Literatura Cronopio

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—Después, me habló del gallo y que le iba a sacar cría. —Detuvo la narración, aspiró su cigarrillo, exhaló el humo con tal delicadeza que parecía no querer lastimar al aire y prosiguió:
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—Cuando terminó de hablar del gallo y de lo arrecho que se veía, lanzó la bomba: Lo había metido en una partida grande, en una encerrona con gente de real, real de verdad. Te voy a decir Fanio, yo sabía que ese era un gallo, y bueno, pero la razón por la que no lo había metido en una partida es porque de pollito, el mismo papá, le partió el pico. Eso es una desventaja grande, más en esas partidas que lo que llevan son gallos finos; animales de casta. Aconsejé a Daniel, pero, el muy coño’e madre, estaba enamorado del gallo. ¿Qué más podía hacer?
—No se peló. Ese le ganó a un gallo Jabado ¿Cómo que era?
—Un gallo Jabado de la gente de los Franes de México, de esa gente… —Dijo el muchacho.
—Allí se jugaron los millones del mundo. —Afirmó el viejo.
—Sí, de los Franes. De la gente que no les importa los millones. —Confirmó el gallero. Luego dijo:
— Esa gente pierden millones como si no les importara.
—Porque no se los sudan, por eso. —Respondió el viejo, seguidamente dijo:
—Ese gallo, a dos bolívares, le echó una picada. Le pegó un cielo y boca. El Señor Daniel se paró y me dijo: El Pico Mocho, ese gallo con el cielo y boca encima, escupía la sangre como si nada; con arrechera. Es que era un varón y siguió, y siguió… En una lo agarró, y luego, pam, pam y ¡Pam! Cayó el Jabado arrodillado. Después una gente se lanzó dentro de la gallera y se tiraron para levantarlo, pero el galló picó y no se dejó. Y sacaron a la gente de la encerrona, El Pico Mocho le siguió dándole machetazos al Jabado porque el coño seguía, y acostado, lanzando machete como loco. El Pico Mocho botó lo que le quedaba de pico, no tenía pico; nadita de nada. Es que le daba, y le daba, pero no tenía pico… lo tenía listo, hasta que el Jabado en una de esas dejó de lanzar machetazos y el Pico Mocho le puso la pata encima del pescuezo… Así lo mató.
—Yo digo: cuando los gallos son buenos se nota cuando están caminando; lo hacen como con arrechera. De repente eso fue lo que vio Daniel.
— A lo mejor eso sea verdad. Yo soy más a lo práctico; prefiero toparlos, ver cómo andan de peso y los padres. También el tamaño, cómo lanzan los machetazos y los hachazos. Fanio, en esto de los gallos soy más cuidadoso que Daniel. Él es muy impulsivo.
—Un día de estos le van a echar una vaina.  —Añadió el muchacho.
—Bueno Chucho, al hermanito aquí le vamos a coger bastante y allá también. Ponte que salgan tres gallos buenos. —Dijo el gallero, después pidió:
—Deja que yo le coja y después se lo lleva a Daniel.
—Sí, eso sirve, por lo menos para dejarlo un poco más aliviado. Él sabe lo que significan esos gallos para nosotros. Y sobre todo El Tigre que en sus tiempos le ganó a un gallo, pero a un ¡gallo!, en el mundial de Puerto Ordaz que, a según, había matado a nueve en fila. El Tigre caminaba engatillado y por eso al principio no me convencía mucho. Ahorita es una flecha, pero ya está viejo. En sus tiempos no había gallo que se le parara. Y con uno mansito.
—Esos gallos que son bravos, cuando uno los agarra, tranquilito… pero en cuanto ve a otro gallo, ese es otro cantar. —Dijo el gallero.
—Ver ese gallo en sus tiempos era un espectáculo. —Recordó el viejo.
—¿A cuántos había matado ese gallo? —Después de contar mentalmente, y con ayuda de los dedos, el número de peleas dijo:
—Conmigo ganó cinco peleas y con papá, que en paz descanse, mató a cuatro. —Reflexionó un tanto, como meditando, y adicionó:
—Mi papá le tenía un cariño a ese gallo, pero un amor, una vaina de otro mundo. Recuerdo que en la última pelea del Tigre, desde el hospital y enfermo de a bolas con cáncer, el viejito Pancho me llamó. Me acuerdo de que estaba en Maturín, me llamó el viejo para preguntarme que si había ganado en el mundial ¿Y cómo estaba el gallo? ¿Y cómo echó los machetazos? ¿Y los hachazos? ¿Y en cuánto tiempo mató? Cuando le dije que nos llevamos el segundo premio se echó a reír y empezó a decir: ¡Te lo dije, te lo dije! Después siguió con la preguntadera: ¿Y cómo lo había curado? ¿Y con cuál gallo había peleado? Y por cada vaina que le respondía se echaba a reír. Es que me lo imagino; mascando saliva y riéndose. Lo último que me preguntó fue que cuándo se lo iba a llevar para echarle unas oraciones.
—Se preocupaba por los gallos. —El gallero sacó una sonrisa tosca y de medio lado, luego echó otro escupitajo.
—Coño, lo de él y los gallos era una vaina casi religiosa. Cuando los preparaba era una cuestión seria. Él mismo le montaba las espuelas, no dejaba que nadie tocara sus gallos. Pero lo de él y El Tigre era especial, era algo más, no porque haya sido un campeón en sus tiempos, es que desde que era chiquito el viejo me dijo: Chucho, ponle cuidado a ese.
—Mi abuelo sabía su vaina. —Afirmó el muchacho. Seguidamente tomó un grano de maíz, lo metió en su boca y lo partió, luego adicionó:
—Él se guiaba mucho por lo de la luna ¿Cómo es que era la vaina viejo Chucho?
—Coño ‘man, yo no sé bien cómo es la vaina. Pero eso depende mucho de cuando plume el gallo y otras vainas más; supersticiones de la gente.
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—Pero mi abuelo tenía un buen ojo pa´los gallos.
—Es que hijo, tantos años. Él ya se conocía a los gallos, a los papás y abuelos. Sabía qué gallo era bueno y cuál había que sacar de la escuadra. —Realizó una pausa. Miró las jaulas; a la generación anterior de cada uno de los gallos que las ocupaba su padre había alimentado y en la misma gallera que construyó el padre de su padre con unos indios, ahora le pertenecía a él y en un futuro a su hijo.—El viejo Pancho amaba a sus gallos, los adoraba. Cuando un gallo ganaba él se lo traía. Lo traía contento, parecía el propio guaricho un 25 de Diciembre por la mañana. Se lo mostraba a todo el mundo, pero cuidaba de que no lo tocaran mucho por la vaina del mal de ojo. Cuando llegaba a la casa se encerraba en el galpón, agarraba una botellita de ron, suero, un poquito de algodón, hilo…, agujas y se ponía, él mismo, a curar al gallo. Tenía una cajita especial. Eso para él era un ritual, nadie podía molestarlo. Le hablaba al gallo, lo consentía; le molía el maíz y le hervía el agua que iba a tomar.
—Viejo Chucho, ¿Cómo era que decía mi abuelo cuando un gallo ganaba?
—Él agarraba al gallo, lo miraba a los ojos y decía: ¡Gaño pa’ ueno, carajo! —El viejo imitó la voz de su padre de una forma casi cantada, muy pueblerina. Echó una sonrisa y continuó:
—Pero cuando se le moría un gallo o entablaba, o ganaba pero venía medio malito, le veías la tristeza en la cara. Acurrucaba al gallo como si fuera un bebé y nadie podía tocarlo ¡Nadie, absolutamente nadie tocaba su animal muerto o moribundo! Ese, cuando llegaba a la casa, le limpiaba la sangre, le curaba las heridas, le enjuagaba las patas y, pluma por pluma, le quitaba el polvo o cualquier vainita que tuviera. Después le echaba una oración y unos palos de ron. Si se moría, él mismo le cavaba la tumba en el patio y lo enterraba, buscaba piedras para que los perros no le hicieran una coño’ e madrada.
—Lo opuesto a Jorge Fernández. —Dijo el gallero.
—Me suena, ese nombre me suena ¿Ese no será de Carúpano, Cariaco o de por esos lares?
—El mismito. Ese tenía un gallo bonito. Lo llaman El Costa… bueno, lo llamaban El Costa. Perdió en el Lechón. Peleó aquí, después en tres encerronas con mil cada uno y cuatro veces más. Al final perdió con un gallo pataruco en el Lechón.
—No Fanio. Corrígeme si me equivoco. ¿Pero ese no fue al mundial y ganó el primer premio?
—Sí, sí. Es verdad, peleó aquí, tres encerronas, cuatro veces más, el mundial, después con un güevón en el Lechón y perdió. —Chucho le extendió otro cigarrillo y le encendió el yesquero. El gallero acercó su rostro a la lumbre y mientras prendía su cigarrillo, de refilón, pudo leer la inscripción. No hizo ni un comentario.
—Pero el gallo no era malo, el peo es que cuando estaban montando los gallos, yo le digo: compadre este gallo está sentido. Él me dice que no le pare bolas que ese era un arrecho y que lo arregle. Coño, yo lo arreglo, pero veo al gallito como apagado.
—…Es que eso es mucho ¿Cuantas peleas se echó?
—Diez peleas. Pero cuando perdió y lo vio moribundo, casi muerto, le torció el pescuezo y lo tiró en la carretera. —Durante una millonésima de segundo se hizo un silencio, era como una especie de ceremonia solemne en torno a la memoria del animal, entonces el gallero agregó:
—Era un gallo arrecho. No tenía pinta de que aguantara hachazos, pero los esquivaba bien.
—¡Ese, ese es el gallo bueno!; el que esquiva, espera y lanza. Así era el Tigre. —Afirmó el viejo.
—Gallo bueno no es el que aguanta, sino el que se escurre. —Confirmó el gallero.
—Pero mira Fanio, me vas a perdonar, pero eso lo que hizo tu compadre no tiene nombre. Un gallo a lo máximo le doy cinco peleas y dependiendo de cómo gane. Porque si lo veo sentido, o si no ha curado bien… entonces no. Si es bueno pa’ padrote, si me sale regular lo regalo por allí; a la gente de Pararí. La única excepción fue El Tigre, pero es que ese era uno fuera de serie. —Aclaró el viejo.
—Desde ese día no le hablo más, eso no se hace. —Repuso el gallero. Luego preguntó:
—¿Usted no mata?
—No, yo no mato. No es porque no quiera, a veces, cuando un gallo se huye, a uno le da como una arrechera. Pero es que, coño, esos animalitos son como hijos de uno; uno los cría, los alimenta, los ve pollito, los cura y los manda a pelear… coño, es mucha maldad matarlos cuando te pierden y quedan medio vivitos.
—Matarlos es una maldad, que se mueran en la gallera; así sí. —Interrumpió el gallero.
—Yo lo que hago es que se los regalo a los muchachitos de por allí si se me huyen, si pierden los curo y trato por todos los medios de salvarlos. Porque eso pasa; ¡a cada gallo arrecho siempre le sale uno más arrecho!
—Eso es verdad, verdaita.
—En estos días un muchachito se pasa por el galpón preguntando si no tengo gallo malo que le regale. Y le pregunté para qué… me respondió que el último que me dio le ganó a uno en los Dantes.
—Entonces el gallo no era malo.
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—Es que no era malo, es como te digo Fanio; a veces le sale uno más arrecho y joven y fuerte… Entonces lo jode. Es como todo, a todos nos toca.
—También lo que sucede es que no son gallos malos… sino que para ese nivel de partidas hace falta gallos recios y de casta, sobre todo, recios de verdad. En Los Dantes, es una gallera pequeña. Allá la gente se reúne, hacen sancocho y juegan sus gallitos. Tampoco es una vaina del otro mundo.—Dijo el muchacho mientras el sol, el mismo que despertó rozagante y en su momento altanero, enmudeció no sin antes dejar su esencia dibujada en el horizonte como el quejido mudo, y enamorado, de un náufrago sin su orilla. Entonces el viejo se percató de que ya era tarde y con una de esas miradas que lo dicen todo, pero a la vez nada, expresó que ya debían coger camino.
—¿Entonces quedamos así? —Preguntó el gallero.
—La Marrana Flaca a madre sustituta, no se le dice nada a Daniel hasta el viernes que llegue a la casa, El Tigre como a una señorita y el ojo puesto al hermano y al pollito que se parece al Pico Mocho.
—Eso es correcto. —Extendió su mano al gallero, luego se dirigió a su hijo:
—‘Man. Acuérdame, mañana temprano antes de venir a la gallera, de ir a comprar unas lauritas y jazmines para la Nena.
—Lirios, viejo Chucho, lirios. Se llaman Lirios, no Lauritas ¡qué vaina contigo, ya estás Chocho!
—Como sea, acuérdame y le decimos a Ednia.
—Sí, de paso limpiamos la vaina. En estos días fui y estaba medio sucia; el monte estaba quemando a la grama, había mierda de pájaro por los lados… también se había robado las flores que tú y mamá le dejaron la vez pasada. Le formé un peo al administrador, uno paga para qué…
—Bueno ‘man, tú sabes que como no es de ellos no les duele. —Miró al gallero y continuó:
—No sé a dónde iremos a parar, la gente ya no respeta nada… — El viejo calló y como pudo, con la ayuda del gallero, se puso de pie. El muchacho también. Luego dispuso el saco de maíz junto a los otros que habían comprado. Se estrecharon las manos, se despidieron y el viejo dijo:
—No te descuides con el hermano y el pollito.
—A todas éstas Chucho ¿Qué nombre le pondremos al pollito?
—Será El Mesías —Intervino el muchacho.
—Pues será. Aunque lo vi echándole machete al suelo, como que le picaba el pico —Dijo Chucho.
—Coño sí, también me di cuenta. Será El picoso —Sentenció el hijo y acompañó a su padre a la salida.

Apenas se marcharon el gallero comenzó su faena: regó los envases de agua en cada jaula, revisó a los gallos por si alguno estaba medio enfermo, molió el maíz y a cada animal le dio su porción, además, constató que no faltara ningún pollito, armó la trampa para ratas, echó veneno para los rabipelados, contó los huevos de todas las gallinas y pesó a dos pollos que estaban listos para ser topados. Entonces, ya entrada la noche y justo antes de apagar las luces del galpón, le echó una última ojeada a todo; observó los pollos acurrucados en la mata de Pumalaca, a las gallinas con sus huevos en sus nidos, a los padrotes y los pollos que faltaban por plumar en sus jaulas y, cuando se cercioró de que todo estaba en orden, cerró la puerta.

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* Roberto Enrique Araque Romero, nacido en Venezuela, es ingeniero mecánico. Escribe bajo el pseudónimo de Morpheo. No ha recibido premios ni reconocimientos, aunque sí ha publicado relatos suyos en las revistas electrónicas «Whisky en las rocas» (México), «Letra Muerta» (Argentina), «La ira de Morfeo» (Argentina), «Heterus» (Colombia), «Mal de ojo» (Argentina), «Pez de plata» (Venezuela), «La palabra» (España). También ha publicado los libros de cuentos «Todas las putas van al cielo» Primera edición electrónica realizada por «Colectivo Río Negro» (Chile, marzo de 2013), «Todas las putas van al cielo» Primera edición impresa (cartonera) por «Casimiro Bigua ediciones» (Argentina, diciembre de 2013). «Todas las putas van al cielo» Primera edición impresa en portugués en proceso. Recientemente (2014) fue finalista en el concurso de cuentos «VIII Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores», con el cuento «Una escena al estilo de Steven Seagal». Correo electrónico: robertoenriquearaque@gmail.com. Blog: https://exodoliterario.wordpress.com/

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