Literatura Cronopio

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La belleza

LA BELLEZA, ESA TRAGEDIA QUE MATA Y HUMILLA

Por Santiago Ramírez Gutiérrez*

La belleza cautiva a quien no puede ser cautivado por el intelecto. Es eso que genera satisfacción cuando se percibe. La belleza misma no es objetiva, hay quienes ven lo grotesco bello. Hay quienes disfrutan de la estética de una podredumbre, de un cadáver, de la basura. Tomás de Aquino define lo bello como aquello que agrada la vista, pero el atractivo no solo se transmite por medio de los sentidos, esta experiencia sensorial hace parte de una estética materialista. Y eso no debería ser lo bello, no, pero así es. La belleza no es estática, ella, al contrario, es muy cambiante, acorde a la sociedad. Es un ideal de apariencia. Esa cualidad superficial elige a unos pocos, un meticuloso azar —a mí me ha humillado—. ¡Eso no son penas! La belleza es efímera, nace y se hace en nuestra compañía, pero luego se va. Nos deja solos. Ahora sí que importa la belleza. Las personas que poseen la belleza como única virtud, suelen morir cuando muere su juventud. Es eso, no puede ser de otra manera. ¿Qué más hay después de la juventud? La vejez, y dado el caso, más belleza. Sí, existe otro tipo de encanto, otra gracia, sí, pero esta es duradera, no es superficial y es a prueba de arrugas: Esta es a base de transparencia.
Y ahora, que lo años me arrollen. Estoy listo. Por lo menos se puede decir que soy transparente. No me miento. Eso es lo que importa, ser sincero a nuestra conciencia.

Y es que la vida castiga, y castiga feo. ¿Acaso la muerte nos libra? ¿Nos libra de qué? De este claustro. Nuestro cuerpo es un límite. Los años procuran en deterioro físico; el cuerpo se degrada a la pura fealdad. Pero aún se puede ¡Sí, se puede! Todavía podemos alcanzar la divinidad. El mejor medio que tenemos es nuestra moral, una moral humanista. Ante todo el prójimo. Pronto esta idea será poco más que un mito. Una utopía. Más rápido con el ritmo que llevamos.

LOS ESCRITORES COMO PIRATAS

Los escritores son como piratas. El escritor vive, vive como el pirata. Siempre está dispuesto a empaparse de nuevos mundos, de nuevos ideales, de toda clase de culturas. El escritor y el pirata son agentes que intentan enmarañarse de las empresas del hombre. Ambos proyectan su filosofía, el escritor lo hace en un papel, el papel que sea: blanco, amarillo, arrugado, límpido, manchado, virtual o físico. Papel al fin y al cabo. Este papel es, al principio, siempre obediente, pero en unión con las palabras, el escritor se debe atener a la sumisión, a la fuerza de la letra que se apodera de él. El pirata, en cambio, reflexiona el mar. Ese mar enigmático, repleto de fronteras que van más allá de lo que se permita imaginar. Este mar, a veces tormentoso, invasivo y aterrador, es quien guía al pirata por las entrañas de su sentimentalismo. No hay hombre que no se entregue al mar, consciente siempre de la fuerza que él trae consigo, sin dejarse de llamar pirata.
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Tanto el escritor como el pirata gustan de experimentar, de arriesgar, de lanzarse a la aventura. Ambos son bohemios, vagabundos, pero en su vagabundería, trabajan. El escritor vive de lo que pasa por sus sentidos, lo contextualiza y hace la magia. En otros aspectos, el pirata bebe, el escritor bebe —o suele hacerlo la mayoría—. Ambos se jactan de alcohol, ambos disfrutan el trance, lo hacen con pasión, con esa pasión que los caracteriza. El escritor también naufraga. Naufraga en un océano lírico, en una impecable catarsis, se ahoga en letras las cuales no es capaz de sustentar, de liberarlas del encierro del cual eran presas, de ese encierro que el mismo escritor ha creado.

¿Para qué escribir? ¿Para qué lanzarse, preso en un buque, a las tormentosas aguas que abrazan la soledad a la deriva? ¿Qué no es lo mismo arriesgarse en la travesía de los placeres, en el ímpetu por encontrar la razón de ser individual? El fervor de la búsqueda que ejercen estos dos seres es la misma. Se busca llenarse de placeres que irrumpan los sentidos, pronto se hace una dicotomía entre la búsqueda de la piratería y lo literal. Los caminos que se toman para llegar a esas metas abarcan desde un hito de interés personal que lleva al individuo a encontrar cómo saciar estos regocijos. El escritor escribe por muchas razones, la más acertada —desde mi punto de vista— es el escribir por amor a escribir, por el dulce deleite de bañarse en tinta que se seca en el papel, por la satisfacción que llega cuando a la obra propia se le tiene en cuenta más que a uno mismo.

MARABUNTA

Somos como hormigas que, como el tiempo, lo devoramos todo. Trabajando como máquinas, hacemos de la vida un destino. Sirviendo a los líderes de este capitalismo consumista, nos trazamos un camino que seguimos con total falta de vehemencia. Sin pasión. Es esa falta de pasión la que se ha vuelto una característica nuestra. Nuestra especie ha pasado a ser un artilugio: Trabajamos y trabajamos para suplir las necesidades que realmente no necesitamos, pues son una creación ilusoria de la sociedad. ¿Necesidades? Las biológicas.

Al pasar el tiempo —esa fuente fluvial— los humanos han ido evolucionando, a la vez que han acabado con el planeta, hasta terminar en lo que los científicos llamaron Homo Sapiens Sapiens.
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¡Qué barbaridad, qué definición tan embustera! Dizque Sapiens, que proviene del latín y significa, en nuestro raído y tergiversado idioma, sabio. Y para colmo se repite. ¿Sabio un humano?, eso es imposible, es como si en una oración cupiera la verdad y la mentira. La sabiduría en la ficción y que de ahí no salga.

Ni las hormigas, ni cualquier otro animal basta, en cualquier uso de la metáfora, para definir completamente la capacidad aniquiladora que tenemos. Hemos acabado, incluso, con nosotros mismos. Así no es la vida, lo que se le llama vida, no en medio de hambrunas, guerras y asesinatos. Todas las infamias en una misma era, en la nuestra. Ya no podemos vivir; si lo hacemos nos matan y si no lo hacen, no nos percatamos de ello. Es el tiempo, ese río que fluye y fluye sin parar, el que nos arrolla, nos derriba, nos mata. De eso no nos damos cuenta. Estamos muertos y es el tiempo quien llevará nuestros cadáveres a su desembocadura: Al mar de la desmemoria, al completo olvido.
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* Santiago Ramírez Gutiérrez tiene dieciséis años. Nació el 21 de octubre de 1997 en la ciudad de Cartago, al norte del Valle del Cauca. Contando ya los cinco años entró a estudiar en un colegio que tenía de nombre, en honor al poeta antioqueño, Carlos Castro Saavedra. Estudia Licenciatura de Español y Literatura Universidad Tecnológica de Pereira

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