Literatura Cronopio

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Una parodia del mal

UNA PARODIA DEL MAL

Por Lyda Aponte de Zacklin*

En su novela El niño malo cuenta hasta cien y se retira, Juan Carlos Chirinos**, con una gran capacidad de fabulación, relata la historia de un personaje cuya vida en movimiento entre la memoria y la realidad descubre la crueldad como el eje de su existencia. Este personaje es el punto de partida de un discurso que apunta al cuestionamiento del hombre contemporáneo sumergido en un mundo cada vez más indescifrable, incoherente y deshumanizado.

En esta novela, llevada a través de una prosa envolvente, el humor y la poesía, lo fantástico y lo real marcan el movimiento de una escritura en la que los espacios, el tiempo, las cosas, se crean y se destruyen para empezar de nuevo, para seguir reinventando los mundos que ha creado la ficción.

Juan Carlos Chirinos experimenta en su novela con diversas formas del lenguaje en las que la danza y la poesía, lo fantástico y lo ordinario, el mundo tecnológico y el mundo natural, permiten un nexo entre las diversas realidades que presenta el discurso.

La historia se organiza a través de situaciones que se repiten como variaciones de un mismo tema y, de personajes cuyos viajes, su ir y venir en la realidad y hacia lo imaginario y el sueño, los reúnen y los separan como en la ejecución de una danza. Son personajes a su vez tiernos y crueles, que fascinan al lector desde el comienzo de la lectura.

El espacio real en la novela se establece entre Caracas y el lejano pueblo de montaña en el que ocurren la mayor parte de los sucesos que llevan el hilo del discurso.

Con esta novela, que el autor ha dedicado a la poesía venezolana, en particular a dos insignes poetas: Ana Enriqueta Terán y Eugenio Montejo, Chirinos rinde un verdadero homenaje a Caracas tanto por su transcripción de poemas dedicados a esta ciudad, como por su manera de describirla a través de un lenguaje en el que se conjugan el humor y la poesía, logrando trasmitir al lector la sensualidad de la ciudad, su incoherencia, perversidad y belleza, lo que la convierte, no obstante, en un lugar fascinante e inolvidable:

El aroma embriagante de Caracas lo tentaba aún después de tener todo listo; no es fácil escapar de ella, porque Caracas es una virgen escondida en sucesivos velos, sonriente y con algo dulzón que da el olor de la sangre. Caracas es un asesino, un seductor de mujeres y hombres, es la llama de un candil que nunca se apaga. Caracas implora y hay que acudir, Caracas ordena el caos de sus esquinas con nombres y en cada nombre una historia: esquina de Angelitos, lugar en el que se apostaban los guarda espaldas del Presidente mientras éste ponía cuernos sobre la cabeza de uno de sus Ministros; esquina de la Mansión, donde un excéntrico aficionado a la egiptología construyó su casa en forma de templo de Osiris, esquina de Las Madrices, llamada así por las tres codiciadas hijas del doctor Madrid. Esquina del Muerto, no pases por allí si no quieres llevarte el susto de tu vida, mejor corre hasta la esquina del Cují… [1].

En el espacio de la realidad cotidiana el relato va entretejiendo el tema del desarraigo, que en la novela se expresa tanto por el deseo de permanencia en el lugar que se llega, como por el deseo de un retorno inapelable que se extiende a lo largo del discurso:

Ella no supo cuándo ni cómo, pero Eugenio logró entenderla. ¿O ella fue la que lo entendió a él?

En todo caso, él sabía que nunca abandonaría mi casa, ni mi baile. Una noche lo sentí abrir la puerta y salir para siempre. No tuve valor para detenerlo, la fuerza que me amarraba a mí aquí, era la misma que lo hacía a él irse, en busca de su lugar (61).

Chirinos juega con el tiempo en el discurso de una manera que contribuye a mantener la atmósfera de realidad e irrealidad que se despliega en el relato. Así, el tiempo sigue su sucesión lineal al presentarse los eventos, pero a su vez el tiempo va siguiendo el ritmo que establece la propia interpretación de los personajes sobre el paso del tiempo, en el discurrir de esta prosa esplendorosa y vibrante.
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Vemos así que la abuela se relaciona con un tiempo interior, que es el que va siguiendo mientras baila al ritmo de los programas de Bette Middler o de Barihsnikov. Pero a su vez un tiempo que, según ella, se relaciona con lo permanente: «La abuela deambulaba a su ritmo de danza, pendiente de aprenderse los pasos de las películas. Le gustaba saber que sus pies tan antiguos, aún eran de tobillos firmes» (58).

Para el protagonista de la novela, el tiempo en ese pueblo parece ser dirigido por la abuela: ¿Había viajado tan lejos para aprender que el tiempo en estas tierras no va hacia delante ni hacia atrás, sino que se suspende a gusto de la abuela? (57).

Para la nieta, no obstante, el tiempo lo lleva el locutor de la radio que la despierta: «¡Las siete de la mañana hora de vivir!» (58).

En cuanto al desarrollo de algunos temas tales como la relación del hombre con la naturaleza, y para introducir cuestiones de relevancia en nuestros días, tales como la protección del medio ambiente, se acude al mundo imaginario de las historias que dentro del relato narra «el cuenta cuentos» del pueblo.

Escuchamos así, entre otras, las conversaciones entre el leñador y las hormigas en su búsqueda de soluciones para resolver los problemas de subsistencia, en las que las hormigas parecieran tener una mayor capacidad de organización que los hombres. Por otro lado, su manera de prepararse para el ataque en cualquier circunstancia, provoca el comentario de uno de los personajes: «si las hormigas dispusieran de bombas atómicas, el mundo duraría una semana» (88).

En lo relativo al nexo entre las artes que mantiene el relato, el discurso va llevando, con agudeza y perceptibilidad, la apertura espiritual que puede alcanzarse a través del arte. Así, la abuela pudo llegar a comprender el sentido de su vida en las palabras del poeta: «La abuela no había entendido, sino hasta muchos años después, que fueron las palabras de Eugenio las que la tomaron e hicieron de ella, por una vez, un ser más allá del baile sagrado, razón de su vida» (61).

Es asimismo la abuela quien mantiene en la novela la relación entre los mundos que se presentan. Vemos así como en su juventud atrae la atención del poeta:

Eugenio, que dijo ser poeta, tuvo la delicadeza suficiente para entender a la abuela, cuya afición al baile iba más allá de un simple hobby, y pronto volvió junto a los otros que se conformaban con ver a la abuela dando sus saltitos extasiada […] como también de que la abuela pensara que Dios había castigado al hombre a esos aburridos pasos con el pie mirando hacia delante, en vez de ir tup, tup, tup, girando como lo hacían los planetas (36).

La abuela es el personaje que llama de inmediato la atención del pícaro que años más tarde llega al pueblo: De su cuello pende un collar cuyas piedras preciosas absorben el «insignificante destello de luz y lo multiplican; ahora la abuela baila con la luz y sus ojos azules son los soles de la noche» (55).

La abuela se convierte en uno de esos personajes inolvidables que mantienen en el discurso su cualidad de realidad e irrealidad. Personajes, que si bien mantienen su autenticidad como seres de ficción, provocan en el lector el deseo de otorgarle un espacio más allá de su realidad ficticia.

En la primera parte de la novela, Juan Carlos Chirinos convierte en parodia memorable la búsqueda de respuesta a ¿cómo se cuenta un cuento? Pregunta que a través de la historia del género se ha querido responder.

Desde luego, siempre estarán presentes los trabajos de autores que han dejado huellas iluminadoras sobre el tema, pero es conocida también la existencia de esos otros que provocan en el lector una confusión parecida a la de aquellos momentos en los que un adulto ocioso se divertía haciendo la pregunta:

—¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?
—Sí.
—No es que sí, es que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelón.
—No.
—No, no es que no, es que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelón.
—¡Nooo!

Así, en esta novela un personaje descubre que lo único que le interesa hacer en su vida es contar cuentos, pero no sabe cómo hacerlo. En primer lugar porque las historias que conoce provienen de la gente del pueblo y éstos se reconocerían en ellas. En segundo lugar, porque conoce muy bien las historias, pero no sabe cómo llevarlas a la escritura.

El personaje encuentra ayuda en el amigo poeta, quien le ofrece un libro sobre Cómo se cuenta un cuento y, para resolver el problema de que las historias puedan ser reconocidas por la gente del pueblo, le propone que se las cuente a los turistas que llegan de visita, pero revestido del papel de un incesante viajero:

—¿Y todo eso has visto tú? ¿Tanto has viajado? —preguntaban las chicas. Y él explicaba que sí, que se había escapado de casa de su padre muy joven y que había tenido que ganarse la vida de muchas maneras […] Los cuentos eran una manera de distraerse mientras llegaba el momento de volver. Eugenio daba fe de todo lo que «el marinero» contaba y sabía que era un gran viajante (115).

Si al final la mentira se descubre, cuando tres de sus amigos irrumpen en el lugar donde contaba sus cuentos, blandiendo como una espada «Cómo se cuenta un cuento» y expresando su ira con actos de violencia, la experiencia, no obstante, brindó la ocasión al «marinero» para que el dolorido Eugenio comentara:

—Ahora ya tienes una aventura qué contar, Svevo.
—Si salimos vivos de ésta, Eugenio (121).
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En la segunda parte de la novela, se desarrolla una teoría sobre el tema del mal: El mal es un autor de la belleza. El mal introduce la sorpresa, la innovación en este mundo rutinario.

Sin el mal, llegaríamos a la uniformidad, sucumbiríamos en la idiotez (155).

En su conocido libro La literatura y el mal, Georges Bataille declara en el prefacio que para él «la literatura es lo esencial o no es nada». Y en este sentido, según su opinión, la literatura es expresión del mal en su forma intensa, y «tiene para nosotros, y así lo creo, el valor soberano. Pero esta concepción, sin embargo, no lleva implícita la falta de moral, sino que por el contrario exige, una supermoral» [2].

El protagonista de la novela comete actos abominables, pero que al cuestionarlos llega al convencimiento de que eran inevitables, que debían ocurrir:

Tal como sucedieron las cosas quedó demostrado «que los caminos del señor (y del diablo) son inescrutables. En nuestra alma se mueven corrientes internas que no somos capaces de percibir, pero que nos controlan». (160).

«A las dos» es el título del capítulo en que describe el regreso del personaje al pueblo después de haber abandonado a la muchacha herida. Es el capítulo, en definitiva, en el que el personaje despliega toda su capacidad para entregarse al mal sin remordimientos.

Para exponer su caso ante la justicia por el abandono de la muchacha herida en la montaña y por la muerte de las ovejas sacrificadas para salvarse la vida, el discurso parodia y critica el manejo de la justicia en la sociedad.

Según el personaje hay tres opciones a seguir: «pedir disculpas, lo que rechaza de entrada, seguir el camino […] de la trampa legal y del chantaje y la extorsión, el de la palabra fácil y retórica. El camino que toman todos los pícaros para caer de pie sin arriesgarse a nada. El camino por donde se llega a Presidente, a Ministro y Cardenal. Pero nuestro pícaro oye la voz de la verdadera picardía, aquella que le susurra […] que se puede hacer daño y salir ganando» (220).

El «niño malo» llegó para sacar al pueblo de lo ordinario, para convertir la vida pacífica de sus habitantes «en un nuevo amanecer de desgracia y dolor» (223) gracias a los pensamientos impertinentes y malvados que surgían con precisión en la mente de este pícaro moderno.

En El niño malo cuenta hasta cien y se retira, Juan Carlos Chirinos ha creado un mundo de ficción donde la poesía, el arte, el mal y la imaginación se unieron para llevarnos «a una aventura legendaria en ese pueblo de leñadores, otra historia que Svevo contará a los asombrados habitantes, siempre incrédulos e ingenuos» (227), un mundo de ficción que nos dejó con el recuerdo de una fascinante e inolvidable experiencia de lectura.

NOTAS

[1] Juan Carlos Chirinos, El niño malo cuenta hasta cien y se retira (Caracas: Grupo Editorial Norma, 2004), 18.
[2] Georges Bataille, La Littérature et le mal (Paris: Editions Gallimard, 1957). Prefacio (traducción mía).
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* Lyda Aponte de Zacklin (Barinitas, Venezuela). Doctorada en Literatura por la New York University con su tesis La narrativa de Guillermo Meneses. Ha colaborado con revistas y suplementos literarios del continente, entre otros, la revista mexicana Vuelta y la revista Translation (Columbia University). En Monte Ávila Editores ha publicado su coleccion bilingue Venezuelan Short Stories y su libro de ensayos: Silencios, textos y glosas. Trabajó como profesora hasta el 2011 en el City College de la ciudad de Nueva York.

** Juan Carlos Chirinos (Valera, Venezuela, 1967). Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y realizó estudios doctorales en la Universidad de Salamanca. Ha sido incluido en diversas antologías, tanto en Venezuela como en España, Estados Unidos, Argelia, Cuba, Canadá y Francia. Ha publicado las novelas: «El niño malo cuenta hasta cien y se retira» (Caracas, Norma, 2004). Reedición: Madrid, Escalera, 2010; «Nochebosque» (Madrid, Casa de Cartón, 2011); «Gemelas» (Madrid, Casa de Cartón, 2013). También ha publicado los relatos: «Leerse los gatos» (Caracas, Memorias de Altagracia, 1997); «Homero haciendo zapping» (Caracas, Fundación Ramos Sucre/UDO, 2003); «Los sordos trilingües» (Madrid, Musa a las 9, 2011, ebook). Asimismo ha publicado las biografías: «Alejandro Magno, el vivo anhelo de conocer» (Bogotá, Norma, 2004): «Albert Einstein, cartas probables para Hann» (Bogotá, Norma, 2004) Reedición: México, Norma, 2005); «La reina de los cuatro nombres. Olimpia, madre de Alejandro Magno» (Madrid, Oberon, 2005); «Miranda, el nómada sentimental» (Caracas, Norma, 2006).

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