NIÑOS EN TIERRA DE NADIE: NOTAS SOBRE LA INMIGRACIÓN INFANTIL EN LOS ESTADOS UNIDOS
Primera Parte
[blockquote cite=»María de Jesús en Children in No Man’s Land» type=»left, center, right»]Nos escondimos. Después prendió las luces
la migración; y que prende las luces y
que mi primo que me jala y me
dice que corriéramos y yo corrí detrás de él[/blockquote]
Son las siete de la noche y hace un calor insoportable, así que hemos tenido que abrir las ventanas del salón de clases para poder respirar. De afuera llegan murmullos de conversaciones entrecortadas, bocinas de carros y música. Alguien se ducha en el piso de arriba y puede escucharse el agua golpear contra el piso. El edificio donde enseño es el más viejo de la universidad y los salones de clase comparten el espacio con los dormitorios estudiantiles. A esta hora muchos estudiantes están de vuelta y uno inevitablemente termina participando de las rutinas domésticas mientras discute sobre cultura, literatura e historia.
Mis estudiantes se encuentran sumidos en un tenso silencio. Estaban debatiendo sobre el sistema de inmigración aquí en California y uno de ellos, a quien llamaré Miguel, molesto por los comentarios discriminatorios de algunos compañeros, se levantó y con voz temblorosa contó que a los trece años cruzó a pie la frontera entre México y los Estados Unidos junto con su hermano menor para encontrarse con su madre y describió las penurias que pasaron durante su travesía. Los demás enmudecieron. Por un momento tuvieron que salir de su «zona de confort» e imaginar el miedo y la incertidumbre de un niño que no sabía si volvería a ver a su madre o si llegaría a su destino vivo y cuya única preocupación era la de proteger a su hermanito. Para unos cuantos chicos, esta experiencia tiene un toque surreal: han crecido dentro de una cultura que criminaliza al inmigrante indocumentado. Pero en este día en particular, el inmigrante estaba entre ellos y no lo sabían y esto los descoloca por completo.
Los medios de comunicación, el discurso histórico oficial y los debates políticos solo aluden a los inmigrantes adultos que vienen a trabajar en los sectores de construcción, jardinería, agricultura, limpieza doméstica y cuidado de niños, pero no mencionan a los miles de menores que viajan incontables kilómetros para llegar a los Estados Unidos y rara vez se escucha o se lee una noticia al respecto. No obstante y de acuerdo con cifras oficiales de la agencia PEWS, en el año 2012 fueron aprehendidos 24.481 menores que cruzaban la frontera en el estado de Texas, cantidad que se ha triplicado desde el año 2008. Más del 90% venía de Honduras, Guatemala y El Salvador, huyendo del conflicto armado y la violencia [1]. Estas cifras no incluyen a aquellos que han perecido durante el cruce o a los que han logrado llegar sin ser detectados por las autoridades. Tomando en cuenta que la frontera entre México y los Estados Unidos mide aproximadamente 3.145 km y que abarca los estados de Arizona, Nuevo México, California y Texas el número podría ser mucho mayor y de hecho cifras no oficiales estiman un número superior a 100.000.
Los reportajes y estadísticas que existen acerca de niños que cruzan a pie la frontera incluyen pocos detalles sobre cuántos niños viajan solos y cuántos en grupos, si llegaron enfermos o heridos a los centros de detención o incluso si fueron abandonados por los coyotes que habían contratado sus familiares. Muchas veces tampoco se reportan los abusos cometidos por los patrulleros fronterizos por miedo a retaliaciones. En este sentido, la invisibilidad es un arma de doble filo: puede encubrir al menor que pasa desapercibido y se cuela por las fisuras de un sistema de inmigración defectuoso. Cruza la frontera caminando, escondido en la maleta de un carro, la cava de un camión o entre bolsas de equipaje. Pero de ser descubierto sufre abusos impensables tanto de pandilleros como de las autoridades que tienen el deber de protegerlos.
Dependiendo de las causas por las que los niños emigran, pueden ser amparados bajo algunas de las leyes de inmigración o retenidos en centros de detención hasta que su caso se resuelve. En general, los que vienen de México son deportados casi de inmediato. Para muchos, la meta del cruce es reencontrarse con sus madres, quienes se encuentran ya en Estados Unidos trabajando y les han hecho la promesa de volver. Pero no tienen documentos para volver a entrar, así que no pueden salir a visitar a sus hijos. Algunas se casan y forman otra familia, lo cual dificulta aún más el regreso.
La situación descrita anteriormente llevó a la panameña-americana Anayansi Prado a poner el tema sobre el tapete utilizando las historias personales de dos menores como punto de partida. Anayansi tiene en su haber tres documentales sobre el tema de la inmigración como son Maid in America (2005), Children in No Man’s Land (2008) y Paraiso for Sale (2011). En Children, sigue de cerca a dos primos que viajan desde México hasta Chicago para encontrarse con sus madres. En el trayecto son interceptados por oficiales de inmigración —la migra— y llevados a un centro de detención por unos días hasta que su abuela los recoge. Luego vuelven a emprender el cruce, esta vez con un coyote. Después de muchas penurias y obstáculos los niños consiguen cruzar y finalmente reunirse con sus madres. Pero el final no es feliz porque tanto los niños como las madres deben volver a empezar para reparar su relación, además de aprender el inglés, adaptarse a la ciudad y sobretodo mantener su invisibilidad para no ser deportados ya que al haber cruzado de forma ilegal, no pueden obtener papeles de identificación de forma inmediata.
En una conversación telefónica que sostuve con Anayansi [2], explicó que al principio tenía la idea de seguir a un par de niños durante el cruce, pero sabía que la historia sería controversial. Sin embargo, sostiene que para ella la inmigración infantil es un asunto de derechos humanos y que es necesario hablar sobre el tema para concienciar a la población. Asimismo, señala la importancia de estas historias no-oficiales para entender los sacrificios que supone el cruce y las secuelas que deja a nivel emocional y psicológico, tanto en los menores, como en sus familias. En los comienzos del proyecto, Anayansi explica que la dificultad radicaba en encontrar niños que quisieran participar y cuyos padres estuvieran de acuerdo. Le tomó un año entero encontrar a los que luego serían los protagonistas del documental, ya que a veces encontraba posibles candidatos pero luego les perdía la pista.
Cuando le pedí que describiera alguno de los momentos más significativos de la filmación, la documentalista comentó que mientras los niños cruzaban la frontera pasó cuatro días en la casa de la madre durmiendo en el sofá, angustiada y sin tener noticias. Le pregunté si alguna vez estuvo en peligro y me contestó que sí, ya que los coyotes sabían que ella estaba filmando y en algún momento tuvo que apagar la cámara para no poner en peligro la vida de los niños. Le tocó incluso hablar con uno de ellos y describe el encuentro como intimidante. Cuenta que tuvo dudas en varios momentos acerca de si estaría haciendo lo correcto, si estaría poniendo las vidas de los niños en peligro innecesariamente y se preguntaba cómo terminaría la situación. Tuvo que resignarse a no grabar conversaciones y llamadas para no exponer a la familia. Después de haber filmado y terminado con el documental, le costó recuperarse de la experiencia, la cual describe como «emocionalmente desestabilizadora» («emotionally unsettling»).
Uno de los aspectos que más llaman la atención acerca del trabajo realizado por Anayansi, es la forma como la inmigración se ha convertido en un mercado negro, cuyas redes se abanican y se expanden en la medida en que la demanda sigue creciendo. Para el momento en que se filmó el documental, el precio que cobraban los coyotes para cruzar a los niños era de $5000.00 por persona. Hoy día es más, aunque es difícil averiguar exactamente cuánto, porque depende de las circunstancias. Además, los coyotes se encargan de la logística pero son los polleros los que cruzan a las personas, por lo que existe toda una red organizada. Las formas de pago se ajustan a la situación familiar, al igual que las tiendas por departamento que dan crédito a los clientes para que adquieran productos para el hogar. Pero en este caso se juega la vida: normalmente, la familia paga de contado si tiene el dinero —lo cual es poco probable—. De lo contrario, deben pagar por cuotas y si no tienen trabajo, la red les encontrará uno y se asegurará de que la persona cumpla. Los alojan en apartamentos donde viven hacinados junto con otros trabajadores y además les cobran el alquiler y la comida. El sueño americano entonces, se va desmoronando poco a poco ante las dificultades, la explotación y la angustia.
Las historias de Miguel, María de Jesús y tantos otros niños que permanecen anónimos, resultan necesarias para entender el poder —y el peligro— de las historias unilaterales, como diría la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, que no representan la pluralidad de voces y perspectivas de estos menores cuya invisibilidad y vulnerabilidad física y emocional los hacen blanco de la violencia y los privan de sus derechos más básicos. La inmigración se ha convertido en un discurso homogéneo que representa los intereses de un Estado que trata de sacar provecho de la mano de obra barata que necesita para impulsar la economía, pero por otra, no está dispuesto a compensar de manera justa a los trabajadores inmigrantes por su labor ni a ofrecerle la oportunidad de traer a sus familias. El Congreso condena la inmigración ilegal, discute posibles permisos de trabajo, condiciones de estadía temporal. Pero al enfocarse solo en el aspecto económico, ignora a aquellos sujetos que aún no pueden contribuir con su trabajo al desarrollo de la economía nacional y que, por tanto, permanecen en un limbo físico y emocional.
NOTAS
[1] https://www.pewstates.org/projects/stateline/headlines/number-of-undocumented-children-who-cross-us-border-alone-has-tripled-85899474787
[2] El 26 de febrero de 2014. La entrevista se realizó en inglés y la traducción es mía.
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* Leonora Simonovis (Caracas, 1974) es profesora de español y literatura latinoamericana y caribeña en la Universidad de San Diego, California. Ha publicado artículos de crítica literaria y cultural en reconocidas revistas venezolanas y extranjeras, siendo los más recientes «Espacios móviles, narrativas fluctuantes: un acercamiento a la frontera colombo-venezolana en Punto y raya» y «El cuerpo de la bestia: una mirada a dos poetas venezolanas contemporáneas». Asimismo, coeditó un volumen de ensayos sobre cultura venezolana contemporánea (2013) y dos de sus cuentos breves fueron recientemente publicados en España.