Literatura Cronopio

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La poética del silencio de José Ángel Valente del presente agónico al presente cero

LA POÉTICA DEL SILENCIO DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE (1929-2000): DEL PRESENTE AGÓNICO AL PRESENTE CERO

Por Jorge Machín Lucas*

No cabe lugar a dudas de que, ante todo, las líneas maestras de la obra poética y ensayística del gallego José Ángel Valente (1929-2000) se articulan y cristalizan en torno a tres nociones teóricas básicas: la intertextualidad, la postmodernidad y la mística. Toda su trayectoria literaria es en sí la paradójica y casi inefable expresión de una quimera: la búsqueda de lo inmanente y de lo trascendente para tratar de explicar, de reunificar y de redimir al yo en el mundo. En ella se representa líricamente una especie de viaje centrípeto del yo lírico hacia el centro de su identidad, para buscar las fracturadas claves de su tan mísera identidad en lo material, como gloriosa en la espiritual existencia. El poeta manifiesta su deseo de compasión y de entendimiento con el otro en un utópico proyecto de mejoramiento social en una nueva Historia en mayúscula de tipo trascendente y con capacidad salvadora para todos. Las influencias esotéricas en sus textos quieren erigirse en una superación o en una corrección de los excesos postmodernos del materialismo y del hedonismo, así como del afán servil de supeditarlo todo a un cientifismo obsesionado con los beneficios económicos de la producción industrial, con lo tecnológico y con lo militar que apoya una boyante y macroeconómica «razón de estado» sobre una microeconómica razón individual en crisis. La idea de Valente es generar una alternativa a las injusticias que presiden este mundo de depredadores y de presas que algunas veces van intercambiándose sus roles y que las más los mantienen toda su vida. Esa es la de aspirar a unos máximos de justicia social universal que muy probablemente solo se pueden conseguir después de la muerte. A saber, mediante su poesía se desearía convocar la transformación de la historia humana en otra Historia ideal más sabia y más ecuánime con la intención de recomenzar el proyecto de evolución con más garantías para todos.

Para ello, el poeta apuesta por una vuelta al origen del ser y de la vida dentro de la taumaturgia lírica con tal de compensar, con la evasión literaria, su frustración derivada del hecho de ver que los políticos no han podido, y muchas veces ni han querido, conducir al mundo hacia un estado más alto de bienestar, de civilización, de generosidad, de amor y de cordura. Se escenifica en sus páginas, así pues, un intento para encaminarnos todos hacia un destino conjunto de comunión universal. En los poemarios, sobre todo desde la década de los 70, con El inocente como punto de inflexión, no solo hacen acto de presencia las pulsiones místicas y acarreos del alma personales del autor descargados sobre su alter ego, que es el yo poético, sino también toda una ontología intertextual, a saber, la necesidad de germinarse desde las voces, las letras y los espíritus de la tradición literaria y de pasar el legado a la futura historia del pensamiento.

Con ese propósito el rico ego valentino, consustancial al buen vate, tan narcisista en cuanto a la exhibición del propio ser, por malherido que haya sido, como generoso para dejar sustancia nutritiva en forma de verbo poético para las futuras generaciones, se nutre de variados referentes palimpsésticos que han buscado en las letras una expansión epistemológica de los conceptos tradicionales de realidad, de materia, de sonido y de positivismo hacia una redefinición o mejor explicación de los conceptos de ser, de tiempo, de espacio y de palabra. Se trata de una exploración de la realidad que cuestiona los límites del mundo y de la ciencia, de una penetración en la ultra o antimateria, que creemos ingenuamente que es la nada, y en los ultra o infrasonidos que confundimos con el silencio, los cuales existen aunque no son perceptibles por las limitadas mentes de la mayoría de los seres humanos. Antonio Gamoneda u Octavio Paz, entre otros, hicieron algo similar en su poesía que combina marxismo o socialismo, surrealismo y mística hacia el origen. También Ernesto Cardenal aunque este busque la panacea en el final de la historia, en un destino que puede ser el punto de convergencia entre cientifismo, mística y justicia universal en el Reino de Dios, muy influido por la «teología de la liberación» y por el pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin que quiso unir evolucionismo darwinista y religión.

Esos intertextos anteriormente aludidos son los de las tradiciones místicas impulsadas por Eckhart, por Taulero, por la cábala, por los sufis o por el cristianismo, leídas desde sus más insignes místicos (Al Hallaj, Ibn Arabi, Farid ud din Attar, Isaac Luria, Moisés de León, San Juan, Santa Teresa, Miguel de Molinos, verbigracia) o desde sus críticos más prestigiosos (Louis Massignon, Henry Corbin, Miguel Asín Palacios, Luce López-Baralt, Gershom Scholem, Moshe Idel, Harold Bloom, René Guénon, Dámaso Alonso…). También Valente se dejó germinar por religiones y místicas orientales, con las que las anteriores convergen de raíz en sus problemáticas inmanentes y trascendentes, como son el taoísmo, el confucianismo, el budismo zen o el hinduismo. Con la ayuda de estas influencias, se explora lo más hermético, lo que está más allá de la percepción, lo más íntimo, lo más divino y el origen de todos los seres y de todas las cosas. De este modo se quiere encontrar una palabra matriz, esencial, de carácter comunitario y salvador. En esa línea de mística más intelectual, teórica y lírica que práctica, muy visionaria y muy escéptica, andarían los poemarios de la etapa más autorreferencial y esotérica de la producción de Valente, como Material memoria de 1979, Tres lecciones de tinieblas de 1980, Mandorla de 1982, El fulgor de 1984, Al dios del lugar de 1989, No amanece el cantor de 1992 o Fragmentos de un libro futuro del 2000. La lectura del ensayo valentino ratifica la absorción de estos influjos (por ejemplo, Las palabras de la tribu de 1971 o Variaciones sobre el pájaro y la red y La piedra y el centro de 1991). Asimismo, la pingüe información extraída de la biblioteca de José Ángel Valente, gestionada por su cátedra de Santiago de Compostela, y la numerosa documentación en Vélez-Málaga de la Fundación María Zambrano, filósofa que fue uno de sus más eximios maestros en estos temas, además de la de abundante crítica literaria, mística y filosófica que leyó, confirman la importancia de esas fuentes de la tradición.

La evolución de esta andadura poética de Valente en espiral hacia el centro de la ipseidad y de lo cósmico se puede dividir en tres etapas. La primera incluye los poemarios producidos entre A modo de esperanza (1953-4) y Presentación y memorial para un monumento (1969). En ella, el yo poético está en proceso de purgación personal. Este evoca con frustración un pasado irrecuperable en su totalidad que tan solo se puede reconstruir parcialmente con olvidos y con selecciones deliberadas. Así se facilita la catarsis personal, de manera idealizada o acrisolada por la superposición entre una memoria adulterada, una ubérrima imaginación poética y un diestro forjado del verbo lírico que aspira, desde el fragmentarismo hasta la parquedad máxima posible de palabras, a buscar el significante más prístino y puro que enclaustre el significado más etéreo y volátil. Esta etapa no es en absoluto de corte social y en ella lo referencial es depurado por el recuerdo nostálgico de un solitario yo poético que, en pleno estado de incomunicación, convoca y trae a la memoria, criba y transforma unas épocas críticas para la historia reciente de España: la de la guerra civil y la de la posguerra en el siglo XX.
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La segunda se extiende desde El inocente (1967-70) hasta Interior con figuras (1973-6). Es una etapa más subjetiva, iluminativa para el poeta y para su trasunto en el poema, el yo lírico, una revelación similar a la de una teofanía influida por las tradiciones místicas ya mencionadas, por el romanticismo de Friedrich Hölderlin o de John Keats, por el simbolismo de estirpe verlainiana, por el surrealismo y su vertiente onírica en general, por las líricas de Juan Ramón Jiménez, de Luis Cernuda, de Edmond Jabès o de Paul Celan o por la filosofía diáfana o «razón poética» de María Zambrano, entre tantos otros. Con la ayuda de influencias de tal envergadura intelectual, la otredad se va integrando lentamente en un yo poético que, tras hacer implosión, se dirige hacia lo más recóndito de su ipseidad. Una de las máscaras de ese yo, llamada Agone, que simboliza una agónica división ontológica previa a un renacimiento del ser y del lenguaje, será el desdoblamiento importante para entender su arrobado desvío hacia la mística y hacia un intento de encontrar la unidad simple del ser y de la alteridad preconizada por místicos de la talla de un Eckhart.

La última etapa, aquella que comprende los poemarios entre Material memoria (1977) y Fragmentos de un libro futuro (2000), poetiza una fase que gradualmente va hacia el solipsismo para el yo lírico. Es la radiografía que representa las inestabilidades del centro de un yo aislado y fragmentado por la violencia histórica en los momentos previos a su muerte, con el caos de sus deliquios, de sus delirios, de sus visiones y de sus alucinaciones. Con todo, no se muestra esa nueva Historia en mayúscula a la que se aspira. Solo la imaginación del lector y su intuición poética pueden pronunciarse al respecto de lo que aparecerá tras la luz (de la desconexión o de la reconexión del ser) que antecede al deceso: ¿Hay Dios? ¿De qué tipo? ¿Cómo es? ¿Es él el mismo yo? ¿No hay nada? ¿Es Dios la nada? ¿Es Dios un dios íntimo diferente para cada uno y en minúscula? ¿Es Dios el Deus absconditus, la nigra lux, la nigra fons de los místicos? ¿Es Dios la síntesis de la tesis y de la antítesis de un mundo binario, de dualidades, de dicotomías, de dialécticas o, más allá de eso, la unión y dispersión cíclica de miríadas de fragmentos?

Todas estas posibilidades pueden encajar con preguntas abiertas por su poesía o sugeridas por sus intertextos. Somos sin ser y estamos sin estar ante el misterio del origen, de la creación y del destino humanos. Estos son oximorones que pueden resumir el ideario poético de Valente, el indeterminado tiempo postmoderno de la incertidumbre. En él se aspira a reunificar los fragmentos de la identidad con los de la alteridad, en el punto cero en que confluyen historia, ontos y logos, donde se puedan poner de manifiesto una materia-energía pararracional y un sonido, el silencio sonoro del verbo poético, que están más allá de la percepción convencional de los hombres: hablamos de la material memoria de lo originario. Toda una anatomía del presente cero, tal vez eterno, que empieza en esa extraña forma de vida que puede haber más allá de la muerte.

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* Jorge Machín Lucas es profesor asociado y coordinador de estudios hispánicos de la University of Winnipeg, se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.

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