UNA BUENA HIJA
Por Gustavo Arango*
El 22 de septiembre de 1796 fue un día trágico en casa de los Lamb. Es probable que para entonces Mary ya hubiera leído todo Shakespeare. Tenía treinta y un años y sus días transcurrían azarosos: trabajaba como costurera y estaba dedicada a cuidar a sus padres y a una tía, todos enfermos, todos sufrientes y quejumbrosos. Impaciente con la niña que le ayudaba en los oficios de la casa, Mary le dio un empujón que la derribó al piso. Elizabeth, su madre, le reprochó a Mary su mal temperamento e inició una cantaleta furibunda y enervante. Aturdida, enceguecida, anhelando un poco de paz y de silencio, Mary Lamb se dirigió a la cocina, volvió a la sala y acuchilló a su madre hasta dejarla sin vida.
Mary Lamb había nacido en Londres el 3 de diciembre de 1764 y era la tercera de los siete hijos de John y Elizabeth Lamb. La familia era de medios escasos. Sólo tres de los siete hijos sobrevivieron: John, el mayor, y Charles, menor que Mary. Mary heredó de su padre el amor por los libros. Era feliz cuando él la llevaba a la librería o cuando le hablaba una y otra vez de los encuentros que tuvo con Samuel Johnson. Entre sus mejores recuerdos de infancia estaba la ocasión en que se cruzó en la calle con el poeta Oliver Goldsmith y la vez que vio actuar a Garrick.
Pero esa vida de libros y alegrías se fue diluyendo con la edad adulta. En la década de los noventa, Mary tuvo que echarse al hombro las responsabilidades de su casa: su padre sufrió un infarto que lo dejó inválido, su madre empezó a sufrir de una artritis que la dejó postrada, su hermano John sufrió un accidente, Charles fue internado por un año en una clínica de reposo y Sarah, la hermana de su padre, también inválida, llegó a vivir con la familia.
Tras la muerte de su madre, la intervención de Charles consiguió que Mary se salvara de la cárcel y que fuera internada en una clínica de reposo. Un mes más tarde, un juez dictaminó que el homicidio había ocurrido en un momento de demencia. Por el resto de su vida Mary sufriría periódicas recaídas. El padre, la tía y el hermano mayor murieron poco tiempo después de la tragedia. Al final quedaron solos Mary y Charles, quien se sintió en la obligación de cuidar de su hermana. Eran, como él decía, una “pareja de solteros”.
Para hacer más llevaderas las miserias de su hermana, Charles decidió crear un círculo literario que se reunía en su casa. Entre los asistentes a las veladas estaban Samuel Taylor Coleridge y William Wordsworth. Fue entonces cuando los hermanos emprendieron el proyecto que les daría la inmortalidad: las versiones condensadas –a manera de cuentos para jóvenes– de las obras de William Shakespeare.
El círculo literario se mantuvo activo por más de veinte años y la intensa vida social hizo que Charles tuviera problemas con la bebida. Charles y Mary publicaron un libro de poemas para niños. Mary publicó también una colección de cuentos y un tratado sobre la costura. En julio de 1934, tras la muerte de su querido amigo Coleridge, Charles se sumió en una borrachera que acabó con su vida. Mary vivió trece años más, sorda, casi siempre internada en sanatorios, asegurando –a todo aquel con quien se cruzara– que había sido una muy buena hija.
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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena. Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).