Literatura Cronopio

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Los dueños

LOS DUEÑOS

Por Juan Ladrón de Guevara*

El aire a las seis de la tarde de un día cualquiera, de lunes a viernes es denso, el día se desintegra con nubes de visos profusos donde es posible que se cuele el lánguido rayo del último sol. La gente comienza a desplazarse, caminan sin ver, inmersos en el ruido, los vapores mortíferos de buses, colectivos, taxis y demás vehículos ensucian los mejores ánimos. Enfrentar los deficientes servicios de transporte es un reto a la humanidad misma.

La gentileza, los buenos modos, la decencia, incluso la inteligencia no tienen lugar aquí. Este es un ejercicio de supervivencia al mejor estilo prehistórico, triunfa el fuerte, el codazo, el empujón, el insulto que desconcierta. La consigna es clara, hay que llegar, aunque implique arriesgar el pellejo, perder la peluca, arrugar la corbata. No hay fila que se respete, ni condición, sufre el anciano como la embarazada, el niño y la enyesada, esto es democracia.

La ciudad no ofrece concesiones, no hay preferencias aseguradas, ni buen servicio garantizado. Los alcaldes de paso, los concejales que solo le rinden cuentas a su bolsillo, en el mejor de los casos y en los peores, a un amo siniestro, la fuerza pública cada vez más endeble e indiferente, los empresarios mala clase del servicio público, las mafias que controlan desde la adjudicación de contratos de obras públicas hasta al vendedor de dulces, cigarrillos y gaseosas, todos suman al caldo de cultivo, cada uno contribuye desde la sombra al coctel molotov.

Han hecho lo necesario por décadas para imponer un reino inamovible de corrupción, un gobierno a la sombra, un puño que aprieta. Son los que colocan y mueven las fichas, son los dueños de lo que es de todos. Sus tentáculos son largos y flexibles, se enroscan en los periódicos y los noticieros, amenazan con asfixiar los palacios de gobierno y de justicia, están por encima de las entidades de control, son jefes de un ejército inmenso e invisible.

No se engañe, aquí no gobierna el que se subió a la tarima, el de los discursos de vena brotada, el que se presenta como liberal o conservador. Aunque se apoden con diferente mote, son los mismos desde hace doscientos años. Esos no gobiernan ni en su casa, son sombras sobre una pared, figuritas animadas. Los dueños son gente paciente, que no se crispa fácilmente. Saben bien que de nada valen discursos, ni planes de gobierno, sin ellos todo eso es inútil. No les importa el alias político, ni los votos, importa cómo el nuevo capitán del barco encallado los va a beneficiar, cómo les va a pagar su cuota por permitir que la ciudad no colapse.

A los dueños no les gustan los desplantes, ni las bravuconadas, son gente sensible, a ellos no los hacen esperar, ellos entran, no piden citas, los atienden, no obedecen, dan órdenes. Les encanta que les abran la puerta y los traten con la cabeza gacha y de doctor, aunque muchos no han pasado de la primaria o compraron el título universitario. Ellos son los que eligen lo que se hace y cómo se hace, así de sencillo, simple, transparente.

No acatar su dominio, irrespetar su tradición, amenazar su emporio de corrupción subterránea tiene consecuencias graves. Moverán todas sus piezas en contra del atrevido, habrá manifestaciones financiadas, bloqueos subvencionados, sabotajes presupuestados, se interpondrán demandas, habrá investigaciones disciplinarias, editoriales envenenados, noticias tendenciosas, cosecha de calumnias, críticas, la oposición dará declaraciones inflamatorias, citará a debates interminables, hasta que el contramaestre del lodazal dé su brazo a torcer, medie, negocie, les respete su condición de señores feudales de la ciudad.
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Así ha funcionado por dos siglos, no hay alternativa, no hay posibilidad de cambios reales, profundos, significativos, a largo plazo, ellos mandan. Cuando permiten cambios, estos son esporádicos, son malabaristas de un circo sin red. Los dueños andan por ahí, por encima de toda ley, sumando cifras a sus cuentas bancarias, mientras la ciudad cojea, se tambalea, anda andrajosa, mal nutrida, encrespada, apiñada en buses saturados, cuando no mal tenidos, conducidos por tipos de mala espina. La ciudad se muere en corredores de hospitales, apuñalada en cualquier calle, camina torpe sorteando huecos, tropezándose en avenidas mal iluminadas. La ciudad tiene hambre, está desempleada o mal pagada, sufre desidia crónica, impotencia contagiosa, su humor es hosco de tanta inequidad, es un perro con rabia y sin bozal, un volador sin palo, un cabo suelto, una hija descarriada, un hijo malcriado, un árbol torcido. Verla produce lástima y coraje, sube la tensión, produce agrieras y salpullido, es un polvorín, una mecha viva, una herida con sal.

Obsérvela descomponerse frente a sus ojos, vea su palidez, el ultraje diario y cotidiano en cada calle mal señalizada y peor iluminada, sienta su angustia a la hora pico de las seis de la tarde o en su hora homologa de la mañana. Vea sus rostros tensos, sus gestos desafiantes, respire su impotencia, su desesperanza embutida al vacío en el pasillo de un bus.

Los dueños nos han arrebatado nuestra ciudadanía, nos han hecho sobrevivientes, no somos habitantes de tal o cual ciudad, somos sus víctimas, sus señuelos, su carne de cañón, sus cifras en rojo. Sus malas artes nos han transformado. Olvidamos festejar sin reñirnos, bailar sin irnos a los puños, nos enseñaron a no ceder el paso, sino a pasar por encima, a no discutir, sino a insultar, a no pensar, a actuar con la médula. El credo corrupto de los dueños ha destruido día a día, como la marea con el malecón nuestra humanidad, nuestro habitad, hasta convertirnos en jaurías, en nómadas furiosos, en seres intolerantes, agrestes como la mala hierba, vulgares como un escupitajo. ¿Cuál es el futuro que estamos construyendo para nuestra estirpe? Los condenaremos a la desesperanza y la desidia, el caos y la violencia. Depende de cada uno hacerse dueño del futuro.

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* Juan Ladrón de Guevara Parra nace en Bogotá, Colombia, en 1976. Cursa la carrera profesional de Estudios Literarios en la Universidad Javeriana en Bogotá y posteriormente es becado para hacer sus estudios de postgrado en la universidad de Boston College, donde recibe su título de maestría en Literatura Hispanoamericana y Cultura. Luego de finalizar sus estudios académicos decide enforcarse en desarrollar su carrera literaria, siendo Tras la sombra del insomne su primera novela en ser publicada. Actualmente trabaja en su segunda novela.

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