Literatura Cronopio

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El camino era un ascenso

EL CAMINO ERA UN ASCENSO

Por Vicente Cervera Salinas*

A MARY SHELLEY (1822)

[blockquote cite=»P. B. Shelley» type=»left»]He lives, he wakes this Death is dead, not he[/blockquote]

Se despide en lento adiós la primavera
y aquel soplo de infinito y suave aliento
de los párpados callados surge y vuela.

A LOU (1889)

«¿El espíritu? ¡Qué me importa el espíritu! ¡Qué me importa el saber! Sólo a los impulsos doy valor, —y juraría que éste es un rasgo que poseemos en común—».
(F. Nietzsche)

La hojarasca es soberbia y engañosa
porque en ella
prende el fuego con violencia
y con súbita bravura
y con fruición. Mas pronto cede.

Sólo a aquél resiste el tronco.
Y en su sólida materia
se habitúa persistente.
Y las lenguas lo acarician contra el tiempo
y su cuerpo les revela
llama a llama
la promesa y la amenaza de su amor.

CINCUENTA POR CIENTO

Amo a Marcel Proust, pero también a Dostoievski.
Explico con rigor y con vehemencia,
aunque la luz de otra razón me desvaríe
y pierda.
Cuando canto, un ángel me persuade
y me protege.
Mas, de repente, desafino
y queda el solar desalmado y primitivo.
Audacia no me falta,
pero deshojo esperas con la paciencia
del capitán Ahab, del asesino y la ballena.
Eterno espectador, las gradas me queman.
Siempre a un paso de entonar el «gaudeamus»,
despierto antes de haber dormido
y bailo hasta la madrugada,
cuando el adolescente expira sobre el lecho
de sus fuerzas.

Delirar es mi pasión,
y mi pasión se acoge, cartesiana, a los delirios
y los concreta en sensatez.
Busco el perfil cubista que aprisione
la mirada oblicua y la de piedra,
pues cabalgo sobre el potro invertebrado.
Siempre a un salmo del incienso,
del incendio a un solo leño,
del estigma a una derrota.
No ha de ser voraz, sino certero
mi entusiasmo. Y he de pintar el humo
y omitir la matemática sublime
y la perversa. El beso clandestino
se congela entre mi ropa
y adolezco de placer en la lujuria
y estremezco los conceptos de temblor,
y los tiño como esclavos o cautivos.
Principiante en humedades. Viejo ya
de solidez, así me veo.
Al cincuenta por ciento de mis cuentas.
Al cincuenta, ya lo veis, cuadran
mis fuerzas.

LA CURACIÓN

Hoy destapé otro frasco con alcohol
y se absorbió sobre mi herida. Basta
recordar que desde el torso hasta
la espalda se oscureció el mismo sol
y ardió al descubierto la cicatriz
que me acompaña y quiero al fin cerrar.
¿Cómo conseguirlo? Basta abrazar
la circunstancia viva, la matriz
del llanto y despojarla de ese dios
espurio y cruel que anuncia, con tinta
invisible, el triunfo del adiós
y saja la esperanza que agoniza.
Todos estamos vueltos ante Dios
y elegimos ser semen o ceniza.

EL MEJOR EMPEÑO

Pensé arrojar tu fotografía,
tu idolatrada fotografía,
al jardín, para que rodase
perdida en el mayor
anonimato, tal vez pisada
por algún niño risueño
u orinada por el perro
del vecino.
Luego consideré que ese gesto
perpetuaba en su trazado
imaginario un destino
demasiado singular
para tu imagen adorada.
Preferible dejarla intacta
en mi cartera
y esperar a que ese día
llegue, en que al mirarte
no te vea.
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EL LAMENTO DE NARCISO

He concebido un doble. Perfecto. Al menos eso me pareció cuando lo descubrí. Casi perfecto. Al conocerlo tuve que repetirme cien veces la lección olvidada y dividir el tiempo restante en horas de sosiego y de quietud, para vivirlas en compañía de este doble que por fin yo concebía. Su aspecto no podía ser más próximo y cercano. Sus gestos, pertenecían antes a mi pensamiento que a su imaginación y sus respuestas estaban ya previstas, sin que hubiera de formular ningún interrogante. En cuanto a sus gustos y aficiones, eran tan afines que apenas ponía empeño en celebrarlo con exclamaciones consagradas a la tradición. Era mi doble. Sus silencios no tenían la sonoridad de un compás de espera. Forjaban ansiedades de imprevista permanencia, pero mi ritmo las medía. Yo mismo había cultivado esos recelos en un estanque donde crecen las larvas de la desilusión. Sus secretos eran para mí primera plana, y su conducta ante la gente no admitía un sólo punto de extrañeza.

En verdad, era mi doble. Conversábamos sedientos como lo harían dos ávidos afluentes de un mismo río, taciturno y sentencioso, que fluyeran con sigilo y buscaran sin quererlo la orilla hermana de su desembocadura. Resistíamos los saltos y cascadas sin quejarnos, con idéntica templanza en las espumas y entre tímidos repechos clandestinos se volcaba un desafío zozobrante, de repente inoportuno: la tendencia inmoderada de este espejo fluyente a arrojarse en esas aguas saladas y voraces de la indiferencia y la extinción.

TUS LABIOS DE PIEDRA

Condescendí al misterio.
El abrazo del tilo y tus
labios de piedra. El mármol
vetusto fue así encarnado
por un término nuevo,
y en los míos se retuvo un
sabor delicioso, nunca antes
conocido: el roce erótico
del tiempo. La madera como
piel grabada. Y el busto
colosal, recinto lábil de todos
los secretos, que abrió mi voluntad.
Condescendí a tu forma.
Se mudaron para un nosotros
jamás imaginado los rigores
esculpidos y los besos
tallados. Al filo de mis
dedos, sopesé las líneas cálidas
que un artista modeló. Dibujé
tu piel marmórea bajo
yemas encendidas. El espacio
se hizo tacto. La corteza recobró
su ser: fue un tallo tierno y
movedizo. La aparente frialdad
de la materia transfiguró
su vientre opaco y fue traslúcida
en mis manos. Condescendió
la dicha a visitarme. La
robusta caricia del tilo y
de piedra viva, tus labios.

EL ALMA OBLICUA

Si me concedes el beneficio de la duda,
hallarás tesoros refulgentes
cuya luz dimana ese pasado que,
buscando en mí, descubres, pues te
ofrezco. Mas también podrás
embriagarte con vetustas casas de
dos pisos, cámaras de sueños tendidos
al verano, bargueños disfrazados
de escritorios o terrazas donde
clivias y geranios velan la almohadilla
rota de un remoto y gato gris.
Piénsalo bien. Allí, el más
diáfano de los colores halla su sombra
desprendida. En sus brillos puedes
ofuscarte y aun caer. No es traidor,
tal vez, quien hoy te avisa.
Y no es que quiera transmitirte
una oscura noticia que peligro
llamas y amenaza. Sólo quiero
desbrozar futuras selvas con presentes
comuniones. En mí abocan
hondonadas. Precipicios aparecen en el
llano. Soy la ruta esquiva y sinuosa
en el plano inmaculado. La sesgada
dirección de toda línea. Alma
oblicua que ama, al fin, la rectitud.
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ESCALADA

Avanzo instintiva,
luego cabalmente.
Descanso si mis pies
se fatigaron en exceso
o si latía en desmesura
el corazón. Observo siempre
cuanto brinda la arriera
y madre Natura. Y de ella
pretendo incorporar algún
apunte a mi persona;
reposo cuando el sueño me
reclama y dejo que me venza
sin darme nunca por
vencido. Si me asaltan
los ladrones de mi paz,
procuro ahuyentarlos
con el don de la mirada.
Intento que del trecho
recorrido me acompañen las
señales aprendidas, y proyecto
el tramo que me resta por
hollar, obedeciendo a la ley
de la materia y al mandato
más robusto de la fe. Llevo
en la cartera talismanes
que aprendí ejercitando el arte
de la memoria: un libro de
mi padre, un poema de mi
amiga, y siempre voy contigo,
en la andanza de mis pasos
o en la percusión de los ecos
y en la luz que todo irisa.
Dejo que me asalte la canción
si mi suelo forma arena;
cuando hay peñas, amortiguo
con las suelas del equino,
atento a los follajes que diviso.
Entono versos cada vez que la sombra
de la certeza deja al descubierto
superficies de hondonadas
y prosigo veloz en mi lentitud.
No porto reloj en mi pulsera;
surco el tiempo con la escala
de cada decisión. Al error,
le presento mis disculpas,
y le concedo al extraño
el beneficio de la duda, para
no inclinar con su lastre las
espaldas laceradas, y no reconocerme
sólo en el reino de la culpa
y sus fracasos. A menudo medito
sobre el límite entre el centro
y sus innumerables periferias,
recibidas o nuevamente formuladas.
Atajo el cinismo y la presión
de la rutina con las palabras
que instauran la fortaleza
de lo desconocido, o de lo eterno
restaurado. Arranco algunos brotes
del almendro en flor para regalar
ramos de aromas efímeros
y, en el recuerdo, permanentes.
La distancia de lo andado nunca
es mayor que el continente imaginario.
Y si lo fuere, será que el tiempo
consumido había sido el otorgado,
el necesario, el que la sabia mano
sobre mí depositó. Otra imagen
del mundo sobreviene, sin que
el sentido de lo hollado desfallezca.
Escudriño las fauces del león
y de la tórtola aboceto isocronías,
y aligero así cuanto se inclina
a la caída. Mudo u órfico,
rico en tesoros de huellas vivas
que manos ajadas me hacen
observar, susurra alguna voz
que ya debo detenerme.
El viaje en espejo coincide
entonces con la serie y el contraste
de estaciones. Hinco el talón.
Miro en torno, y advierto
—sorprendido— que el camino era
un ascenso y el viaje una
escalada, que permite recostarme
en su penumbra vertical
donde distingo una constelación
de brezo y piedras,
que un sol terrestre hace
brillar.

* * * *
Los presentes poemas hacen parte de sus poemarios: De aurigas inmortales, Escalada y otros poemas, El alma oblicua y La partitura.
__________
* Vicente Cervera Salinas. Nacido en la ciudad manchega de Albacete (España), estudió en la Universidad de Murcia y se doctoró con una tesis sobre la poesía de Jorge Luis Borges. Desde 1990 es profesor de literatura hispanoamericana en su Facultad de Letras, consiguiendo la Cátedra en dicha especialidad en el año 2004, con un estudio sobre la presencia del mito de la Beatrice dantesca en las letras hispanoamericanas. Su trayectoria poética se inicia en 1993 con la publicación de De aurigas inmortales. Desde entonces ha publicado numerosos poemarios y ha obtenido varios reconocimientos por su labor poética. Ha sido traducido al italiano, al francés y al portugués. Su obra figura en diversas antologías de poesía hispánica contemporánea.

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