VENTANA O PASILLO
Por Consuelo Triviño Anzola*
Ilustraciones de Estefanía Montoya Echeverri**
Una punzada repentina te sacude por dentro cuando a través de la ventana ves que pasan como ráfaga de instantáneas los pueblos de tu infancia. Suspensos en abismos, despeñándose por las montañas. Tórridos valles acariciados por suaves brisas en el atardecer. También desde el autobús, divisabas las cascadas de agua precipitándose contra las rocas en su desesperada búsqueda del cauce. La esperanza de la familia en el camión de la mudanza, esquivando los precipicios de la montaña. Ciega fuerza del agua que se filtra por las grietas, hollando las profundidades, que ruge bajo la superficie absorbiendo la pútrida vegetación con sus plagas. Agua bendita ansiada que se escurría entre las rocas y, de repente, una noche se derramaba por las laderas. Agua vengativa que borra los caminos, inunda las casas de los pobres, devora sus cosechas y ahoga los animales.
La humedad y la carcoma en los olvidados trópicos desvanecen toda huella humana, procrean mosquitos y alimañas, criaturas con las que compartían mangos y guayabas, reducidos los niños a su condición natural. Lomas pedregosas y sedientas, en su horizonte brama enloquecido el viento. Se agitan las chozas azotadas por las lluvias, tiemblan los cafetales, refugio de los abuelos huidos de las mil guerras. Llanuras resecas donde se ocultan las serpientes de ojos fijos y criminales que acechan al ganado. Pasto que alimenta las llamas, que clama por una gota de agua a la misericordia divina.
En las sabanas apacibles encontraría cobijo en casas coloniales de patios y solares. Por temporadas, las haciendas del entorno acogían a los señores distantes, déspotas y tacaños. Al finalizar el año, revisaban las cuentas con el administrador y se marchaban enseguida sin reconocer su honradez. Al cerrar los ojos te pierdes por corredores oscuros donde los recuerdos se asfixian en estrechas habitaciones sin ventanas.
Son pueblos por donde pasaste sin tener conciencia del mal, sin comprender el significado de la palabra violencia. En la tierra caliente conociste caseríos carcomidos por el paso del tiempo. Los habitantes al amparo de las tejas de uralita esperaban a la enfermera. La lluvia marcaba el ritmo de la monotonía. Eran tristes villorrios que agonizaron sin haber florecido, junto a un río mortecino, enterrados en olvidadas estaciones de tren donde nunca descendía el viajero deseado.
Secas poblaciones sin alcantarillado, sin luz eléctrica ni agua potable. Ocultos entre la maleza, ofrecían sus deposiciones a las moscas. El ruido de los generadores empezaba al caer la tarde y a las diez se apagaba con el canto de los grillos. Carros cargados crujían al doblar el camino, se acercaban y pasaban por delante antes de alejarse. Puntos cercanos en el mapa, separados por la geografía que se hundía en grietas insondables y tocaban los cielos donde se desdibujaban en abismos de neblina. No los ves ahora entre las nubes, hechos ensoñación, humo, ni oyes el crujido de la madera de los carros. Parece no existir nada, vida, aunque bien los sepas abajo, y tal vez, algún niño descalzo, con la barriga al aire y el ombligo protuberante, mirará cómo pasas arriba y agita su mano ya callosa.
¿Pero quién imagina a esos niños que abajo dicen adiós al avión que pasa? Confusa, ya no sé si eres tú que inventa o yo que aseguro. No tengo costumbre de contar. La escritora eres tú y, a veces, caigo en el error y la costumbre de utilizar el tú cuando hablo de mí misma. Tienes que explicarme. Proyéctate en mí en lugar de deshilar mi vida, de consumirme para llenar tus páginas. Sé que ahora, en esta butaca azul en la que viajas, pasan por la mente a gran velocidad cascadas, valles y montañas, vallados cubiertos de esponjosa vegetación, donde impúdicas se reproducen las ranas. Larvas como peces de carne traslúcida. El persistente croar plagado de augurios inquietantes anunciaba el reinado de las tinieblas. Tierra de nadie codiciada por bandidos, dominada por tiranos alcohólicos, lúbricos y tristes. Pueblos masacrados con la fría precisión de las máquinas que enfocan su objetivo en la oscuridad y disparan a cuanto se mueve. Máquinas que podrían ahora compartir las nubes contigo. Tierras ignotas cubiertas de cadáveres, ocupadas por ejércitos privados, por excavadoras obscenas que profanan las profundidades del suelo y la memoria. Caminos tortuosos vigilados por borrosa gente armada, que se pierden entre la maleza hacia innombrables puertos por donde escapan clandestinas las más secretas riquezas. No quisiera que perdiesen vida para convertirse tan sólo en materia de tu relato.
Pueblos donde viviste contando tus días, tus juegos, tus primeros libros. Caseríos olvidados del gobierno, entregados a la ebriedad festiva para ahogar sus dolores con música de carrilera. «No me celes, amor de mis amores… que yo te quiero y sé que tú me quieres…» Pueblos perdidos en la Colombia del llanto. Entonaciones que rasgan la garganta de los hombres pidiendo a gritos el perdón, mientras maldicen a la mujer amada: «Mujer ingrata, tus palabras fueron falsos juramentos…»
Pueblos detenidos en historias familiares, pendencias y venganzas por un trozo de tierra, por una querida oculta que se atreve a reclamar la herencia del fruto de sus amores clandestinos. Contiendas motivadas por el odio entre hermanos que los mayores no pudieron aplacar. Rivalidades por alguna joven muchacha que desapareció una noche de tormenta dejando una estela de murmuraciones.
Pueblos que revelan sus crímenes en los confesionarios. Pueblos delatores infames. Pueblos tristes entregados a penas presentes y remotas que estallaban en lágrimas, por una palabra, por un gesto, por una mirada en íntima conversación. Pueblos tenazmente aferrados al pasado, medio borrados por las excavadoras que enterraron cadáveres, ya anónimos, con sus penas e ilusiones.
En los helados amaneceres, el arado abría surcos en el campo y una mano amorosa colocaba las semillas en el seno de la tierra y alimentaba la esperanza. Hoy son pueblos llorados en las soledades del desierto, sobre el asfalto que agrieta los talones de los desplazados. A su paso encuentran casas abandonadas en medio de la maleza, puertas abatidas por fantasmas que gimen bajo la tierra, chozas a la orilla del camino donde lloran las acacias, estancias deshabitadas. Tan sólo se escucha el graznido de los cuervos que planean en derredor.
Pueblos tropicales inmersos en sensualidad y abandono, en el obsceno desorden de los sentidos. La confusión incita al crimen, enloquece a los bandidos, pájaros de mal agüero sustituidos ya por la maquinaria de la guerra. La nueva generación de criminales a sueldo ignora la piedad y la culpa. Drogados y ciegos, sin raíces ni lazos afectivos, vuelan en las noches y disparan al azar.
A tientas, las criaturas perdidas por los escabrosos laberintos del deseo corren tras la fruta prohibida, entre los matorrales. En las ramas de los árboles, cortejadas por insectos, las flores despliegan genitales fragancias. Los suaves pétalos se abren y el animal saborea el fruto extrayendo el néctar con ansiedad feroz. En el firmamento se escucha el aleteo fugaz; en la floresta, el maullido del puma solitario y bajo la tierra el gemido original. El felino paciente se precipita sobre su presa.
Desde la ventanilla del avión se agolpan las imágenes ya invisibles de tu infancia, de las aldeas perdidas donde estuvo destinada tu madre. Enviada como enfermera por la Secretaría de Salud Pública, una y otra vez escaló las cordilleras con sus hijos pequeños, por caminos polvorientos o inundados, hasta llegar a ese punto de la geografía que borra la distancia y que expulsa el tiempo. Donde el calendario se detuvo y todas las edades de la tierra pueden ser presente. Pero el mundo se descubre cada mañana, al despertar, y debe conquistarse.
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El presente texto hace parte de la novela «Ventana o Pasillo», Bogotá, Seix Barral, 2021, 302 pp. Capítulo 6 (p. 47-52).
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* Consuelo Triviño Anzola (Bogotá, 1956), narradora y ensayista colombiana, reside en Madrid desde 1983. Doctora en Filología Románica por la Universidad Complutense. Ha colaborado con las revistas españolas como Nueva Estafeta Literaria, Quimera y Cuadernos Hispanoamericanos, en suplementos literarios como «Babelia» de El País y el «ABCD las Artes y de las Letras» del diario ABC, con reseñas de libros. Radicada en España, ha ejercido la docencia universitaria y publicado libros y cientos de artículos sobre autores y temas hispanoamericanos. Está vinculada al Instituto Cervantes desde 1997. Como narradora ha publicado, Siete relatos, Prohibido salir a la calle (novela), El ojo en la aguja (cuentos), José Martí, amor de libertad (biografía), La casa imposible (cuentos), La semilla de la ira (novela), Una isla en la luna (novela), Letra herida y Extravíos y desvaríos (relatos) Cervantes (biografía), Transterrados (novela) y Ventana o pasillo (novela). Sus cuentos han sido traducidos al inglés, al francés y al alemán e incluidos en numerosas antologías y en revistas de reconocido prestigio internacional como Puro cuento, Caravelle, L´Ordinaire Latinoamericaine, Barcarola y Torre de Papel, entre muchas otras más. Ha sido invitada a hablar de su obra a las universidades de Bérgamo, Colonia, Amiens, Sorbona, Alicante, Granada, Salamanca, Autónoma de Madrid, Nacional de Colombia, Universidad del Norte (Colombia), Lausana y Torino, entre otras. En reconocimiento a su obra, tiene una entrada en el Dictionnaire universel des femmes créatrices, de la prestigiosa editorial francesa Des femmes. La crítica más exigente ha valorado la profundidad de su prosa y su tersa escritura, lo que la sitúa entre las voces narrativas de mayor proyección en el contexto de la literatura en lengua española.
** Estefanía Montoya Echeverri es Maestra en artes visuales con enfoque en técnicas gráficas. El trabajo de EME se enmarca en la percepción creativa de esos sucesos que acontecen en la cotidianidad del sujeto, entremezclando lo figurativo con la libre forma del trazo, alcanzando formas subjetivas con tintes objetivos. Durante los últimos años, EME ha realizado trabajos gráficos basados en el dibujo sobre superficies alternativas, tomando como insumo principal la tinta y el contorno delgado de una línea, de esta manera, su obra se transforma en la unión de texturas y formas poli-cromáticas que expresan la fuerza creativa y perceptiva de una mirada ajena a lo común. Ha participado en diferentes colectivos artísticos de la ciudad de Medellín enfocados a la experimentación de las posibilidades artísticas en la gestión, producción y formación. Actualmente participa en procesos de medios escritos digitales e impresos como ilustradora. Instagram: @eme_artdesing
Excelentes ilustraciones… Stafania, poesia en trazos y lineas que nos muestran el arte desde lo simple que se convierte en obra maestra
Consuelo Triviño, escritora y lectora rigurosa y disciplinada. Su obra narrativa hace parte de nuestro patrimonio literario, y sus lúcidos ensayos muestran su solidez intelectual.