Escritor del Mes Cronopio

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Lo contemporáneo como inmersion sobre el ser argentino

LO CONTEMPORÁNEO COMO INMERSIÓN: SOBRE EL SER ARGENTINO

Por David William Foster*

MINISTRO —¡Usted!… ¡Usted [Sr. Marqués de Sade] que se jacta de haber agotadodo todos los vicios, de haber cometido todos los pecados, ha omitido el más terrible, el que más podría ofender a ese Dios al que tanto dice odiar.
MARQUES —¡No le permito, señor!… ¡Usted me ofende!… ¿Cuál es ese pecado?
MINISTRO —¡La hipocresía!… (Carlos Somigliana, El Nuevo Mundo)

¿Usted, qué viene a hacer a este país de mierda? (periodista, entrevista noviembre 1981)

No puedo aspirar a redescubrir las definiciones que ya existen de lo contemporáneo, del sentido de lo contemporáneo, de su efecto ni de su campo. Pudiera tratarlo como experiencia —es decir, la experiencia de lo contemporáneo en relación con la experiencia del Otro— desde la perspectiva de mis cincuenta años enseñando e investigando acerca de Buenos Aires —no exactamente toda Argentina, sino precisa, exclusiva y obsesivamente, Buenos Aires— ya sea en el mismo Buenos Aires o incluso enseñando cultura estadounidense en esa ciudad. Últimamente, he dado clase y conferenciado en otras regiones de Argentina, pero siempre bajo el mandato «Dios está en todas partes, pero únicamente atiende en Buenos Aires» que significa un mero devaneo geográfico fuera del epicentro que es Buenos Aires tanto para los estudiosos extranjeros como para los mismo argentinos.

Mi carrera académica fue marcada por el enorme impacto en Estados Unidos de la Revolución Cubana, cuando entré a la universidad en 1958, y más específicamente, cuando por primera vez fui a Buenos Aires en 1967, en donde gobernaba el primero de nueve sucesivos presidentes militares. Atestigüé el periodo trazado por el autoritarismo hasta la pseudo-democracia y de regreso al autoritarismo y finalmente, en 1983, hasta la posible vuelta a la democracia constitucional. Sin embargo, desde 1983 todo ha sido turbulento y, en no menos ocasiones violento, como en los «años de plomo» de la tiranía militar. El hecho que Argentina, de entre todos los países del Cono Sur que padecieron una dictadura opresiva durante la segunda mitad del siglo XX, sea la única nación en la que el discurso público sobre la tiranía y sus todavía latencias en la vida social como un histórico horizonte intransigente, ofrece un llano sentido de la trayectoria histórica de la Argentina. La película de Juan José Campanella, El secreto de sus ojos, datará de 2009, pero los eventos que cuenta, aunque son retrospectivos hasta 1974 (el periodo de la pseudo-democracia), resuenan en el discurso público de la Argentina el día de hoy. Aunque la película tiene fuertes problemas ideológicos, su mera existencia testifica la llaneza de la historia argentina que mencioné anteriormente: desapariciones, asesinato de figuras políticas, difusos acontecimientos y crímenes sin clasificar, todo impregnado de la corrupción que un novelista argentino llamó «atracción turística» y que amasa una narrativa nacional coronada por una paranoia nacional comprometida con la desconfianza hacia toda explicación oficial, todos convencidos de que la historia real está en otra parte. Sólo para aclarar, las estadísticas de tortura y asesinato de los peores años de la dictadura ya no son efectivos y existe un orden progresivo de las instituciones democráticas bien fundamentadas.
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Pero el sentido del monstruo invisible, de lo recurrentemente unheimlich (por usar un adjetivo favorito de Borges), y de una sociedad al borde del abismo, continúa permeando la consciencia colectiva de Argentina: el filme de Albertina Carri, La rabia (2008), la colección retrospectiva de cuentos de Enrique Medina, El último argentino (2011), la obra de teatro de Lola Arias, La escuálida familia (2001), las crónicas de Enrique Pinti en La democracia que nos parió (2002), la novela Rumble (2011) de Maitena Burundunera, sólo por citar algunos textos de la pasada década, todos dan una visión apocalíptica que puede leerse como una alegoría nacional. Se podría sostener que los argentinos no son dueños de la literatura apocalíptica, ni tampoco los argentinos en la actualidad, ya que el texto fundador de la literatura argentina, «El matadero» (1839; pero recién publicado en 1871) de Esteban Echeverría, pudiera discutirse como apocalíptico en su naturaleza. No obstante, el sentido de la frase «jodidos y descontentos», como un dicho diario en el vocabulario del argentino de Buenos Aires, es inescapable. Como Mafalda apunta oportunamente, aquí estamos «mamando el estilo nacional». Otras sociedades —como la de Estados Unidos, ciertamente— tienen una industria redituable de la paranoia periodística, pero somos pocos los que estamos convencidos de que los medios de comunicación son una confiable fuente de información.

Esto no es así para un significativo sector de los argentinos. Un medio como informadorpublico.com puede considerarse como periodismo extraoficial en los Estados Unidos, pero es una importante alternativa de investigación periodística cuyo lema es «Periodismo en tiempos de emergencia en tiempo real» y que porta esta cita de Maquiavelo en su cintillo: «Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a muchos». Cuando la periodista e investigadora Viviana Gorbato murió en 2005 por causa de una «descompensación», no resultó sorprendente que algunos lectores serios de noticias sospecharan que en realidad haya sido asesinada debido al proyecto en el que trabajaba acerca de la corrupción en el gobierno de Néstor Kirchner. Y cuando Cristina Fernández de Kirchner se sometió a una cirugía de cáncer de tiroides, no fueron lunáticos los que pensaron que en realidad fue para una cirugía plástica. Por otro lado, Tribuna de periodistas, órgano de la Escuela de Periodismo del Círculo de la Prensa publicó pruebas sobre la muerte de la reportera Lourdes Di Natale, quien investigaba la corrupción del gobierno de Menem: Lourdes no se había suicidado en 2003, sino que había sido asesinada.

Por ninguna de estas razones me arrepiento de no haber pasado mi vida académica y personal en climas más felices. Tampoco me veo como un masoquista revolcándose en la abyección social, ni como un Schadenfreud cínico disfrutando de la abyección socio-cultural del otro. Fue simplemente algo casual. Había yo solicitado una beca Fulbright en Río de Janeiro, pero me la dieron para Buenos Aires y el resto es, como se dice, historia. Argentina acababa de celebrar el primer aniversario de la Revolución Argentina del General Juan Carlos Onganía, y la capital emanaba un carácter depresivo; los años paradisíacos de la apertura cultural post-peronista aun se respiraban, incluyendo una actividad teatral sorprendente, como el legendario Instituto Di Tella, fundado en 1958 y con un periodo de esplendor en el lustro de 1965-1970, cuando fue clausurado por la dictadura. Esta fue, junto con algunas otras experiencias culturales positivas, suficiente para convencerme de que allí era dónde yo quería estar, exceptuando por mi interés en el encanto brasileño. Nunca me arrepentiré de lo que la beca Fulbright me dio. Me disculpo por estos devaneos personales en Argentina, pero era necesario para contextualizar lo que quiero decir acerca de lo contemporáneo como un objeto de estudio, y mi trabajo, al menos, nunca ha sido libre de una inmersión en lo contemporáneo que es, más que imperante, compulsivo.

Ahora bien, sé que hay un problema ético en todo lo que he dicho, en el sentido de que he calificado a una sociedad que ha absorbido mi agenda académica en virtud de quedar veteada de la paranoia y categóricamente devota a la corrupción como empresa estética. O, por decirlo maliciosamente, ¿por qué gastar tanto tiempo en lo negativo de una sociedad y en transformarme a mí mismo en un testimonio vivo de esa negatividad, sin la legitimación civil dada por la ciudadanía de esa sociedad? La respuesta de esta pregunta yace, me parece, en la medida en que la cultura argentina confronta de forma peculiar el perfil de su sociedad tan peculiar. Los brasileños pueden hablar de la cultura «para inglês ver», pero el leit motiv de la cultura argentina es, por utilizar el título de una obra de Armando Chulak y Sergio De Cecco, El gran deschave (1975). El verbo «deschavar» (un vocablo ejemplar del léxico brutal conocido como lunfardo) significa «revelar lo que se ha mantenido oculto». La cultura argentina es, por esto, un vasto proyecto del deschave: nada se guarda y todo se externaliza desaforadamente, como si en «la Argentina embrujada» (frase que pertenece a la periodista Gorbato) no hubiera habido otra forma para que las fuerzas oscuras de la sociedad argentina (véanse las obras de Artl, Los siete locos, Ernesto Sábato, Ciegos, y Pizarnik, La condesa sangrienta) tuvieran lugar al menos, si no combatidas, sí identificadas y confrontadas.
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El bisturí mortal de la honestidad argentina es, entonces, lo que más me fascina de su producción cultural. Por su puesto, hay una masa gigante de cultura frívola, la cual no deja de ser interesante, especialmente cuando está aderezada con la vulgaridad de una Susana Jiménez, Mirta Legrand, Jorge Porcel o, más nuevo, el paradigmático Ricardo Fort. Por otro lado, la literatura extranjera de todo tipo se vende muy bien en traducciones, porque los lectores argentinos simplemente prefieren no confrontar su producción nacional; lo mismo podría decirse de los espectadores que prefieren la abundancia del Broadway americano en español sobre la Avenida Corrientes, en vez de la más reciente farsa de Los Marrapodi y cientos de otras producciones cada año.

El imperativo argentino del testimonio propio abarcaría, retrospectivamente, todo el curso de la historia nacional, pero habría un poco de dudas, desde una examinación somera del registro de producción, que este enfoque recae en lo que es inmediatamente contemporáneo. Es de esta manera que el periodo del Proceso, aunque no va más allá de los treinta años —un hueco que hace del golpe de estado de Brasil o el de Chile en 1973 algo casi prehistórico—, permanece rigurosamente contemporáneo, al grado de que todavía es una convicción incesante el que la continuidad de los eventos, y el pasado de la dictadura militar, no murieron y no fueron enterrados con los 30 mil desaparecidos. Me refiero una vez más al aplastante efecto en la consciencia socio-histórica y sus ecos en la producción cultural del país. Esto se evidencia en una reciente crónica de la relación entre la corrupción y los horizontes de la consciencia socio–histórica en el libro de Miguel Wiñazki, elocuentemente titulado La locura de los argentinos: historias de un país furibundo y desmesurado (2010).

Vale la pena hablar aquí del significativo fenómeno argentino del kiosco. Mientras que en las esquinas de la periferia de la ciudad no hay kioscos, sería difícil esquivarlos en los centros urbanos. Podría no haber en todas las esquinas, pero son ciertamente ubicuos, y Buenos Aires, debido a la vivacidad de los periódicos líderes, es incuestionablemente la capital en Latinoamérica de las noticias y de la industria editorial. No hablaré de todo el material editorial ni cultural que se encuentra en los kioscos, los cuales son proveedores de cualquier cosa ilegal de vez en cuando: además de alcohol y cigarrillos que son vendidos a menores de edad, condones, pornografía y, hoy en día, en algunos kioscos junto a las florerías, drogas. A pesar del comercio de materiales de dudosa procedencia, los kioscos son un centros de información del periodismo y de la literatura argentinos, por lo que uno podría gastar una cantidad de dinero considerable al tratar de comprar todo el material, tan abundante en su naturaleza y variedad. Pero esto no significa que el público argentino esté más informado que cualquier otro público; lo que sí significa es que el kiosco es un icono del impulso argentino comprometido con la auto-observación y, concomitantemente, con la asimilación del lectorado general.

El viajar a Buenos Aires cada tres o cuatro meses me ha dado la impresión de que las historias mayores están impresas en los encabezados y en las portadas de estos medios ya sea mensual o anualmente, lo que es, una vez más, correlativo del aplastante efecto de la contemporaneidad en la historia social de Argentina. Algunas historias simplemente no se olvidan, sino que se convierten en una vasta memoria del imaginario nacional. El reportaje sobre la arriba mencionada Lourdes Di Natale en 2003 todavía es noticia mientras leo una entrevista con su abogrado, Christián Metz, ahora mismo que escribo este párrafo.
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El escándalo de Eugenio Zaffaroni, miembro de la Suprema Corte de Justicia Argentina, inculpado de manejar seis de los quince apartamentos que posee como prostíbulos, es una historia reciente, apenas de hace un año; aunque pareciera que circula desde hace mucho tiempo y tuvo como consecuencia la clausura por orden presidencial del legendario Rubro 59, el cual se anunciaba en los periódicos como «Servicios útiles para el hombre y la mujer». Esta clausura, aunque justificada con fundamentos no morales, no ayudó mucho para parar las acusaciones contra Zaffaroni, lo que asegura que esta historia tendrá una larga vida en los kioscos. Hasta ahora, el tema de la nueva narrativa de la corrupción en Argentina, corresponde al Vice-Presidente, Amado Boudou: además de ser el presunto amante de la Presidenta, Boudou está involucrado financieramente en una imprenta fallida que ganó la concesión para imprimir dinero adicional (Boudou anteriormente fue Ministro de Economía). Esta es una historia con muchas vueltas de tuerca.

Una denuncia como la de Sara Sefchovich en País de mentiras (2010) tendría mucho sentido en México debido a que la autora se guía por el principio de que en México todas las narrativas nacionales oficiales son intercambiables porque ninguna de ellas es verdad. En Argentina, sin embargo, son narrativas maestras porque todas son verdad: nadie se molesta en decir mentiras porque el proceso de la auto-oservación derrama luz sobre todas las historias, generando así un periodismo serial e incluso una cultura serial, no por la resolución de crímenes sino por la contemplación como parte de una anti-épica nacional.

Me gustaría hacer una digresión hacia la inmersión en lo contemporáneo de la narrativa social en la Argentina. Como una propuesta alternativa al efecto aplastante de las narrativas sociales en general, traigo a colación mis experiencias académicas con eventos en tres campos que forman parte de la trayectoria histórica de la sociedad argentina, donde es posible un recuento cronológico de las diferencias. Estos tres campos las historias de mujeres, el sector judío y las vidas queer. Todos ellos pilares de mis investigaciones sobre la cultura argentina y, accidental pero no coincidentemente, factores que han tenido un papel significativo en Argentina en los últimos treinta años. Esto debido, en parte, a que fueron objetivo de persecución durante la dictadura militar, entre 1976 y 1983, porque tocan cuerdas sensibles de esa tiranía y con el resultado de que las mujeres, los judíos y los queer (llamados durante este periodo ‘homosexuales’, aunque algunos agentes de la represión los llamasen acaso ‘gay’ y ‘lesbiana’, o variaciones denigrantes y prejuiciosas como ‘putos’ y ‘tortilleras’).

Las mujeres argentinas gozan de una historia larga en visibilidad pública y activismo, por lo que no es necesario ir más allá de Eva Perón como un icono de su voz y su presencia. La elección de Cristina Fernández de Kirchner como Presidenta por mérito propio (como vice-presidenta se convirtió en jefa de Estado cuando su esposo, Néstor Kirchner, murió súbitamente en 2010), además que es la primera mujer en Latinoamérica en ser reelegida como Presidenta de su país. Pero fue el rol de la mujer en la guerrilla contra el gobierno de facto lo que hizo a las mujeres activistas un objetivo de la ira militar durante la dictadura. La figura de Norma Arrostito y su papel en la corte falsa que dictó la ejecución del General Pedro Eugenio Aramburu en 1970 sirve de ejemplo para ilustrar la inaceptable participación femenina en la vida nacional, violando el precepto mariano para la mujer y al cual la milicia se apegaba de dientes para afuera. En la recreación de la ejecución de Aramburu en la novela Timote de José Pablo Feinmann, el general hecho personaje declara que el ejército jamás perdonará el asesinato de un «general de la nación». Esto será un vaticinio de la violencia contra la sociedad civil que será, de hecho, llevada a cabo por las fuerzas armadas en las próximas décadas. Feinmann, recurriendo al tropo ácido característico de la historia social argentina, dijo en una entrevista de 2009, cuando Timote fue publicada, que «Mi novela está ocurriendo hoy». Parte del efecto retórico del filme Garage Olimpo (1999) de Marco Bechir (en donde se muestran imágenes turbulentas de los «vuelos de la muerte», que consistían en tirar desde aviones los cuerpos drogados de prisioneros políticos en las aguas del Río de la Plata) es la forma en que representa el arresto y la tortura de una joven y su muerte en el río debido a sus actividades como maestra en las chabolas de Buenos Aires. Sus verdugos la apodan la Maestrita, y ella está lejos de ser una adepta de Norma Arrostito. La emergencia del activismo feminista en Argentina, después del regreso a la democracia en 1983, particularmente en la política y simbolizado controversialmente por la Presidenta Fernández de Kirchner, es parte de una trayectoria cronológica accidentada.
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En el caso judío, es importante recordar que Buenos Aires es el hogar de la comunidad judía más grande de Latinoamérica (alrededor de 300,000) y una de las más grandes en el mundo. Se ha alegado que el Yiddishkeit fue esencialmente salvado por Estados Unidos y Argentina. Y mientras los judíos han contribuido bastante a la sociedad argentina, no es de sorprender que el anti–semitismo sea también significativo en su vida pública, especialmente en la capital, donde la mayoría de los judíos reside (debo anotar que el ser etiquetado como judío tiene una larga historia y es un problema desconcertante, y habrá algunos que tal vez exageren más que yo; aunque es posible que las estadísticas emparejen las cosas). «Haga patria, mate un judío» es un lema de este anti–semitismo que se asocia con la Semana Trágica del 7 de enero de 1919. Quizá los periódicos de izquierda exageren la cantidad de 700 asesinados y 2000 heridos (el rotativo La Nación lanza las cifras entre 100 a 400, respectivamente, con 50.000 arrestados), pero lo que no es cuestionable es que la Semana Trágica profetizó el Kristallnacht nazi de 1938. En cualquier acontecimiento, el anti–semitismo fue fuerte durante toda la primera mitad del siglo pasado, con memorables agresiones violentas, verbales o físicas, hacia la comunidad judía hasta la década de 1960. La relación entre Perón y los judíos es particularmente interesante, y estos últimos, a pesar de la disimulada retórica anti–semítica, prosperaron en el periodo peronista.

Los gobiernos militares después de 1960 institucionalizaron el anti–semitismo, especialmente durante la dictadura que atacó a los judíos por subversivos, sobre todo a las instituciones presididas presuntamente por judíos, como las universidades, donde las llamadas ciencias judías de Freud, Marx y Einstein eran famosas. Como los hombres judíos eran identificados como tales por la circuncisión, fue inevitable que no tuvieran «atención especial» durante el proceso de opresión. Aunque la estigmatización judía del sufrimiento durante la dictadura podría resultar controversial entre los historiadores judíos, e incluso aunque sea poco creíble que el anti–semitismo sea latente ahora en el país, no hay duda acerca del elemento racista en el discurso de la reciente dictadura. A más de ello, en cuanto a la violencia contra los judíos, se tiene que tener en cuenta que los dos actos terroristas más cruentos sucedieron después de la dictadura, uno en 1992 con el bombardeo a la Embajada de Israel y el otro en 1994 con el bombardeo de la Asociación Mutual Israelita Argentina. Agentes foráneos pudieron verse involucrados en ambos casos, pero en realidad fueron cómplices de algunos miembros de las fuerzas policiacas locales. A los argentinos no les sorprende que los casos hayan sido cerrados.

Mucho se ha dicho de lo bien que les fue a los judíos durante el gobierno de Menem, quien contaba con varios de ellos como hombres de confianza en sus diez años en el cargo. Aunque muchos judíos exiliados nunca retornaron a la Argentina después de la dictadura y después de la crisis económica posterior a 1983, todavía juegan un papel importante en los campos intelectuales y culturales en la vida argentina, tal es el caso del filósofo Ricardo Forster, un vocero prominente y campeón ideólogo del gobierno peronista. Forster es miembro líder del grupo Carta Abierta, fundado en 2008, encargado de defender las políticas populistas del gobierno de Néstor Kirchner.

Y así como fue tan significativo para mujeres y judíos ganarse la legitimidad en la vida pública argentina, después de la cristiana y patriarcal dictadura militar en 1970 y 1980 (la cual no representó una discontinuidad de la historia patriarcal nacional), así también fue significativa la revolución social queer que ha tenido lugar en las dos últimas décadas. En julio de 2010, la Argentina fue el primer país en Latinoamérica en legalizar el matrimonio gay, culminando de esta manera con la naturalización de la vida queer en el país, especialmente en Buenos Aires, en donde incluso durante la dictadura hubo una tentativa experimental de la visibilidad y reivindicación de los derechos civiles con el Frente de Liberación Homosexual, pero más importante aun, con la fundación en el 1984 de la Comunidad Homosexual Argentina, la cual ganó «personería jurídica» con Menem.
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Es vasto todo lo que se ha escrito acerca de la vida gay en Buenos Aires y en la Argentina. El registro de la producción cultural ha sido elocuente. Ha habido un revisionismo, tanto en el ámbito socio-histórico de los gays y las lesbianas, pero asimismo en el análisis de la dimensión queer en iconos culturales e instituciones (hasta el momento, la reciente publicación de una revisión queer de la revista de Victoria Ocampo, Sur, y los libros publicados bajo el mismo sello, particularmente las traducciones de autores extranjeros). Las raíces queer del tango se complementan con elementos inexorablemente queer en la historia de la prostitución, anclada a su vez en una larga tradición de actividades ilegales. El famoso «gay Che» pudiera exagerarse, pero después de todo, ¿por qué encubrir sus raíces homofóbicas cuando pudieran ser ejemplos de pánico homosexual? Pero, a pesar de esto, Buenos Aires es ciertamente la ciudad más acogedora con la comunidad gay en el continente hispano. Basta revisar cualquier guía turística, tanto las orientadas al público en general como a las dirigidas a los viajeros gay y lesbianas, incluyendo aquí a los curiosos.

Aun así, es importante recordar que la dictadura militar aborrecía sobre todo a los hombres gay, porque desafiaban el patriarcalismo heterosexista en el que estaba basada toda su ideología (las lesbianas también, pero eran vistas más bien como rebeldes, no como mujeres debidamente marianas), además que denotaban el homoerotismo de los militares en el que siempre amenazaron con convertirse (el ejército argentino definitivamente tiene secretos como el caso Roehmer). Ciertamente, la guerrilla de oposición también peca de heterosexismo: «No somos putos, no somos faloperos, somos montoneros», y la frase «El pueblo no es puto» se volvieron el equivalente de la homofobia castrista de la Revolución. De esta manera, los homosexuales argentinos fueron herederos de una doble represión, una represión institucional encarnada en las fuerzas armadas y en la Iglesia que las ayudaba, y otra en las fuerzas revolucionarias en donde el Nuevo Hombre debía ser estrictamente heterosexual.

Estos tres grupos se relacionan, claro está, con otras organizaciones mayores, representadas por judíos y lesbianas, comprometidos con el activismo feminista en Argentina (Utilizo aquí el adjetivo cuidadosamente, debido a que el feminismo liberal norteamericano y europeo resulta problemático en la Argentina y en cualquier otro lugar de Latinoamérica). En cualquier caso, uno debe reconocer que en el campo de estos tres sectores demográficos ha habido un progreso histórico en el país, aunque siempre se puede decir que aún falta mucho por hacer.
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Me he desviado demasiado. Lo que intenté describir fue una sociedad argentina histórica que es una ensalada rusa, una con una fuerte narrativa que abruma a cualquiera que intente entenderla, no importa desde qué ángulo. Y lo fascinante de esto, es la forma en que los argentinos están atentos a cada una de estas narrativas, al grado de explorar cada alternativa y detalle. La enorme y complicada narrativa argentina es desalentadora, pero el compromiso con ella es un necesario corolario para cualquier empresa que intente comprenderla. La inmersión absoluta no es un imperativo negociable. Admito que recurro a un agotamiento emocional e intelectualmente sobrecargado, porque hasta cierto punto se argumentaría que la sociedad argentina es igual de compleja que cualquier otra sociedad. Sin embargo, es este grado de auto-observación, la estridencia de la conversación, y la enorme imposibilidad por optar por una contemporaneidad y simultaneidad de ese discurso que, después de todo, ha enganchado y fascinado y salpicado el interés académico de este su testigo.

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* David William Foster es Ph.D. de la Universidad de Washington, (1964). Fue director del Departamento de Lengua y Literatura y Regents’ Professor de español, mujer y estduios de génro de la Universidad Estatal de Arizona. Sus intereses de investigación se centran en la cultura urbana en América Latina, con énfasis en los temas de la construcción de género y la identidad sexual. Ha escrito extensamente sobre narrativa y el teatro argentino. También ha realizado conferencias en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Entre sus publicaicones más recientes están Violence in Argentine Literature; Cultural Responses to Tyranny (University of Missouri Press, 1995); Cultural Diversity in Latin American Literature (University of New Mexico Press, 1994); Contemporary Argentine Cinema (University of Missouri Press, 1992); and Gay and Lesbian Themes in Latin American Writing. Austin: University of Texas Press, 1991). También el editor de Latin American Writers de temas sobre gays y lesbianas. También ha publicado A Bio-Critical Sourcebook (Greenwood Press, 1994). Sexual Textualities: Essays on Queer/ing Latin American Writing publicado por la University of Texas Press en 1997. Pronto publicará el libro Argentine, Mexican, and Guatemalan Photography: Feminist, Queer, and Post-Masculinist Perspectives (University of  Texas Press, Octubre de 2014).

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