Sociedad Cronopio

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Estudiar al narco

ESTUDIAR AL NARCO

Por Juan Carlos Ramírez-Pimienta*

Este 2013 se cumplen 21 años de mi interés por el narcocorrido. Cursaba yo el tercer semestre de la maestría en letras hispanoamericanas en la Universidad de California en Los Ángeles en 1992 cuando tomé un seminario del corrido con el finado Dr. Guillermo Hernández, docente de la institución y gran experto en el tema del corrido mexicano y chicano. Ese año, en noviembre, por invitación del mismo profesor Hernández, asistí junto con un par de compañeras al Primer Congreso Internacional del Corrido en Monterrey, México. Tres alumnos componíamos la delegación estudiantil de UCLA bajo la tutela de profe Hernández. Y cuando digo tutela no creo exagerar pues en un corrido que se compuso al final del congreso, en el que se comentaban de forma chusca las ponencias y los ponentes, nosotros quedamos englobados bajo el título de los “pollitos de Hernández”.

En esa reunión escuché a grandes especialistas del tema como John McDowell y Antonio Avitia. Si bien en ese congreso no hubo ninguna ponencia sobre narcocorrido, sí recuerdo haber charlado con un par de investigadores sobre Chalino Sánchez, el compositor y cantante afincado en Los Ángeles, California. El contexto de la charla fue casual, Chalino había muerto pocos meses antes. Lejos estábamos de imaginar lo significativa que iba a resultar su obra para el desarrollo del género. En gran parte gracias a él en posteriores congresos el tema de los cantos al narco gozaría de un papel cada vez más central. Para el congreso del año 2000 en la capital mexicana y, sobretodo, para la reunión del 2003 en Culiacán, México, el narcocorrido sería el hilo conductor de la conferencia.

La historia del llamado narcocorrido es ciertamente muy larga. Yo mismo he documentado canciones a narcotraficantes y narcotráfico grabadas en la década de los años 30 del siglo pasado. Si bien a través de los años han mermado o incrementado su popularidad, en mi investigación hago hincapié en lo difícil que resulta encontrar narcocorridos en los años de mayor crecimiento económico. Siguiendo esta misma lógica, a partir de las décadas de mayor crisis financiera el género ha experimentado su mayor producción y consumo. En efecto, incluso adaptándose a un contexto muchas veces hostil por parte del Estado mexicano el canto a los traficantes ha conseguido incrementar su presencia social y cultural.

Hace casi diez años publiqué “Búsquenme en el internet” un artículo sobre el narcocorrido finisecular. Siguiendo una lógica no demasiado oscura mi ensayo anunciaba el derrotero que, según yo, tomaría el género acosado por la censura que lo mantenía alejado de la radio y de la televisión.  Para esos años ya existían los blogs y las plataformas para compartir música pero aún no se inventaba YouTube (no lo sería sino hasta el 2005). Si tuviéramos que buscar una causa principal por la que el narcocorrido sobrevivió al asedio de la censura gubernamental mi voto va para YouTube. Es verdad que las canciones nunca dejaron de escucharse en los autos (principalmente en las camionetas) transitando por las calles con los estéreos a todo volumen pero sí era difícil escucharlos en las estaciones de radio y en los programas televisivos. Definitivamente, lo que permitió que el narcocorrido sobreviviera fue el internet.

Empero, de algún modo la prohibición en estos medios lo que hizo fue incrementar el capitán simbólico que escuchar lo vedado proveía. Algunas casas disqueras supieron sortear e incluso aprovechar la censura radial y surgieron series como “Las que no se tocan en la radio” (así como el fenómeno de los corridos prohibidos en Colombia). Lo marginal comenzaba a desplazarse de manera notoria al centro.
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En este sentido, con toda justicia hay que dar crédito al primer icono del narcocorrido, el ya mencionado Chalino Sánchez, en este proceso de democratización del género que YouTube ha logrado exponenciar. Si bien Sánchez murió trágicamente (secuestrado y asesinado) en mayo de 1992 cuando la World Wide Web estaba aún en pañales, sus videos y audios llenaron los foros de Internet. En el mismo YouTube surgen más de 25 000 resultados al entrar su nombre. Sólo hace falta oír cantar a Chalino para darse cuenta de que lo que él vendía era estilo más que voz. Para decirlo más claramente, su voz estaba lejos de ser privilegiada. Así, se convirtió en el mayor democratizador del narcocorrido. La lógica es simple, muchos de los que suben sus corridos a YouTube y a otras plataformas similares lo hacen pensando que si Chalino, tan poco agraciado vocalmente, pudo hacerlo ¿por qué ellos no?

En lo que a mí respecta, al paso de los años me he ido convirtiendo en una suerte de vocero y experto en lo que concierne a la narcocultura en general y al narcocorrido en específico. Con frecuencia medios de comunicación tanto mexicanos como extranjeros me piden comentar sobre el tema. Si me es posible siempre accedo y la gran mayoría de las veces la experiencia ha sido positiva aunque con el tiempo he aprendido que no siempre lo que digo es lo que se imprime. Lo anterior lo atribuyo mayormente a errores involuntarios. En ocasiones también hay una cuestión subyacente al hablar de estos tópicos, es una cuestión ética que se centra precisamente en si se debe o no hablar de estos temas, si hacerlo implica una apología del delito. Periódicamente hay incluso una suerte de apología de la apología percibida y el periodista se siente obligado -o proclive- a decir que soy una persona muy tranquila. Lo cual es verdad. For the record: nunca he sido narcotraficante, ni trabajo para ellos.

Mi postura siempre ha sido que la narcocultura es un tema demasiado importante como para no estudiarlo, como para dejarlo debajo de la alfombra. En esencia, lo que me atrajo al campo, y que me tiene aún intrigado después de dos décadas, es la naturaleza de la construcción heroica (o anti heroica) para la sociedad y la cultura mexicana. Empero, resulta evidente que el antihéroe es atractivo para una miríada de civilizaciones y culturas. No por nada Tony Soprano y sus secuaces mantuvieron secuestrada a la audiencia y crítica norteamericana que masivamente sintonizó el programa televisivo de la HBO por muchos años. El público apoyaba a Tony y sus guerras gansteriles; al final de la serie no querían que muriera… y no murió.

En Latinoamérica pasa algo muy parecido con las llamadas narco telenovelas donde buena parte del público le va al anti héroe aunque no deja de reconocer que muchas veces actúa de forma cruel y despiadada, llanamente mal. Los latinoamericanos nos laceramos por esta ambivalencia. Yo nunca he leído un ataque en Estados Unidos hacia el éxito de la zaga de El Padrino. La mitología detrás de estos capos (Don Vito y Michael Corleone) es compartida por sus pares latinoamericanos; de alguna manera, la pobreza o las circunstancias los obligan, orillan, alientan (etc.) a delinquir. El caso de los corridos es semejante; la mitología del género ofrece razones para justificar las acciones de los héroes – o antihéroes si así se prefiere llamarlos. Con frecuencia se habla de una degradación de valores en el narcocorrido, de una suerte de devaluación del género sobre todo al compararlo con los corridos de la Revolución mexicana. A estos usualmente se les presenta como los auténticos y puros mientras que a los narcocorridos se les asigna el papel de hijos bastardos o copias defectuosas… si bien les va.
Yo, por mi parte, siempre que viene al caso enfatizo que es un error buscar en los corridos de la Revolución el antecedente del narcocorrido pues esté proviene del corrido de conflicto intercultural fronterizo, el corrido méxico-tejano donde el mexicano se enfrenta, usualmente por alguna injusticia, a la autoridad estadounidense. De cualquier manera el corrido de la Revolución comparte con el resto del género el no ser la “pura verdad” como cantaban Los Tigres del Norte, el ser una visión parcial, pero importante, de un pedazo de su tiempo. Como los narcocorridos de ahora el corrido de la Revolución también se hizo muchas veces por encargo, con la encomienda de alabar un grupo o facción o de dar una versión de algún hecho bélico.

¿Cuenta el narcocorrido la verdad? A veces. Así, en corto y directo, a veces cuenta la verdad verificable: en otras ocasiones cuenta su versión de lo que pasa o pasó y en muchas otras lo que narra es mera propaganda o apología. Empero, contrario a lo que muchas veces se da por descontado, el género mismo no tiene ideología, es un género que históricamente lo mismo ha criticado que justificado o incluso glorificado al narcotraficante y al narcotráfico. Todo es según el corrido y el contexto en que se produce, se disemina y se escucha. Curiosamente, como apunté antes, el origen del narcocorrido es la frontera méxico-tejana.
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Las primeras grabaciones con que contamos fueron hechas en Estado Unidos por compañías estadounidenses y hoy en día su mayor público se encuentra en la Unión Americana, lugar donde residen muchos de los principales grupos y solistas del género: Los Tigres del Norte y Los Tucanes de Tijuana, de la vieja escuela; y de los nuevos, Gerardo Ortiz y Alfredo Ríos el Komander para dar tan solo unas muestras. Como el negocio de la música ha dejado de ser la venta del disco y ahora es de los conciertos donde surge el dinero, entonces podemos decir que es de las comunidades mexicanas en Estados Unidos de donde procede la mayor parte de los ingresos de los intérpretes.

Precisamente, al estudiar el género una pregunta motor es qué da éste a los que lo escuchan. En el caso de los mexicanos que lo consumen en Estado Unidos la respuesta no es tan complicada. El narcocorrido es un género que empodera y para aquellos que se sienten marginalizados en una sociedad que los victimiza, tres minutos escuchando paisanos poderosos que no le temen a nada (ciertamente a ninguna autoridad angloamericana) puede resultar intoxicante. Para esa población el narcocorrido es bien venido. Todo lo que tienen que hacer es concentrarse en los valores positivos de las canciones; que los hay: la valentía, la lealtad, la generosidad etc. En fin, el proceso es hacer un ejercicio de equilibrio y suspender momentáneamente el juicio moral; olvidarse de la otra parte de la ecuación, de los muertos, la violencia, los secuestros, los desplazados etc.
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* Juan Carlos Ramírez-Pimienta tiene un Doctorado de la Universidad de Michigan. Tiene un máster en la Universidad de California, sede Los Angeles.  Es especialista en estudios culturales y literarios de México y la frontera. Sus áreas de docencia e investigación son las literaturas contemporáneas de América Latina y Culturas (incluyendo Culturas Populares), nacionales, transnacionales e identidades musicales post-nacional, la migración y Popular Poética.

*El libro más reciente de Ramírez-Pimienta explora el origen y desarrollo de las baladas inspiradas en el narcotráfico: “Cantar a los narcos: voces y versos del narcocorrido”. México: Editorial Planeta (Temas de Hoy), 2011

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