, evoca su aniversario, nos personaliza el envejecimiento o nos transmite delicadamente su soledad, enfermedad y muerte. Si hay varios pasajes que resultan memorables, a mí me llega particularmente este en el que, al negarles el estatus de refugiados a Titi y Santi y tener que abandonar Canadá, Manue ha de traducirle a Migue, su hermanito chico, la explicación que les dan:
«No worries Migue. They are safe, you will see. ¿Te acuerdas cuando entramos a Canadá? No pasó nada. Ahora tampoco, no te preocupes que nada va a cambiar —le digo en español, pero yo sé que es una mentira. Ya nada será lo mismo y él también lo sabe. Hace dos años, cuando salimos de Indy, ellos nos aseguraron que Canadá sería nuestro hogar. Pero nunca más será así. Por lo que me han dicho solo a mí, para no asustar a Migue nos están deportando ‘de manera amistosa’. Me explicaron mis papás que eso quiere decir que nosotros aceptamos irnos del país por voluntad propia. By the way, si somos deportados, ¿cómo puede ser de manera amistosa? Sometimes they believe I am stupid, but I am not…Todo suena tan amable, tan polite, que no parece que nos estuvieran deportando» (págs. 17 y 19).
Los medios y las redes sociales hacen que hoy día reaccionemos más, también para la inmigración, ante imágenes impactantes que tomadas por particulares o filtradas por los medios, apelan a la fibra sensible o venden más, como las vistas últimamente de las caravanas de migrantes centroamericanos a los Estados Unidos, las trágicas muertes de niños en el intento, o los enfrentamientos al intentar saltar las vallas. Reciben, sin embargo, apenas atención ejemplos como este de lo que podría llamarse «violencia sistémica de baja intensidad», que son la mayoría y tienden a pasar desapercibidos. No para nuestra autora, ni para la literatura…
Al final de la novela, queda en el aire un doble mensaje vocalizado a través de la ya adolescente Manue, con ayuda de su enamorado Pedro, en una de las pocas veces en que lo masculino, aunque ventrílocua, adquiere voz. El primero, con el que Manue capitula a su presente en Medellín, no debe engañarnos. Creo que más que incitar al conformismo, es una bella invitación a descubrir y apreciar lo que se tiene, a valorar lo cotidiano, en consistencia con su construcción como personaje (ver referencia previa a la estandarización). Por otra parte, la devaluación del lugar en sí, en su vínculo con la felicidad del ser humano, reelabora la famosa máxima horaciana, con la que Quevedo cerraba también su famosa novela picaresca el Buscón, y cuyo mensaje caía con determinismo sobre el protagonista, también de camino a «hacer las Américas» aunque con distinto sentido: «Caelum, non animum mutant, qui trans mare currunt», aquel que cruza al otro lado del mar, cambia de Cielo pero no de ánimo. En otras palabras, y traducido al paisa por Pedro en Tiempo del sur: «Vos podés vivir en Nueva York, en Londres, en Toronto, en Sidney o en el lugar más cool del planeta, pero si no hay algo que te haga vibrar, estás jodida y, te lo juro, en ninguna parte vas a ser feliz» (pág. 190).
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Referencia: Escobar Trujillo, María Adelaida. Tiempo del Sur. Medellín: Editorial EAFIT, 2018. 194 p.
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* Raúl Álvarez Moreno es doctor en Estudios Culturales Hispánicos por Michigan State University, Estados Unidos. Tras un año como profesor visitante en la University of Arkansas en Fayetteville, actualmente trabaja como profesor asociado en la Universidad de British Columbia, Canadá. Se especializa en literatura y cultura hispánicas medievales y modernas. En particular, su investigación se centra en cómo la relación entre lenguaje y realidad articula la ideología y el discurso en los períodos mencionados. Las áreas principales de investigación también incluyen La Celestina, la novela picaresca, Cervantes, la cultura visual hispánica y la literatura de viajes. Es autor de dos libros: Celestina según su lenguaje (2015) y Una embajada española en Egipto de principios del siglo XVI: la Legión Babilónica de Pedro Mártir de Anglería. Estudio y edición trilingüe anotada en latín, español y árabe (2013), varios capítulos en otros volúmenes, y numerosos artículos en revistas especializadas como La Corónica, la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos o Hispanic Review. Actualmente desarrolla una nueva investigación sobre las conexiones entre la economía y los textos medievales y de la primera modernidad, sobre las ilustraciones medievales (es miembro del grupo Celestina Visual), y la refuncionalización de la Edad Media en América Latina.