Literatura Cronopio

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Con cuarenta años de retraso

CON CUARENTA AÑOS DE RESTRASO

Por Aurelia Romero Cordero*

14 de junio de 2053, sábado en la mañana. Sentada en su cama, observaba cómo los árboles del patio bailaban al compás del viento. Abrió la ventana: lo primero era que el aroma de las flores inundara su habitación; para el resto ya habría tiempo después. Pero en su lugar, por la ventana entró una corriente de aire que la recorrió toda y mágicamente la transportó a aquél momento, a aquellas manos que sostuvieron las suyas hace 40 años ya. No pudo más que sonreír y cerrar los ojos. En ese instante, él volvía a estar ahí y ella sentía el calor de su abrazo.

Tenía una buena vida, sin dudas. Ahora que vivía su propio ocaso, se sentía feliz de ser quién era, de todo lo logrado y vivido, de todo lo compartido. Pero su recuerdo, el de él, volvía a latir. Ahora con tanta vida encima, se preguntaba por qué nunca hizo de él su por siempre. Seguían en contacto de cuando en cuando, es verdad, pero nunca vivieron a plenitud la magia que la vida les puso por delante. Una parte de ella deseaba que esa magia no regrese así, sin previo aviso, cuando se le daba la gana. Pero la otra, más fuerte, la hacía sentir feliz envuelta con su recuerdo entre las sábanas y los rizos del cabello.

Lo recordaba en sus horas vacías, cuando justificaba el pasado diciéndose a sí misma que eran muy jóvenes, que estaban confundidos, que no era el momento y que luego la emoción ya pasó, que se hubieran hecho daño, que fue mejor seguir siendo amigos y olvidar el resto. Se convencía a sí misma con estas razones disfrazadas de consideración mutua y seguía con su vida.

Pero algo había en ese viento mañanero y no pudo negarse a sí misma que en el fondo eso no era cierto, que habían sido unos cobardes… que ella había sido una cobarde. Que tenía pánico de salir herida, de ser rechazada y que fue eso, nada más que eso, lo que la frenó. La frenó de besarlo una vez más, la frenó de tomar su mano, la frenó de decirle que no le importaban los demonios que él tenía, que ella no batallaría con ellos. Que ella lo quería tal cual era y que él la hacía sentir viva. No tuvo los pantalones y hoy, 40 años después, tenía que aceptarlo y vivir con ello el tiempo que le quedaba. Hasta hoy su interior lo supo, pero por vez primera su cabeza consciente y su corazón presente eran quienes lo aceptaban.

Se puso de pie y bajó a la cocina, todavía en pijama. Su perro, su fiel compañero, caminó a su lado lamiéndole los pies. Se preparó un café y encendió un cigarro, maravillada por la forma en que la luz entraba por la ventana y se multiplicaba en gotas de colores sobre el mesón blanco a través del vitral. Tomó un banco y se sentó. Junto a su mano descansaba una de sus tantas libretas y un bolígrafo. Rió sola en su cocina. Sin duda la locura por fin la había colmado y para honrar la muerte de su cordura, decidió no traicionarse más. Entonces empezó a escribir:

«No sé dónde estás en este preciso momento ni en qué piensas. La lógica me grita que es demasiado tarde, pero mi corazón dice que cuando algo no te gusta, lo puedes desinventar. Así que voy a desinventar estos últimos 40 años en los que escogimos, por una razón u otra, mantener nuestros sentimientos en un cajón de hojalata en el fondo de nuestras almas.

»Y no me quejo, han sido 40 años muy hermosos para mí. Pero llegó el momento de decirlo: estos 40 años no llegaron a ser un ensueño porque no te tuve a mi lado. Así que te pido un último favor: vuelve a aquél día cuando tomaste mi mano por primera vez de nuevo, vuelve a sentir que tienes 27 años y yo 29. Que sea ese chico de la facha especial y la sonrisa imposible, el que estudiaba con pasión y batallaba con sus demonios que tan bien llegué a conocer, el que lea lo que tengo para decirle.
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»Te quiero bien, feliz, alegre, guerrero. Y no te quiero así para mí: te quiero así para la vida. Te quiero así porque mereces solo lo mejor que la vida te pueda dar, o mejor dicho, mereces tener lo mejor que puedas hacer con tu vida… Y yo sé lo mucho que puede llegar a ser eso. Lo sé porque creo en ti.

»No te digo que te extraño, ni que me haces falta, ni que quiero besarte y verte sonreír al verme porque no es verdad. No puedo extrañar algo que ya tengo. No puedes hacerme falta cuando tú eres quien me acompaña a todas partes, todo el tiempo. No puedo querer besarte porque lo hago en cada destello de mis ojos y no puedo querer mirarte sonreír al verme porque aquí te miro así, sosteniéndome a cada instante. Estuve y estoy enamorada de ti, esa es la verdad. Tu fantasma, ese que camina a mi lado todo el tiempo, lo sabe muy bien.

»Te quiero irreductiblemente, sin lógica ni pausa, sin mapas ni reloj ni sentencias. Te quiero en rojo, llena de pasión. Te quiero en azul, llena de fuerza. Te quiero en negro, llena de miedos y también te quiero en amarillo, llena de fe. Te quiero en cada nota de cada canción y en cada segundo de cada película. Te quiero en cada uno de los personajes de mis libros favoritos, en cada uno de los pasos que doy, en cada una de las letras que escribo.

»También te odio un poco, y también me dueles en verde, así verde campo en el que la semilla no terminó de crecer… pero incluso entonces te quiero. Me enamoré de ti, no de la forma en la que suelo enamorarme, esa misma forma en la que miro el mar o siento la luna o me tengo miedo, no. Me enamoré de ti como pensé que no era posible, como solo pasa en las historias épicas con las que sueño, como solo son capaces esos seres con los que vivo en cada página de cada libro: me enamoré de ti sin darme cuenta.

»La marea de la vida me llevó a tus manos, a tus besos, a tu alma; a tu luz y a tu sombra. Ahora son una sola materia conmigo y te tengo atorado en la mitad del pecho, haciéndome feliz ¿Cómo puedo explicártelo si ni yo lo entiendo? ¿Cómo puedo decirte lo que siento si ni yo sé cómo sin estar me haces sentir que mi lugar está conmigo, contigo, en nosotros y en mí?

»Si no digo nada, si las palabras se me atoran, si no te enfrento, es porque lo que me haces sentir me supera. Y sé que por ello voy a perderte. Y si es así, tal vez sea porque al final nunca te merecí…o mejor dicho, porque nunca asumí que sí te merecía, que tú me merecías a mí y que ambos nos merecíamos estar juntos, aunque no fuéramos para siempre.

»Ahora lo que nos quedó es haber sido un todo en nada, tú y yo. Somos un pacto de sangre sin sangre, pero pacto al fin. Somos nuestra propia negación, nuestra propia distancia: No somos porque eso fue lo que escogimos pensando en el otro y con el deseo de vernos en paz. Somos demasiado parecidos para poder engañarnos… y también para poder desnudarnos sin correr el peligro de matarnos un poco.

»Sin tenerlo, este amor me hace sentir única. Me hace creer que todo se puede, que todo lo puedo, que todo lo puedes. Tengo dentro de mí la seguridad de que estaremos bien, de que siempre podremos sostenernos, de que nunca habrá un beso que iguale el tuyo, de que nadie me llenará como tú y de que nadie te conocerá como yo. Sé que no seremos ahora y sé también que si no es ahora no será nunca, porque así debe ser el amor: con lo que viene, no con lo que conviene.
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»Me duele todo esto que no puedo decirte y sé que aprenderé a vivir con ello. Sé que podré hablar de tantas otras cosas que guardo de tu presencia con otras personas, y sé que también lo haré pensando en ti aunque tú nunca lo sepas. Y todo eso que nunca sabrás lo pongo hoy aquí, porque no puedo seguir llevándolo dentro. Estoy llena de no recuerdos de cosas que no vivimos, tengo presentes los besos que nunca me diste y las palabras de amor que nunca salieron de tu boca… ni de la mía. Tu luz no se atenúa mientras tarareo una canción: se vuelve más fuerte, porque esa canción no fue nuestra canción. Porque nunca tuvimos una canción.

»No tengo que evitar el recuerdo de lo pasado, porque no pasó nada. Nunca cantamos juntos, ni nos atrevimos a sentirnos reyes del universo juntos, mano a mano. Nunca nos sacudimos el miedo y las dudas. Nunca el silencio fue cómplice de nuestras peleas ni de nuestras pieles latiendo juntas, ni tampoco fue el espacio donde nuestras miradas se toparon: ellas jamás se cruzaron para crear galaxias porque siempre hubo un segundo en el que uno de los dos no la sostuvo. No tengo un sabor distante de ti, y no hay muchas cosas que se hayan ido ya. No hay momentos en los que te recuerde de forma especial, ni hay melancolía porque nunca hubo algo que recordar ni que extrañar. Por eso tengo dentro un no dolor de todo lo que no fuimos.

»Me río a solas de las tonterías que decíamos, de las miradas y las caricias camufladas siempre cómplices y secretas, de los momentos en los que sentíamos caernos y nos levantábamos una vez más, siempre una vez más. Y no me pregunto si me piensas o no, no deseo que me extrañes, no quiero saber si te hago falta… porque no haber estado es lo único que me garantiza que siempre estaré.

»No tengo que revivir el momento en el que te fuiste, porque nunca existió. No necesito buscar respuestas porque no tengo preguntas. No tengo luces apagadas, ni torrentes de lágrimas, ni la sensación de no saber por qué tuvo que ser así.

»¿Ves? Hasta en esto me diste lo mejor: un no amor que no me deja triste, que me llena completamente, que me hace fuerte… un no amor, pero amor al fin, mucho más amor que los sí amores que tuve en mi vida. Sin que estés, sin tenerte, eres lo que más me llena, lo que más me impulsa, lo que más quiero y lo que más valoro. Hubo algo, una sola cosa que sí hiciste y fue esto: me diste la libertad cuando me dejaste de lado para no hacerme daño y para no dejarte dañar.

»No quiero ni quise ni querré nunca una vida en armonía contigo. Quiero guerra. Quiero nunca poder estar del todo segura. Quiero verte batallar y quiero batallar lejos de ti. Te quiero a ti, así como eres, así como estás, así con los pedazos que te faltan. Quiero solo eso que me puedes dar porque te quiero y punto. Te quiero porque para mí no eres perfecto: eres humano y transparente y eso lo vale todo, incluso vale esta nada que existe y que los dos seguimos alimentando.

»Al final está claro: eres un chico lleno de luz, te quiero y lo sé. Soy una chica única, me quieres y lo sabes. Pero ¿qué sabemos los dos?»

* * * *

Sin darse mucho tiempo para pensar, se puso los zapatos y fue al departamento postal. Es verdad que podía mandar la carta más rápido por Internet, pero sentía que enviarla como carta de correo era la única manera de que el alma de cada letra se mantenga intacta.
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Solo así la joven indecisa de 29 años que algún día fue, podía ser quien se la leyera al recibirla. La envió pronto, no quería arrepentirse, no ahora. Salió del departamento postal tan rápido como entró, pero con el corazón mucho más lleno. Al fin él sabría todo eso que nunca le dijo pero que durante estos 40 años estuvo atormentándola. Y lo mejor es que sabía que no habría una respuesta: estaba hecho y era ella quien puso el punto final.

Tres meses pasaron y ella había archivado el asunto de la carta. Creía que él ya no era el joven de 27 que recordaba. En esos largos 40 años, se vieron algunas veces y por eso prefería creer que la carta despertaría por un segundo a un fantasma que volvería a dormir al llegar a la última línea. Pero ella era libre y eso era lo único que le importaba. No lo hacía por él: esa carta la mandó porque eso era lo que su alma de mujer indomable necesitaba.

Al fin en paz, siguió con su vida: paseaba a su perro, escribía, iba dos veces por semana a hacer asesoría en Derechos Humanos, daba clases de español y de periodismo… Tomaba vino y leía como poseída, se acompañaba de amantes ocasionales a los que nunca les permitió tenerla más de una noche. Escuchaba rock a todo volumen y canciones románticas también, en especial los sábados. Visitaba a sus amigas y volvía a escribir, compraba cigarros y comida, mandaba mails con regularidad para su hermana. Su vida era completa por fin, porque ya no vivía con el miedo dentro.

28 de septiembre del 2053, siete de la mañana y era un jueves cualquiera. La noche anterior había ido a un concierto melódico y a una obra de teatro con uno de sus muchos amigos, por lo que le sorprendió encontrarse despierta tan temprano. Como si estuviera esperando algo, se bañó lentamente, se vistió con afán y bajó a hacer un almuerzo delicioso. Pensaba «Estás loca, tanta delicia solo para ti». «Pues sí —contestaba otra voz en su cabeza— justamente porque es solo para mí, debe ser perfecto: no merezco menos». Bailaba sola mientras cocinaba, con una alegría dentro que no sabía explicar.

El almuerzo estaba listo, pero decidió embeberse un poco en el libro que estaba por terminar: la traía como loca la historia de aquél romance del quattrocento, donde ella y él se escondían en vistosos patios propios para tomarse de las manos mientras sus padres, dentro de la casa, hablaban de negocios sin saber que afuera, frente a sus ojos, el amor se adueñaba en cuerpo y alma de sus hijos, cada uno comprometido por su lado a un matrimonio exitoso que iba a terminar con sus absurdas rebeldías individuales para siempre.

Pensó que nadie, nunca, a lo largo de la historia, supo en realidad comprender la naturaleza del amor: es una fuerza destinada a rompernos el mundo y cambiarnos para siempre, incluso cuando está destinada a no ser.

Sentada en su patio, escuchaba a su perro ladrar. Mientras tomaba vino y leía, le pareció percibir a lo lejos el sonido del timbre. «Extraño —pensó— nadie me visita en jueves». Pero el timbre sonó otra vez y una más. Era imposible, no iban a dejarla terminar el libro. Algo enojada por la interrupción, se puso de pie y entró a la casa. Quien quiera que estaba del otro lado de la puerta en verdad que tenía apuro de ser atendido: el timbre no paraba y casi parecía música en sus oídos.
(Continua página 2 – link más abajo)

1 COMENTARIO

  1. Mil admiraciones por que eres grande! Un deleite para una madre amante de la literatura. Me dejas sin palabras pero con muchos sentimientos. Gracias por llevarme otra vez a ese mundo donde los párrafos te inundan. Excelente!

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