Vidas de Artistos

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La casa sin ventanas

LA CASA SIN VENTANAS

Por Gustavo Arango*

Barbara Newhall Follet nació en New Hampshire en 1915. Aprendió a leer a los tres años y estaba fascinada con las letras. Las veía en el paisaje. Las montañas eran emes y los valles eran ves. Los tejados eran aes gigantescas. Los carruajes se movían sobre oes. Ella misma tenía el cabello ondulado repleto de eses. A los cuatro se apropió de la máquina de escribir de su padre, el crítico Wilson Follet. Aprendió a escribir primero a máquina que a mano. Cuando cumplió cinco años completó su primer cuento. A los siete se entusiasmó con la música clásica y se dedicó a escribir poemas. Fue entonces cuando puso un letrero en la puerta de su cuarto para pedir que no la molestaran. Escribía un promedio de cuatro mil palabras diarias. A los ocho escribió la historia de una niña que se adentró en el bosque y desapareció.

Como los niños de su edad no la entendían, Barbara se rodeó de amigos imaginarios. Patinaba en el hielo con Beethoven y Wagner y los dos Strausses. A los once era ya una escritora curtida en el oficio. Se había sobrepuesto al dolor de perder un manuscrito en un incendio y, después de trabajar en sucesivos borradores, consiguió terminar una novela de ciento cincuenta páginas. La tituló La casa sin ventanas. Era la historia de una niña llamada Eepersip, quien huyó de la soledad de la ciudad para hacerse amiga de los animales del bosque. El padre de Barbara le ayudó a editar el libro y decidió probar suerte con la editorial Knopf, de Nueva York. Cuando llegó la respuesta positiva, la joven autora acababa de cumplir los doce años.

Su foto apareció en The New York Times, al lado de una reseña entusiasta. El crítico de The Saturday Review of Literature consideró que el libro era “casi insoportablemente hermoso”. La revista Time anunció que la autora tenía planes de “convertirse en pirata” y recorrer los mares. Sólo una crítica del New York Herald Tribune se atrevió a decir que aquel comienzo tan precoz podía ser negativo. “No tengo sino elogios para la novela”, escribió Anne Caroll Moore. “Pero el hecho de que haya sido publicada me parece que es jugar con fuego”.

Barbara le rogó a su padre que le consiguiera un puesto, con tareas a bordo, en un barco que zarpó hacia Nova Scotia. A partir de esa experiencia escribió otra novela, El viaje del Norman D. Cuando su nuevo libro llegó a las librerías, la niña prodigio acababa de cumplir catorce años. Pocos meses después, el divorcio de sus padres dejaría su vida a la deriva.

Barbara nunca terminó el bachillerato. Se radicó con su madre en Los Ángeles, pero aquella ciudad le parecía detestable. A los quince años se escapó de casa y se escondió en un hotel en San Francisco. Cuando la policía la encontró, sus malos pasos fueron noticia nacional.
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Con la llegada de la crisis económica, Barbara debió resignarse a trabajar como secretaria. Se levantaba muy temprano en las mañanas para escribir sus libros. Así terminó su tercera novela, La isla perdida, la historia de unos náufragos que no quieren regresar cuando los encuentran. Pero la falta de apoyo de su padre hizo imposible que siguiera escribiendo. Barbara volvió a escaparse de la casa de su madre, esta vez con un chico llamado Nickerson Rogers. Se casaron, viajaron a la costa Este, consiguieron trabajos ocasionales y, al final, se instalaron en Massachusetts. En 1939, Barbara se enteró de que su esposo tenía una amante y decidió abandonarlo.

Nick tardó dos semanas en notificar a la policía. Dijo que estaba esperando a que su esposa cambiara de opinión y regresara. El boletín que anunció la desaparición de Barbara daba su apellido de casada y la prensa no se enteró. Ninguna de las mujeres abandonadas en la morgue era ella. Sus padres pasaron años tratando de encontrarla. La madre sospechó por mucho tiempo que Nick la había asesinado. Pero otros señalaban las líneas finales de La casa sin ventanas –“Sería invisible para siempre para todos los mortales”– y opinaban que Barbara había desaparecido de manera voluntaria. Lo cierto es que nunca se volvió a tener noticias suyas. Su cuerpo jamás fue encontrado. Tenía veintitrés años cuando se disolvió sin dejar rastro.

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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena.

Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

En 2015 publicó su novela histórica Santa María del diablo, que relata la fundación y posterior decadencia de Santa María la Antigua del Darién.

2 COMENTARIOS

  1. Muy interesante y la información bien detallada.

    Por cierto, ¿sabes dónde puedo encontrar el libro «la casa sin ventanas»? Lo he buscados por muchas páginas sin éxito.

    ¡Saludos

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