UN SENDERO PERSONAL POR LA LITERATURA MAYA Y ANDINA

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un sendero personal por la literatura maya y andina

Por Sharonah Esther Fredrick*

Hace muchos años, cuando el clima político era completamente distinto a lo que es ahora, y los Acuerdos de Oslo estaban en camino y parecía que seríamos testigos del establecimiento de paz entre palestinos e israelíes, menos de una década después de la caída de las dictaduras en Argentina, Uruguay, Brasil y Chile… era entonces que yo pensaba por vez primera escribir un libro que luego sería An Unholy Rebellion, Killing the Gods (Una rebelión profana; matando a los dioses). Por entonces, yo había terminado mi segundo título, mi MA, pero el PhD me faltaba todavía. Quería seguir haciendo lo que estaba haciendo: viajar por el mundo, por América Latina, España, Angola y el Medio Oriente; trabajar en arqueología, con ONGs y en relaciones culturales y resoluciones de conflicto. Sentarme a escribir no figuraba en mis planes en aquel entonces.

Fue justamente esta experiencia fuera de los confines del mundo académico que me permitieron, al fin y al cabo, escribir este libro con el necesario rigor histórico, y libre de la jerga tan pretenciosa de tanta escritura de origen supuestamente intelectual. Para mí, el mundo indígena no era algo «teórico». El mundo indígena era muy vivo, era muy heterogéneo, eran mis relaciones con seres humanos de distintas naciones originarias, tanto en América del Sur como en Centroamérica y América del Norte.

Lo que yo anhelaba mostrar, y comprobar con los estándares más exigentes de la investigación histórica y la crítica literaria, era (y es) que el mundo indígena tiene mensajes que debemos escuchar. Estos mensajes están plasmados y comunicados en su literatura; una literatura extrañamente ausente en el mundo universitario, tanto de las Cátedras de Literatura Comparada como —de manera realmente nefasta— de casi todos los Departamentos de Español y hasta de los Departamentos de Estudios Latinoamericanos e Hispanos. Los muy distintos pueblos indígenas, y sus vastas y contradictorias filosofías, tradiciones cosmológicas y epopeyas, ciencias y medicinas… sencillamente no forman parte, o forman solamente una parte mínima, de los estudios hispanos, latinoamericanos, y/o literarios.

¿Cuáles son las razones de tanto silencio? ¿Por qué no sabemos los nombres de grandes héroes y heroínas indígenas, de sus risas y tragedias? Expresémonos sin tapujos aquí. En parte, es por la incomodidad que la presencia indígena causa a cierta clase de hispanista, que sabe nada, o casi nada, de las civilizaciones indígenas de las Américas, y que no quiere recordar que su idolatrada España hizo cosas execrables durante la Conquista y la Colonia (lo mismo explica la ausencia de contenido afrolatino; y hasta de menciones de las culturas judeo española e hispanomusulmana, expulsas ambas de la Península Ibérica).

Hay otra parte, y es, cómicamente, un reflejo al revés del hispanista que todavía rinde pleitesía a las estatuas de los Conquistadores que se pueden ver hoy día en lugares como el New York Hispanic Society; o en la Plaza Central de Trujillo, España. La otra parte se constituye de los latinoamericanistas nacionalistas que apenas saben la larga historia del hemisferio oeste; que creen que todas las culturas latinoamericanas son indistintamente «mestizas»; que la crónica de América Latina comienza después de la Independencia; y que América Latina Independiente es incapaz de maltratar a sus pueblos indígenas pos–Independencia.

Pues… no. Si comparamos la destrucción hecha por los Conquistadores en el Caribe, con el etnocidio del pueblo taíno y la casi total desaparición de este pueblo a nivel cultural y físico hasta finales del siglo XVI, con la «Campaña del Desierto» implementada por las fuerzas del Presidente Roca en Argentina, en los 1870, veremos que el nivel de crueldad era bastante parejo, sea manifestado por los soldados de la Corona española; o por los de la Patria Libre argentina.

Entonces, ¿de qué se trataría mi libro? ¿Dos soflamas simultáneas contra la Corona y contra la Independencia? Una reivindicación ciega de todo lo indígena? No, eso no era lo que me motivaba… Se ha hecho esto antes, tanto los partidarios de la Leyenda Negra como los de la Leyenda Rosa. Estudiosos indígenas y no indígenas han subrayado que estaban bastante presentes la crueldad y la opresión en el mundo indígena también. A esas alturas, ¿habrá alguien que reclame que los sacrificios de los mexicas (aztecas) no generaron el mismo miedo como las matanzas cometidas por las huestes españolas? O ¿que los incas nunca usaban su considerable poderío castrense para obligar a otros pueblos —chanca, chimú, chachapoya— a aceptar la «protección» del soberano inca que, si no fuera acatado, podría acarrear consecuencias no tan diferentes de las que luego impondrán las autoridades coloniales españolas?

No, no quería escribir una declaración a favor o en contra; el panfletismo barato, de Derecha e Izquierda por igual, nunca ha ejercido mucha fascinación para mí. Lo que anhelaba hacer, y lo que hago, es mostrar la riqueza de las herencias indígenas en el campo de la literatura mundial. Después de todo, los lectores occidentales gozamos de la riqueza intelectual de Shakespeare y Cervantes, sin jamás imaginar que estos autores representan sociedades en que nos gustaría vivir (después de todo, la época Temprano–Moderna dista notablemente de las versiones idealizadas que nos suministran los medios de comunicación). A diferenciar de «idealizar» las literaturas mayas y andinas, se me ocurrió que, tal como seguimos encontrando justo valor en estos maravillosos escritores, ya es hora de abrir el Canon literario para incluir las magníficas muestras de sabiduría, invención, poesía e inspiración. Son todos los fenómenos que nos inspiran, ineludiblemente, Shakespeare y Cervantes.

Es que hay muchas obras literarias indígenas, y muchas de ellas son de la época colonial. A mi juicio estas obras —el teatro quechua del Perú virreinal; la escritura histórica, filosófica y profética maya de los siglos XVI-XVIII; poemas y crónicas en nahua de los mismos siglos, y tantos otros— tendrán que formar parte integral de cualquier curso que trata de la Época de Oro del teatro español.

Escuchen atentamente este mensaje, les ruego: no estoy diciendo que hay que reventar el Canon occidental. Estoy diciendo que hay que ampliarlo. De hecho, nos urge ampliarlo, porque los pueblos conquistados, rebelados, sobrevivientes y vivos, forman parte ahora del Occidente, justo por la acción imperial del Occidente. (Tampoco estoy insinuando que el imperialismo es inherente al Occidente. El Japón imperial, bajo el liderazgo del Shogun Hideyoshi, hizo en Corea lo que los poderes europeos hacían en el Nuevo Mundo, y en la misma época. Sobran más que suficientes ejemplos del imperialismo asiático coetáneo con el europeo).

Sin duda, el motivo principal por el cual estos clásicos mayas y andinos, de los que escribo en An Unholy Rebellion, Killing the Gods, deben formar parte del Canon de Literatura Mundial —y en particular de la literatura hispana, con la cual, y por la Conquista y colonización, están inextricablemente emparentadas—. Es eso: son grandes obras, obras de una profundidad y sensibilidad no menos que los escritores occidentales.

Me gustaría traer a colación un hecho importante aquí: destacados iconos de la Edad de Oro española, particularmente de su dramaturgia, lidiaban extensamente con las culturas indígenas. De hecho, lo hicieron a menudo con una ambivalencia y comprensión que no es siempre lo que esperamos de los autores de la España imperial. El largo drama de Calderón de la Barca, El Aurora en Copacabana, contrastaba incas, aymaras y cristianos con una complejidad y empatía que cuestionaba, más de una vez, la supuesta superioridad española. Similarmente, la Trilogía de los Pizarro, de Tirso de Molina (aunque algunos sostienen que tuvo como acicate el sobreseimiento de varios procesos legales contra el clan Pizarro) dibujaba personajes indígenas de gran valor, comparándolos con personajes europeos de muy dudoso carácter. Hasta Lope de Vega, un autor considerablemente más «oficialista» que Tirso o Calderón, intentaba retratar el tema indígena con cierta objetividad en El Arauco Domado y en el Nuevo Mundo Descubierto por Cristóbal Colón.

Porque, entonces, si yo entro en la mayoría de centros de estudio para la Literatura Comparada, o Estudios Latinoamericanos y/o Hispanos, y sugiero que estudiamos el Manuscrito de Huarochirí y el Popul Vuh junto a Calderón o Tirso, me encontraré con una pared de indiferencia, a lo mejor; o, a lo peor, con hostilidad y burla, sutilmente encubiertas?

¿Qué tan difícil es aceptar que el indígena tiene cultura, tiene literatura, tiene sus buenos y malos aspectos? ¿Tan enfrascados estamos aún con la obsesión hispanista de comprobar que el indígena era inferior y veía la Conquista como bendición y por ende no podía producir «literatura» como la nuestra; o la obsesión nacionalista latinoamericana que se niega penetrarse en el pensamiento indígena porque aquel va a revelar, inevitablemente, los promesas rotas de los países latinoamericanos a sus poblaciones indígenas en nuestra época actual?

Volvamos al principio de este ensayo. Imaginemos que estamos en la década de los 90; y algunos albergaban esperanzas de un mundo un poco más humano (antes de que las tragedias de Rwanda y la ex Yugoslavia zanjaran dichos anhelos). Yo estaba caminando por la Ciudad Vieja de Jerusalén, visitando sinagogas sefardíes, mezquitas e iglesias, y charlando con mi amiga Joanne. Solía hablar con Joanne sobre mis vivencias en Argentina, y en América Latina en general. Aunque Joanne nunca había visitado estos lugares, ella mostraba, y muestra, gran sensibilidad y entendimiento acerca de sus culturas, y en particular, acerca de la divergencia de sociedades en nuestros continentes. En un momento, le empecé a contar cosas de lo que yo había aprendido de los indígenas —enseñanzas de vida, filosofía— y Joanne me dijo, como me diría siempre, que había que escribir eso, había que publicar eso. Recuerdo que me reía de su sugerencia. ¿Qué podría escribir yo que otros no habían escrito antes?

Sin embargo, y muy afortunadamente para mí, Joanne insistía. Me comentaba varias veces que yo le había comunicado a ella la importancia de entender y valorar los aportes de las civilizaciones indígenas, de un modo claro, y de un modo que le conmovió. El campo de especialización de Joanne son los estudios rusos, bastante alejado de las Américas (bueno, a menos que subamos al Estrecho de Bering y las olas de migración tempranas a las Américas…). La filosofía de la que yo le hablaba, filosofía que yo había aprendido de maestros indígenas en los Andes y en Centroamérica, le parecía tan universal a Joanne como la más conocida filosofía hindú, de la que también conversábamos mucho. Mientras yo la escuchaba, me permití imaginar por un momento, que quizás un libro mío, aunque nunca fuera un superéxito en términos de venta, pudiera ayudar a diseminar el conocimiento sobre la literatura maya y la andina.

Es más. Empecé a pensar, gracias a Joanne, que yo podría llevar a cabo una comparación de dos espléndidas epopeyas, el Popul Vuh de los mayas–quiché de Guatemala, que proviene de la segunda mitad del siglo XVI; y el Manuscrito de Huarochirí, que proviene de los indígenas yauyo y yunca de la intendencia de Lima, del fin del siglo XVI, principios del XVII.

Había algo —un fuerte elemento de sublevación, política, personal, cosmológica— en ambas obras. Eran obras que me acompañaban siempre, igual que Shakespeare, igual que Cervantes. Cuando me quejaba ante la gente que me preguntaba cómo era capaz de mezclar a Shakespeare y a Cervantes con esta «literatura india» o «escritura étnica», siempre pensaba en las advertencias de Joanne. Al final entendí que, si era mi meta que la literatura indígena fuera apreciada por su visión penetrante, por su profundidad y si, por su relevancia a nuestras vidas actuales, entonces, yo tendría que escribir sobre eso.

Así que, al empezar mi doctorado ya por la mitad de mi cuarta década, después de toda una carrera fuera del mundo universitario, yo tenía una idea muy clara con respecto a lo que deseaba escribir para la tesis. Profesionalmente, siempre me había enfocado en la época colonial y las culturas indígenas; ahora lo haría académicamente. Luego, gracias a la atención y esmero del director de mi tesis en Stony Brook, Profesor Paul Firbas, yo supe de un planteamiento teórico para abrir cauce, y legitimar, mi comparación entre el Popul Vuh y el Manuscrito de Huarochirí.

Resulta que el venerado escritor peruano, José María Arguedas, controversial pero fundamental para la captación de la literatura latinoamericana, había hecho una traducción de Huarochirí. Aunque el quechua de Arguedas ha sido criticado por innegables errores, aquel escritor era, como me aclaraba el Profesor Firbas, uno de los personajes más señeros en la defensa de la literatura indígena. Al leer la traducción de Arguedas, defectuosa pero un verdadero parteaguas cultural, me di cuenta de que el escritor había comparado la trascendencia del Huarochirí andino con el Popul Vuh de los mayas, en el prefacio a su libro. Tristemente, Arguedas no elaboró más. Pero eso ya me sirvió. Si alguien de la talla de Arguedas hubiera visto la semejanza entre estos dos textos, yo podría explorarla a fondo.

Tal fue la raíz de mi tesis. Una década después, con más de 60% del contenido original escrito de nuevo, y el otro 40% actualizado, tal fue la raíz de mi libro: An Unholy Rebellion, Killing the Gods: Political Ideology and Insurrection in the Mayan Popul Vuh and the Andean Huarochirí Manuscript.

¿Y esta semejanza entre textos que vio Arguedas? El escritor peruano mencionó su importancia compartida, como una Biblia para judíos y cristianos… Así era el Popul Vuh y el Manuscrito de Huarochirí. Pero, irónicamente, yo estaba percatando algo que colocaba la observación de Arguedas patas arriba. Indudablemente, ambos textos eran tan importantes para sus respectivos pueblos como la Biblia para los suyos. Y como la Biblia, tenían valor universal.

Pero allí se acaba el paralelismo.
En estas «Biblias» indígenas, no se somete al Dios, a la Diosa o a los dioses.
Al contrario.
A los dioses, cuando se hace menester, los matan.

Una aclaración aquí, por si las declaraciones anteriores comunican demasiado dramatismo: ni el texto andino, ni el texto maya, presuponen algún tipo de anarquía sagrada para el universo. En nuestras religiones abrahámicas —la cristiana, la judía y la islámica— las órdenes de Jesús, Alá, o Elohim siempre deben ser respetadas, incluso cuando llaman por un gran sacrificio humano —o sea, una yihad islámica; una guerra sagrada judía; una cruzada cristiana—. En contraste, los textos de Huarochirí y del Popul Vuh proponen que hay que sublevarse contra las deidades que exigen sangre humana como ofrenda.

Vale, a decir verdad, ¿que son estos fenómenos de «guerras religiosas» monoteístas, sino el sacrificio humano vestido de otra ropa? El periodista Charles Mann ha observado, en su excelente monografía 1491, que las muchedumbres que agolpaban los corrales para ejecuciones públicas en España (por fuego) y en Inglaterra (por decapitación) en la época colonial (o «Renacimiento», como algunos historiadores insisten todavía) superaron por mucho las masas indígenas que presenciaban sacrificios de presos de guerra. Sin embargo, no vamos a cantar la bondad de los indígenas. Al escribir este libro, me era cada vez más obvio que cualquier ser humano es capaz de la más escalofriante brutalidad, sea cual fuere su origen religioso o cultural. Justamente, lo que me intrigaba tanto del Huarochirí como del Popul Vuh era que no eran largas diatribas contra el poder español. Se mencionaba a menudo la destrucción hecha por los Conquistadores en sus páginas —¿cómo evitarlo?— pero el ajeno no se destacaba como tema central.

Lo sorprendente para mí, al ahondar en mis investigaciones, es que el enfoque de cada epopeya, la maya y la andina, era contra sus propios dioses. Esos eran los primeros dioses, los que habían de derrotar para establecer un orden menos violento, menos sangriento. En este «nuevo mundo» (valga la ironía por así decirlo) ya no mandan los sacrificadores del Inframundo maya, Xibalbá; tampoco manda el dios–monstruo Huallallo, del confín entre los Andes y el Amazonas, quien exigía uno de cada dos hijos como pago sacrificial. Héroes y heroínas mayas, yungas y yauyos luchaban en contra de dichas deidades; y establecieron un universo donde debemos seguir luchando. No nos regalaron a la humanidad un final feliz; pero estos textos nos recuerdan que podemos ganar esta contienda, si estamos dispuestos a pelear contra la crueldad.

La manera en que estos héroes rebeldes mayas y andinos realizaron sus monumentales sublevaciones cósmicas, y como podemos hacerlo todos los humanos, es el tema de las maravillosas epopeyas del Popul Vuh y del Manuscrito del Huarochirí. Lo que hace mi libro, espero, es analizar las implicaciones de estas peleas cósmicas para las sociedades indígenas, mestizas, y españolas de la época colonial; y, no menos, entender las implicaciones de estos escritos para nuestra sociedad moderna, tan inmersa en violencia religiosa y étnica por todos lados.

Como Shakespeare y Cervantes, estos épicos rebasan y trascienden los siglos en que fueron escritos. Cuando Hamlet pondera el significado de la vida, para ser o no ser; cuando Don Quijote se arremete contra el montaje del Maese Pedro y por ende, contra las ilusiones en general; vibramos con estas emociones, que son universales. Igualmente, no es menos universal la valentía de la princesa Ixqiq de Xibalbá, que desafía a su propio padre, deidad del Inframundo y lo deja burlado, sin el sacrificio de su hija que este implacable dios exige. De la misma manera, la universalidad se siente en la bravura del personaje de la pastora Chuque Sosa, en los valles andinos, la que obliga a un mismo dios a construir sus acequias para que no se mueran las personas de su pueblo, de su llacta. Ninguna heroína teme a un adversario más poderoso; ambas heroínas lo vencen.

La mayoría de los lectores de habla inglesa, igual que la mayoría de los lectores latinoamericanos e hispanos, no están familiarizados con esta rica literatura indígena. Es posible que eso sea resultado de una concepción ampliamente difundida, que remarcamos antes, que la literatura latinoamericana comienza sólo después de la independencia. Como si las culturas y complejas civilizaciones que habitaban los continentes americanos por miles de años antes de los europeos, no hubieran tenido ni la creatividad, ni la habilidad, de elaborar su propia literatura épica.

A la vez, los apologistas del Imperio van a sostener que no se puede considerar estos textos literatura porque provienen de sociedades «ágrafas»… Y eso a pesar del magnífico, y bien difundido, esfuerzo de epigrafistas mayas de la talla de David Stuart, Tatianna Proskouriakoff, Alfonso Lacadena, Michael Coe, y sendos otros, de traducir los glifos mayas. Paremos mientes en el estereotipo del indígena «analfabeto». La hoguera de códices mayas que organizó el obispo franciscano Diego de Landa en Maní, Yucatán, en 1562, logró terminar con la larga tradición de escritura maya sobre pliegues de corteza de árbol. No obstante, las llamas del gobierno colonial no pudieron borrar los glifos esculpidos en las fachadas de piedra de templos y palacios mayas. Hoy, estos glifos están siendo en gran medida descifrados. Landa confiaba en que los mayas olvidaran su escritura. Parecía así. Dicha escritura también estaba prohibida, tanto por la Inquisición, que tenía poder sobre los mestizos pero no directamente sobre los indígenas; como por el Tribunal de Indios, que colaboraba estrechamente con la Inquisición y controlaba las actividades religiosas de las poblaciones nativas.

Era cierto que los mayas no podían mantener el conocimiento de sus glifos. De todos modos, dicho conocimiento siempre había sido restringido a sus escribas y su clase sacerdotal. Sin embargo, sus historias, su filosofía y su literatura no se olvidaban nunca. Por eso, cuando inmortalizaron los héroes del Popul Vuh, los mayas quichés lo hicieron en su idioma, pero utilizando la herramienta que les había impuesto la sociedad colonial: el alfabeto que usaron los europeos.

¿Sociedad ágrafa los mayas? No, de ninguna manera. Ni antes ni después de la Conquista.

Los mayas por un lado, y los yungas y yauyos andinos por otro, habían visto otros ejércitos conquistadores antes de los de España. Para los mayas, eran las huestes de la confederación azteca/texcocano/tepaneca. Para los yungas y yauyos y centenares de pueblos más, eran primero los soldados del imperio wari, luego los chanca (que posiblemente eran los últimos vestigios de los wari); y por fin los incas de Cuzco.

Y las culturas andinas, las que habían precedido a los incas y los mismos incas: ¿eran ellas ágrafas? Aquí cabe señalar que Huarochirí NO es de los incas, sino de los pueblos conquistados por ellos. La imagen del inca en sus páginas no es más grata que la de los conquistadores que torturan y matan a uno de los sacerdotes indígenas del dios Pariacaca.

¿Eran entonces «simples pueblos ágrafos» estos yungas y yauyos? A ver…

Todo el mundo sabe de los quipus (los que sobrevivieron las hogueras de los hermanos Pizarro) son extraordinariamente complicados sistemas de cálculo matemático espacial y mnemotécnico, elaborados con nudos en lana de llama y alpaca, que se empleaban en los Andes en los milenios previos a la llegada de los incas alrededor del siglo XII. (Sabemos, según la arqueóloga Ruth Shady y sus excavaciones en el antiguo sitio de Caral en la costa peruana, que se usaban quipus por los menos dos milenios antes de la llegada de los incas).

Por lo general, el mundo académico hasta ahora ha opinado que los quipus, aunque sean loables maneras de retratar números y cifras, no pueden abarcar también lenguaje fonético. Hoy en día, este cuadro se ve más ambivalente. Últimamente, la investigadora Dra. Sabine Hyland ha estado trabajando con quipus de la zona de San Juan de Collata en Perú, y sus hallazgos, además de los de Manny Medrano en Yale, señalan que los quipus también poseen elementos estrictamente fonéticos. En otras palabras, cuando Francisco Pizarro y sus hermanos quemaron los «diabólicos quipus», pudo haber sido precisamente con el mismo afán con que Landa incineró a los códices mayas. Tanto Landa como la familia Pizarro estaban arrasando con literatura diabólica, según su óptica.

Literatura diabólica, pero literatura al fin y al cabo.

Al ver sus quipus carbonizados, los de la zona de Huarochirí hicieron exactamente lo que hicieron los mayas. Adoptaron este nuevo alfabeto fonético, europeo, y con ello, grabaron sus pensamientos, sus creencias, sus leyendas y enseñanzas morales, para siempre.

A pesar del descomunal esfuerzo de mayas y andinos de preservar sus legados, nuestros expertos en literatura e historia latinoamericana apenas mencionan estas obras. Hay notables excepciones: Xenon de la Paz en Perú, Mercedes de la Garza en México, la verdad es que hay muchos… pero desafortunadamente, estas literaturas siguen siendo marginales.

Es hora de incorporar estas literaturas, porque son parte del canon universal del pensamiento humano. A mi juicio, uno de los mensajes del Popul Vuh y del Manuscrito de Huarochirí, de rebelarse contra dictámenes que exigen sangre en nombre de lo divino, es tan pertinente ahora como cuando fueron escritos. Lo que hace mi libro Killing the Gods, An Unholy Rebellion es parangonar estos dos textos a nivel humano, y a nivel político.

No es un libro lleno de «jerga» académica. Es una invitación a cada lector a compenetrarse en la sabiduría de pueblos cuyas obras deberían ocupar lugares en los anaqueles, no en lugar de las grandes obras occidentales, sino al lado de ellos. Son, igualmente, parte del legado del pensamiento universal.

* * *

A la autora le gustaría agradecer al Sr. Chris Hollister, de la Biblioteca Lockwood de SUNY Buffalo, que ha ayudado grandemente en el complicado proceso de la publicación de An Unholy Rebellion, Killing the Gods.

REFERENCIA: An Unholy Rebellion, Killing the Gods: Political Ideology and Insurrection in the Mayan Popul Vuh and the Andean Huarochiri Manuscript. University of Nebraska Press, August 2024.

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*Sharonah Esther Fredrick hizo sus estudios de pregrado en SUNY-Buffalo, en el Departamento de Antropología; su máster es del Aranne School of History en la Universidad de Tel Aviv; y su Doctorado es de SUNY-Stonybrook, del Departamento de Lenguas y Literaturas Hispanas. «An Unholy Rebellion, Killing the Gods: Political Ideology and Insurrection in the Mayan Popul Vuh and the Andean Huarochiri Manuscript» (Univ. of Nebraska Press, 2024) es su primer libro, y es fruto de décadas de estudio sobre el tema de la resistencia Indígena en América Latina. Entre muchos otros artículos, Sharonah ha publicado sobre medicina andina y maya en la época colonial en Renaissance and Reform de la Universidad de Toronto (2021); «La imagen del judío en el cine latinoamericano», en SLAC-Spanish and Latin American Cinema (2019); «La mitología y evolución del personaje de la Xtabay, la sirena de literatura maya» en la colección de BREPOLS Marginal Figures in the Middle Ages and Renaissance (2021); y «Las referencias judías sefardíes de La Celestina» en la revista literaria Raíces (2018). Actualmente se desempeña como editora de redacción y contribuidora de la sección «Colonial Americas» para Routledge Resources Online-The Renaissance World (https://www.taylorfrancis.com/rrorw/?context=rrorw).

Sharonah fue la conferencista invitada del anual Cardim Lecture de Loyola College, Maryland, en 2016; en 2018 ella ganó el Premio de Investigaciones del Centro para el Estudio de Género en SUNY-Buffalo; y en 2023 fue ganadora del LCWA Distinguished Research Award en el College of Charleston, donde ella enseña, en el Departamento de Estudios Hispanos.

Sharonah ha trabajado en asesoramiento cultural en Argentina, EEUU, Costa Rica, Israel/Palestina, y México; ha sido docente universitaria en SUNY Buffalo, el Boyar School for Overseas Students de la Universidad Hebrea de Jerusalén; y ha dado conferencias sobre temas diversos de la época Temprano-Moderna global, y también del conflicto cultural, en varios países, incluyendo Angola, Australia, Sudáfrica, Guatemala, España, Uruguay, Chile y Brasil. También investiga los usos de sanación indígena en la medicina actual, como se puede ver en su conferencia de dic 2023.

(https://www.youtube.com/channel/UCDgPTetfOL9FHuAW49TrSig/videos)

Su página-web de Amazon es: https://www.amazon.com/author/sharonah.rebellion-mayas-andes

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