Vidas de Artistos

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Cameron y su cámara

CAMERON Y SU CÁMARA

Por Gustavo Arango*

Julia Margaret Pattle nació en Calcuta, India, el domingo 11 de junio de 1815. Su padre, James Pattle, era un oficial británico adscrito a la Compañía Oriental de las Indias. Su madre, Adeline de l’Etang, era hija de un miembro de la guardia personal de Luis XVI. Julia recibió su educación en Francia, pero pronto regresó a la India, donde contrajo matrimonio con el abogado Charles Hay Cameron, veinte años mayor que ella, y la familia se instaló en Ceilan, hoy Sri Lanka. Desde entonces su nombre sería Julia Cameron.

En 1848, Charles Cameron decidió jubilarse y se mudó a Inglaterra con su esposa Julia y los seis hijos de la pareja. Allí Julia encontró que su hermana Sarah era la anfitriona de una afamada tertulia a la que solían concurrir escritores, artistas y toda clase de celebridades. En 1860, tras una visita al poeta Alfred Lord Tennyson, en la isla de Wight, los Cameron decidieron adquirir una casa en aquel sitio. Llamaron al lugar Dimbola Lodge, en honor a la propiedad familiar del mismo nombre en la isla de Ceilán.

En 1863, cuando Julia tenía 48 años, ocurrió algo que le cambió la vida: su hija mayor le regaló una cámara fotográfica. Julia construyó un cuarto oscuro en su casa y dedicó la mayor parte de sus días a tomar fotografías. Sus hijos y su esposo se quejaban por falta de atención. Julia ingresó a las sociedades fotográficas de Londres y Escocia y dedicó los siguientes once años de su vida a fotografiar toda clase de sujetos, algunos de ellos inspirados en leyendas o clásicos literarios. La vecindad con Alfred Lord Tennyson y las amistades de su hermana le permitieron tener como modelos a grandes personalidades de su tiempo, entre ellos Charles Darwin, Tennyson, Robert Browning. Las fotografías de Cameron fueron las únicas que se hicieron de aquellos personajes.

A pesar de que la fotografía en aquel tiempo era un asunto lento y engorroso, Julia logró hacer miles de retratos. Sus pacientes modelos se prestaban a sentarse por horas frente a luces intensas que los dejaban ciegos, sosteniendo quietudes agotadoras. Con el tiempo y la experiencia, Cameron decidió especializarse en retratos y alegorías. Ambos trabajos empezaron a mostrar un sello distintivo que algunos fotógrafos de la época censuraban y hacían objeto de burlas: el uso intencional de desenfoques y las líneas borrosas resultantes de ligeros movimientos del modelo. Lo cierto es que estos “errores” técnicos le daban a sus fotografías una aureola sobrenatural: parecía haber atrapado no solo la imagen, sino la vida misma de los personajes.

En 1875, después de padecer grandes dificultades económicas, los Cameron regresaron a vivir a Ceilán. Al llegar a Colombo, traían sus ataúdes de equipaje. Julia continuó hacienda fotografías –de la vida cotidiana de la isla- pero encontró grandes dificultades para hacer el revelado y para vender su trabajo. Los últimos años de su vida renunció gradualmente a su afición. Murió de un resfriado el domingo 26 de enero de 1879, a los 63 años de edad.

Julia Cameron nunca supo, y jamás imaginó, que llegaría a ser considerada una de las retratistas más importantes del siglo 19 y que sería referencia obligada en la historia de la fotografía. No dejó escuela, porque pocos en su tiempo supieron apreciar su estilo. Su sobrina Julia Prinsep Stephen –una de sus modelos favoritas- escribió su primera reseña biográfica. Años más tarde, Virginia Woolf, la hija de Julia Stephen, editaría la primera colección de fotografías de Cameron y la incluiría como personaje en su única obra teatral. Pero el reconocimiento verdadero de sus méritos solo llegaría setenta años después de su muerte, cuando se publicó el primer estudio serio sobre su obra. Ahora todo el que ve su trabajo lo encuentra genial.
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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena.

Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

En 2015 publicó su novela histórica Santa María del diablo, que relata la fundación y posterior decadencia de Santa María la Antigua del Darién. Con ella ganó el International Latino Book Award 2015 en la categoría de Mejor Novela Histórica en Español.

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