Literatura Cronopio

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relectura de cien años de soledad

RELECTURA DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Por Miguel Aníbal Perdomo*

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez es una novela a cuya exégesis apenas si es posible añadir algo nuevo. La crítica contemporánea parece haber agotado todos sus juicios respecto a ella. Incluso yo mismo la he examinado en forma minuciosa en busca de aquellos elementos que se ajustaran a las hipótesis establecidas en mi libro El Caribe en la narrativa de Gabriel García Márquez. Todo juicio literario parte del gusto del analista, de sus preferencias y fobias. La crítica no es más que una lectura personal. Poco importa el afán neopositivista del siglo XX de convertir la crítica literaria en una ciencia. Para mí esta es una disciplina de carácter artístico que subraya el placer de la lectura, como se hizo en el pasado. La crítica ha de servir para develar los misterios del texto en forma lúcida, ha de ser un vínculo entre este y el lector, facilitando así el placer de la lectura. Ahora que debo hablar de Cien años de soledad, partiré de mis gustos de lector para explicar qué me atrae de esa obra. Debo advertir que no puedo más que repetirme.

Con razón dice García Márquez que el primer párrafo de un texto narrativo es determinante: fija las pautas de las cuales dependerá tal vez su éxito o su fracaso. Aunque algunos críticos creen que la obertura de Cien años de soledad es de tono anticuado, aceptan la imposibilidad de sustraerse a su hechizo. Desde la primera línea la novela posee una prosodia seductora, que nos introduce a un pasado edénico al mismo tiempo que anticipa un futuro con una realidad política brutal. La robusta prosa nos arrastra a un mundo mágico poblado de arquetipos, un ámbito donde la poesía y el sueño pulsan la fibra de la conciencia que nos predispone para la narrativa y el mito, caras de una misma moneda. Pues toda vida humana, por insignificante que sea, no es más que narración, con sus inanes conflictos cotidianos, sus esperanzas, pequeños triunfos y fracasos. Solo existimos a través de la narrativa: una persona que haya olvidado su propia biografía pierde su identidad. Solo existimos a través del verbo, parte esencial de la narrativa.

García Márquez plasma en su novela el concepto del Aleph borgiano en que coexisten presente y pasado. En su obra la palabra texto adquiere su cabal sentido etimológico, por ser un tejido donde se traman la crónica y la historia colonial, la cosmogonía y los mitos bíblicos, las ideologías políticas anticoloniales con las utopías racionalistas. Cien años de soledad es una verdadera polifonía al estilo de lo que pensaba el crítico ruso Mijail Bajtin. Sobre todo su prosa está cuajada de alhajas del cultismo y las piedrecillas opacas del habla callejera. Es una prosa en la que nos reconocemos, al tratarse del habla caribeña, con una sicología colectiva muy similar a la nuestra. Tal vez sea este el rasgo que más me atrae del libro.

Los personajes de Cien años de soledad pueden ser o son proyecciones psicosociales del narrador, pero poseen perfil propio; son seres míticos, subyugantes y libres que corren a su propio destino con los ojos cerrados. Pues la novela es una fijadora del pasado al atrapar una realidad que se nos escabulle. La ficción se convierte en la única verdad frente al tiempo, el cual uno vive como ilusión pues en realidad no transcurre: es. Todos los instantes coexisten, como en Macondo, cuando un ciclón borra para siempre el pueblo y la estirpe de la faz de la tierra, según la lectura final del manuscrito de Melquíades realizada por el último de los Buendía.

García Márquez parte de lo inmediato para lanzarse hacia lo universal. Teñidos de magia, los arquetipos de Macondo esconden pasiones, prácticas y anhelos comunes a toda sociedad humana. Como cualquiera de sus habitantes, el lector puede reconocerse entre los seres que pueblan Macondo, identificándose así con Cien años de soledad. García Márquez ha proyectado el Caribe a nivel universal. Rompe la insularidad que nos define convirtiendo la región en un modelo de integración para el mundo moderno tan dividido en sectas religiosas, políticas y raciales. Pero el Caribe, pese a su fragmentación física, tiende al hibridismo, a la integración de sus diversos componentes. Todo ello lo consigue García Márquez a través del poder de su palabra.
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El novelista, con el instinto que confiere el talento, ha sabido depurar Cien años de soledad del peso muerto que singulariza a algunas zonas de las novelas de largo aliento, y que la crítica acepta con cierto fatalismo. Página tras página disfrutamos del mismo tono subyugante, del embrujo constante de la anécdota y la plasticidad poética. Los recursos líricos se dan la mano con el aliento épico para soldar la brecha entre esos dos géneros. García Márquez tiene manos de alquimista: a su toque las palabras se transmutan en esmeraldas. Todo lo que él nombra se convierte en anécdota; desde el más simple artículo periodístico a la evocación amable de un amigo. Se trata de un caso excepcional en la lengua hispanoamericana, por eso García Márquez es uno de los mejores prosistas de la lengua española. Cien años de soledad, lejos de las preocupaciones técnicas de las vanguardias del siglo XX, confirma lo que su autor piensa: al lector común sólo le interesa que le cuenten cosas. Como la literatura avanza por moda, rupturas y repeticiones, la narrativa del siglo XX se convirtió en muchas ocasiones en un espacio cerrado, narcisista. Pero la moda no siempre refleja nuestras necesidades; la novela no puede ser más que un ejercicio artificial y abstruso. La literatura es de carácter colectivo. Existe tan solo en la medida que un grupo de hablantes la percibe.

Debo confesar al llegar a este punto que mis preferencias narrativas son elementales. Creo que el arte en nuestro medio debe mantener todavía el carácter que la define en las sociedades antiguas, donde la actividad artística es inseparable de los rituales sagrados y las ceremonias colectivas. La novela es un espejo que refleja la vida, como dice la célebre frase atribuida por error a Stendhal (Se trata de un epígrafe con palabras de Saint–Real que aparece en el capítulo XII de Rojo y negro.). La novela capta la realidad, al ser humano en su afán por llegar al espejismo de la libertad o a una eternidad elusiva, y lo transforma.
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Me gusta la novela de largo aliento al estilo del siglo XIX, cuya poética sintetizara Mario Vargas Llosa en su excelente obra La guerra del fin del mundo; imprimiéndole al final un vuelco temporal para que no olvidemos que se trata de un autor del siglo XX. Este libro parece un homenaje a Víctor Hugo y a Charles Dickens, a Gustave Flaubert y a León Tolstoi. La última edición de Cien años de soledad publicada por La Real Academia Española me parece muy elocuente: sigue a la de Cervantes. Acaso de manera consciente o inconsciente se indica lo que pienso: la novela de García Márquez es la más afín al Quijote en el ámbito de la lengua hispana. Es lamentable que el autor (quien rechazó una edición española de La mala hora porque el editor pudoroso censuró algunas de sus profanidades) haya accedido a que el libro fuera «depurado» de algunos de sus giros originales. El Cura y el Licenciado han vuelto para convertir algunas zonas de la novela de García Márquez en un modelo aséptico adaptado al gusto peninsular.

Debemos dar gracias a Dios de que Borges haya muerto antes de que acomodaran su obra a los moldes españoles, a cierto colonialismo lingüístico. Esas «incorrecciones» caribeñas le dan el sabor distintivo a Cien años de Soledad y son lo que más me atrae de ella. Pienso que un escritor como el colombiano tiene la potestad de apartarse de la camisa de fuerza de la norma y plasmar su idiolecto natal. Partiendo de mi libérrimo gusto como lector, sigo prefiriendo la versión original.
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* Miguel Aníbal Perdomo (Santo Domingo, República Dominicana). Licenciado en letras, Universidad Autónoma de Santo Domingo, (UASD); Diplome de Langue, Alianza Francesa, Santo Domingo; Diplomas de Inglés y Diploma de Italiano, APEC; Maestría en Estudios Hispánicos, University of Illinois at Chicago; Maestría en Filosofía y Letras, City University of New York; Ph. D. (Doctor en Filosofía y Letras).
Miguel Aníbal Perdomo, a lo largo de su vida ha sido: Profesor y Coordinador de Cátedra, 1980-90, UASD; Fulbright Scholar, 1984-85, Paramus Community College, N. J.; –Columnista de La Noticia, <1986>; Asesor Cultural, Isla Abierta, Hoy, 1989-90; Profesor, Universidad de Illinois, 1990-92; Profesor de la City University of New York, 1992-presente; Profesor Invitado, Sarah Lawrence College (considerado el mejor de los E. U.), Bronxville N. Y., 1998-presente.

Ha publicado: La poesía joven dominicana a través de sus textos [1978]; Cuatro esquinas tiene el viento, 1982; Los pasos en la esfera, 1984; El inquilino y sus fantasmas, 1997;La colina del gato 2004, Premio Nacional de Poesía, 2003.

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