Literatura Cronopio

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tradicion inspiracion tecnica

TRADICIÓN, INSPIRACIÓN Y TÉCNICA

Por Wilfer Alexis Yepes Muñoz*

«El hombre crea la literatura,
la transmite, con ella vive, comprende,
goza y sufre. Sin ella difícilmente
podría llamarse hombre».
(Francisco Rodríguez Adrados)

Sin duda, T. S. Eliot y R. M. Rilke fueron grandes poetas. He admirado los versos de ambos desde mi época de estudiante. No puedo sacar de mi discurso —de esta encrucijada existencial— las palabras de Eliot: «Ningún poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su significado, su apreciación, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos». Ellos pertenecen a ese río de la literatura que, como en la metáfora del oscuro de Éfeso, no es el mismo; pero en eso que llamamos río, subyace, como en una innumerable fila de gotas monumentales, todos los muertos vivientes que palpitan con la fuerza de su cauce.

En lugar de la palabra tradición, utilizaré una menos histórica, quizás escandalosa: el origen. Todo poeta se acomoda con su gran obra, incluso rompiendo estilos, ojos universales, visualidades que murmuran y parecen destruir toda esa gran catedral simbólica que es la literatura. Toda gran obra de arte poética se inscribe, con su presencia inquietante, en el origen. Sin embargo, no es posible que avancemos sin preguntarnos por ese origen: ¿es algo mediable? ¿Es algo? ¿Existe un punto cero de esos mundos inciertos?

Ernesto Sábato en uno de sus ensayos reconocía la novedad en el arte, pero aclaraba que no se le puede exigir una novedad absoluta, y en este punto convergen las reflexiones de Rilke y Eliot. Convergen y chocan, claro está. Es que la inspiración no es casualidad; no existe una coordenada terrestre o celeste de donde dimane la creación por generación espontánea en la que el joven poeta, Franz Xaver Kappus, como el Adán de Altazor, todo lo nombra por primera vez. Por otro lado, el nombrar poético es como el llamado primigenio que da existencia a las cosas; es como el espíritu en la definición de Marina y Pombo: «Una energía creadora, […] el dinamismo por el que la materia se vence a sí misma». Algo similar insinúa Rilke en la tercera carta: «Su fuerza creativa es grande y fuerte como un instinto primigenio: tiene en sí ritmos propios sin reservas, e irrumpe de él como desde una montaña».

Fingimos, simulamos ese punto cero y por ella, por la obra de arte literaria, por la expresión creativa de la palabra, se nos dona un mundo al momento de crear; y entonces corroboramos lo que Sartre decía: «[…] nos sentimos esenciales en relación con el mundo». Pero no olvidemos otro aspecto de la filosofía sartriana, que él mismo ahondó en El ser y la nada (1943). Recurramos a una paráfrasis que no está lejos de sus reflexiones fenomenológicas: ante una obra de arte, el artista luego de parir, de entregarla como una antorcha —expresión del mundo descubierto por él—, se aleja con la nulidad del para-sí: su obra le fue dada en préstamo y ahora se integra a la corriente del río, es un en-sí.

Como en la vida del hombre, en toda intención de hacer, la inspiración debe ser oximorónica: naturalmente cultivada y cultivadamente natural. Es por ello que se puede aprender a escribir, pero el alma mater de la lengua de Colón no puede prestarnos el talento. Por eso, tanto Rilke como Eliot tienen la razón: la inspiración es más grande que la palabra talento y no se enseña, pero en esa pedagogía, que en adelante llamaré pedagogía de la inspiración, de esos maestros que como el universal Pedro Henríquez Ureña, trabajan entre jóvenes, puede nacer un escritor. Ernesto Sábato fue uno de sus alumnos. En definitiva, no se puede enseñar lo inenseñable, pero de eso que nos enseñan que es mucho—, pueden emerger grandes obras.

Y me uno a la incomodidad: el dar a luz implica un dolor, la soledad que tanto recalca Rilke, ese modo de vivirordinario o extraordinario— que es el arte, de vivir sin comodidades, sin el sillón del escritor clásico, quizá sin el genio extraordinario de un Walt Whitman, un Roberto Juarroz, un Rafael Cadenas, una Alejandra Pizarnik, una Olga Orozco, un Rimbaud, un Antonio Colinas o un Baudelaire. Pero también existen grandes obras que abrazaron ese cultivo de escuela, y despertado en la inspiración del poeta dormido: ese aprender a usar las tijeras. Es claro, por tanto, que el proceso de creación, y ahora hablo por mí, requiere de la inspiración, del inspirare latino, del soplar dentro, del sacar un mundo expresivo de su nada, pero también del pharmacon de la retórica, esa espada de doble filo. Yo trato de estar en medio…

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*Wilfer Alexis Yepes Muñoz (Medellín, Colombia, 1985). Es Doctor en Filosofía (2015), Magíster en Filosofía (2013), Filósofo (2007) y Licenciado en Filosofía y Letras (2012) por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Se ha desempeñado como docente de cátedra y como director de trabajos de investigación posgradual en la facultad de Filosofía de dicha institución. Áreas de investigación y docencia: filosofía contemporánea, filosofía del arte y estética, hermenéutica, teoría literaria, pensamiento y literatura latinoamericanos, y la relación filosofía-literatura.

De su pasión por la literatura y la filosofía han surgido numerosos artículos para revistas académicas indexadas y entre sus libros destacan Lo humano como ficción. El pensamiento mágico de Ernesto Sábato (2017) y Hacia una estética del conocimiento. El conocimiento como creación en la perspectiva de Nietzsche (2015). También publicó tres poemarios: Reflejos en el agua (2013), Adjetivo de límite (2014) y Un espejo en el centro del mundo (2023).

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