ALTAMAR
Por Gustavo Arango*
La historia de Colombia nunca ha sido edificante. Es imposible recordar un tiempo sin guerras, masacres, atropellos o desigualdades criminales. La literatura nacional no puede evitar ser su reflejo. No es coincidencia que las tres novelas paradigmáticas sean, cada una a su manera, testimonio de un desastre. María es un nombre en una lápida y es el despliegue lírico de la frustración amorosa. La vorágine es injusticia social y retrato de seres devorados por su entorno. Cien años de soledad es una soledad más larga que el término de una vida y es la biblia de las estirpes condenadas.
La crítica literaria no podía quedarse atrás. En Evolución de la novela en Colombia (1953), un clásico de los estudios literarios, Antonio Curcio Altamar decía que “la crítica colombiana se parcializa tristemente según la amistad o enemistad y la semejanza o no de filiación política entre el autor y sus críticos”, e invita a leer la crítica “en actitud de completa desconfianza”. Sólo un ajuste habría que hacerle al concepto de Altamar: desaparecidos los partidos políticos, la “enemistad” o “semejanza” entre el autor y el crítico está determinada por los grupos económicos para los que trabajan.
La opinión de Altamar podría considerarse inmejorable si sus gestos no hubieran sido más elocuentes. Antonio Curcio Altamar nació en 1920 en San Sebastián de Tenerife, en el departamento del Magdalena, y desde temprana edad dio muestras de singular inteligencia y devoción por el estudio. A costa de muchos sacrificios, se graduó de Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana. Allí conoció a Julienne Penen Deltieure, hija de franceses residentes en Colombia, con quien se casaría años más tarde. Altamar fue profesor de latín, lenguas modernas y literatura en colegios de Bogotá. También fue profesor de cátedra en la Universidad Nacional y la Javeriana. Colaboró en las páginas literarias del periódico El Siglo, de Bogotá, y la revista Bolívar. En junio de 1947 contrajo matrimonio con Julienne, a quien un observador describió como “hermosa, instruida, de fina educación y consagrada con pasión a su hogar”.
En 1949, Altamar se vinculó al Instituto Caro y Cuervo, donde se desempeñó por algún tiempo como auxiliar de investigación. En 1950, viajó a España con su esposa y su hijo. Allí se granjeó numerosas amistades y alentó entre colegas europeos el estudio de la literatura colombiana. También estudió Sintaxis histórica del castellano, Lingüística general e Historia del arte. En España nació el segundo hijo de la pareja. Regresaron a Colombia en febrero de 1951, y Altamar se reincorporó al Instituto Caro y Cuervo, donde a principios de 1952 fue nombrado Jefe de la Sección de Historia Cultural.
Altamar era un hombre infatigable. Estudiaba día y noche. Llenó millones de fichas. En sus escasos recreos comentaba: “¡Cómo es de difícil escribir una cuartilla siquiera!” Para su Evolución de la novela en Colombia, clasificó –y probablemente leyó– cerca de ochocientas novelas colombianas publicadas entre 1670 Y 1953. Este trabajo recibió un reconocimiento justo y oportuno. El 6 de agosto de 1953 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura José María Vergara y Vergara. La ceremonia se llevó a cabo en la sede de la Academia de la Lengua. Altamar era un hombre alto y delgado. Llegó vestido de manera colorida y modesta, agradeció el premio y le atribuyó todo el mérito al Instituto Caro y Cuervo.
El reconocimiento lo llenó de optimismo. Se propuso ampliar su estudio y emprender investigaciones semejantes para otros géneros. Nunca se supo que tuviera problemas personales o profesionales. Tenía treinta y tres años, la vida le sonreía y era dueño de un futuro promisorio. En la madrugada del martes 20 de octubre de 1953, Altamar se despertó poseído por una terrible exaltación. Mató a su esposa, intentó matar a sus hijos y luego se suicidó.
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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena.
Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).
En 2015 publicó su novela histórica Santa María del diablo, que relata la fundación y posterior decadencia de Santa María la Antigua del Darién.
Quisiera hablar con el autor del artículo, me llaml Julio Gomez Serrano, soy de Tenerife y estudiante de Historia, quisiera saber mas del finado Antonio Curcio Altamar.