Cronopio leído

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yo siendo el otro

YO SIENDO EL OTRO: RESEÑA DE LUIGI PIRANDELLO

Por Memo Ánjel*

«Pero lo que no pensaban ellos, lo pensó él».
(Luigi Pirandello. Uno, ninguno y cien mil —novela—)

«La verdad …, hasta cierto punto / Surge la pasión y se hace teatral al exaltarse».
(Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de un autor —teatro—)

LA PRESUNTA REALIDAD

La mafia (muerte a Francia Italia anhela), nació en Sicilia y tuvo sus propias leyes en un código de honor que llamaron la Omertá y prohibía denunciar actividades delictivas, lo que incluyó también intimidades que afectaran el honor de la familia entera, odios a otros cercanos y en convivencia, y deseos considerados pecaminosos, aunque latentes. Hay cosas que sólo atañen al interesado y lo mejor es cerrar la boca para no comprometer a otros que algo parecido sienten, así no haya nada en común con palabras que se dicen. Ya se sabe que, sin decirlo, hay pecados colectivos que se aceptan con movimientos de ojos y la lengua detrás de los dientes. Estos sentires, que se orean como ropa en los alambres, abundan en las familias y solo salen a flote cuando, mediados por alguna pasión contenida, se teatralizan. O, dicho de otra manera, se llega a un punto en que es necesario explotar y entonces, en la explosión, se exageran los actos y se mienten, se le anexan otras cosas y ya no se sabe si algo pasó o sigue pasando. Somos creadores de presuntas realidades.

La realidad, que sería aquello que existe y de lo cual no tenemos dudas (es una conciencia), tiene un problema y es que depende del cómo estemos nosotros. O sea que las cosas y hechos no son como son sino de acuerdo con nuestros sentires, el escenario que ocupemos y los deseos (que son una insatisfacción) que carguemos. Así que transformamos la realidad y los sucesos que, como son objetivos (están vacíos de subjetividad), hay que llenarlos con otros asuntos para que cobren forma ajustándose a otros anteriores, así nada tengan en común. La piedra no es la piedra que es sino lo que significa al transeúnte, a su estado de ánimo, sus prejuicios o miedos acumulados; también a sus amores, satisfacciones y estados del clima. La realidad, entonces, es una presunción (Descartes estaría de acuerdo con esto) o, si se quiere, como sostiene Luigi Pirandello, una ilusión, algo que nos pasa y se ancla en un pasado compuesto por lo que queramos sentir. Y que para regresar a ella (a la realidad) hay que teatralizar añadiendo material a la obra: palabras que no se dijeron, situaciones deformes, insinuaciones sobre lo que pudo pasar, deseos escondidos, literatura para enmarcar el hecho, situaciones presentes que no estuvieron en el pasado que se rememora, etc.

Y a más de lo anterior, la realidad tiene otro problema y es que no dura nada. Al momento de haber pasado por ella, se está convirtiendo en lo que en verdad pudo ser, lo que puede admitir que no fue o que sí fue, pero de otra manera. El tiempo maquilla la realidad y solo el teatro la captura de nuevo, dando una versión de ella: la verdad hasta cierto punto. Pero a esto hay que añadir un nuevo problema: a la verdad hay que añadirle mentiras para que haya decorado. Y así se llega a lo cierto, pero con añadidos. Es el trabajo que hacen las salsas sobre una comida amarga.

LOS PERSONAJES EN PALABRAS DE OTRO

Nos hacemos con palabras. El mundo son palabras, las situaciones también lo son. En la palabra vivimos, nos añadimos, confrontamos, hacemos preguntas y encontramos respuestas. Y en las palabras, incluso, creamos lo que no existe y por esto es posible la fantasía y el sentimiento desbordado, el cambio de sentido (el eufemismo) y el susto, que es una visión alterada. ¿Y qué provoca a una palabra? Otra, creando un yo-tú buberiano, es decir, una presencia de dos o más en actitud de ser según sea la situación y el escenario.

Un personaje es una entidad creada por las palabras. Es una presencialidad que tiene algo qué contar o exigir, un incitador. Es una creación de otro (del autor) que de alguna manera es él mismo bajo otra óptica, sea desde un espejo deformado, un recuerdo fragmentado o la necesidad de una alteridad que confronte o sea cómplice (como sucede igual en la esquizofrenia). De todas maneras, un personaje es un suceso externo y hace parte de esa realidad que construimos de manera espacial y objetual, en la que todo se mueve de acuerdo con las fuerzas que aparezcan, sean reales o emocionales, como pasa en los amores platónicos o en los laberintos kafkianos. Un personaje es un sueño o una pesadilla, todo depende de cómo se mueva uno por el mundo y por el cerebro.

Pero en el mundo del absurdo (que es una creación de otra realidad y en ella otras condiciones), donde todo es posible dándole la vuelta o quitándole un pedazo, como que la eternidad exista sin ninguna prueba (esto iría contra la entropía), por ejemplo; que la oscuridad sea clara o lo pequeño una inmensidad (el oxímoron), que se pase de una vida a otra después de la muerte (el samsara) o que simplemente unos personajes aparezcan buscando a un autor, lo absurdo, como digo, es otra posibilidad. Y no curiosa sino apetecible y quizá con más sentido que la creación misma. Supongamos que al inicio de la historia aparece un hombre y le dice a D-s, «necesito que usted me cree, me ponga en un escenario y yo sea lo que soy exactamente, pero con el permiso de usted. Esto lo convertirá en director y sus ángeles podrán representarme aprendiendo de mí y ejecutar un buen oficio como actores». Lo anterior parece un absurdo, pero también una realidad. Esto se podría discutir entre teólogos y antropólogos en una buena obra de teatro.

Los personajes, decía Macedonio Fernández (un escritor de absurdos ciertos), pueden salirse de una novela si lo que viven en ella no les agrada; incluso pasarse a otra, si es más de su gusto. Y para el caso de Luigi Pirandello, aparecer en medio de un ensayo, reclamar que los creen y llevar a que la obra que se pensaba poner en escena, acordada antes entre actores y director, cambie de rumbo. Este imprevisto, que no nace del absurdo sino de una pregunta con sentido (yo quiero ser representado por otro para verme yo mismo) cobra mayor fuerza cuando la representación que se exige toca lo íntimo y, en un escenario cuasi psicoanalítico, se puede soltar al fin lo que no se ha dicho. Y si bien lo escondido bien pudo expresarse libremente en otro espacio (la casa, la calle, en el mercado), para que no haya confusión ni recriminaciones, otras cosas agregándose (y mucho menos escándalo), lo mejor es la presencia de un director de teatro que nos organice y permita vernos en calidad de actores, poniendo en evidencia las palabras escondidas, los actos reprimidos y las intimidades cómplices, pero aprisionadas antes por falta de un escenario prefabricado. Así, puesto en escena lo temido, me analizo y digo lo que quiero en una realidad supuesta dividida por escenas, cuadros, juegos de luz y tramoyería. Una obra de teatro. ¿No es eso la verdad… hasta cierto punto? O en su totalidad, pero no creída porque, puesta en las tablas, es una ficción, una exageración y una manera de decirlo detrás de una máscara.

LO DE LUIGI PIRANDELLO

Cuando en 1921 se estrenó Seis personajes en busca de un autor, las opiniones se dividieron, algunos críticos se dieron contra la pared reclamando hogueras, aparecieron envidias delirantes y risas por debajo, muchos espectadores no entendieron la obra y otros se fueron a los puños, aclarando situaciones de realidades supuestas. Desde este punto de vista, el éxito de la obra fue confrontar a los espectadores y ponerlos en frente a sus intimidades y sus miedos a ser descubiertos.

Como buen siciliano, Luigi Pirandello puso en escena una violación a la Omertá, pero no con base en una traición o un delito sino colocando en escena lo que no se dice, pero pasa y carcome en un grupo de familia. Los hechos, las sospechas, los pequeños odios, las infidelidades, los fetiches, los duelos que se mantienen por tradición pero que podrían ser alejados con solo dejar caer el vestido negro, lo que sería una manera de que el eros venciera al thanatos poniendo la vida por encima de los muertos.

Los personajes que buscan un autor (un padre, la madre, la hijastra, el hijo y dos niños muertos), se valen de una obra de teatro para poner en evidencia la función de la libido en los mundos reprimidos, los celos controlados, el deseo continuado, las culpas evadidas y la necesidad de estar juntos para hacerse reproches con los ojos anudando la lengua. Esto que se sabe y la familia no dice (cada uno es un campo de batalla en silencio), puesto en escena, bajo un director y unos actores, puede decirse, gritarse, mostrarse y lucirse. Y como en familia la verdad puede llevarse hasta cierto punto, actuándola en un teatro puede decirse completa desde un actor y unos escenarios de tela y cartón. Vestida así la verdad, no parece serlo. Pero es. Y lo más interesante, es cada vez más ella misma cuando se cambia de sombrero, que es algo que adorna, suaviza y embellece la cabeza, pero no cambia lo que hay en ella.

Y esta historia, la de los seis personajes en busca de un autor, tiene como base un sombrero. Un sombrero que inicia un proceso de seducción (la del padre con la hijastra a la salida de la escuela) y al fin se cumple en otro sitio, abundante en sombreros y telas, administrado por una madame (prostituta y celestina) con apellido Paz, lo que ya es un indicativo. Personaje que entra también en escena por un momento, para que se sepa que el asunto familiar, su problema emocional, contiene al diablo del deseo: de la viuda que lo ha ejercido, del hijo que lo teme y de la hijastra que al fin lo luce, igual que el padre. Una familia tipo esta, como la llamaría Jorge Asís, el escritor argentino. Una familia que busca ser actuada para que, interpretada por otros, amplíe lo que fue una verdad hasta cierto punto.

Luigi Pirandello fue un vanguardista (lo sigue siendo), ganó el Premio Nobel en 1934 y murió en 1936. Y su obra, que se mueve en tiempos absurdos (Franz Kafka, Hermann Broch, Elías Canetti, Felisberto Hernández, Macedonio Fernández), se ajusta a lo que Karl Kraus llamó Los últimos días de la humanidad, título de una obra de teatro imposible de interpretar.

Luigi Pirandello escribió teatro, novela, cuentos, ensayos. Y se murió diciendo: «¡Qué lástima!». Váyase a saber si ya era un personaje buscando autor.

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 * Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

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