Vidas de Artistos

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El monje que buscaba un libro

EL MONJE QUE BUSCABA UN LIBRO

Por Gustavo Arango*

Nació en Pinyang, en algún momento impreciso entre el año 330 y el 370. Su apellido de familia era Kung, pero desde muy joven se le conoció como Fa Hsien, “Maestro Ilustre en la Ley”, por la manera devota como estudiaba los libros de disciplina del budismo.

Había sido el menor de cuatro hijos, pero sus tres hermanos mayores murieron sin haber mudado los primeros dientes. Como Fa Hsien también se puso muy enfermo, su padre decidió entregarlo al monasterio de la orden budista. Pensó que allí podrían cuidar mejor de él y que tal vez se libraría de la suerte que corrieron sus hermanos.

Los monjes acogieron compasivos a aquel niñito enclenque y sucio. Lo bañaron. Le ofrecieron alimento. Pensaron que le harían leve la muerte. Pero Fa Hsien se recuperó pronto y adoptó con entusiasmo las costumbres de limpieza y nutrición. Cuando su padre volvió a buscarlo, y quiso volver con él a casa, Fa Hsien se agarró de la pierna del monje superior y se negó a regresar.

Bajo la tutela de Kay Lung, el monje superior del monasterio, Fa Hsien conoció la historia del gran Fo, “el hombre que había conseguido despertar”, y aprendió los principios de su doctrina.

–Tres son las etapas del camino –le dijo Lung–. La primera es entrar a la Orden. La segunda es alcanzar la santidad de los arhat, quienes –sin llegar a ser budas– han alcanzado el Nirvana y no se reencarnan. La tercera es la del Boddhisatva, que consiste en recorrer todo el camino hasta convertirse en buda.
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Fa Hsien quedó huérfano de padre cuando tenía diez años y un tío suyo le pidió que renunciara a la vida monástica y volviera donde su madre:

–Considera el desamparo en que la tiene la viudez –dijo su tío.

Fa Hsien le respondió:

–No abandoné mi familia para complacer los deseos de mi padre. Lo hice para alejarme de las miserias de la vida.

Cuando su madre murió, Fa Hsien dejó el monasterio por un día para asistir al funeral. Su pena era genuina. Ese día pudo verse la buena índole del joven y el afecto que sentía por la desdichada mujer que lo trajo al mundo.

Después del funeral, Fa Hsien retornó al monasterio dispuesto a hacerse novicio. Ya antes había expresado la fórmula con que laicos y religiosos ingresan a la hermandad: “Tomo refugio en el Buda, en su doctrina y en su Orden”.

En aquel tiempo, la doctrina de Fo estaba dividida en dos escuelas. La escuela mahayana, o del vehículo mayor, tenía como principio ayudar a todas las criaturas a alcanzar la salvación. Los adeptos de la escuela hinayana, o del vehículo menor, buscaban la salvación personal. Por influencia de su maestro, Fa Hsien siguió el camino del vehículo mayor. También se hizo devoto de la divina y compasiva Kwan-she-yin.

Como novicio observaba las diez prohibiciones. También, los seis medios para alcanzar el Nirvana: caridad, rectitud, paciencia, energía, contemplación tranquila y sabiduría.  Fa Hsien asumió con especial interés el estudio del Vinaya Pitaka, los libros de disciplina. Su determinación en el estudio dejaba perplejos a los monjes.

A finales del siglo cuarto (399 D.C) Fa Hsien se hallaba en el monasterio de Cang-han (la ciudad principal de Tsin oriental) y desde allí emprendió uno de los viajes más asombrosos de que se tenga noticia. Descontento con las versiones incompletas y las malas traducciones, partió en compañía de otros monjes y  se dirigió a la India en busca de los libros de disciplina del budismo. Los monjes bordearon la región del Tibet, atravesaron el desierto y siguieron hacia el oeste hasta lo que hoy son Afganistán y Pakistán. Luego descendieron a la región norte de la India y sur del Himalaya. Allí visitaron los lugares donde mil años atrás había transcurrido la vida de Siddhartha Gautama, también conocido como el Buda.
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Fa Hsien realizó en solitario la parte final de su periplo, porque sus acompañantes murieron o se dieron por vencidos en el camino. Llegó hasta la isla que hoy se conoce como Sri Lanka y allí vivió dos años dedicado a transcribir textos sagrados. Luego regresó a la China por vía marítima. Atravesó más de treinta países y su viaje se prolongó por catorce años. Los libros que obtuvo fueron fundamentales para el posterior auge del budismo en el extremo Oriente. Su aventura es una de las más largas y accidentadas que alguien haya tenido tratando de encontrar un libro. El testimonio de su peregrinaje –con los dragones, ángeles y espíritus que se cruzó en el camino– es, también, una de las crónicas de viajes más antiguas que hoy perduran.
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*Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena.
Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

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