Sociedad Cronopio

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Sobre la libertad que viene

SOBRE LA LIBERTAD QUE VIENE

Por Guillermina Seri*

«Todos nos estamos volviendo una parte del estado, nos guste o no, de modo tal que nuestra única esperanza es determinar qué clase de estado es ése del que vamos a formar parte.» La presentación de Julian Assange en un congreso a fines de diciembre (2013), en Hamburgo, contiene un par de puntos que merecen consideración [1]. En ella, Assange exhorta a los analistas de sistemas y otros trabajadores tecnológicos a tomar conciencia de su poder en tanto que «columna vertebral» de la economía. Inmersos en una red global tejida por la interconexión de un sinnúmero de sistemas, su poder es comparable al de los trabajadores industriales del siglo XX, aunque mucho mayor, al punto tal, nota Assange, que uno solo de estos individuos es capaz de introducir transformaciones de alcance global. Y es por ello que estos trabajadores tienen la posibilidad privilegiada de resistir el «sistema de apartheid informativo» en desarrollo, tanto como de ayudar a que la información sirva no solo para disciplinar, sino también para «construir y comprender» el mundo en que nos estamos adentrando.

Para Assange, parece no quedar mucho tiempo. «En tan sólo una década» —vaticina—, toda la información y aun nuestras identidades habrán sido asimiladas de modo tal que ya nadie, «ninguno de nosotros será capaz de escapar». Así es que llama a resistir, abrevando en las tradiciones de los derechos humanos y de la educación libre, universal y gratuita, para transformar la sociedad en otra dirección que lo que se anticipa como una «distopia infernal». Si ello no se logra, ésta habrá sido «la última generación libre», concluye Assange.

¿La última generación libre? Mientras que una perspectiva histórica sugiere tratar juicios como éste con suma prudencia, la penetración, densidad y sofisticación de las redes de comunicación, monitoreo y espionaje por parte de estados y corporaciones, dificultan una simple comparación con el pasado. Quizás estemos ante la necesidad de un nuevo tipo de revolución copernicana. O al menos parece imprescindible preguntárnoslo.

Ahora bien, ¿sobre cuáles obstáculos a la libertad se supone que habría que actuar, cuando el reino de la necesidad que la precede nos tiene tan ocupados? Además de las intrusiones de corporaciones y gobiernos en nuestros movimientos y comunicaciones personales, el nuevo año nos encuentra en el umbral de una sociedad biotecnológica con problemas irresueltos de períodos anteriores. En medio de temperaturas extremas y desastres climáticos varios, discutiendo acerca de los cultivos genéticamente modificados y sus venenosos fertilizantes, tanto como sobre las no menos peligrosas nuevas formas de la minería, vemos autos que se manejan solos, órganos que se imprimen y robots que llevan a cabo cirugías, aunque resulta inevitable preguntarse qué en verdad estará pasando en Fukushima, hasta dónde llegarán los drones, y por qué algunos antibióticos ya parecen no alcanzar.
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Y si las buenas nuevas incluyen la promesa de manipular nuestro ADN en pos de salud y juventud, Paul Virilio sugiere no entusiasmarse tanto con el desarrollo de un nuevo tipo de humano «aumentado», genéticamente modificado, más resistente y capaz de consumir menos agua, aire y otros recursos [2]. La producción de estos humanos por parte de «las industrias de la vida» materializará, por primera vez, un grupo biológicamente privilegiado que ha de tornar a aquéllos de nosotros «naturales», sin acceso a esas tecnologías, en «nuevos salvajes», con impredecibles consecuencias sociales y políticas.

Si ello recuerda la imagen de apartheid evocada por Assange, más lo hace el leer sobre los miles de millones de dólares extra ganados por los 300 individuos más ricos del planeta en el último año (2013). Cuesta tanto imaginar la opulencia del universo de esos humanos como, en el otro extremo, el de los cientos de millones que luchan para sobrevivir cada día, peleándole a la falta de techo, alimentos y agua potable, que no parecen tener chances de encontrar un trabajo formal remunerado y cuya magnitud excede con creces cualquier concepto de «ejército de reserva». En estas condiciones, las más diversas formas de explotación legales e ilegales se intensifican, articuladas por redes que confunden lo mafioso con lo estatal. Articulando hasta lo inarticulable, en su expansión ilimitada el capital torna en mercancía desde la información sobre nuestras preferencias más triviales hasta el dolor y la desesperación. Transmutados en entretenimiento o espectáculo, aun las expresiones de vida que el poder no valora generan así valor dentro de un sistema global, segmentado y excluyente.

Por su parte, el invocar la necesidad de transgredir la ley para defenderla y proteger nuestra seguridad a través de excepciones y emergencias pareciera haberse tornado una práctica gubernamental común incluso entre las democracias más añejas. Se vuelve difícil discriminar entre las amenazas auténticas de las que los propios gobiernos «simulan, estimulan, e incluso fabrican» y que les ganara la comparación por parte de Charles Tilly con una red extorsiva, con la salvedad por cierto de que los gobiernos cuentan con leyes y legitimidad [3].

La línea que separa los ejercicios legítimos del poder soberano de los crímenes de Estado es por cierto siempre tenue, y queda de manifiesto en ocasiones en las cuales la acción ilegal y los abusos de agentes estatales son resistidos y desatan una crisis. En esos momentos, el discurso político gana en intensidad y simbolismo y tiende, al modo de una operación alquímica, a tornar ilegalidad en poder de prerrogativa y autoridad. Y aunque la legitimación resulta con frecuencia del reconocimiento de grupos económicos poderosos, o de otros gobiernos, una vez que la ley se retira, la aceptación o el rechazo de las transgresiones por parte de los funcionarios dependen en última instancia de la decisión de los ciudadanos. Porque más allá de todo lo que el poder pueda constreñirnos, ahora como entonces, siempre queda en nosotros la decisión última de consentir o no.

En este sentido, parece auspicioso comprobar cómo, lenta pero crecientemente, las acciones ilegales no sólo de ancianos ex dictadores, sino también de gobernantes electos, comienzan a ser percibidas —y tratadas— como delitos y crímenes de Estado. No se trata sin embargo de apresurarse a celebrar el poder ciudadano, considerando que las posibilidades de influir las redes sociales y de comunicación a veces tornan la distancia entre autonomía y manipulación indistinguible.

Con dos décadas de fusión del poder político y mediático en la figura de Berlusconi como trasfondo, Giorgio Agamben nota cómo, cuando un gobierno entra en crisis, aun los medios que son parte de él parecen disociarse y ponerse en su contra, «de modo tal de gobernar y de dirigir el descontento general, no sea que se torne en una revolución» [4]. ¿Cómo saber cuando somos nosotros realmente quienes damos voz a una denuncia u organizamos una protesta y cuando estamos siendo inadvertidamente utilizados? El poder estatal, Agamben observa, no se funda ya en el monopolio de la fuerza legítima, crecientemente administrada por agentes y proveedores privados, sino que se basa cada vez más en «el control de la apariencia (de la doxa)» [5]. Este control de la apariencia tiene una larga tradición, y si a través de la historia el elemento ceremonial contribuyó a que reyes y soberanos se convirtieran en tales, persiste entre nosotros, reorganizado con otros soportes y formatos, y desplegado cotidianamente en los medios y a través de las redes sociales en que participamos.
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La banalización de lo democrático, su corrupción, sus usos manipuladores y prácticas clientelares pueden razonablemente conducirnos al escepticismo. Pero en la medida en que no hay «afuera», que más allá de alguna que otra opción individual no cabe la posibilidad de recluirse en ninguna suerte de falansterio, ello también promete impulsarnos a recuperar y explorar nuevos modos de construir y ejercer el poder democrático en tanto que poder popular. Porque si las mismas redes sociales que facilitan articular la movilización popular, sirven a las agencias estatales para individualizar y criminalizar a sus organizadores, y los mismos medios que informan sobre abusos y corrupción gubernamentales más o menos sutilmente pueden manipularnos y contribuir a legitimar al poder y tornan todo, abusos y protestas incluidas, en un ininterrumpido espectáculo y comedia de enredos mercantil, también parece plausible que —como advierte Assange— aun los más poderosos sospechen que «todas las organizaciones se verán infiltradas por esta generación, por una ideología que se propaga a través de Internet» y que valora la libertad y la transparencia [6].

Si ya estamos integrados, entonces, aun si desde lugares distintos y distantes, resulta lógico concluir con Assange que el desafío es «determinar qué clase de estado es ése del que vamos a formar parte». Ciertamente, nuestros derechos civiles y políticos sólo cuentan en territorios delimitados y determinados por nuestros estados. Pero nuestras voces, alianzas y solidaridades llegan más lejos. Y éste «más lejos» nos muestra un horizonte natural a alcanzar. Si la democracia es y seguirá siendo el poder de la gente común, y si ya estamos insertos en las redes estratificadas del poder mundial, quizás se trate de reclamar el derecho a la participación (¿ciudadana?) en todas las entidades que efectivamente nos gobiernan.

En cuanto a la libertad, sus posibilidades se renuevan con la aparición de cada nueva generación, con cada nuevo comienzo y en cada ser humano, como Hannah Arendt observa en un famoso ensayo [7]. Definiéndola como el «ser capaz de hacer lo que uno debería querer» [8]. A partir de Montesquieu, Arendt nos recuerda que la libertad solo puede tener lugar dentro del espacio público y ligada a la actividad política. «Sin un ámbito publico políticamente garantizado, la libertad carece de espacio para hacer su aparición en el mundo», anota Arendt [9]. Muy lejos entonces de la imagen difundida en años recientes sobre algún supuesto «balance» entre seguridad y libertad y sobre la necesidad de contar con la primera para garantizar la segunda, toda vez que los procesos sociales se automatizan en exceso, se asfixian tanto la arena pública como las condiciones para el ejercicio de la libertad. De hecho, en tanto que los eventos y acciones que rompen con procesos automatizados de reproducción social tienen un carácter de algún modo milagroso, observa Arendt, ya que es infinitamente más probable que no ocurran a que tengan lugar los períodos de libertad han sido más bien excepcionales en la historia.
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Leídas en el contexto de esta tradición, las palabras de Assange nos invitan tanto a no aceptar los crímenes de Estado como a repensar las nuevas configuraciones de la hegemonía y las formas y escalas adecuadas para la constitución y preservación de comunidades democráticas en nuestras nuevas condiciones. Con ellas como marco, en un mundo que se renueva, también se seguirá renovando la promesa de la libertad. Procurarle el escenario político adecuado es nuestra tarea.

NOTAS

[1] «WikiLeaks’ Julian Assange Calls on Computer Hackers to Unite Against NSA Surveillance,» Democracy Now, Tuesday, December 31, 2013. https://www.democracynow.org/2013/12/31/wikileaks_julian_assange_calls_on_computer

[2] Virilio, Paul. The Administration of Fear (Semiotext(e), 2012).

[3] Tilly, Charles, «War Making and State Making,» Bringing the State Back In (Peter Evans, Dietrich Rueschemeyer, and Theda Skocpol eds, Cambridge University Press, 1985).

[4] Agamben, Giorgio. Means without Ends. Notes on Politics (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2000), p. 125.

[5] Agamben, Giorgio. The Kingdom and the Glory (Stanford University Press, 2011).

[6] «WikiLeaks’ Julian Assange…»Democracy Now.

[7] Arendt, Hannah, «What is Freedom,» Between past and future; Eight exercises in political thought (New York, Viking Press, 1968), p. 167

[8] Arendt, «What is Freedom», p. 159.

[9] Arendt, «What is Freedom», p. 147.
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* Guillermina Seri es Associate Professor en el Departamento de Ciencia Política de Union College, en Schenectady, New York, donde enseña cursos de teoría política y política latinoamericana. Seri es autora de Seguridad. Crime, Police Power, and Democracy in Argentina (New York: Continuum, 2012), ha publicado ensayos sobre el legado del terrorismo de Estado, las prácticas policiales y el poder discrecional, y trabaja ahora en la preparación de un manuscrito sobre las modalidades de acción estatal extra-legal en democracia.

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