Literatura Cronopio

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Historias con gato

HISTORIAS CON GATO

Por Gustavo Andrés Valdés Acero*

Estábamos haciendo los preparativos para la cena, yo lavaba los trastos, José pelaba unas papas. Llevábamos un rato callados, cuando José abrió la boca y dijo, ¿sabe cómo terminaron Yana y Nico? No —dije— Estábamos tomando en el apartamento de Alneris, con Betsa, Ricardo y otra gente, cuando Nico llegó. Al entrar tiró al regazo de Yana un bultito. Era Ernesto, el gato preferido de Yana, estaba muerto, tenía en el rostro un gesto espeluznante: la boca bien abierta, la lengua afuera, los ojos volteados, el pelaje lo tenía todo pegoteado con lo que parecía era su propia mierda, estaba hecho un desastre. Una vez dejó el paquete, Nico dio media vuelta y salió al pasillo, gritando por todo el edificio que Yana era una perra.

En el apartamento, cerramos la puerta con pasador y esperamos. Nico seguía gritando que Yana era una perra, sus gritos se escuchaban a veces cerca y a veces lejos. Al rato estaba otra vez al pie del apartamento, golpeando y pateando la puerta. Alneris cogió el teléfono y llamó a la policía, habló duro cerca de la salida para que Nico escuchara. Los tombos nunca vinieron, pero Nico se asustó y se fue. Yana estaba muy alterada, unos sorbos de ron no lograban calmarla. Llamó a la mamá de Nico, entre gimoteos le contó lo sucedido. Mientras hablaba, Ernesto empezó a moverse, todos lo vimos, su pechito empezó a inflarse y a desinflarse. Su carita había cambiado de expresión, ya no tenía esa mirada de demente que tienen los gatos muertos, con un poco de esfuerzo se había puesto de pie y se estaba lamiendo. Ernesto había resucitado ante nuestros ojos. Yana colgó de inmediato y se tiró al piso a abrazar el animal, con lo cagado que estaba, no le importó mancharse la blusa y parte del cuello con mierda, estaba feliz de tener otra vez a su gatito. Increíble —dije—, me recuerda otra cosa que me contaron. ¿Se acuerda de Camilo, el man de la Nacho que se pasó a vivir por acá y al mes ya lo habían atracado dos veces? Bueno, él me contó que un día había ido a comprar un bareto a la olla que yo le mostré. Casi no lo dejan entrar, tuvo que insistir con que era amigo del tipo de las gafas, que ya habían ido juntos, etc. Cuando al fin entró, apoyado en el marco de una de las ventanas que da a la calle, vio, lo que según sus propias palabras era un negro malvado. Usté sabe que yo no soy racista ni nada —me decía Camilo— pero a ese negro se le veía la maldad por encima, yo le sonreí tratando de mostrarme amigable. El tipo dizque le devolvió una horrenda sonrisa, al tiempo que sacaba un cuchillo de medio metro y se rascaba el antebrazo con él. Camilo dejó de sonreír y miró al piso. Junto al negro había una negrita chiquita, era probablemente la hija que acompañaba a papá a hacer las compras, la niña estaba jugando con un gatito, el gatito estaba de espaldas tratando de coger con sus garritas los dedos de la niña, ella amagaba a cogerlo y el gatico a no dejarse, así llevaban un rato hasta que la niña por fin lo cogió y lo puso a los pies del padre. Él lo recogió y empezó a acariciarlo con el cuchillo. El gatico abrazaba con sus pequeñas zarpas la mano del negro. Sus garras empezaron a arañarlo, también estaba intentando morderlo con desespero, el negro lo estaba estrangulando. El tipo apretaba los labios y apretaba la manaza con todas sus fuerzas, pero el gato seguía pataleando. Viendo que no se moría, el tipo empezó a golpearlo contra el borde de un desvencijado escritorio que estaba por ahí cerca.
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Camilo me decía: marica, yo veía como ese negro hijueputa estaba golpeando al gatico contra el escritorio y yo sin poder hacer nada. Y usté viera ese gatico cómo gritaba. Yo quería matar a pata a ese negro, pero no podía mover un dedo, sólo me quedaba ver cómo esa bestia lo mataba. El gato pataleaba cada vez más lento y ya no gritaba. Entonces de su pipicito salió un chorro de orina y por el ano le salió una retorcida cinta de mierda. El tipo lo soltó y el gato cayó desgonzado al suelo. Todo esto pasó mientras el jíbaro bajaba con el bareto. Cuando el man estuvo junto a nosotros y vio al gato muerto, empezó a amonestar al negro, que qué le pasaba, qué cómo se le ocurría, que cómo iba a matar al gato que era de su hija, que ahora qué le iba a decir, etc. El reclamo del jíbaro era más un ruego. El negro sólo se reía, no hipócritamente como lo había hecho antes, se reía de pura felicidad. ¿Si ve marica por qué no me gusta ir a esas ollas?, siempre termina pasando algo macabro, me decía Camilo. —Que gonorrea —fue lo único que se le ocurrió decir a Jose. Sí, lo mejor fue cuando un par de días después pasé a la misma olla a comprar lo mismo. En cuanto me abrieron, el gatico salió disparado a jugar con las cuerdas de mis zapatos, yo estaba sorprendido, le pregunté al jíbaro que cómo había hecho para conseguir un gatico idéntico al otro, que por lo que un amigo me había contado, lo había matado un tipo. —¡Qué va!, —dijo el jíbaro. Ese negro hijueputa no es capaz de matar a nadie. Al momentico que ese man se fue, el gato estaba caminando y aullando por comida. Le contaba a Jose mientras exprimía un limón sobre la ensalada.

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* Gustavo Andrés Valdés Acero es Filósofo de la Universidad Nacional (Bogotá). Ha publicado en distintas revistas artículos como: «Nada poética» y «Efecto marea» en la Revista Contestarte No. 8. Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Noviembre de 2009. Págs 50 y 51. ISSN 1794–6239. El cuento «Separación» y la poesía «Algún día las mujeres me dejarán algo más que sus cabellos» en la Revista Capital Letter No. 13, publicación estudiantil del Departamento de Lenguas Extranjeras de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. Págs 20 y 33. También participó en los talleres virtuales de escritura organizados por IDARTES en los cuales fueron elegidos para publicación el cuento «Todo en orden» y el poema «Primitivo».

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