Arte Cronopio

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Andres Segovia

ANDRÉS SEGOVIA Y LA DANZA CASTELLANA DE FEDERICO MORENO TORROBA

Por Julio Gimeno*

El siglo XX supuso para la guitarra un periodo de especial relevancia. Soplaban nuevos vientos para la música que se ha venido en calificar como «clásica» y, en un momento dado, la mirada del público, de los críticos, de los compositores, vino a fijarse en un instrumento que en aquellos años ocupaba un espacio bastante marginal en ese mundo. Hasta entonces, la música para guitarra básicamente había sido escrita por sus propios intérpretes, que ejercían de eventuales compositores amateurs, pero ahora también los «profesionales», los compositores sinfónicos, quisieron volcar sus ideas en un instrumento que —en palabras de Manuel de Falla— era especialmente apto para la música moderna [1]. Precisamente Manuel de Falla (1876-1946) fue el autor de la obra para guitarra más emblemática de ese periodo: el Homenaje a Debussy, compuesto en 1920.

Andrés Segovia (Linares, 1893 – Madrid, 1987), el guitarrista más famoso del siglo XX (que es lo mismo que decir el más famoso de todos los tiempos), siempre reivindicó que la primera obra escrita para el instrumento por un compositor no guitarrista fue la Danza castellana de Federico Moreno Torroba [2] y que fue justamente esta pieza la que estimuló «a Manuel de Falla a componer su bellísimo Homenaje y a Turina, su espléndida Sevillana».[3]

En los párrafos siguientes, pretendemos demostrar la inexactitud de esta afirmación e intentaremos aclarar los detalles y circunstancias de la composición de la Danza castellana.

ANDRÉS SEGOVIA Y EL NUEVO REPERTORIO DE LA GUITARRA

El inesperado protagonismo de la guitarra en el siglo XX ocasionó que los intérpretes de la época se vieran de pronto inmersos en la responsabilidad de canalizar ese renovado interés por la misma y, con frecuencia, colaboraron de forma estrecha con los compositores para ayudarles a materializar en el instrumento unas concepciones musicales más o menos abstractas. Esto es algo especialmente importante en la guitarra que tan mal soporta la carencia de idiomatismo instrumental en las composiciones a ella destinadas, como ya había apuntado Hector Berlioz (1803-1869) años atrás.[4]

Andrés Segovia tomó parte activa en la tarea de asesoramiento de aspectos de digitación y otros similares a los compositores que se acercaron al instrumento de seis cuerdas, si bien normalmente la limitó a un reducido número de autores, aquellos cuyas obras mejor se adaptaban a su ideario musical y estético. Son los a veces conocidos como «compositores segovianos»: Federico Moreno Torroba, Manuel M. Ponce, Joaquín Turina, Mario Castelnuovo-Tedesco, Alexandre Tansman y, hasta cierto punto, Heitor Villa-Lobos y Joaquín Rodrigo.

La aportación de estos compositores al patrimonio musical de la guitarra, se plasmó en un buen número de obras que vinieron a sumarse a lo que llegó a llamarse «nuevo repertorio de la guitarra». Segovia englobaría luego ese proceso en una especie de plan maestro, concebido —según él— al principio de su carrera:

Desde mi juventud soñé con levantar a la guitarra del bajo nivel artístico en el que se encontraba. Al comienzo, mis ideas eran vagas e imprecisas, pero al crecer en años y hacerse mi afición más intensa y vehemente, mi decisión fue más firme y más claras mis intenciones.
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Desde entonces he dedicado mi vida a cuatro tareas esenciales:

– Separar la guitarra del descuidado entretenimiento de tipo folklórico […].
– Dotarla de un repertorio de calidad con trabajos de valor musical intrínseco, procedentes de la pluma de compositores acostumbrados a escribir para orquesta, piano, violín, etc. […].
– Hacer conocida la belleza de la guitarra entre el público de música selecta de todo el mundo […].
– Influir en las autoridades de los conservatorios, academias y universidades para incluir la guitarra en sus programas de estudio al mismo tiempo que el violín, cello, piano, etc. […].[5]

Segovia presentó más veces este plan con una formulación parecida (añadiendo, en ocasiones, un punto más) pero, como escribí en otro lugar, «sería interesante un estudio más detallado de esos propósitos […] para intentar averiguar qué tienen de consideraciones hechas a posteriori y qué de verdaderos proyectos».[6] De todos modos, lo que sí es cierto es que ya en 1917 podemos comprobar la determinación de Segovia en su compromiso con la guitarra, cuando este afirma en una entrevista:

Hay que dignificar la guitarra, en cuyas cuerdas duermen todas las armonías. Yo voy evangelizándola, elevándola a la altura del arte verdadero. Soy un luchador en este sentido.[7]

Del punto segundo de los cuatro «propósitos» de Segovia, señalados antes, punto que es el que nos concierne en el aspecto que estamos tratando aquí, encontramos un antecedente —aún en estado embrionario— en un artículo escrito por Rogelio del Villar también en 1917:

[Segovia] tiene el proyecto de aumentar su repertorio vastísimo, con obras de compositores españoles contemporáneos y con algunas composiciones suyas, que aún no se decide a dar a conocer por una delicada modestia.[8]

A pesar de la calificación que da el periodista del repertorio de guitarra de Segovia en esa época, como «vastísimo», veremos —a continuación— que para el guitarrista pronto resultó insuficiente, de manera que en su búsqueda de un nuevo repertorio a Segovia lo movieron también consideraciones de tipo práctico. En determinados momentos, ese componente práctico seguramente pesó más que la tarea «evangelizadora» que menciona el guitarrista. Pero antes de tratar este asunto, abramos un breve paréntesis para dedicar unas líneas a los textos autobiográficos que escribió Segovia.
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AUTOBIOGRAFÍA DE SEGOVIA

En 1947, Segovia comenzó a publicar en la revista americana Guitar Review un texto autobiográfico por capítulos, que tituló «La guitarra y yo», del que vieron la luz seis entregas, entre 1947 y 1961.[9] Segovia publicó más artículos de carácter biográfico y tenía también previsto publicar su autobiografía en cuatro volúmenes. [10]Lamentablemente, solo vio la luz el primero de esos volúmenes que abarca veintisiete años de su vida, desde su nacimiento (en 1893) a 1920. El primer volumen de la autobiografía tuvo tres ediciones, dos en inglés (en 1976 y 1977) y una en japonés (en 1978).[11] Segovia tuvo problemas con su editor y decidió publicar los siguientes volúmenes proyectados de su autobiografía con una editorial diferente, la fundada por William Monrow.[12] Pero otras ocupaciones impidieron al guitarrista completar la tarea y ninguno de esos nuevos volúmenes fue finalizado. De la segunda parte de su autobiografía, Segovia dejó escritos algunos capítulos que se conservan en el Museo Segovia de Linares.[13]

PRIMERA GIRA DE CONCIERTOS DE SEGOVIA POR SUDAMÉRICA

En la versión castellana de su autobiografía, titulada —como ya hemos dicho— Mi mundo, la guitarra y yo, Segovia cuenta cómo el violonchelista Gaspar Cassadó (1897-1966) le presentó a su empresario Ernesto de Quesada (1886-1972), quien unos años antes había fundado en Madrid una agencia de conciertos con el curioso nombre de «Conciertos Daniel».

Ernesto de Quesada había nacido en Cuba el 1 de noviembre de 1886. En 1905, se trasladó a Estados Unidos donde estudió en la Universidad de Harvard y luego, en 1908, viajó a Berlín donde con 22 años fundó la «Konzertdirektion H. Daniel». Parece ser que el Heinrich Daniel, mencionado en el título de la sociedad, era un personaje ficticio, un falso socio inventado por Quesada para ganarse la confianza de sus clientes que podrían recelar de un empresario tan joven como él.[14] Al comienzo de la I Guerra Mundial, en 1914, Quesada se instaló en España donde estableció en Madrid la oficina de Conciertos Daniel.

Por los datos que da Segovia, su encuentro con Quesada debió de tener lugar en 1917 ó 1918. Segovia explica que el empresario quiso que firmase un contrato de exclusividad para varios años pero que él se negó y, a partir de ese momento y hasta la retirada de Quesada de ese negocio (en 1956), ambos mantendrían una relación profesional que Segovia calificaría como de libre asociación.[15] Curiosamente, en diciembre de 1919 se publicó en la prensa de Madrid que Ernesto de Quesada había contratado a Segovia para que diese en el año 1920 una gira por Sudamérica.[16] Para extender su negocio a los países de América del Sur, Ernesto de Quesada se asoció con el uruguayo Cirilo Grassi Díaz (1884-1971) fundando la agencia de conciertos Quesada y Grassi.[17]

El 14 de mayo de 1920,[18] Segovia se embarcó rumbo a Sudamérica y el 4 de junio ofreció el primer concierto de su gira en el Salón La Argentina de Buenos Aires. La gira se prolongó durante cuatro meses, hasta finales de septiembre, y fue un paso decisivo en la carrera del guitarrista, pero también supuso para Segovia nuevos retos. En efecto, un hijo de Quesada, Ernesto de Quesada Jr., nos explica cómo «en esos tiempos los artistas debían retener «en dedos» y memoria muchos programas diferentes».[19] El pianista José Iturbi, también representado por Quesada, tocó 159 composiciones distintas y 33 obras orquestales en su temporada de presentación en México. En 1920 el pianista Edouard Risler interpretó las 32 sonatas de Beethoven en diez conciertos. En su gira mexicana el Cuarteto de Londres tocó los 16 cuartetos de ese mismo compositor… ¿Y Segovia? El guitarrista nos cuenta en su autobiografía que, para su primera gira sudamericana, Cirilo Grassi, socio de Quesada, le exigió el envío de ocho programas diferentes:

—¡Ocho programas! […] — ¿De dónde sacaré yo más de cien composiciones? El repertorio utilizable de la guitarra apenas si alcanza a cubrir dos recitales.[20]
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Y la verdad es que si examinamos los programas de los conciertos de Segovia, desde finales de 1910 hasta ese momento, veremos que el grueso de su repertorio estaba formado por obras de Sor y de Tárrega; por composiciones de Bach, de autores clásicos, de Malats y de Albéniz, transcritas también por Tárrega y —a partir de su encuentro con Miguel Llobet (1878-1938), a finales de 1915— por las transcripciones de música de Granados y las armonizaciones de canciones catalanas llevadas a cabo por este discípulo de Tárrega. Habrá que esperar hasta la siguiente gira sudamericana de Segovia, en la segunda mitad de 1921, para encontrar una pieza del «nuevo repertorio» en sus conciertos: la Danza castellana de Federico Moreno Torroba.[21]

FEDERICO MORENO TORROBA (1891-1982) [22]

Segovia conoció al compositor madrileño Federico Moreno Torroba seguramente en 1918. Esto se deduce de lo que nos cuenta Segovia en su autobiografía, donde dice que:

Federico Moreno Torroba, de quien la Orquesta Sinfónica, capitaneada por Arbós, acababa de estrenar con éxito un poema, acaso La Ajorca de Oro, si no yerro, me fue presentado con palabras muy elogiosas por el concertino Sr. Francés.[23]

El Sr. Francés debe de hacer referencia a Julio Francés Rodríguez (1869-1944), concertino de la orquesta del Teatro Real y también de la Orquesta Sinfónica de Madrid que dirigía Enrique Fernández Arbós (1863-1939). Precisamente, Julio Francés había dirigido la Orquesta Sinfónica el 16 de junio de 1913, en el mismo ciclo de conciertos en el que un día antes Segovia había ofrecido una de sus primeras actuaciones en Madrid.[24]

Como vemos, Segovia dice que la obra interpretada por la Orquesta Sinfónica podría ser La ajorca de oro, un poema musical compuesto por Moreno Torroba en 1917 [25] y estrenado al año siguiente, el 13 de enero de 1918. Pero el estreno y las interpretaciones sucesivas de esta obra, estuvieron a cargo no de la Sinfónica —como afirma Segovia—, sino de la orquesta que dirigía Rafael Benedito Vives (1885-1963).

Sabemos que Segovia ya conocía al compositor madrileño en 1921, puesto que ese año el guitarrista interpretó su Danza castellana en un concierto (ver más adelante). Hay tres obras orquestales más de Moreno Torroba anteriores a 1921 y que por tanto son candidatas a ser la obra ejecutada justo antes del encuentro de los dos músicos: Zoraida (cuya primera audición en Madrid tuvo lugar el 26 de octubre de 1918),[26] Capricho romántico (estrenada el 5 de enero de 1919) y Cuadros (estrenada el 19 de diciembre de 1919). De las tres, la única obra que fue dirigida por Arbós al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid —en consonancia con lo relatado por Segovia— fue Zoraida,[27] así que seguramente Segovia y Moreno Torroba se conocieron en Madrid en una fecha cercana al 26 de octubre de 1918 o quizá algo antes si es que el guitarrista se refiere al estreno absoluto de la obra en San Sebastián.[28]

Pero lo que a nosotros nos interesa ahora no es tanto cuándo se conocieron Segovia y Moreno Torroba, sino cuándo compuso este último su Danza castellana.
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LA DANZA CASTELLANA DE FEDERICO MORENO TORROBA

El 11 de junio de 1921, en el transcurso de su segunda gira por Sudamérica, Segovia interpretó la Danza castellana de Moreno Torroba en un concierto en el Teatro Odeón de Buenos Aires. En el programa se especificaba que se trataba de un «estreno». Por tanto, su fecha de composición deberá de estar comprendida entre la segunda mitad de 1918, cuando seguramente se conocieron Moreno Torroba y Segovia, y junio de 1921, cuando el guitarrista estrenó la obra en Buenos Aires. Como además Segovia afirmaba que la Danza castellana fue escrita antes que el Homenaje a Debussy de Falla (el manuscrito del Homenaje está fechado entre el 25 de julio y el 8 de agosto de 1920) y en su autobiografía habla de la obra de Moreno Torroba justo antes de narrar su embarque rumbo a Sudamérica (el 14 de mayo de 1920) para emprender su primera gira por aquel continente, no es de extrañar que en un reciente artículo de Walter A. Clark y William C. Krause se dé como fecha de composición de la Danza castellana los primeros meses de 1920 o poco antes.[29] Yo no estoy de acuerdo con esta datación, como expondré a continuación.

Quizá nuestras dudas sobre la fecha de composición de esta obra se despejasen si pudiésemos consultar el manuscrito autógrafo de la Danza castellana. Pero, lamentablemente, por lo que yo sé, ese manuscrito no está localizado. Es posible que resultase destruido durante el asalto al apartamento de Segovia en Barcelona, al inicio de la Guerra Civil española, o quizá se extraviase en alguno de los numerosos cambios de domicilio del guitarrista. Lo que sí se conserva es un manuscrito, de mano de Segovia, con la versión que este realizó de la obra poco antes de su estreno. Ese manuscrito está ahora, junto a otros diez autógrafos de Segovia, en la universidad de Yale, tras la adquisición en 1995 del lote de partituras en una subasta. Con anterioridad, los manuscritos se encontraban en posesión de la familia Quiroga de Barcelona.
(Continua página 2 – link más abajo)

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