Literatura Cronopio

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Franz

FRANZ

Por Fernando Martín Pescador*

El primer verano que pasé en Estados Unidos, estuve trabajando con Brigitte, Klaudia y Wilma. Brigitte, Klaudia y Wilma tenían muchas cosas en común. Las tres eran alemanas. Muy alemanas. Las tres eran hermosas. Las tres eran altas y esbeltas. Las tres estudiaban en la misma universidad. Como yo, las tres formaban parte de un programa internacional de intercambio.

He optado por utilizar los nombres verdaderos de las tres porque, si deciden demandarme significará que esta historia no sólo ha sido publicada, sino que, además, ha sido traducida al alemán o al inglés y ha sido lo suficientemente popular para que haya llegado a las manos de alguna de las tres. La única licencia, más bien capricho, que me he permitido es la de barajar los tres nombres. Así que hablaré de Brigitte, Klaudia y Wilma pero cuando mencione a Brigitte estaré hablando, en realidad, de Klaudia o de Wilma; cuando mencione a Klaudia, estaré hablando de una de las otras dos; y cuando mencione a Wilma, tres cuartos de lo mismo.

Fuimos contratados como monitores de un campamento de verano que se llamaba «Las Colinas del Templo». Era un campamento religioso en Ohio. Protestante. Los muchachos venían en turnos de dos semanas y nosotros estábamos allí para recibirlos, coordinar las actividades lúdicas y sacarlos de excursión. Las sesiones de doctrina religiosa se las dejaban a otros monitores, catequistas estadounidenses, mientras nosotros teníamos que limpiar los baños comunales y desatascar los apestosos inodoros.

Las únicas actividades religiosas en las que teníamos que participar eran las sesiones de canto y la ceremonia de despedida los viernes antes de que se marcharan los muchachos. Las canciones no me acercaron más a dios pero sí que supusieron mi primer contacto con la música bluegrass. Las ceremonias de despedida de los viernes eran siempre emotivas, con largas hileras de velas encendidas y círculos humanos en los que todos uníamos nuestras manos con las de las personas que teníamos a los lados como hacen los personajes azules de la película Avatar en la escena espiritual.
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En ese ambiente conocí a Brigitte, a Klaudia y a Wilma. En ese ambiente trabajamos durante todo un verano. Pronto conectamos y, en cuanto vimos la posibilidad, establecimos la costumbre de acostar a nuestros chicos y juntarnos en el porche y conversar antes de irnos a la cama. A partir de ahí, todo lo que sucedió le habría parecido normal a cualquiera que me conociera. Brigitte tenía un novio en Alemania que se llamaba Franz, y Klaudia se reía menos de mis bromas, con lo que, en primer lugar, me enamoré de Wilma.

Enamorarme no supuso grandes trastornos para nuestras costumbres. Seguíamos juntándonos los cuatro en el porche, antes de acostarnos, pero yo prestaba más atención a Wilma y me ruborizaba si ella me hacía alguna broma personal o nuestros cuerpos se tocaban al sentarnos en el banco del porche. Durante el día buscaba su compañía e intentaba que nos tocara coordinar actividades juntos.

Yo daba por consumada nuestra situación como pareja hasta que Wilma dejó de juntarse con nosotros por las noches para liarse con Brad. Brad era el socorrista de la piscina y llevaba siempre la nariz cubierta con crema protectora blanca. Tengo que admitir, también, que a Brad le sentaban los bañadores mucho que mejor que a mí. Siempre he dicho que yo gano bastante cuando estoy vestido.

No me quedó más remedio que enamorarme de Klaudia. Es posible que Klaudia no tuviera las piernas de Wilma pero no cabía duda de que era mucho más atractiva. A Klaudia le gustó que me enamorara de ella. Le divertía el hecho de que mi corazón tuviera, digamos, esa flexibilidad, esa capacidad de adaptación que sólo se encuentra en cierto tipo de roedores. Klaudia se dejó cortejar. Sin embargo, cuando le surgió la oportunidad de presentarse voluntaria para trabajar en la zona norte del campamento, no se lo pensó un momento.

En la zona norte, acampaban los muchachos más mayores. Allí se llevaban a cabo los deportes de riesgo y se adiestraba a los chicos a sobrevivir en la naturaleza. Antes de marchar, Klaudia me explicó que iba a echar de menos nuestras veladas pero, a la vez, quería vivir el mayor número de experiencias que pudieran aportarnos «Las colinas del Templo».

Ya sólo quedábamos Brigitte y yo. Seguimos juntándonos en el porche y yo abandoné por completo esos principios estúpidos por los que había decidido no involucrarme sentimentalmente con una chica con novio. Brigitte tardó en darse cuenta. Durante nuestras veladas, se pasaba el tiempo hablando de Franz, su novio, y yo, cuando podía, intentaba cambiar de tema para ver mis posibilidades.
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Brigitte y yo pasamos cuatro semanas compartiendo esos ratos antes de acostarnos. Más de una noche nos sorprendieron los primeros rayos del sol por el oriente. Ella se ponía a hablar de Franz, yo le hablaba de mis paranoias y se nos hacían las tantas. No cabe duda de que establecimos una buena amistad, Brigitte y yo. Fue un verano en el que compartimos muchas cosas, Brigitte, Klaudia, Wilma y yo. Los cuatro conseguimos, de alguna forma, ignorar América para crear nuestra propia nación. Una nación de cuatro amigos. Pero lo de Brigitte y lo mío fue un pelín más especial.

Cuando nos despedimos, los dos besos que crucé con las mejillas de Wilma fueron hermosos. El abrazo que me di con Klaudia pudo haber derretido mucha más superficie polar que las más dañinas emisiones de gases lanzadas a la atmósfera. Sin embargo, la mirada con la que nos despedimos Brigitte y yo alcanzó cotas mucho más elevadas. Por alguna razón, tuve la sensación de que, a partir de entonces, Brigitte pasaría todas sus noches hablándole a Franz de mí.
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* Fernando Martín Pescador (Zaragoza, mayo del sesenta y ocho). Doctor en Filología Inglesa. Ha dedicado gran parte de su carrera profesional a trabajar por y para la educación pública en España y en Estados Unidos. Ha colaborado en diversas publicaciones para la enseñanza del inglés en España con las editoriales Pearson, Heinemann y Oxford. Ha colaborado como redactor con el programa cultural La Mandrágora de Radio Televisión Española y como cronista y colaborador literario con el periódico Heraldo de Aragón. En 2004 publicó su primera novela, Hamburguesas (Editorial Xordica), una novela vivencial sobre la educación en un ghetto de los Estados Unidos. En 2012 publicó su segunda novela, Carabinieri (Editorial Xordica), un disparatado relato sobre el concepto de la «seguridad» en los inicios del siglo XXI. En 2012 pasó a formar parte del consejo editorial de la RANLE. En 2013 publicó la traducción al español del libro La Educación de los estudiantes de inglés para un mundo en constante transformación (Fuente Press), de Virginia Collier y Wayne Thomas. En 2013, también, se convirtió en colaborador oficial de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Su bitácora literario-electrónica puede encontrarse en: https://fernandomartinpescador.wordpress.com

1 COMENTARIO

  1. Tengo el placer de conocer a Fernando, un gran tipo, lo conocí en USA y tuvimos largas y frecuentes charlas, nunca me hablo ni de Brigitte, ni de Klaudia y mucho menos de Wilma pero tiene historias sensacionales seguro las compartirá con todos nosotros a través de su publicación, estaré esperando sus historias. Suerte.

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