VERTICAL, SEIS LETRAS
Por Jerónimo García Riaño*
Bugs Bunny, animal suertudo, pregunta el crucigrama. Vertical, seis letras. Alicia golpea dos veces sus labios con el lapicero rojo, como si fuera una varita mágica que le trae la respuesta. Pero no le da resultado, no recuerda al animal. Lo que recuerda son los gritos de emoción de su hijo Diego cada vez que ve a la caricatura salir por ese televisor viejo que adorna la sala de su casa, y que solo muestra dos canales por donde nunca para de llover.
Alicia piensa con su mirada puesta en el crucigrama.
Un hombre se sienta a su lado, en una silla larga del parque. Ella tiene las piernas descubiertas y cruzadas, y sigue sin dejar una gota de letra en el papel. El hombre le susurra al oído y ella levanta dos dedos de la mano. Vuelve a susurrarle y ella da un sí con la cabeza. El hombre sonríe.
Alicia dobla el periódico del crucigrama —parte en dos a la mujer desnuda que aparece al reverso— y se pone el lapicero en una oreja, que de paso le sirve de compañía a la flor de plástico azul prendida de su cabeza.
Ella comienza a caminar y el hombre la sigue. No quita los ojos del cuerpo encerrado en ese pequeño vestido rosa moviéndose de un lado para otro: ese contoneo deja ver el tamaño del culo que pronto será de él. Unas piernas largas y delgadas como dos alfiles, desfilan con algunas cicatrices. Camina con unos viejos zapatos negros de tacón.
Las nubes de la mañana borran el rastro del calor del sol sobre la ciudad, y algunos carros y transeúntes pasean sin afán por las calles rotas que rodean el parque.
Alicia llega a una puerta verde de madera de la que cuelga un letrero negro: Residencias El Paraíso. Empuja la puerta y sube por la escalera sucia que conduce a un corredor; el hombre la persigue como un perro faldero. Con sus manos sostiene las nalgas de la mujer, como si fueran bolas de cristal que pueden rodar y quebrarse en el piso. Alicia abre una puerta que funciona como reja, le dice al futuro cliente que la espere y se va hacia el hombre del despacho. Vuelve con dos toallas viejas y curtidas, un rollo de papel higiénico y un condón.
Entran a un pequeño cuarto que parece sucio. El hombre se quita los zapatos y el pantalón de tela azul, desoja cada uno de los botones de su camisa blanca, se baja rápidamente los calzoncillos y se queda con sus medias puestas. El pene mira hacia el piso.
La mujer deja el periódico sobre una mesa de noche de madera mal pintada, al lado acomoda la flor de plástico y al lapicero. Se quita el vestido y aparecen unos calzones verdes y viejos. El pene de su cliente empieza a levantarse. Luego se quita los calzones y los pone encima del periódico —cobija a la mujer desnuda partida en dos—. Se acuesta en la cama de metal cubierta por un colchón de paja vieja y una sábana llena de agujeros.
El hombre abre el condón y se lo pone, pero su pene sigue a media asta. Entonces Alicia lo toma con sus manos y lo bate, levantándolo del todo. Él se acuesta encima de ella, y ella solo aguanta el peso de ese bulto mal oliente que se mueve con violencia.
Alicia mira hacia un lado de la cama, mira los calzones verdes, mira el lapicero que rueda de un lado al otro como si tuviera pesadillas, y mira el crucigrama que espera una respuesta. El ritmo del hombre se acelera, cierra sus ojos y se agita hasta que siente un alivio en su vientre. Con un pequeño golpe en la espalda, Alicia le anuncia a su cliente que el trabajo ha terminado. El condón termina envuelto en papel higiénico y tirado a un viejo cesto de basura.
El hombre busca su pantalón. Alicia lava su vagina con el agua de una ponchera que aparece debajo de la cama. El cliente ha terminado de abrochar su camisa, se pone la correa y amarra sus zapatos. Ella sigue lavándose.
En un descuido de la mujer, el hombre sale del cuarto y corre sin pagar. Alicia se tapa con una de las toallas curtidas y sale al corredor del viejo edificio. Moja el piso con el agua que baja por sus piernas.
¡Serafín, se me vuela el tipo!, grita.
El despachador alcanza al hombre y lo toma de la camisa blanca y sudada, de un empujón el ex cliente cae en un mueble roto. Alicia corre descalza, llega hasta el mueble y empieza a pegarle al hombre y le dice que le pague. El despachador va hasta su oficina y trae un machete con el que amenaza al tipo que, asustado, saca un billete de su pantalón mientras se cubre de los golpes de la mujer. Paga para que no le peguen más. Luego abre la puerta que funciona como reja y sale corriendo. Alicia toma la plata del piso mientras su boca se llena de insultos.
Serafín le quita el billete de la mano y se cobra los servicios prestados.
¡Se da cuenta!, por confiada… Un día de estos le van a hacer conejo, le dice el despachador.
Alicia se queda sentada en el sofá, mirando hacia la nada. Con la toalla apretada a su cuerpo, los pies mojados y bajo un revelador silencio regresa al cuarto. Toma el lapicero, quita los calzones de la mesa y abre el periódico.
Empieza a sonreír.
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Este texto hace parte del libro inédito de cuentos Corazón de araña negra.
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* Jerónimo García Riaño. Armenia, Quindío, Colombia (1978). Docente universitario y escritor. Egresado del Taller de Escritores de la Universidad Central, Bogotá, Colombia; y del Taller de Novela Corta, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, Colombia. Algunos de sus cuentos han sido publicados en revistas literarias y periódicos de circulación nacional (El Tiempo, El Espectador, Magazín El Espectador, Revista Actual de Barranquilla, entre otros). Colaborador de la Revista Puesto de Combate, Revista digital Cronopio, Revista digital Corónica, Revista digital Anelecta Literaria de Argentina, y Revista El Comité 1973 de México. Ganador del primer Concurso Nacional de Cuento Breve, Revista Avatares 2011, y finalista en los Premios Nacionales de Literatura, modalidad cuento, Universidad Central 2012, y del IV concurso de cuento corto Museo de la Palabra, en España. Autor del libro de cuentos Corazón de araña negra, recién publicado.