LA MARAVILLOSA LECTURA
«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla».
Gabriel García Márquez (Vivir para contarla).
Una tarde, mi sobrina me preguntó: ¿Cómo se escribe una novela? Le contesté que cada persona lo hace de manera diferente; es una actividad íntima en la que cada escritor desarrolla su interés y encuentra el tiempo y el lugar para hacerlo. Por ejemplo: Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad en dieciocho meses; trabajaba en ella todos los días, desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, pero la idea original la tuvo doce años antes durante un viaje que hizo a Aracataca, su pueblo natal.
Cortázar escribió su primera novela a los nueve años.
Dicen que Ernest Hemingway se paraba ante un atril, diariamente, y escribía desde las seis de la mañana hasta las doce del día. Por la tarde se iba a recorrer lugares y a encontrar su inspiración.
Frank McCourt escribió su primera novela, Las cenizas de Ángela, luego de haberse jubilado como profesor. Las ventas de ese libro fueron millonarias y se han hecho adaptaciones para cine. Murió a los cuatro años de haberla publicado y a los tres de haber obtenido el Premio Pulitzer por esa novela.
La segunda novela de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas, apareció trece años después de la primera, El túnel. Él la iba a quemar, como hizo con varias de sus obras, pero su esposa le insistió en que no lo hiciera y logró convencerlo de publicarla. Tenía cincuenta años en el momento de la publicación.
Hay muchas versiones frente a la escritura de la novela La casa de las dos palmas. Uno de esos comentarios es que Manuel Mejía Vallejo trabajó en ella durante quince años. Se encontraron escritos relacionados con fecha 1980 y 1985. Al parecer, había planeado cuatro partes: Tierra fría, Tierra caliente, Los invocados y El regreso. Las dos primeras partes conformaron La casa de las dos palmas. La tercera parte se publicó con el nombre inicial (Los Invocados) y la cuarta parte corresponde a otra de sus novelas.
Y así, podría enumerarte cantidades de anécdotas de escritores famosos. Mario Vargas Llosa, en una entrevista que le hicieron en Cartagena, dijo: «Para escribir se necesita tema y ganas». Yo le añadiría que se requiere lectura, mucha lectura. También pienso que cada persona escribe acerca de lo que le interesa y no hay un tema mejor que otro; pasa lo mismo que con los lectores, cada uno elige lo que quiere leer. Tampoco considero que el hecho de que un escritor haya obtenido el Premio Nobel implique que sea aceptado por todos. Antes que un premio o un reconocimiento está el placer que genera escribir, formar parte de una historia que puede tener algo de verdad, pero que el que escribe, al inventarla, crea un mundo y unas circunstancias acordes con lo que él quiere que suceda.
Esa noche, pensé en mi relación con la lectura e inmediatamente recordé los cuentos o revistas de historietas que leíamos en la época de mi infancia: Supermán, La mujer maravilla, Kalimán, El pato Donald, Daniel el travieso, El llanero solitario, Tarzán, Lorenzo y Pepita… eran algunos de los personajes favoritos.
Había otra actividad que nos gustaba a todos: completar álbumes que tenían diferentes temas. Venían dos o tres láminas por la compra de un caramelo; todos cargábamos en los bolsillos las figuras repetidas, para intercambiarlas, y el pegamento necesario. Un álbum que empecé varias veces y no recuerdo si alguna vez lo terminé fue el de los animales que venían con las chocolatinas Jet.
Los que sí completé, en ese tiempo, fueron: el álbum de artistas de cine y el de «Amor es…». Mi hermano llenó los de autos y los de jugadores de fútbol. Todos memorizábamos los nombres y las frases escritas, así, sin mirarlas, sabíamos cuál nos faltaba. Tengo en mi memoria las fotos de los artistas que salieron, en ese álbum, y cuando los nombran, todavía pienso si ese nombre está dentro del grupo de láminas que fueron difíciles de conseguir.
Cuando hacía el quinto de bachillerato, ahora se dice décimo grado, debíamos realizar una actividad de alfabetización, es decir, enseñar a leer y a escribir a adultos que no tuvieron la oportunidad de asistir a una escuela.
El colegio se encargó de conseguirnos un sitio de práctica: una fábrica de vidrio. El lugar quedaba apartado de la ciudad; nos llevaban en un bus de la empresa y permanecíamos allá todo el día. No recuerdo si era una vez a la semana o más, pero sí recuerdo que fueron varias jornadas, porque teníamos que completar ciento veinte horas.
Como no podíamos atender a todos los trabajadores al tiempo, las estudiantes nos turnábamos. Mientras tanto, las que no estaban dictando clase, realizaban cualquier otra tarea hasta cuando llegaba la hora de regresar al colegio.
En esa época, mis compañeras llevaban ejemplares de Vanidades. Descubrí, en esas publicaciones, las novelas que escribió Corín Tellado. Empezaban en la mitad de la revista, con unos títulos llamativos, y terminaban en las últimas páginas de la edición. Aún recuerdo las descripciones de los personajes: todos eran hombres apuestos, de ojos verdes o azules, cabello rojizo o rubio; de muy buena posición económica o a punto de obtenerla; y ellas, muchachas pobres o hijas, escondidas, de acaudalados señores que se enamoraban del señorito y, luego de muchas peripecias, terminaban casándose con su príncipe azul. En ese momento se descubría la belleza que había permanecido oculta debajo de su precaria situación.
Ninguna novela terminaba mal, eso sí, había suficiente sufrimiento antes de llegar al desenlace, obvio que las que sufrían eran las mujeres. Era el machismo de la época, que ha cambiado poco.
Existía, creo que todavía hay, un Círculo de Lectores. A mi casa iba, cada quince días, un vendedor. Nos llevaba el catálogo con los nuevos libros y con las promociones del momento: dos libros por el precio de uno o una novela de regalo por referir a un nuevo cliente. Había crédito para la compra y en la visita del empleado, se abonaba a la deuda.
Fueron muchos los libros que mi hermano y yo pudimos comprar. Además de leerlos con gran entusiasmo, los compartíamos con los vecinos y con los compañeros.
Con ese interés desarrollado, entré a la Universidad Nacional de Colombia. La mayoría de nuestros profesores eran de un nivel académico alto y cada uno, en su asignatura, recomendaba autores específicos. Así leí textos escritos por Sigmund Freud, por Frank Kafka, por Friedrich Nietzsche, por Hermann Hesse, por Martín Heidegger, por Karl Marx… Algunos de ellos los he vuelto a leer y reconozco que, en esa segunda lectura, cuarenta años después, la concepción es otra bien distinta.
El haber estudiado en esa universidad, en esa época y la literatura que he leído en todos estos años me han llevado al convencimiento de que la lectura es la mejor actividad que existe. Muchas veces he despreciado invitaciones por preferir volver a mi casa para leer una novela interesante. Un libro es la gran compañía que siempre está ahí, que yo la escojo, que la puedo suspender el tiempo que quiera y que me espera para cuando yo la quiera retomar. Cada libro me ha dejado enseñanzas y siempre encontré en ellos otras posibilidades de enfrentar la vida y las dificultades que, inevitablemente, la existencia proporciona.
En un muro de la librería Panamericana leí una frase de José Vasconcelos, que me atrajo porque comparto el sentimiento: «Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía».
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* Norha Stella Mendieta V. es fonoaudióloga de la Universidad Nacional de Bogotá. Trabajó 36 años en la Fundación Pro-Débiles Auditivos de Medellín (veintiocho de ellos como directora académica). Tiene estudios de Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad de Medellín. Fue profesora de la Universidad de Antioquia, de la Universidad de Medellín y de otros centros de educación superior. Ha asistido a talleres de escritores en Yurupary, en la Biblioteca Pública Piloto, en la Universidad de Antioquia y en la Pontificia Universidad Católica del Perú en los cuales ha escrito reseñas y ensayos. Actualmente se encuentra escribiendo se tercer novela.
Estimada Norha: Me agrado tu artículo y me hizo recordar tiempos de niñez, con la colección de estampas. Besos, Chente.
Me gusto rememorar epocas vividas con la lectura de tu articulo.Estoy de acuerdo la lectura es un viaje silencioso por la mente del escritor y su inspiracion.lo delicioso es estar sincronizado con su pensamiento.los otros dos placeres Viajar y la fotografia.felicitaciones Norhita.