Sociedad Cronopio

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UN CASO DE CORRUPCIÓN CULTURAL: LOS CERTÁMENES DE POESÍA EN ESPAÑA

Por Olga Guadalupe Mella*

«Muchos escritores viven convencidos de que un
concurso te salva y te instala en el paraíso,
cual príncipe azul, y que si se tiene talento es probable
ganar de un día para otro un concurso internacional por
encima de 50.000 euros, capaz de abrir todas las
perspectivas con el golpe de un solo cheque. Es una verdad
tan dura como una piedra el hecho de que los premios –sobre
todo los más cuantiosos– no suelen decidirse en el ámbito
del azar y de la cualidad limpiamente literaria, sino en
una acción conjunta, y muchas veces antihigiénica, entre
las editoriales, los agentes, el marketing y los dueños del cotarro».

(Ronaldo Menéndez, El País, 6/9/08)

Hace pocos meses la actualidad literaria en España se cebaba una vez más con la concesión de la tercera edición del premio EspasaEsPoesía, concurso de la editorial Espasa, perteneciente al grupo Planeta, a un joven desconocido poeta venezolano, cuyos principales méritos poéticos consistían en el número de sus seguidores en las redes. Las declaraciones de los miembros del jurado no hacían sino alimentar las sospechas sobre la falta de valor literario del poeta en cuestión y la nula legitimidad del certamen.

Lo cierto es que se ha convertido en un imperativo categórico de la España democrática ganar un premio literario para publicar un libro de poesía. Una somera consulta a un portal de concursos literarios, como el de www.escritores.org., nos puede dar cuenta de un fenómeno actual sin precedentes en la historia de la vida cultural española: los premios de poesía proliferan por todas partes, en el ámbito local, provincial o regional-autonómico. Prácticamente cada municipalidad, a veces cada barrio de una localidad, cada ayuntamiento, diputación, comunidad autónoma, ministerio, institución cultural, universidad o empresa privada tiene el suyo. La Guía de premios y concursos literarios en España 2011-2012, que publicaba la emblemática librería Fuentetaja de Madrid, anunciaba en su séptima edición del catálogo de su página web un número superior a 1.700 premios literarios, y en la guía del 2008-2009, de los más de 1300, 700 correspondían a la categoría de poesía (215-319).

Aunque la creación de premios influyentes de poesía como el Adonais (1943), el Boscán (1949) y el Premio de la Crítica Española, en su modalidad de poesía (1957), data de los años 40 y 50, es a partir de 1977, cuando se crean los Premios Nacionales, que empiezan a proliferar los grandes premios de poesía, y la poesía, un género minoritario y de prestigio, empieza a tener una gran difusión en los medios culturales y literarios. Es evidente que la política cultural de la democracia, particularmente durante los años 80 y 90, impulsa una institucionalización de la cultura en la que los premios juegan un papel importante (Medina 517-520), que sigue configurando hoy, en los comienzos del siglo XXI, el panorama literario español.

El aumento espectacular de los premios en la literatura y en las artes es según James English, en The Economy of Prestige «one of the great untold stories of modern cultural life», un síntoma de la sociedad de consumo, que cuantifica los logros culturales con los criterios del estrellato y del éxito (1-3). English considera que la proliferación de premios es uno de los rasgos que definen la vida cultural contemporánea (17-18). Hay más premios que escritores, y desde luego, más poetas y más libros de poesía que los que el mercado de la poesía puede asumir.

Dejemos claro, sin embargo, que en el caso que abordo, el de los premios de poesía en España hoy, no se trata de premios otorgados por una institución pública o privada a un poeta de renombre y trayectoria supuestamente probadas, al estilo del Nobel o del Pulitzer, un tipo de galardón no exento de controversias y que también existe en España, como el Premio Nacional, el Premio de la Crítica o el Premio Cervantes, sino de premios de convocatoria abierta, en los que el poeta debe presentar su obra a concurso, y cuyo número ingente no parece tener parangón en ningún país de nuestro entorno. Como fenómeno cultural sólo guarda relación con el extraordinario volumen de antologías de poesía que se han publicado en España en los últimos quince o veinte años con vertiginosa celeridad (Medina 508-10). Es una práctica cultural que merece algún análisis y alguna explicación, máxime cuando ganar uno de estos codiciados premios parece haberse convertido casi en la única manera para un poeta de ver su obra publicada. Se trata de una actividad de consecuencias considerables para la producción cultural española y para la formación del canon literario. Mayoritariamente, estos premios están siendo financiados con fondos del Estado, pero tanto si son privados como si son públicos, mayoritariamente también, son premios previamente amañados y adjudicados fuera de concurso.

Son tan numerosas las fuentes de financiación en forma de premios en España, que prácticamente, además, muchos editores ya no buscan a sus autores; simplemente se conforman con publicar a aquellos poetas que consiguen el premio del que se obtienen los fondos para la edición. Y generalmente después se desentienden del autor, de la difusión y distribución de la obra. El editor puede formar parte del jurado que concede el premio y no es infrecuente que nomine él mismo a un autor o que incluso le sugiera a un poeta que acude con una propuesta de publicación que se presente a un premio, el de su editorial, por ejemplo, no sin antes aclarar que el de la editorial propia es un premio honesto o reconocer por otro lado el valor de la poesía del poeta en cuestión, pero lamentar en todo caso la imposibilidad de asumir los costes de impresión, distribución o los riesgos de publicación. Si el poeta se ofrece él mismo a cubrir los costes de publicación, en ocasiones, el editor responderá que no entra dentro de sus prácticas editoriales el cobro a los autores. Visor, una de las más poderosas editoriales de poesía españolas, o la desaparecida DVD, por poner algún ejemplo, entrarían en esta categoría[1]. Los editores que no convocan premios o no entran en este juego suelen verse obligados a pedirle al autor que costee él mismo la publicación, la presentación, las ventas del libro y todo ello habitualmente sin que comporte para el poeta derechos de autor o ciertas garantías de distribución. Caso de estudio aparte merecen las dos grandes editoriales de poesía española, Visor e Hiperión, que se reparten un buen número de premios importantes. Ésta primera, particularmente, detenta la publicación de los premios más cuantiosos convocados en España (el Fray Luis de León, el Premio Alarcos, el Casa de América, el Casa de las Américas, el Ciudad de Melilla, el Premio Fundación Loewe, el Premio Generación del 27 y los Premios Tiflos), de modo que es altamente improbable encontrar en el catálogo de autores actuales de esta editorial a poetas que no hayan ganado uno de estos premios[2].

Puesto que la mayoría de los editores, o bien cobra al poeta por la publicación de su obra o bien publica sólo al ganador de un premio, es crucial para autores, críticos e investigadores entender el impacto de estas prácticas culturales en la formación del canon literario y en la inclusión de unos autores en el star-system, con la consecuente exclusión de otros. Es decir, es importante reconocer lo que está en juego para las instituciones y los agentes individuales de la cultura, los mecanismos y las estrategias que están en juego en la creación de prestigio, y es igualmente importante entender cuál es su papel en el mantenimiento o transformación del orden social y de su distribución de poder. Dicho de otro modo, es preciso analizar cuáles son las relaciones entre el dinero, la política y la cultura. En lo que respecta al aspecto económico, siguiendo a Bourdieu (The Field of Cultural Production 37) y a English (3-9), por capital cultural habrá de entenderse un mercado no sólo en el sentido monetario, sino como transacción simbólica, como cualquier beneficio de prestigio obtenido en el ámbito de distribución de esos valores[3]. Por ejemplo, el ganador de un premio literario puede obtener, además del dinero del premio y la publicación de su obra, visibilidad en los medios y en la crítica o entrar a formar parte de una antología poética, históricamente uno de los vehículos de canonización[4]. Y de ahí, recibir atención crítica y presencia en los círculos académicos y educativos. El premio es, junto con las editoriales, las revistas, los poetas, los antólogos, la red de bibliotecas y las instituciones académicas, un eslabón «de una cadena de producción y reproducción, de la formación de un canon que garantiza la presencia y las ventas de ciertas editoriales» (Medina 524).

Hagamos, por tanto, un resumen sobre la maquinaria de estos premios, que parece ofrecer indefectiblemente un mismo engranaje para el poeta que presente su obra a concurso, y sobre la función que han acabado por desempeñar en una época que establece equivalencias entre premio y valor cultural. Después de todo, se supone, además, que estos premios se crean con la muy loable intención de ofrecer una oportunidad a los poetas que empiezan a darse a conocer, de reconocer el talento y darle impulso a la creación literaria.

Cualquiera de los innumerables premios que se convocan públicamente cada mes en el ámbito hispánico, contiene las mismas bases, y los poetas aspirantes deben cumplir habitualmente el mismo tedioso peregrinaje en el que suelen perder tiempo, dinero e ilusiones. Han de presentar su poemario anónimamente o bajo pseudónimo, generalmente en copia en papel, por triplicado, cuadruplicado, quintuplicado o sextuplicado, de modo que el autor asuma siempre los costes de tiempo, de impresión y de envío. Junto con el poemario se pide una plica en sobre cerrado que contenga la identidad y los datos personales del poeta con una reseña bio–bibliográfica, a veces acompañadas de una declaración jurada que haga constar que el libro que se presenta al certamen es inédito y no ha sido parcial o íntegramente publicado ni ha sido presentado a ningún otro concurso; o bien una combinación de alguna de estas condiciones. Se especifica en algunos casos, en los menos, qué personas compondrán los miembros del jurado pero sin dar nombres generalmente, y que podrán revelarse después del fallo. El Premio Loewe, uno de los más importantes de los de poesía actual, con una lista impresionante de académicos y poetas consagrados entre los miembros del jurado (J. M. Caballero Bonald, Francisco Brines, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Carlos Bousoño, Víctor García de la Concha, Antonio Colinas, Pablo García Baena, Clara Janés o Soledad Puértolas), es una excepción a la norma de jurados secretos.

En las bases de los premios, además, se hace constar siempre el plazo de entrega de las obras que participen en el certamen. En general, entre el plazo de entrega y el fallo del jurado no pasa ni el tiempo necesario para que, en caso de que lo que concurse sean libros enteros, normalmente de entre 500 y 1000 versos, los miembros del jurado o el equipo de prelectura y preselección puedan leer y tomar decisiones. Por ejemplo, al Premio Loewe de 2007 se presentaron, según datos de la organización, unos 1.081 participantes, procedentes de 33 países, de los que se seleccionó a 39 finalistas[5]. Entre el plazo de presentación de originales y el fallo del jurado del Premio Loewe transcurren cinco meses, lo que supone una lectura de 216.2 poemarios al mes, tarea ímproba para la que ningún miembro de un jurado, y menos uno como el del Loewe, está capacitado. Cabe añadir que en la mayoría de los premios convocados el margen de tiempo es sensiblemente inferior al del Loewe.

En casi todos los casos, el premio está abierto a todo tipo de temas y estilos poéticos, a todos los poetas en español u otras lenguas peninsulares, de cualquier nacionalidad y lugar de residencia, y no ofrece restricciones más que de tipo técnico, de impresión, número de versos, etc. Es decir, compiten por el mismo trofeo un poeta consagrado, con una larga trayectoria por detrás, y un poeta que persiga publicar su primer libro.

Como resultado de todo este entramado dudoso de apariencias, no será difícil deducir que la práctica más habitual en estos casos sea la de que los miembros del jurado preseleccionen a sus propios candidatos y entre los caballos ganadores se seleccione a los finalistas, cuando no se trate directamente de una gran farsa para cubrir a un ganador elegido de antemano, que en ningún caso compite en la misma liga que los demás. Ninguno de los agentes culturales que participan en este proceso cuenta con la capacidad de leerse los cientos de poemarios que se presentan a estos concursos abiertos y sin restricciones. Tampoco, con toda probabilidad, reciban más compensación por el trabajo de lectura, si es que lo realizan, que el que acompaña a su propia canonización. Y por tanto no es difícil deducir tampoco que los poetas que no formen parte de los círculos de influencia o de poder, la mayoría de los poetas inéditos en este caso, no contarán con las más mínimas posibilidades de que sus obras lleguen siquiera a ser leídas. Como no lo será tampoco suponer que un editor preferirá premiar y vender la obra de un valor ya seguro que la de un autor desconocido. Se trata, por consiguiente, de una operación de marketing similar a las que se da en el terreno de las antologías poéticas que tanto gustan de publicar editoriales como Visor o Hiperión: un agente cultural, un editor, o un medio de comunicación que es dueño de un negocio editorial, pretende que la obra vencedora es la mejor entre las muchas que se han presentado a un certamen importante, de modo que lo que pondría la editorial en las manos de libreros o educadores, por ejemplo, sería un autor ganador de un premio, y por tanto un autor de mérito.

Que generalmente estos premios literarios son asunto turbio no se le escapa al poeta que lleva un tiempo presentándose a ellos. De cuando en cuando, además, se ventilan en los medios de comunicación estas formas de nepotismo cultural a las que se ven sometidos los autores. Forma parte a su vez del entramado de los premios en España la escenificación periódica de un escándalo relativo a éstos, generalmente ocasionado por la denuncia de algún miembro del comité de preselección o de alguno de los poetas participantes, sobre los que después de la denuncia puede caer irremisiblemente la etiqueta de poetas despechados o perdedores. Por poner un solo ejemplo, no hace muchos años se aireó en la prensa que el Premio de Poesía Ciudad de Burgos, «uno de los más prestigiados y respetados del panorama nacional», según el Diario de Burgos (27 de octubre de 2012), cuyo jurado había estado presidido por el poeta y profesor Luis García Montero y en el que participaba el editor Chus Visor, dos de los actores culturales de presencia más asidua en premios y antologías poéticas en España, había sido otorgado a un poemario que no había estado entre los finalistas. El periódico narraba así los hechos:

Este certamen cuenta con dos poetas que realizan una preselección de los trabajos presentados; esto es, una criba que evita al jurado la farragosa tarea de tener que leerse todos los poemarios […] Al jurado […] le llegaron 11 trabajos de los 141 que concurrieron al concurso. Ninguno de esos 11 fue el ganador. A última hora, el jurado decidió incluir dos poemarios más, uno de los cuales […] fue finalmente elegido.

Para los preseleccionadores, que decidieron denunciar lo sucedido, la actitud del jurado «confirma las sospechas que se ciernen sobre la credibilidad, honestidad y limpieza de los premios literarios en España. La impunidad, desvergüenza y amiguismo en el que se amparan algunas editoriales de poesía, de renombre y prestigio, en connivencia con determinados poetas no viene sino a confirmar la lamentable forma de actuar de estos cómplices de la corrupción e indecencia literaria». Ante la reacción airada de los denunciantes, García Montero hacía la siguiente declaración al Diario de Burgos: «Cuando al responsable de la editorial o a un miembro del jurado le llega la noticia de que alguien se ha presentado al premio, tiene derecho a pedir que su libro se añada a la deliberación. Esa es la costumbre establecida en la inmensa mayoría de los concursos literarios y eso es lo que ocurrió en el Premio Ciudad de Burgos». El periódico terminaba añadiendo que el poeta ganador es granadino, como Montero, y ya había publicado en Visor[6].

Manuel Rodríguez Rivero, en las páginas del suplemento cultural Babelia (El País, 1 de noviembre de 2009) recurría a la sátira para retratar las operaciones desatadas por el circo de los medios, la política y los agentes culturales involucrados en el premio Planeta. Salvando las distancias monetarias que van del premio de una editorial de consumo de masas a los premios de un género de prestigio minoritario, prácticamente cada sarcasmo empleado por el crítico podría aplicarse al entramado descrito aquí de los premios de poesía:

Se lanza astutamente el globo sonda y el resto del trabajo lo hacen periodistas culturales con sobradas razones para sospechar que el célebre premio está dado de antemano. De modo que, de forma bien calculada, alguien susurra «Lindo», y el eco —Lindooo, Lindooooooo— llega hasta el último confín de la letra impresa y/o virtual. Dejando aparte esas mejoras tácticas que permiten a los promotores seguir manoseando su coartada (ven, decían Lindo y sale Caso: qué mejor prueba de la honradez del premio y blablablá), el Planeta sigue como siempre. Supongo que a estas alturas de la película no hace falta la inteligencia de un Ardipithecus para comprender que con los 601.000 euros en juego y con un departamento de mercadotecnia perfectamente engrasado para la campaña navideña, en la sede corporativa de la avenida Diagonal nadie se arriesga a que un jurado levantisco (Marsé, bendito seas) premie la obra maestra de un perfecto desconocido, aunque se trate, pongo por caso, de un nuevo Por el camino de Swann. Y, mucho menos (sería la ruina), que lo declarara desierto. De manera que, de cara al exterior, todo parece decidirse entre la decena de manuscritos que le llega (tras controladas cribas) al noble jurado impar, cuyos miembros, por cierto, suelen estar vinculados a la casa de un modo u otro, aunque todos sean respetables y a mí que me registren. Lo más perverso es el sistema de complicidades que nos pringa a todos —al jurado (sí, respetable), a los premiados (sí, respetables y afortunados), a los medios (qué les voy a contar)— y que se reproduce año tras año en forma de monumental insulto a la inteligencia colectiva (y pobre de quien no lo acepte: aguafiestas, resentidos, moralistas, antiguos sin sentido del humor). Que el peculiar y frondosísimo sistema de premios literarios españoles sea particularmente proclive a las corrupciones, corruptelas, oportunismos, palmadita en la espalda y hoy-por-ti-mañana-por-mí, no impide que cada año resulte más ofensiva la orgía planetaria y, sobre todo, su aberrante diseminación mediática (el monstruo del lago Ness de las páginas culturales octobrinas). Y lo que más grotesco resulta es ver ahí, sancionando con su presencia el vulgar y previsible circo anual de una empresa privada, al president de la Generalitat, y a un cuerpo de casa oficial compuesto (este año), entre otros, por la ministra de Cultura, el ministro de Educación, y los presidentes del Congreso y del Senado[7].

En el caso más modesto, pero no menos corrupto, de los premios de poesía, como consecuencia, además, del traspaso de premios entre amigos personales y poéticos, se va creando un club de poetas unidos por cadenas de favores, afinidades políticas y estéticas, con la consiguiente pérdida de pluralidad; el premio sirve como operación publicitaria de un grupo de autores o una clase de poesía, cuya estética y política se define, con frecuencia, en oposición a otras. García Montero es un adalid, por ejemplo, de la llamada poesía de la experiencia, una escuela poética institucionalizada durante los años 80 y 90[8].

Los premios contribuyen por tanto a la política y al mercado poético de manera crucial, estructurando y canonizando tendencias y grupos (Medina 517). Es decir, no reflejan tendencias de la poesía española actual: las crean[9]. Al mismo tiempo, la endogamia del capital cultural produce toda una serie de exclusiones personales y poéticas. Para conseguir alguna forma de capital simbólico, es preciso que el poeta forme parte del ecosistema literario, mantenga contactos directos con algún miembro de un jurado de un gran premio, y tenga talento para navegar, sumar esfuerzos, darse a conocer, formar parte de los distintos grupos o estéticas, agruparse en una antología, y sepa además forjarse lemas o banderas políticas y culturales. No es de extrañar que se produzcan toda clase de exclusiones. La más notable sigue siendo la de las mujeres: los jurados de los premios suelen estar formados mayoritariamente por poetas masculinos. He mencionado ya los nombres de los miembros del jurado del Premio Loewe. En los 32 años de creación del premio, sólo recientemente y en pocas ocasiones, y en clara desproporción numérica, se ha incluido poetas mujeres en el jurado: en 2007, una poeta de entre nueve poetas masculinos, Ana Maria Moix, y en 2013, con las dos escritoras ya mencionadas, Soledad Puértolas y Clara Janés. Más recientemente se han incorporado al jurado Gioconda Belli, Aurora Egido, Margo Glantz, Aurora Luque y Carme Riera, lo cual supone un esfuerzo por reparar esa falta de igualdad. Hay que añadir que sólo en dos ocasiones, en 2008 y en 2019, el premio ha sido obtenido por poetas femeninas, en este caso muy conocidas, Cristina Peri Rossi y Aurora Luque respectivamente.

En resumen, en el panorama literario español contemporáneo, el Ministerio de Cultura y las autonomías, con sus subvenciones a los premios y a las editoriales, han dado un impulso extraordinario a un género que, pese a su prestigio, cuenta con un número muy reducido de lectores, aunque probablemente haya que distinguir que una cosa es que la poesía no tenga mercado y otra distinta que no se lea, un tema que nos llevaría muy lejos. Lo que no está tan claro, en todo caso, es a quien ha beneficiado toda esta política cultural y toda esta inyección de dinero público, que ha terminado por concentrar el poder y los beneficios en unas cuantas manos y que no parece que vaya a mermar con la situación actual de crisis económica. Aunque la crisis haya ralentizado el ritmo, es poco probable que vaya a desmontarse el tinglado, porque son muchos los intereses creados entre los políticos, los editoriales, los de los medios de comunicación y los propios poetas. Los libros de poesía, en general, siguen sin venderse, aunque eso al editor que recibe la subvención de un premio o que cobra al poeta por publicar le importa poco (los premios ayudan a las editoriales de poesía a subsistir); el poeta que recibe un premio no venderá libros ni obtendrá muchos lectores, pero gana capital simbólico. Al fin y al cabo, con premio, un poeta todavía sueña con la escasa posibilidad de ser uno de los galardonados; sin premio no tendrá ninguna. Jonathan Mayhew señala las condiciones y las ventajas del poeta que recibe favores oficiales:

Since poets are less likely than novelists to receive income from the actual sales of their books, they are also more dependent on governmental and quasigovernmental sources of income, including money from literary prizes, lecture and reading fees, and direct grants from foundations or institutions… Official support for the arts in Spain is fairly generous, and the result is that poetry can be a quite lucrative career for anyone who is tapped into this pipeline. (244).

Finalmente, capital cultural y pobreza cultural se dan la mano. Pero lo que nos debe interesar aquí no es el poder temporal sino las consecuencias en el tiempo de la creación de panoramas, tendencias, escuelas, generaciones o espacios grupales de cualquier signo que surgen en torno a los premios o a cualquier otra forma de influencia cultural, y que terminan inevitablemente por encontrar su nido también en los círculos académicos. Y es aquí que el ciclo se completa, que la realidad literaria, compleja y variada por definición, comienza el proceso de canonización y de fijación de identidades colectivas generalmente ilusorias. Habrá que estar muy atentos, por tanto, al modo en que se construye el capital cultural si no queremos perpetuar de manera acrítica un canon heredado de premios, editores, críticos y escuelas de poder.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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*Olga Guadalupe Mella es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y doctora en Literatura Española por la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia, EEUU), donde es profesora de Lengua y Literatura. Ha ejercido además la docencia en Bucknell University y en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee. Asimismo ha impartido clases en la Universidad Antonio de Nebrija de Madrid y en el programa de New York University en Madrid. Ha publicado una monografía sobre literatura epistolar en el siglo XIX español, además de una quincena de artículos sobre literatura y cine del siglo XVIII al XXI. Premio «Voces Nuevas» de Poesía 2007 de la Editorial Torremozas, finalista de los premios Ángaro 2011 y Loewe 2011, es autora de los poemarios De amor tan solo (Vitruvio, Madrid, 2007), La memoria donde ardía (Betania, Madrid, 2009), Insurrección del recuerdo (Ángaro, Sevilla, 2011) y Voces dispares (Torremozas, Madrid 2014). Sus publicaciones poéticas figuran en revistas y antologías como Nayagua, Ágora, Salina, El Coloquio de los perros, Ariadna, Voces Nuevas y La Pájara Pinta, entre otras.

  1. Si no queda documentado de otro modo, recurro a experiencias personales propias o ajenas como base de mi argumentación.
  2. Luis Martínez de Mingo ofrece un análisis detallado de las bases de financiación de pequeñas editoriales de poesía, como Huerga-Fierro. Pese a la animosidad personal hacia el editor que se desprende de su tono y pese a exonerar curiosamente de esas mismas prácticas editoriales a Visor y a Hiperión, los datos resultan muy útiles para comprender la relación entre política cultural, premios y la ausencia de pluralidad en la producción literaria de los 90. Martínez de Mingo detalla el pacto de dicha editorial con varias instituciones, lo que da como resultado la publicación de un total de diez premios de poesía (Entre el ocio y el negocio 201-206).
  3. Dos formas de capital son particularmente importantes en el campo de la producción cultural. Capital simbólico se refiere al grado de acumulación de prestigio, celebridad, consagración u honor, que se basa en una dialéctica de conocimiento y reconocimiento. Capital cultural se refiere a las formas de conocimiento cultural y a sus competencias, entendidas como un código asimilado que permite al agente con competencia descifrar las relaciones y los artefactos culturales. La obra de arte tiene valor sólo para quien posee el código. La posesión de este código, o capital cultural, se acumula a través de un largo proceso de adquisición o adoctrinamiento, por medio de la acción pedagógica de la familia, la escuela y las instituciones sociales («Introduction» de Randal Johnson. En Pierre Bourdieu, The Field of Cultural Production 7).
  4. Una antología que lleva el irónico título de La poesía plural (1998), y publicada en Visor en edición de Luis Antonio de Villena, recoge, por ejemplo, poemas de los ganadores y finalistas del Premio de Poesía Fundación Loewe, tal vez el más influyente y, ciertamente, uno de los más cuantiosos de los premios actuales. El ciclo endogámico se perpetua así en una espiral de beneficios propios.
  5. Datos tomados del blog Crítica poética Addison de Witt (http://criticadepoesia.blogspot.com.es/2007/11/xx-premio-loewe-de-poesa-vicente-valero.html), 23 de noviembre, 2007.
  6. Así respondía recientemente el editor Chus Visor a la pregunta de un periodista de El Cultural (27 de junio de 2016) sobre las polémicas surgidas al calor de los premios y de la política del amiguismo:-Le acusan de manipular premios literarios y dárselos a sus amigos:
    -¿Sabe quiénes me acusan? Los que no ganan. Lo peor es que con estas tonterías a quienes están insultando es a los miembros de los jurados, a los Caballero Bonald, Joan Margarit, Brines… Por ejemplo, el otro día estuve en el premio Gil de Biedma, que ganó Santiago Castelo y quedó finalista Andrés Barba. Se habían presentado 500 libros, así que para 498 poetas yo soy un hijo de puta, un cabrón. ¡Pero si sólo hay que ver el catálogo de Visor, ver cuánta gente poco o nada conocida ha ganado premios! No sé, por ejemplo, el año pasado el de Burgos, un chico de Extremadura, o el de Cuenca, una chica de Salamanca, pero no, esos no cuentan. Incluso hemos tenido que cambiar las bases del premio de Burgos para evitar suspicacias. Aunque, la verdad, si se presenta alguno de los mejores poetas, no sé, Vilas o González Iglesias, lo normal es que ganen, pero por su calidad.
  7. Finalmente, la institucionalización de estas prácticas culturales ha llegado incluso a formar parte del texto literario mismo. En España, aparta de mí estos premios (2009), Fernando Iwasaki satiriza la vida literaria y la cultura del espectáculo de los últimos años en nuestro país. En esta antología de cuentos se parodia todo el sistema de convocatorias de premios de relatos, a cuyos procedimientos, prácticamente idénticos a los de los concursos de poesía, ha de plegarse el escritor latinoamericano que aspire a publicar en España.
  8. Son muy certeras en este sentido las conclusiones de Jonathan Mayham en «Poetry, Politics, and Power» con respecto a la canonización de dicha escuela poética:Its goal is to achieve official status as a literary ‘generation’. As any student of twentieth-century Spanish literature knows, a literary generation is an all-male group of writers designed with the purpose of defining an amorphous reality in an arbitrary, ideologically tendentious, yet seemingly objective way. By one measure, at least, the attempt to establish the ‘poetry of experience’ as the dominant’ or ‘hegemonic’ tendency of the 1980s and beyond has been successful: most anthologies devoted to the period are dominated by this school. What is striking from my perspective, though, is how inadequately these anthologies reflect the true vitality of contemporary Spanish poetry. The generational paradigm … discriminates by age, by gender, and usually by ideology as well. Since a large proportion of the most interesting poetry of the 1980s and 1990s has been written by women or by poets who belong, chronologically, to earlier ‘generations’, the nearly all-male generational anthologies that continue to be published are becoming increasingly irrelevant. (244-45)
  9. Es por esto que, aunque considero muy acertada la idea de Mayhew de que el análisis de las implicaciones que los diversos manifiestos poético-políticos arroja luz a la situación de la poesía de las últimas décadas del siglo XX en España, creo que la siguiente afirmación, a propósito del estudio de las ideas estéticas manifestadas por poetas como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes, debe ponerse en entredicho: «Both poets, moreover, are highly regarded, prize-winning writers whose work reflects larger tendencies in Spanish poetry.» («The Avant-Garde» 348). Lo que queda por considerar es la cuestión de cómo el estudioso de la poesía actual contribuye a la fijación de tendencias y panoramas de poco calado intelectual al reproducir e integrar a su vez en el objeto de estudio tales ficciones culturales.

 

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