Filosofía Cronopio

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Pequeña gia de supervivencia ante transplantes cerebrales y cientificos malvados en general

PEQUEÑA GUÍA DE SUPERVIVENCIA ANTE TRANSPLANTES CEREBRALES Y CIENTÍFICOS MALVADOS EN GENERAL

Por Alfonso Muñoz Corcuera*

Pongamos que Luis es capturado por un científico malvado. La única obsesión de este científico es descubrir en qué consiste ser la persona que somos, y debido a los avances protagonizados por las neurociencias en los últimos años está convencido de que la respuesta reside en el cerebro. Nuestros recuerdos, nuestro carácter, nuestra personalidad… Todas nuestras cualidades mentales parecen depender de este aún misterioso órgano. Y sin duda lo que nos hace ser quienes somos es nuestra mente. Dispuesto a poner a prueba esta hipótesis, el científico malvado decide someter a Luis a un experimento que aportará la evidencia definitiva: intercambiará de lugar su cerebro con el de un famoso actor. De este modo, tras el experimento —piensa él— Luis seguirá vivo en el cuerpo del actor, y éste sobrevivirá gracias al cuerpo de Luis. Pero antes de someterle a una cirugía tan complicada, y para hacer más sólidos los resultados, el científico le plantea a Luis una alternativa. Tras el experimento le dará un millón de dólares a uno de los supervivientes, mientras que el otro será torturado. Luis puede decidir quién sufrirá cada destino (vid. Williams, 1970).

El científico sin duda espera que Luis decida quedarse con el millón de dólares y evitar la tortura. Pero incluso aunque fuese así —vamos a presuponer que Luis no tiene vocación de mártir— la decisión no resulta sencilla. Porque pese a lo que el científico parece pensar, ¿puede Luis estar seguro de que sobrevivirá gracias al cuerpo del actor? Al fin y al cabo se trata de una simple hipótesis. ¿Es realmente su cerebro lo que le hace ser quien es, lo que constituye su identidad, lo que debería importarle cuando se trata de su supervivencia? ¿O por el contrario debería preocuparse de la tortura que podría sufrir su pobre cuerpo? Por otro lado, si antes del experimento ya tiene dudas, ¿quién le asegura que no las seguirá teniendo después? ¿No podría su cerebro arrepentirse en el futuro de la decisión tomada antes del experimento al darse cuenta de que lo realmente importante era su cuerpo? Y en ese caso, ¿el cerebro que tendrá esas dudas seguirá siendo el suyo, o habrá pasado a ser el del actor? Luis parece que necesita saber qué es lo que va a pasar con su identidad antes de poder tomar una decisión. Necesita una guía de supervivencia.

Si en este momento pudiésemos hacer una encuesta entre los lectores de este artículo comprobaríamos que las dudas de Luis están plenamente justificadas. Aunque muchos serán de la misma opinión que el científico y pensarán que su supervivencia depende de la supervivencia de su cerebro, muchos otros estarán en desacuerdo. Algunos creerán que su supervivencia depende de su cuerpo, que es el que contiene su material genético. Otros, que depende de la unión indisoluble de cuerpo y cerebro (¿es que acaso el cerebro no forma parte del cuerpo?), por lo que el experimento provocará inevitablemente la muerte de Luis (y en ese caso, ¿a quién le importa quién vaya a llevarse el dinero?). Finalmente, algunos pensarán que el cuerpo y el cerebro son igual de importantes, tanto si están juntos como si están separados. Para estos últimos el experimento provocará que Luis se desdoble y sobreviva en dos cuerpos distintos (vid. Parfit, 1984).

Tradicionalmente, la discusión filosófica sobre este tipo de situaciones —que se remonta por lo menos al Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke (1690)— se ha dirimido bajo la aceptación de dos tesis incuestionables. La primera, es que fundamentalmente sólo somos una entidad —el yo— que es la que nos debe importar cuando nos preocupamos por nuestra supervivencia. La segunda, que ésta entidad puede definirse en términos objetivos, por lo que la solución que demos al experimento que nos ocupa servirá igual para Luis que para cualquier otro sujeto —esto es, los yoes son iguales para todo el mundo—. En la actualidad ambas tesis están siendo cuestionadas.
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En cuanto a la primera tesis, la duda sobreviene sobre la cuestión de qué queremos decir cuando decimos que fundamentalmente somos una entidad. Resulta evidente que no solo somos yoes de naturaleza mental. También somos —como mínimo— seres humanos biológicos y personas sociales. Y no parece claro que nuestra existencia como yoes deba tener una mayor importancia que nuestra existencia como las otras dos (vid. Johnston, 2010). Los defensores de esta postura suelen traer a colación casos en los que un ser humano sobrevive pero su yo desaparece —por ejemplo a causa de un coma irreversible— que parecerían apoyar la idea de que lo realmente importante es la existencia del yo. Sin embargo no parece que el caso contrario, en el que un yo sobrevive, pese a la muerte del ser humano, sea mucho más atractivo. Si la situación del protagonista de Johnny got his gun de Dalton Trumbo ya nos parece angustiosa, imagínense lo que sería sobrevivir como un cerebro mantenido con vida en una cubeta sin recibir absolutamente ningún estímulo del exterior. Por su parte tampoco la perspectiva de sobrevivir como yo pero desaparecer como persona es muy deseable —piensen en las historias de dobles o de identidades robadas, en las que alguien se hace pasar por el protagonista e intenta robarle su vida—. En este sentido quizá deberíamos aceptar que nuestra existencia como las tres entidades —seres humanos, yoes y personas— es importante, aunque en determinadas situaciones algunos pudiesen preferir la supervivencia de una entidad sobre la de las otras dos.

En cuanto a la segunda tesis, afecta sobre todo a lo que entendemos por «yo». La biología sin duda puede darnos una definición más o menos objetiva de lo que es un ser humano que podría servir para cualquiera de nosotros. Respecto a nuestra existencia como personas sociales, cualquier juez podría solventar incluso los casos más complicados asignando derechos y responsabilidades que todos deberíamos acatar. Pero el problema del yo es más complicado. Pese a lo que algunos filósofos intentaron e intentan demostrar, nuestra vida mental posee un componente subjetivo que no sólo es esencial, sino que además es irreducible, imposible de poner en términos objetivos, imposible de eliminar (vid. Ricoeur, 1990). La tarea de ofrecer por tanto una serie de condiciones objetivas que se puedan comprobar en todos los casos y que certifiquen sin lugar a dudas si nos encontramos o no ante un mismo yo es una quimera. Ni siquiera la existencia continua del mismo cerebro puede decirnos nada sobre la existencia de un mismo yo. Y no sólo por los conocidos casos de amnesia que de vez en cuando constituyen el leit motiv de alguna película. También porque existen personalidades episódicas, las cuales experimentan su existencia temporal de tal modo que sienten ser un yo nuevo y distinto a cada momento (vid. Strawson, 2004). «Me siento nacido a cada instante / para la eterna novedad del mundo», escribe Pessoa. En este sentido podemos decir que el yo es una entidad subjetiva, sólo accesible desde la perspectiva de primera persona, por lo que únicamente nosotros mismos podemos decidir sobre nuestra identidad. Aunque por supuesto no se trata de una tarea fácil. Pues como muchos otros autores han puesto de manifiesto a lo largo del siglo XX y principios del siglo XXI, dedicarse a pensar sobre quién se es puede ser en ocasiones la tarea más ardua y peligrosa que cualquiera de nosotros puede emprender. Piensen por ejemplo en el protagonista de Uno, Nessuno e Centomila de Pirandello.

Volviendo sobre el caso de Luis, ahora podemos entender mejor la causa de su confusión, pues se encuentran en juego no sólo una identidad, sino tres. Además las condiciones de supervivencia de seres humanos, yoes y personas son distintas, por lo que su existencia como cada una de estas entidades se verá afectada de distinto modo por el experimento. En cuanto a su identidad como ser humano, podemos aceptar que su supervivencia depende de su cuerpo original, que va a recibir un trasplante de cerebro. En la actualidad se realizan trasplantes de prácticamente cualquier órgano y, por muy vital que éste sea, nunca cuestionamos la identidad del receptor del trasplante. Que en este caso el órgano trasplantado sea el cerebro no debería hacernos cambiar de opinión. En lo que respecta a su identidad como persona, dependerá en gran medida de lo que suceda tras el experimento. Nuestra identidad como personas es el fruto de la interpretación que los demás hacen de nosotros, del papel que la sociedad nos permite desempeñar. Si tras el experimento la mujer de Luis interpreta que éste sobrevive en el cuerpo del actor —esto es, si interpreta que la operación podría ser descrita como un trasplante de cuerpo en lugar de como un trasplante de cerebro— y decide seguir con su relación; si su jefe acepta que continúe en su trabajo; si su banco le da acceso a sus ahorros; si la policía le permite seguir viajando con su pasaporte, etc., entonces Luis sobrevivirá como persona en el cuerpo del actor.
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Si todos están de acuerdo en que Luis sigue vivo como persona gracias a su cuerpo original, eso será lo que suceda. Y si la sociedad decide interpretar que el experimento acabó con su vida como persona, entonces sus descendientes llorarán su pérdida y disfrutarán de su herencia. (Evidentemente en todo este proceso se tendrá en cuenta la opinión de los dos sujetos resultantes del experimento —el que posee el cuerpo de Luis y el que posee su cerebro— mediante lo que en otro lugar denominé como negociación narrativa, pero será mejor no detenernos en este aspecto).

Finalmente, será el propio Luis el que deba decidir qué es lo que va a pasar con su yo. Pero pese a lo que en un principio podría parecer, nuestro protagonista no puede esperar que la filosofía o la ciencia le proporcionen algún dato, alguna guía o receta que le permitan saber qué es lo que va a suceder tras el experimento (vid. Stokes, 2013). Pero lo que sí podemos indicarle sin embargo es qué aspectos debería tener en cuenta a la hora de tomar una decisión. En primer lugar, y según su propio criterio, deberá evaluar si en el momento actual es capaz de identificarse con el yo al que dará lugar su cerebro tras el experimento. Si siente que las cosas que le vayan a suceder en el futuro a ese yo serán cosas que le sucedan a él mismo o si por el contrario siente que le sucederán a un yo distinto. Esto es, si siente hacia ese yo futuro lo que los filósofos llaman «preocupación egocéntrica», el tipo especial de preocupación que sólo sentimos por nosotros mismos (vid. Martin, 1998). Esto no garantizará nada, ya que ese hipotético yo futuro podría no ser como Luis se imagina, pero al menos sí se puede considerar una condición necesaria para su supervivencia.

En segundo lugar deberá juzgar si tras el experimento ese yo futuro será capaz de identificarse con normalidad con su yo actual. Como decíamos anteriormente, saber quién se es no una tarea fácil, y para aquellos de nosotros que tenemos una agitada vida mental y una personalidad relativamente episódica en ocasiones es complicado saber si seguimos siendo el mismo yo que éramos en el pasado. Por su parte saber si el yo que somos actualmente seguirá existiendo en el futuro es una cuestión todavía más difícil, pues uno nunca sabe cómo evolucionarán sus sentimientos. Pero saber si el yo que somos actualmente seguirá existiendo en el futuro, sabiendo que en ese futuro vamos a ser víctimas del mismo experimento que Luis, es algo casi imposible.
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Casi toda nuestra experiencia vital está constituida por episodios en los que normalmente nuestras identidades como seres humanos, yoes y personas están unidas entre sí, de tal modo que una amenaza para la supervivencia de una entidad es también una amenaza para el resto —si cuando termine de escribir este artículo salgo a comprar comida y me atropella un camión, estoy seguro de que no sobreviviré como ninguna de las tres entidades—. Incluso cuando no es así y pensamos que una experiencia nos afectará de tal modo que tras ella seremos un yo distinto, sabemos que seguiremos siendo el mismo ser humano y la misma persona, lo cual constituye un punto de referencia para nuestros sentimientos al respecto. En el caso de Luis, sin embargo, las identidades del ser humano, del yo y de la persona que es en la actualidad van a verse afectadas de distinto modo, por lo que ni siquiera cuenta con esta guía a la hora de juzgar cómo se sentirá al respecto el yo al que dará lugar su cerebro en el futuro. Podría ser que no tuviese inconveniente en aceptar su identidad con el yo actual de Luis. Pero también podría ser que viviese el experimento como un cambio traumático que le haga sentirse un yo nuevo (en este sentido no deberíamos despreciar la importancia del cuerpo en nuestro comportamiento y el modo en que podría afectarle al cerebro de Luis el tener el atractivo físico de un famoso actor). En cualquier caso en este punto no podemos serle de ninguna ayuda a Luis, que deberá juzgar por si mismo cómo se comportará su cerebro en el futuro para saber qué sucederá con su yo. También tendrá que ser él quien decida, una vez que sepa lo que piensa con respecto a su yo, cuál de los dos sujetos resultantes del experimento prefiere que sea la víctima de la tortura y cuál el que disfrute del millón de dólares. Sin olvidar que, en cierto sentido, él podría ser ambos.

BIBLIOGRAFÍA

LOCKE, John (1690/1982). Ensayo sobre el entendimiento humano. México: Fondo de Cultura Económica.
JOHNSTON, Mark (2010). Surviving Death. Princeton, NJ: Princeton University Press.
MARTIN, Raymond (1998). Self-Concern: An Experiential Approach to What Matters in Survival. Cambridge: Cambridge University Press.
PARFIT, Derek (1984/2004). Razones y personas. Boadilla del Monte: A. Machado Libros.
RICOEUR, Paul (1990/1996). Sí mismo como otro. Madrid: Siglo XXI.
STOKES, Patrick (2013). «Will it be me? Identity, concern and perspective.» Canadian Journal of Philosophy 43, no. 2: 206—26.
STRAWSON, Galen (2004/2013). «Contra la Narratividad». Cuadernos de Crítica 56: pp. 31-66.
WILLIAMS, Bernard (1970). «The Self and the Future.» The Philosophical Review 79, no. 2: 161—80.
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* Alfonso Muñoz Corcuera es Doctor en Filosofía y Maestro en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid. Sus temas de investigación giran en torno al problema de la identidad personal y su intersección con las artes narrativas, especialmente el cine y la literatura contemporáneos. También es un experto en la figura literaria de Peter Pan. Actualmente reside entre Madrid, Atlanta y México D.F.

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