Literatura Cronopio

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La alacena

LA ALACENA

Por Nylsa Martínez*

Frente a mis ojos el montón de no perecederos, esos víveres que resisten al tiempo y su acoso. Encontré un frasco con peanut butter sin abrir, de la que sabes que me gusta, esa mezclada con un poco de mermelada de fresa. Te busqué. Abrí la alacena, pensé que todavía podría sentirte en medio de latas de verdura, cajas a medio llenar de cereal, botellas de aceite. No estabas. Pude imaginarte en el supermercado tomando esto, aquello. Llenando gustosa el carrito.

Hay una caja intacta con galletas, no hubo tiempo para abrirla; pienso en la ilusión que se quedará guardada para siempre en su interior: esa sonrisa que se te dibujó al pensar en su consistencia dulce-harinosa. No, ni siquiera la abriste. Allí se quedó esperando por ti. Veo los frascos que guardan celosamente las especias, permanecen con los ojos abiertos, hechos polvito, apretándose el corazón unos a otros.

Latas con puré, cartoncitos con leche de soya, frascos, envolturas plásticas; todo cuya caducidad aun no vence, es más, el año puede terminar y siguen en buen estado. Pueden esperar a que regreses. Porque ambas sabemos que estás bien, que es falso eso de que ya no vuelves, de la resignación y tantas frases que carecen de sentido.

La alacena y yo sabemos eso que harás en cuanto llegues. Abrirás la caja con galletas y no pararás hasta devorar todas. Es más, yo te voy a acompañar, tomaré el frasco con peanut butter y me lo comeré a cucharazos, como cuando estaba chiquita. Juntas tú y yo, como en los viejos tiempos. Entonces la alacena sólo nos observará. Veremos cómo es capaz de sonreír todavía, nos causarán asombro sus carcajadas, no parará de reír: soltará gritos locos tratando de ocultar la emoción y las lágrimas causadas por tu regreso.

DÍAS DE UNIVERSIDAD

Cuando te encontraron conducías por la carretera que lleva a las afueras de la ciudad, preguntaron hacia dónde te dirigías. Rafael apenas pudo mantenerse erguido a causa del dolor. Dijiste tu nombre. La evidencia fue clara, ayudabas a escapar a un gatillero: tu hermano. Los aprehendieron con sólo tres agentes, recuperando además, dos millones de pesos que ignorabas que viajaban en la cajuela de tu auto.

* * *

Inés se sorprende al descubrir a Sarah tan delgada; tienen varios años sin verse. La última vez fue en la graduación de la universidad. Las emociones se agolpan: la época en que vivieron juntas, brincando de departamento en departamento, echadas siempre por los caseros. En aquel tiempo realmente eran un peligro, ni siquiera sabían de dónde venía todo eso, pero los problemas eran frecuentes. —Big Slut…, la saluda efusivamente, —Hey Bitch, responde como antes, no da crédito que después de un largo peregrinar, se reúnan. Sarah toca su cabeza y le reprocha el tinte tan espantoso, es un detalle muy de ella, Inés por su parte no la puede imaginar así de flaca.

Entran a un restaurante de cocina Thai y piden un par de tés, es una cita un tanto extraña, hay tanto qué decirse que no pueden iniciar la conversación: el largo período de separación las hace sentirse ajenas, cambiadas. ¿Me dirás por qué te metiste en eso?, Sarah lanza la pregunta difícil, ¡Si tú siempre estuviste fuera!, le reprocha. En realidad, fue en un acto solidario, mi hermano llegó todo lleno de sangre, alguien debía esconderlo, se me hizo fácil. Inés mira fijamente a Sarah, sólo busca un poco de aprobación, algo de esa cómplice de antaño. Te dije que un día no iba a poder escapar de mi familia. Escurren lágrimas, sólo atinan a dar tragos al té. Debimos ir a un bar, ¿de quién fue la idea de este sitio?, reclama. Tuya, cuando llegué ya estabas aquí, Claro que no, yo sólo estacioné el auto frente al local, tú fuiste la que no dudó e inmediato hasta ordenó su té. Guardan incómodo silencio, Me hiciste falta, mucha.

Suben al auto de Sarah y atraviesan la ciudad, llegan a un pequeño bar que exhibe en letras neón el anuncio de Budweiser. Parece el típico de película norteamericana: algunos hombres acomodados en el fondo, dos meseras y una rockola no muy nueva.
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Se sientan y piden cervezas. El rostro de Sarah se descompone cuando observa las manos de Inés, distingue que en una de ellas falta el dedo meñique, sólo hasta ese momento se percata de la mutilación. Amiga, tu mano…, no logra construir la frase. Eso es lo de menos, dice mientras traga saliva e intenta componer la voz deshecha, te juro que es lo de menos. Entonces le narra su historia.

* * *

En la playa experimentaste una sensación asfixiante: la arena por todo el cuerpo, sol quemando, brisa erosionándote la piel; una humedad que torturó y te hizo padecer como en la prisión. Primer día de libertad y elegiste el mar, pero todo se reducía a lo pequeño de aquella celda, los días sin huella digital. Sentiste la humanidad que sólo las paredes aislaban, tu cuerpo fue invadido por las respiraciones que se internaban a través de los muros porosos.

* * *

Ese día supe que todo estaría mal, Rafael entró a la casa con la camisa llena de sangre, mi madre dijo que no había problema, todo se iba a resolver como siempre. Sarah escucha, casi por un momento olvida que Inés, además de su mejor amiga de la universidad, fue hija de un narcotraficante muerto. Estaba de visita en casa, sólo pensaba estar con ellos unos días antes de volver a Chicago. Ordenan otro par de cervezas, en el fondo se escucha una canción que conocen, Sarah piensa en los tiempos en que todo se reducía a beber y escuchar rock en uno que otro bar. Vuelve a su memoria el día de su descubrimiento: el álbum Horses de Patti Smith. Torturó a Inés por semanas, lo escuchaba a todas horas. ¿Recuerdas esa canción? Claro, ¡no me digas que sigues igual de retro!

* * *

Enloqueciste en la playa, gotas de sudor cayendo por los extremos de tu rostro, calor que no se aisló con las sandalias. Beber cerveza fue un alivio. Evocaste pasajes y pasajes de la universidad: ¿quién atendía la cafetería?, ¿qué había sido de Ray el vecino de al lado?, Sarah, tu mejor amiga. Tan indispensable antes. ¿Por qué te había abandonado?

* * *

Fui estúpida, me dejé llevar por todo, ¿Pero qué es todo?, ¡dime!, Lo que me decían, ¿Quiénes?, ¿qué te decían?, Pues que estaba ciega, ¿por qué habrías de ser distinta al resto de tu familia? ¿Y creíste eso? No, pero tuve miedo, vi tu fotografía en el periódico, había dinero, armas…, Es que las cosas no fueron así —el llanto invade sus ojos—. Ya Inés…, no vine a juzgarte, sino porque te debo una disculpa, sé que no hay manera de repararlo, soy una imbécil. Pues claro que lo eres, siempre lo fuiste y yo te necesité tanto. El mesero les acerca una jarra de cerveza junto con unos tarros. Ríen.

De ahí todo transcurre en calma. Sarah le cuenta de la ciudad, lo que han hecho algunas personas cercanas, nacimientos, bodas, cómo todo se complica con el transcurrir del tiempo. Inés la observa, Sarah representa todo lo que perdió, su lazo más fuerte con una vida que de golpe se fue. En poco tiempo agotan la jarra de cerveza y, sin dudar, piden otra. Beben. Recuerdan. De nuevo ríen por cosas tontas y hasta hacen planes: viajarán en crucero y recuperarán los años perdidos, iniciarán juntas un proyecto de negocio.

* * *

Viste gente saltar sobre las olas, te pareció un tipo de afrenta estúpida. El sol caló en tu rostro. Portabas un sombrero de paja, con él te cubriste de todo: el viento salado, el olor a humedad de las paredes, el óxido del reclusorio. Vapor circundante acortó tu respiración. Hubieras deseado volver a caminar con tu mochila sobre la espalda, desvelarte en alguna fiesta, en el bar que permanecía abierto durante la madrugada.

Transitaste por un cúmulo de memorias, viste cómo todo era irreconciliable, nada qué hacer más que tirarte al sol y quedar muerta. Nada más que resistir sembrada en la arena, con ansia como nunca de regresar.
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VALERIA ZAMUDIO

Era un tipo de fetiche, la gente no comprendía el porqué de esa obsesión, pero así era, a Valeria le gustaba comprar calzones en cada lugar que visitaba.

No había sido una actividad selectiva. Quizá el haber hecho esas compras en Nueva York, Los Ángeles, París, el D.F, Buenos Aires, Hawaii, podía justificarse como una manera de aprovechar la estancia, adquirir buena lencería; pero inmediatamente esa teoría era desechada al pensar que hacía lo mismo al visitar pequeñas villas, pueblos, X o Y colonia alejada de su casa, hasta en el supermercado.

La cantidad de chones que poseía era incalculable, podían pasar meses sin que repitiera el uso de alguno. Pero no sucedía lo mismo con lo brasieres, de esos poseía un número sumamente pequeño.

Pasaron los años y la cantidad se hizo enorme, la idea de poder usarlos todos era absurda, solo los acomodaba llenando con ellos repisas, luego habitaciones. Le fue necesario mudarse de casa más de una vez.

Gente que la conocía se interesó mucho en su hobby, lo comentaban con otras personas, hasta que se hizo popular el personaje de Valeria.

Al envejecer, sus calzones ya le habían dado la vuelta al mundo, gente de todos los países había viajado a México a conocer la «Galería del calzón, Valeria Zamudio» , había ganado el Record Guinnes, una línea de lencería llevaba su nombre y qué decir de todos los eventos de moda a los que había asistido como invitada especial.

Han pasado años desde que Valeria Zamudio dejó su último suspiro en este mundo y sin duda, nadie podría negar el gran legado que nos dejó.
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EL FIN

«Deseo bajar de peso y no lo logro», decía el volante que un joven entregó con amabilidad a Sonia. No pudo evitar sentirse ofendida, si bien ella no era miss universo, tampoco había derecho para mandarla a las grandes ligas. Un miedo reveló su presencia desagradable, la palabra «Gorda». ¿Gorda yo?, se dijo. ¡Eso no puede ser!, si yo…, si yo… Entonces el cúmulo de emociones reprimidas desde hacía varios meses, brotó. Seguro que por eso él me dejó…, por eso es que no me han dado los empleos. Pero es que…, ¿cuándo me volví tan gorda?, ¿cuándo?

Llegó a casa, cerró la puerta y comenzó a llorar. Soltó unos lagrimones como si de ellos dependieran las cosechas de la temporada. Sus ropas se le humedecieron de tal forma que tuvo que quitárselas. Se envolvió en la bata que usaba para después de la ducha y se acurrucó sobre el sofá de la sala mientras dejaba escapar sollozos. No había manera de sofocar ese caudal, más y más agua chorreaba por todo su cuerpo. Se levantó y fue por las toallas de baño. Uso una, luego otra y otra y así hasta quedarse sin más reserva. No veía el modo de contener el desagüe provocado por la desdicha. El sillón, la alfombra y todo el apartamento quedarían sumergidos en su sal. Todo por gorda, se reprendió.

Caminó hacia la cocina y cogió una botella de vodka. Del armario tomó la cobija más gruesa que encontró. Luego volvió al sofá y se acomodó en él. Se enrolló en la gruesa tela y dio tragos generosos al licor. Se dijo que éste era el momento ideal para desaparecer. ¡Por favor que llegue mi fin!

Durante la mañana siguiente se topó con el reguero de cristales. Sin mucho ánimo se dirigió hacia el espejo. Infló los pulmones y se colocó frente a él. Ya veía sus ojos convertidos en un par de ciruelas a causa de tanta borrasca. Sin embargo, la sorpresa le sacó el aire y casi la arroja de nuevo al llanto. Sin mayor explicación, el espejo le devolvía una figura restaurada, un cuerpo lozano y la misma silueta de sus primeros años de juventud. De inmediato dio un salto al clóset para enfundarse un vestido. En un parpadeo estaba en las calles. Recorrió todas las aceras arrebatando miradas y saludando al mundo con autoridad. Sus galopes espolvorearon sal que a contraluz esplendía. Aún no era tiempo para el fin.

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* Nylsa Martínez (Mexicali, Baja California, 1979). Narradora. Fue miembro del Taller de Narrativa del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara hasta 2006. En 2008 obtuvo el Premio Estatal de Literatura de Baja California en la categoría de cuento y durante la convocatoria 2011-2012, fue becaria dentro del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA). Su trabajo se encuentra en diversas revistas y antologías como: Figuración de instantes (Ed. Altexto, 2003), El silencio habituado (Ed. Altexto, 2005), Cruce de líneas, muestra de narrativa joven de Guadalajara ( Ed. Paraíso Perdido, 2007), La palabra en el desierto, poetas jóvenes mexicalenses (IMACUM, 2007), Bajo el asedio de los signos (Instituto Sonorense de Cultura y Ed.Garabatos, 2010) y Fronteras adentro, antología de cuento de Baja California (UABC, 2012). Además ha publicado las colecciones de cuento: Roads (Ed. Paraíso Perdido, 2007) y Tu casa es mi casa (CONACULTA e ICBC, 2009). En 2010 reunió el trabajo de 12 jóvenes narradores en la antología Ni desierto, ni maquila, ni frontera, Nueva narrativa mexicalense. Es colaboradora permanente en el sitio www.literaturalibre.com.

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