Literatura Cronopio

0
784

C:\Users\Juan Zuluaga\AppData\Local\Temp\Temp2_Articulos-Edicion-94-01-29 (1).zip\07-paola lopera\images\01-triptico-de-un-momento.jpg

TRÍPTICO DE UN MOMENTO

Por Paula Andrea Lopera Mesa*

Se sumó a la visita mientras desarrugaba el papel de aluminio con el que envolvió el sánduche del desayuno, lo alisó cuidadoso con los dedos, lo dobló en cuatro pliegues y lo guardó en la mochila junto con el termo del chocolate.

Atravesaron Camino Real, cruzaron la Oriental y subieron derecho hasta llegar a La Inmaculada. Mientras avanzaban los compañeros hablaron sobre Eliza, que la familia vivía muy lejos, que quizá no iba nadie, que pobrecita, que ella sola. Jaime observaba sus zapatos cafés que le apretaban un poco, tenían la punta un tanto gastada, pero los usaría hasta el final, tal como con el papel que reutilizaba para el desayuno.

Subieron las escalas que separan la calle de la puerta e ingresaron. Jaime como siempre dos pasos atrás, llevaba las manos en los bolsillos, la mochila en el hombro izquierdo, inclinando el tronco hacia ese mismo lado.

Todos se fueron organizando en fila para abrazar a Eliza, al llegar decían unas palabras en voz muy baja, Jaime quería saber qué decían para repetirlo pero no alcanzó a escuchar, tampoco planeó qué decir o qué hacer cuando le correspondiera su turno. Cuando el último se retiró, alzó la mirada, la vio sola al lado del féretro, como cuidándolo de que nadie se lo llevara, sintió por ella una pincelada de lástima. Extendió su brazo y le tocó el hombro derecho, ella hizo un leve movimiento como para corresponder a un abrazo pero al ver que no llegaba se incorporó de nuevo y sonrió, gracias por venir, le dijo. Gracias por venir, repitió Jaime en su cabeza y se retiró.

Jaime advirtió que la sala tenía una puerta grande que comunicaba a otra sala, también con otro féretro, ésta a su vez tenía otra puerta que conectaba a la sala siguiente. Eran tres en total, cada una ocupada según su propósito aunque solo la de Eliza estaba escasamente habitada por unos cuantos compañeros de trabajo, el ataúd, el crucifijo y un ramo de claveles blancos.

Atravesó las otras dos salas sin mirar a nadie. Al entrar a la tercera observó que tenía una puerta estrecha al lado izquierdo que conducía a un lugar más iluminado, ingresó, pasó por entre unas mesas de aluminio hasta el mostrador, se animó un poco al percibir personas un tanto más relajadas, pidió un rollo con Tutifruti y se sentó a leer el ADN del día anterior. Las tejas transparentes daban al lugar un aspecto de aire libre que le gustaba, la mesera le trajo su pedido y él le dio un billete de $5000.

Al terminar de comer abrió la mochila, sacó la carpeta y extrajo un formulario en blanco, lo comenzó a llenar, escribió en él la dirección y el teléfono del lugar, los datos los extrajo del servilletero de la mesa. Todo esto lo hacía con sumo cuidado, escribía de manera cursiva concatenando perfectamente cada una de las letras e inclinándolas levemente hacia el lado izquierdo. En el campo de ocupación escribió «mesera» e hizo una pequeña equis en los espacios en los que le faltaba información. Se levantó, fue hacia el mostrador y le dijo a la mesera:

—A partir del primero del próximo mes usted queda afiliada a un nuevo seguro de salud, llene estos campos marcados con equis y ponga su huella acá. La mujer asintió un tanto extrañada y le recibió formulario.

Jaime se devolvió a la mesa, empacó su mochila y se fue. Buscó a los compañeros con la mirada y vio que ya iban saliendo por la puerta. Sin apresurar el paso los alcanzó y emprendieron por las mismas calles.

Mariela tenía unas caderas muy grandes que intentaba tapar usando un delantal tipo profesora de preescolar. Lo usaba dos tallas más para que la alcanzara a cubrir. Entraba a las 8:00 pero ese día inició a las 6:30 porque sabía que las tres salas estarían ocupadas. Puso a hacer el café, organizó la caja, todo en orden.

Alrededor de las 9:00 a.m. ingresó Jaime, lo vio encorvado, con camisa blanca, pantalón de prenses y mochila negra, se acercó al mostrador y le pidió un rollo con Tutifruti.

Mariela destapó el jugo, puso el rollo en una canasta de mimbre, se lo llevó a la mesa y le recibió el dinero; al voltear, Jaime le miró las caderas que se le pronunciaban por debajo de esas telas sueltas, ella se contoneaba y hacía sonar el tacón de sus zapatos diminutos. Anotó en su cuaderno: mesa 4, $3000, $2000 de propina.

Cuando Mariela vio que Jaime se levantó con un formulario en mano pensó que le haría una encuesta, a lo que se negaría de inmediato, pero ante la solicitud de llenar los campos en blanco no tuvo tiempo de reaccionar y empezó a garabatear sin pensarlo mucho, le entregó el formato y escuchó que le dijo que tendría un nuevo servicio de salud.

—Está bien, pensó, igual todos son malos, qué podría ir mal solo con probar otro.

Jaime le dio la espalda, se acercó a la mesa por su mochila y con paso lento se fue entre las mesas hasta desaparecer por la puerta estrecha de la cafetería.

C:\Users\Juan Zuluaga\AppData\Local\Temp\Temp2_Articulos-Edicion-94-01-29 (1).zip\07-paola lopera\images\02-triptico-de-un-momento.jpg

Desde hacía dos horas había recibido el ramo de claveles blancos, el aviso, el féretro, todo en su lugar, sentada en un rincón veía cómo los que entraban la miraban, tal vez pensaron que era trabajadora del lugar, pero ella desviaba la mirada y se iba a acomodar las flores, haciendo como si estuviera armándolas, quitando el moño de cinta roja y volviéndolo a poner. Cuando los vio entrar sintió un poco de alivio. Se incorporó rápidamente al lado del ataúd y llevó sus crespos mojados hacia atrás, como alistándose para los abrazos. Mientras ellos entraban se formó rígida al lado de la cabecera del féretro, tapando el ramo de claveles blancos que desde temprano llegó firmado por sus compañeros. Lo siento mucho, gracias por venir; llámeme cuando lo necesite, gracias. Uno a uno le iban diciendo frases aprendidas de condolencia, palabras que ella no escuchaba. Como enorgullecida los abrazaba y hasta se podían advertir ciertos visos de felicidad, vinieron, la sala ya tiene gente, pensó, uno a uno los fue recibiendo con toda entereza, como si se tratara de una fiesta a la que pensaba que no llegarían invitados y por fin descansa al saber que no perderá el dinero de las bebidas y la cena. A cada uno le agradeció por venir, se le veía importante, anfitriona, líder, se le divisaba un brillo de euforia que se le escapaba ruidoso entre el silencio.

Cuando Jaime se le acercó sintió pena al no ser abrazada, su impulso se vio frenado por esa figura distante y encorvada, esa figura de camisa impecable, ¡cómo hará para tenerla tan blanca si la repite tanto! pensó. Vio que Jaime se fue entre las salas, tal vez va a la cafetería a destapar su sánduche con chocolate, pensó. Cruzó algunas palabras con sus compañeros: no supe qué pasó, estaba tan sana, simplemente ayer en la mañana dijo que iba a dormir y no despertó más. Cómo va a ser eso Eliza, Dios sabe por qué hace las cosas, pero cómo así si ella no tenía diagnosticada ninguna patología, siquiera nuestro seguro de salud cubre la muerte también, sí, ese es nuestro valor agregado, ¿será que las personas de las otras salas ya tienen seguro full situation?, pero no digás eso, mirá el momento en el que estamos y vos pensando en trabajar. Tranquilos muchachos, lo importante es que vinieron. Pero cómo así que se murió de pronto, así fue, dijo solo que tenía sueño y que se quedaría durmiendo. Entonces Eliza repetía la historia, por primera vez en su vida los ojos de todos estaban apuntando hacia ella, desmadejaba los eventos mezclándole sensaciones, pensamientos, formas, la trenzaba y la destrenzaba, la adornaba, la agrandaba, la empequeñecía, hacía una bola gigante que luego derretía y con ese líquido la volvía a formar, se la bebía, la expulsaba, la empezaba y terminaba y empataba.

Bueno, nos vamos porque ya son las 10 y aún no hemos hecho ninguna afiliación, gracias por venir, es una pena, quién lo iría a pensar, tan sana pero vea, solo dijo que iba a dormir, ella nunca dormía en la mañana, pero vea… gracias por venir.

Fueron saliendo mientras Jaime se unía al grupo, con paso lento, sin despedirse, con los ojos puestos en la manada y su morral al lado izquierdo, Eliza volteó hacía el ramo, simulando arreglar el moño, se guardó la historia dejándola encerrada y sin tener por dónde escapar.

___________

* Paula Andrea Lopera Mesa es Licenciada en Filosofía de la Universidad de Antioquia, desde el 2019 ha hecho parte del taller de creación literaria del escritor Luis Fernando Macías.

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.