WHAT’S WITH THE X
Por Catalina Rincón-Bisbey*
La sagrada trinidad de las políticas de identidad —raza, género, orientación sexual— sufre del agotamiento que su establecimiento en la cultura progresista dominante de los EEUU ha ocasionado. Nadie quiere estar en el lado equivocado de la Historia y esa verdad ha llevado a una autocensura por el miedo a la cancelación. De ahí que se responda casi que automáticamente a la pregunta por la identidad desde estos focos y a veces desde otros como la religión o el estatus migratorio —casi nunca desde la perspectiva socioeconómica porque criticar el capitalismo es tabú—. Esa rigidez ignora que la identidad pasa no solo por la experiencia sino también por el/la otro/a, ante quien nos identificamos, y por el lenguaje, con el que la expresamos. Es decir, la identidad no es solo factual, sino que es atravesada por el deseo —el propio y del/a otro/a— y por la fluidez de esa dinámica y del lenguaje. Es una negociación constante y como tal está llena de tensiones.
La forma en cómo representamos nuestra identidad ante otros, y cómo éstos perciben eso que queremos (o no) decir en ese performance, contiene la misma tensión que yace inherentemente en el lenguaje que usamos para expresarla. Fluido y abierto, el lenguaje lucha por una precisión que nunca alcanza porque a la vez que incluye significados los excluye, está enmarcado en contextos siempre contingentes y depende de otros para realizarse. En ese proceso de discriminación del lenguaje, la apertura para interpretaciones es vasta y a la vez limitante. Los términos Hispanic y Latino/a/e/x, omnipresentes ahora en los Estados Unidos como términos identitarios dominantes entre las comunidades de herencia hispana y/o latinoamericana, hablan de esa tensión en el lenguaje.
Estos términos que han sido usados por mucho tiempo, han adquirido mucha relevancia en las últimas cuarenta décadas cuando hispanos/as o latino/a/e/xs se han ido convirtiendo en la minoría más grande de los Estados Unidos. El alias Hispanic, que esencialmente significa o es relativo a España y/o a las culturas de habla española (como los países Hispanoamericanos o las comunidades en los Estados Unidos con esta ascendencia) fue añadido al censo a principios de los años 70 del siglo pasado. La meta de los activistas políticos que habían trabajado por esta adición era visibilizar sus comunidades y crear conciencia de su marginalización y de las luchas que tenían que dar como una minoría poco respetada y representada. Sin embargo, pronto se evidenciaron las limitaciones del término. ¿A quiénes incluía el término Hispanic? Pero aún más relevante: ¿a quienes excluía?
Más tarde en los 70, la palabra Latino —abreviación del término latinoamericano— se populariza entre quienes entendían que el término Hispanic excluía identidades continentales que no habían sido determinadas por el idioma español. Pero también, y como pasa en América Latina, porque muchas de esas comunidades preferían desasociarse del legado colonial español enfatizando más bien su identidad hemisférica conectada a las nociones de progreso y modernidad y como forma de resistencia imperial. A pesar de que en sus orígenes el término Latinoamérica es tan eurocéntrico como el de Hispanoamérica, la forma en que se lo ha resignificado ha sido productiva. Si bien fue usado en la corte de Napoleón III, quien quería expandir la influencia de su imperio francés (romano) a l’Amérique Latine, en el siglo XIX muchos pensadores y políticos latinoamericanos adoptaron el término para oponerse al panamericanismo liderado por los Estados Unidos. Esta necesidad de usar términos coloniales para resistir otras formas de colonización es uno de los conflictos centrales de la identidad latinoamericana —conflicto que también presenta el uso del término Latino en los EEUU—. Así, a fines de los 70, este término se pensó como una forma de expresar el acceso a la modernidad a la vez que como un término más inclusivo en cuanto ha tenido el potencial de incluir otras culturas, además de las hispanohablantes, como la brasileña o culturas que no se identifican con la herencia europea, como las indígenas. Sin embargo, volvemos al mismo desafío que nos impone el lenguaje: ¿a quiénes incluye el término Latino/a? ¿Los/as españoles/as se puede identificar como Latinos/as en los EEUU? ¿Y las personas de ascendencia asiática o africana, por mencionar unos pocos ejemplos?
Para compensar, algunas comunidades subrepresentadas han añadido al Latino/a términos o letras con las que se identifican, como Afro-Latino/a, Asian-Latino/a o Latinx. Esta última se origina como un término de inclusión por las personas de género no binario; sin embargo, ha sido muy controversial en el mundo hispanohablante. Por un lado, la X al provenir del inglés, es decir, al no ser orgánica del español, ha abierto discusiones sobre la legitimidad de su uso en los países latinoamericanos y sobre la neo–colonialidad del lenguaje proveniente del Norte Global. El inglés es la única lengua indo–europea proveniente de Europa que actualmente no tiene géneros, lo que a la vez que facilita la neutralización del Latino/a con la X, también crea la noción problemática de ser un idioma más progresista sobre otras lenguas que sí usan el género. Por otro lado, la pronunciación de la X puede ser problemática para algunas personas que no crecieron en los EEUU y las dejaría por fuera quienes sí la pueden pronunciar, derrotando su propósito original de inclusión. Y finalmente, ha sido interpretada como un gesto juvenil que no debe ser tomado en serio. IG y TikTok están plagados de burlas y estereotipos contra quienes usan Latinx en vez de Latino/a. En América Latina se han usado otros símbolos del lenguaje con los que se ha expresado la inclusión de género como la arroba (@) y la «e» (Latine). Como forma de resistencia, Latine está siendo cada vez más usando los EEUU, sin embargo, Latinx es el término que se está institucionalizando. A pesar de estos esfuerzos por representar, la pregunta por quienes incluye o excluye estos símbolos vuelve a surgir. ¿Todos, todas, todes, todxs han sido finalmente incluido/a/e/xs?
Pese a todos estos movimientos del lenguaje por incluir y representar, hoy en día los términos Hispanic y Latino/a son usados casi que indistintamente no solo entre no–latino/as sino también entre las personas de estas comunidades, mientras que el uso de Latinx o Latine ha pasado a ser un distintivo claro de clase y de educación, en tanto que muestran el acceso a ese capital cultural, y una declaración de valores políticos. Muchos prefieren un término sobre el otro o muchos prefieren enfatizar su origen nacional y a muchos otros simplemente no les importa y escogen de acuerdo a las circunstancias. Sólo para poner un ejemplo relativo al tema, yo me tiendo a identificar como bogotana, o colombiana, o latinoamericana, o latina, o latinx, o latine. Cada una de esas palabras implican e indican algo clave de mi identidad y así como pueden ser suficientes, generalmente no lo son y de ahí que tenga que estar negociando con ellas para expresar cómo quiero ser identificada. Esta fluidez y contingencia que constituye nuestras identidades y el lenguaje que usamos para expresarlas, nutre la pregunta que ha tenido a académicos produciendo cientos de ensayos y libros sobre la latinidad. ¿Qué significa ser Latino/a/e/x en los EEUU? ¿Qué cosas en común compartimos y qué diferencias se han borrado de nuestras experiencias extremadamente diversas en el uso de términos que nos han ayudado a obtener capital político y visibilidad en esta cultura? Pero aún más relevante: ¿cómo aprovechar esos términos y, sobre todo, las tensiones del lenguaje, no para limitar y asfixiar con las palabras «correctas» sino para expresar su fluidez y nuestra fluidez identitaria?
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*Catalina Rincón-Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day School y Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periodico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Catedral Tomada.