Cronopio leído

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John M. Coetzee

UNA NOVELA TRASPASANDO LÍMITES

(La Elizabeth Costello de John Coetzee)
Por Memo Ánjel*

«¿Y acaso la diferencia es algo malo?
Si no hubiera diferencia,
¿qué pasaría con el deseo?»
(John M. Coetzee. Elizabeth Costello).

PERCEPCIONES

¿El mundo es lo que vivimos o solo lo que sabemos de él por partes y desde el lugar donde estamos? Esto permite una buena discusión y entrar por muchos espacios que nos ponen en evidencia, ya desde la inteligencia o haciendo gala de la estupidez, que es una de las formas de la ignorancia o del deseo. Todo está en lo que nos pasa y las relaciones que hacemos según nos sintamos en el momento, dicen los psicoanalistas. Pero, sigamos, ¿el mundo está compuesto por elementos reales (lo que llamamos cosas) o por las interpretaciones de esas cosas (lo que incluye nuestras emociones y compañía), que son variadas y nunca están completas? En otras palabras, ¿en qué mundo estamos, en qué realidad y bajo qué máscaras?

La percepción del mundo cambia con la edad y con los miedos acumulados, con el tipo de educación (el ingreso a las curiosidades o el amaestramiento), con las conversaciones tenidas, las experiencias vividas y los deseos satisfechos, lo que incluye marcas (cicatrices con la herida debajo), imaginarios, entradas y salidas, huidas de obligaciones, encuentros inesperados y costumbres que nos controlan, como sostiene Sigmund Freud cuando escribe sobre la cultura como un límite necesario para ser humanos y no animales en situación de esclavitud, los más peligrosos.

La estética se ha definido como la percepción que tenemos de las cosas o de los hechos, lo que nos obliga a definirlas (darles un espacio), diferenciarlas de otras, situarlas y relacionarlas con el yo y con el entorno. Y esta estética conduce a la ética, el comportamiento debido para que no haya miedo y encontrar la mejor opción de entrar en contacto con la alteridad. En términos de Ayn Rand, como bien explica en La rebelión de Atlas, vernos en lo correcto. Así sea lo correcto lo que los otros desprecien o ataquen o evadan. ¿Y qué es lo correcto? Lo que me sitúa en lo humano y en los caminos que transito por la vida, pues lo correcto no me pone en contradicción conmigo mismo ni me altera frente a lo demás. Es una manera de pensar y hacer buscando lo bueno (lo más acertado para no tener miedo), que es el orden debido nacido de los acuerdos entre vida y circunstancias, reflexiones que hacen preguntas y el otro como presencia de nosotros mismos. Y si bien ese nosotros es variable, pues comparte un pasado colectivo (esto que llamamos historia), no pasa así con el futuro que es siempre individual (aquí aparece el yo acorde a los intereses de cada uno) y lleva a la controversia, las presunciones y la medida de los acontecimientos a partir de los prejuicios que deforman la estética y, en consecuencia, la ética por venir. ¿Pero qué diablos es el futuro si no ha llegado? Podría ser una presunción, un paso adelante, un quedarme quieto, un querer regresar sin poder. Un escenario imaginado al que le van poniendo y sacando objetos, anunciado en una especie de cartel de circo.

El mundo es la diferencia, así se presenten estados alterados, escribirá John Coetzee en Elizabeth Costello, esta novela que saca al lector de su comodidad. Pero bueno, un lector es eso: uno al que le gusta que lo desacomoden.

EL ALTER EGO DE COETZEE

Cuando hablamos de uno, la pregunta es: ¿Qué contiene ese uno?  Se dirá que un uno es compacto, que es unidad y por ello no contiene fisuras. ¿Y cómo se ha construido ese uno? ¿con sus propios elementos y juicios (como pensaría un soberbio) o con segmentos de otros? La unidad siempre es una suma y, en su calidad de masa, requiere de un espacio para poder moverse y aceptar la fuerza que lo mueve. Esto lo aceptará John Coetzee: no hay una unidad que sea una, sino que está compuesta no solo por lo que es sino por lo que quiere ser. Y esto que quiere ser define a la unidad, es su fuerza y su movimiento. Y ese querer ser, es su alter-ego. O si se quiere, su esquizofrenia inevitable, su espejo con otra cara, su búsqueda en sí encontrándose con otro igual.

Traduciendo el concepto alter ego (alter, viejo; ego, yo), la definición sería: un viejo yo que persiste en ser el yo presente anclándolo al pasado. Y no en términos de Carlos Gustavo Jung, cuando habla del inconsciente colectivo, sino de sincronía (término también jungiano). Así, estamos en sincronía con otro yo que me habita, que me hace coincidir con él y ser él mismo desde otra cara, lo que implica una auto vigilancia. Yo mismo mirándome desde alguien a quien miro. Para el caso de Coetzee, desde una mujer que se llama Elizabeth Costello, una mujer sesentona que dicta conferencias en universidades de prestigio, escribe libros en los que la realidad es solo ficción y se aburre cuando le dan un premio. Y a la que sigue un hijo que se pegunta cómo esa mujer ha podido ser su mamá.

transpasando limites

En la literatura los alter egos son comunes, pero casi siempre circunstanciales (Madame Bovary, Sherlock Holmes, por ejemplo). Pero en el caso de John Coetzee, Elizabeth Costello es una constante que se entromete en novelas como Hombre lento y en libros de ensayos como La vida de los animales. Es otra en él, quizá la recuperación del ser andrógino (hombre-mujer) del que Platón habla en el diálogo de El banquete o el que la Biblia presupone en Adán, que tenía a Eva en su interior. Sea como sea (estoy especulando), que un hombre recupere la esencia femenina que lo contiene, lo que lleva a pensar en las matriarcas y en los cultos religiosos que las elogian, agregando que la cultura es también femenina, es algo interesante, y más si esta mujer se presenta como ficción que lee la realidad sin miedos y exponiendo lo que no es políticamente correcto. Porque Elizabeth Costello (que tendría la misma edad y costumbres de Coetzee), se va contra lo aceptado (toda costumbre es lo admitido como bueno, así sea malo) y lo pone todo patas arriba, incluido al lector que se sabe, a medida en que lee, ya no una persona que busca saber más e ilustrarse sino un criminal que no ha hecho otra cosa que esclavizar y asesinar animales, sexualizarse peor que ellos, vivir de manera más salvaje, convertir los asuntos en objetos (meras cosas) y legitimar la maldad como parte de la búsqueda de la libertad.

John Maxwell Coetzee, en sus reflexiones íntimas que luego serán ficciones reales (lo que existe primero lo ficcionamos), se deja seguir por Elizabeth Costello. Ella va con él, filosofa con él, acusa con él. Y no lo hace como alguien que lo corrige o guía, sino siendo el escritor mismo, el autor de novelas y ensayos, profesor de literatura y persona que nunca da entrevistas. ¿Para qué responder a preguntas que Elizabeth Costello ya dio? Hay que respetarla.

UNA NOVELA QUE SE SALE DEL FORMATO

La filosofía se ha valido de muchos formatos para ser expuesta: diálogos, metodologías de exposición escrita, continuación de citas de otros, relaciones maestro-alumno, preguntas iniciales para profundizar en las respuestas, etc.  Y una de las maneras, ha sido también la novela, que permite combinar la razón con la fantasía, la realidad con la ficción y lo que parece que es entreverado con lo que no es; así como funciona el pensamiento cuando va al desgaire. La filosofía de Ayn Rand, que marcó a buena cantidad de norteamericanos, solo es entendible a partir de sus novelas. También Borges, a través de sus relatos y Kafka que, ficcionando, explicó el absurdo y la realidad vivida, que solo es el momento.

Claudio Magris, el autor de Danubio, sostiene que ya no hay géneros literarios ni de pensamiento y que todo lo expresado con imágenes, reflexiones e historia es solo escritura. Cuando el hombre escribe y atrapa así la memoria, piensa, percibe, define, diferencia, sitúa y relaciona (la escritura es un acto estético). Y en lo que las palabras van diciendo, el escritor es siendo (un gerundio) los otros, sean personas u objetos, territorios y cielos. Y esto es claro en John Coetzee y su Elizabeth Costello, esa novela-conferencias que se sale de los parámetros de la literatura de contenido para ser una literatura de palabras que deben ser oídas (por esto las conferencias de su personaje-él) para desacomodarse y saber por qué empeoramos a medida que matamos animales, así los justifiquemos como proteínas. Matar animales implica un hecho de sangre, un pensar un crimen (saber cómo se los mata) y volverlo parte de cada almuerzo y comida. Y hasta ser caníbales, como lo plantea Italo Calvino en ese cuento sobre la comida mexicana que se llama Bajo el sol jaguar. Si matamos la vida en movimiento, no es raro que cada tanto salgamos a matarnos unos a otros, dirá Elizabeth Costello. Y si del sexo hacemos un objeto de satisfacción evitando la procreación. ¿No es otra manera de matarnos y matar a los que no nacen? Es evidente que algo pasa y lo vivido, de donde nace la historia (que resulta siendo una ficción de los vencedores y las élites), nos ha marcado más con errores que con certezas. Errores que magnifican los periódicos, los avisos que venden felicidad, los políticos y las sociedades que se auto justifican.

Elizabeth Costello es una novela sin género en la que el personaje, a través de análisis literarios, plantea un aquí y ahora (como las cartas que se escribieron entre 2008 y 2011 Paul Auster y John M. Coetzee) que la convierte no solo en novela de autor sino en novela de su alter ego, de dos que andan juntos siendo el uno sombra del otro. Una escritura andrógina, propia e impropia para estos tiempos convulsos.

Amparada en el Premio Nobel, que Coetzee recibió en 2003, nace o aparece Elizabet Costello, diciendo lo que le viene en gana, que incluso es australiana siendo sudafricana. Y como en el cuento El matarife, de Isaac Bashevis Singer, pone de manifiesto que el fin del mundo será el juicio que nos hagan los animales que hemos esclavizado, matado y comido. Incluyendo a nuestra pobre sexualidad y a la visión equivocada que tuvimos de África, donde comenzó nuestro destino y el futuro fue distinto para gente que era igual.

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

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