Literatura Cronopio

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«FANTASMAS DE LA CHINA» DE LAFCADIO HEARN

Por Sebastián Pineda Buitrago*

“Cuento chino”. Así solemos tildar algo cuando parece falso y fantasioso.

China, en nuestra cultura occidental, ha estado tan asociada con lo inconmensurable y lo mágico, que en muchos aun persiste una pizca de duda y se preguntan en silencio si realmente existe un país tan enorme al otro lado del mundo, repleto de miles y millones de hombres con ojos rasgados que trazan una caligrafía tan extraña como su arquitectura y que viven en pequeñas ciudades de provincia donde puede caber toda la población de Inglaterra o de Colombia.

Esa idea de la irrealidad de China alimentó varias ficciones de escritores tan modernos y occidentales como Kafka y Borges. Ambos intuyeron que en China las dimensiones son inconcebibles para un “cristiano”.

Y ambos se dieron cuenta que sus nociones del infinito, del tiempo cíclico, de los caminos que se bifurcan en direcciones sin comienzo y sin destino, nacieron en esa cultura varias veces milenaria.

El doctor Yu Tsun es el protagonista del cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”. A Borges lo había fascinado el relato de Kafka titulado «La muralla china» (1919). Incluso lo consideró el más memorable de todos sus relatos por encima de «La metamorfosis». Por cierto, ¿no habrá tomado Kafka la idea de Gregorio Samsa de esa fábula de Chiang Tzu llamada “Sueño de la mariposa”? “Anoche soñé con una mariposa. Ahora ya no sé si fui un hombre que soñaba ser una mariposa o si soy una mariposa que sueña ser un hombre”.

Lo cierto es que Kafka jugó en su relato de «La muralla china» con la idea de lo infinito. Con la voz de un niño chino común y corriente, para quien esas nociones eran de lo más normal, imaginó que ejércitos infinitamente lejanos, mandados por un emperador infinitamente remoto en el tiempo y en el espacio, ordenó que infinitas generaciones levantaran infinitamente un muro infinito que diera la vuelta a un imperio infinito. Y, sin paradoja, esa muralla es real y es la única obra humana observable desde el espacio.

De suerte que al consultar en su propia fuente la literatura oriental, quedamos sorprendidos de que nuestras ideas más irreales aparezcan como costumbristas. Así nos pasa al leer “Fantasmas de la China”, una serie de cuentos milenarios vueltos a contar o divulgar por Lafcadio Hearn (1850–1904).

No deberíamos hablar mucho del autor, porque en China también parece disiparse esa noción tan arraigada de la individualidad que tenemos en Occidente. El escritor ha sido para ellos sólo una suerte de médium, un simple mensajero que transmite algún mensaje de los dioses.

Es el divulgador, no el creador.

Como Cervantes al imaginar a Cide Hamete Benengueli, la importancia de Lafcadio Eran, después de haber vivido varios años en Japón, es precisamente que se tiene como el gran divulgador de la cultura oriental en lengua inglesa. Los cuentos recogidos en este libro, “El espíritu de la Gran Campana”, “La historia de Ming-Y”, “La leyenda de Tchi-Niu”, “El regreso de Yen-Tchin-King”, “La tradición de la planta de té” y “El cuento del Dios de Porcelana”, por momentos nos eriza la piel. Si todos los personajes que aparecen son fantasmas del pasado, no surgen tan previsiblemente como los occidentales.

Creemos que los nuestros son criaturas del mundo de los muertos que a ratos vagan invisibles y tristes en el mundo de los vivos. Pero los fantasmas orientales son otra cosa: emperadores delirantes o mujeres hermosas que aun en el otro mundo perduran con sus habitaciones, sus carruajes y sus palacios como evaporados.

Pablo de Santis lo explica mejor en el estudio posterior que acompaña estos relatos.   “Los cuentos europeos –dice– se apoyan en repeticiones seguramente con el propósito de hacer más fácil el trabajo de la memoria. Los cuentos orientales, en cambio, parecen construidos para desafiar su recuerdo”.

Y agrega que así como la antigua arquitectura china rechazaba la simetría, tal vez la gramática que subyace en sus relatos se haya contaminado de este gusto por los giros inesperados.

“O tal vez estos cuentos prefieran otra memoria: la que recuerda todo aquello que es único, que no se repite, que brilla una vez y desaparece”. Porque todo es temporal.
Por lo demás, vale la pena señalar que muchas de estas fantasías nutren gran parte de la filosofía budista.

Para terminar esta reseña, voy a citar un fragmento de irregular belleza de “El cuento del Dios de Porcelana”. Me parece toda una metáfora del artista y el escritor, de aquellos que trabajamos con cosas aparentemente inanimadas.

Pu, un alfarero, trata de darle vida a una porcelana pero al sacar la arcilla del horno no sabe si lo ha logrado.

“¡Oh, tú, divinidad carente de piedad!, ¡tú a quien he dedicado con devoción diez mil sacrificios! ¿por qué pecado has decidido abandonarme? ¿Cómo yo, el más desdichado de los hombres, podré lograr el aspecto de la carne destinada ante una palabra pronunciada, sensible al cosquilleo de un Pensamiento, si es que no has de ayudarme?”.
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*SEBASTIÁN PINEDA BUITRAGO (Medellín, 1982) estudió Literatura en la Universidad de los Andes. Ha sido investigador de planta del Instituto Caro y Cuervo, ensayista y reseñista literario de varios medios del país y el extranjero. Ha publicado el ensayo «La musa crítica» (México, 2007) y una edición de la revista Anthropos «La total circunferencia: Alfonso Reyes y el pensamiento hispanoamericanos» (Barcelona, 2009). Prepara una historia de la literatura colombiana y una novela policial.

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