Literatura Cronopio

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Falsas identificaciones en las modulaciones esteticas de Roberto Bolaño

FALSAS IDENTIFICACIONES EN LAS MODULACIONES ESTÉTICAS DE ROBERTO BOLAÑO

Por C. Valeria Bril*

En la búsqueda emprendida por el escritor chileno Roberto Bolaño cuando intenta examinar la literatura, parece haber un interés genuino por hacer oír su propia palabra con relación al arte de la escritura. Bolaño, quien no fuera capaz de olvidar a su máximo referente Jorge Luis Borges cuando analiza la literatura argentina, afirma que: «Con Borges vivo, la literatura argentina se convierte en lo que la mayoría de los lectores conoce como literatura argentina. […] Cuando Borges se muere, se acaba de golpe todo» (Bolaño 2004b, 24). Pese a su carácter controversial, la mayoría de las opiniones de Bolaño postulan desde un abordaje crítico muy específico la consideración de tres líneas de referencia o «reacciones antiborgeanas» (25) —«los tres puntos de partida de la pesada»— (30) que provienen de tres autores: Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini, y que suponen la existencia de una literatura —argentina— antiborgeana.

El planteo de Bolaño incluye la posibilidad de analizar que si bien Osvaldo Soriano es un buen escritor «menor» de novelas policiales o vagamente policiales, cuyas virtudes se basan en ser divertido, simpático y generoso, con las cuales le alcanza para cautivar a la masa de lectores; no se puede afirmar que a partir de esto se pueda fundar una escuela o rama literaria. Y la segunda línea de referencia, según estima Bolaño, es más compleja porque Roberto Arlt es un escritor rápido, arriesgado, un sobreviviente nato, es decir, un autodidacta que se desarrolla en el desorden a partir de pésimas traducciones y que pervivió en las cloacas y no en las bibliotecas (Bolaño 2004b, 24-25). Por lo tanto, los medios críticos literarios creían que luego de la muerte de Arlt (a los 44 años de edad), lo que sucedería es que vendría el olvido. Pero Bolaño sostiene que contrariamente a lo que pensara la crítica, fue Ricardo Piglia quien vino a cumplir el papel de San Pablo para este «Jesucristo arltiano» cuando se enamora de su obra y lo rescata del olvido.

Así se evidencia que es Piglia quien «eleva», «publicita» y «se especializa» en Roberto Arlt, y de esta manera legitima al autor. Sin embargo, Bolaño acusa a Piglia de construir alrededor de Arlt un cierto «desvarío gansteril» (Bolaño 2004b, 27) que le resulta difícil de soportar. En cualquier caso, Artl y Piglia son considerados por Bolaño como dos escritores «buenísimos», y sobre el último el autor chileno dijo que es uno de los mejores narradores actuales de Latinoamérica.

La tercera línea post-Borges está representada por Osvaldo Lamborghini, cuya vida es tan secreta como la corriente literaria que inicia. Este escritor le da miedo a Bolaño porque sus libros huelen a sangre, a vísceras abiertas, a licores corporales y a actos sin perdón (Bolaño 2004b, 29). Pero, de estas tres líneas que dan vida a la literatura de Argentina, no hay una que no responda a la denominación de Bolaño quien reconoce a esos escritores como «los chicos malos de la pesada» (Bolaño 2004b, 28), y establece que el peor de todos ellos es Soriano.

Si bien Bolaño admite abiertamente que debe existir «la literatura de la pesada», no tiene que ser la única. Puesto que la literatura en sí misma se acaba, y además esta literatura es la que influye en la literatura latinoamericana. Más allá de las posibles imprecisiones que pudiera cometer Bolaño al hablar de la literatura argentina, es importante reconocer su esfuerzo teórico por armar una especie de esquema de «las escuelas literarias» —posteriores a Jorge Luis Borges— con escritores argentinos de la primera parte del siglo XX. Esquema que viene a suscitar un diálogo que no sólo tiene en cuenta la obra de estos autores, sino la situación vivencial en la que se encuentran en el momento de producir sus literaturas.

Esta condición vivencial o visceral de los escritores o de la literatura argentina que señala Bolaño, parece apuntar a otra cuestión que opera como trasfondo en todos los quehaceres literarios que se resume, en definitiva, en una afirmación que puede resultar indiscutible en más de un sentido: «La literatura es una máquina acorazada. No se preocupa de los escritores. A veces ni siquiera se da cuenta de que éstos están vivos» (Bolaño 2004b, 29). Para Bolaño, la literatura tiene un solo enemigo que es grande y poderoso: los escritores seguidores de otros escritores que están condenados a plagiar y que por eso terminarán venciéndola (Bolaño 2009b, 29).

Otro límite que subsiste entre los escritores, según Bolaño, estaría dado por los que pretenden ganar dinero y tener una mejor situación económica sin escribir «libros originales»; y los otros, los que se dedican en cuerpo y alma a la literatura, aunque, como precisa el autor:

No es necesario escribir libros originales, como Cortázar o Bioy, ni novelas totales, como Cortázar o Marechal, ni cuentos perfectos, como Cortázar o Bioy, y sobre todo no es necesario perder el tiempo y la salud en una biblioteca guaranga para que encima nunca te den el Premio Nobel (Bolaño 2004b, 25).

El sentido práctico de Bolaño con relación a la literatura resulta ser un referente infranqueable para algunos colegas que creen que escribir asumiendo una postura, o una modalidad visceral como la del autor, es una pérdida de tiempo. La iniciativa de Bolaño en cuanto al manejo literario para recuperar el designio básico del oficio, es incuestionable cuando se trata de un autor que «en realidad uno siente que refutarlo en los hechos es estéril porque, en el fondo, habla de otra cosa» (Garcés 2004, n.p.).
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NUEVO CANON Y PROFESIONALISMO EN LITERATURA

En la senda trazada por Bolaño, sus ecos críticos vienen a centrar una lectura práctica de la literatura que se encuadra analíticamente en aquellos escritores que, según el autor, son (o «somos») responsables como «descendientes de Gabriel García Márquez y de Octavio Paz» —los escritores que los siguen o los imitan—. En este sentido, Bolaño remarca críticamente que «La mejor lección de literatura que dio Vargas Llosa fue salir a hacer jogging con las primeras luces del alba. La mejor lección de García Márquez fue recibir al Papa de Roma en La Habana, calzado con botines de charol» (Bolaño 2003, 171). Y con esto, que parece una exageración muy propia de Bolaño, nos recuerda el autor que un gran grupo de escritores no sobrevivirá literariamente a las generaciones siguientes.

El dominio literario o la maestría literaria de los escritores posibilitarían un estatus de profesionalidad, que en algunos países como Argentina se le reconoce al escritor pero que el Estado procura olvidar. Mientras que en México como en otros países latinoamericanos, y en Chile un poco menos, se espera que el escritor sea independiente aunque cobre del Estado. Sin embargo, Bolaño afirma que: «ojo, si el escritor no cobra del Estado, se enoja y desde sus tribunas como escritor profundamente independiente protesta por esa falta de ayuda. Esa ayuda directa se traduce, además, en agregadurías culturales, diferentes trabajos, incluso en satrapías» (Braithwaite 2006, 40).

Así, entre ópticas diferentes de figuración de un autor, la crítica académica analiza la posibilidad de un «nuevo canon» constituido por autores como Rodrigo Rey Rosa, César Aira, Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Javier Cercas, entre otros —la mayoría latinoamericanos—. Y en otros casos, los medios literarios mencionan a un conjunto de narradores que estaría integrado por Juan Villoro, Rodrigo Rey Rosa, Enrique Vila–Matas, Horacio Castellanos, César Aira, Javier Cercas y Roberto Bolaño —este grupo incluye a dos españoles—. Sobre este último grupo en el cual se incorpora a Bolaño, él mismo da cuenta de que primero, no pertenece a ningún grupo selecto de escritores y, segundo, él incluiría en la formación de ese grupo a otros españoles como Javier Marías, Belén Gopegui, Luis Magrinyá y Jesús Ferrero, y a otros latinoamericanos como Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Carmen Boullosa y Daniel Sada (Swinburn 2003, n.p.).

En líneas generales para Roberto Bolaño, en Latinoamérica, ha habido sólo dos generaciones de narradores: una «grande» que empieza con Macedonio Fernández que fue un escritor instalado en una especie de paradoja en el campo de las letras —pero que expresa confianza—, y que termina con Reinaldo Arenas y Manuel Puig; y la otra generación es la de un grupo «selecto» conformado por Ricardo Piglia o Fernando Vallejo que están instalados en el laberinto de la literatura «con desesperación», y que no se sabe con quiénes se cerrará (Swinburn 2003, n.p.).

Con un anclaje literario bien definido, Bolaño no se privó de decir o de escribir lo que pensaba sobre otros autores y sus obras. Un ejemplo de muchos representa aquel texto breve (incluido de manera póstuma en la compilación de crónicas y de columnas periodísticas de Entre paréntesis, 2004) que Bolaño escribió y que luego fue utilizado como epílogo para la edición de finales de 2007, de la editorial Tusquets, de El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997) de Horacio Castellanos Moya, afirma que Castellanos Moya «es un melancólico y escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país» (Bolaño 2004b, 173).

Esta sintonía que parece tener Bolaño con los autores latinoamericanos, es observada no sólo por el tratamiento crítico que hace de sus obras, sino por la relación fraternal que mantiene con algunos de esos autores. Tal es el caso de la novela Mantra (2001) de Rodrigo Fresán, de la que Bolaño dijo:

Me gustó mucho, probablemente es el mejor libro de Fresán, un libro desmesurado, lleno de humor, en ocasiones hiperviolento, que trata, en primera instancia de México, pero que en realidad habla de Latinoamérica: México, en este caso, funciona como los ojos de Latinoamérica. Y para mí fue una doble felicidad el que me gustara tanto esta novela: felicidad como lector y felicidad porque soy amigo de Fresán (Aguilar 2002, n.p.).

La posible influencia literaria de Bolaño en otros escritores, como el argentino Rodrigo Fresán, se debe quizás, en este último caso, a las largas conversaciones que mantenía Bolaño hablando con Fresán [1] sobre las malas traducciones y sobre los asesinos en serie, o sobre autores como Philip K. Dick, Gombrowicz, Proust, Stendhal, etcétera.

Bolaño fue un formador de opiniones literarias y su pensamiento crítico es recién ahora respetado por los académicos y por los medios culturales. El escritor Edmundo Paz Soldán señala una verdad casi inmediata con relación a Bolaño —con la cual coincidimos—, cuando dice que «muchos de los autores que hoy leemos fueron reivindicados en su momento por Bolaño» (s.a. 2008, n.p.). Independientemente que podamos acordar o no con los criterios y con las elecciones literarias de Bolaño, lo que nadie puede negar es que su sentido crítico es capaz de ocasionar un daño irreparable sobre el sujeto-objeto de su observación. Esto le valió a Bolaño la amistad de algunos escritores que se sintieron cautivados por su figura (de autor), pero también la enemistad de muchos otros colegas. Y por suerte o por desgracia, la mayoría de esos escritores amigos y de esos otros enemigos que lo acompañaron, o lo persiguieron, desde el comienzo de su carrera literaria como novelista, son los que influenciaron en su desarrollo literario para que éste se convirtiera en el escritor que todos esperaban.

HERENCIAS PARA UN DISCÍPULO REBELDE

La vida de escritor de Roberto Bolaño fue motivo de discusión y de análisis entre especialistas que querían o intentaban posicionarlo en algún espacio que pudiera dar con el carácter exacto de su obra. Se lo ha postulado como un heredero del Boom, e incluso se ha observado en él cierto designio o intención estético-literaria atribuido a ese movimiento literario. Pero Bolaño responde a tales insinuaciones críticas: «No, no, no me siento heredero del Boom de ninguna manera. Aunque me estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más mínima limosna del Boom, aunque hay escritores muy buenos, que releo a menudo, como Cortázar o Bioy» (García-Santillán 2002, n.p.), y agrega que

El Boom, al principio, como suele suceder en casi todo, fue muy bueno, muy estimulante, pero la herencia del Boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los herederos oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis Sepúlveda y algún otro. […] ¿Y quiénes son los herederos oficiales de Fuentes? ¿Y de Vargas Llosa? En fin corramos un tupido velo (García-Santillán 2002, n.p.).

No hay una configuración clara a la hora de designar quiénes son los escritores portadores de una herencia literaria propiamente dicha similar a la del Boom, aunque Bolaño siente evidentemente que «la tradición de los padres» (y de «algunos abuelos») no sirve para nada, al contrario se convierte en un lastre para los escritores que han llegado a ser reconocidos en el ámbito de las letras. Bolaño estima que si los escritores no quieren despeñarse en el precipicio, lo que tienen que hacer es inventar y ser audaces pero esto tampoco es garantía de nada.

En varias entrevistas Roberto Bolaño responde sobre el legado literario que pudieran tener los escritores contemporáneos, y para esto elabora dos respuestas que a simple vista parecen contradictorias (porque no se sabe si quiere o no hablar del tema), pero que vienen a formular el encuadre literario que tiene el autor sobre la posibilidad o no de un nuevo Boom en la literatura latinoamericana. Una fue concedida a Demian Orosz para el periódico argentino La voz del interior, y la otra, a Melanie Jösch, desde Barcelona, para el periódico digital Primera Línea. Para el primer entrevistador, el autor responde con humor que «Mi religión no me permite contestar esta pregunta» (Orosz 2001, n.p.); mientras que para el segundo, Bolaño responde afirmativamente sobre la existencia de un legado y aclara sobre una cuestión generacional que no es tal entre los escritores, y a la que se suele aludir al hablar de estos temas.
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La consideración de Bolaño al respecto es que no hay un grupo de escritores con una ligadura generacional que pueda ser un elemento de identificación de los «nuevos» escritores latinoamericanos:

Hay gente nacida en el año 49, como César Aira, y hay gente nacida en el año 68, como Ignacio Padilla. Son casi veinte años de diferencia. Ahora, también había años de diferencia entre Julio Cortázar y Vargas Llosa. Lo que creo que marca un cambio es que los autores vuelven a asumir riesgos (Jösch 2000, n.p.).

La literatura desde finales de los setenta hasta principios de los noventa era, según explica Bolaño, «como el bagazo del realismo mágico» (Jösch 2000, n.p.), y pasaba por la década del ochenta en donde básicamente había una tipología de escritores, cuyo lema era ganar dinero y tener éxito, que daba cuenta de una literatura nada original que tenía malos copistas del realismo mágico como Laura Esquivel o pésimos escritores juveniles como Alberto Fuguet.

Los procedimientos literarios que llevan a cabo algunos de estos autores contemporáneos, según menciona Bolaño, quedarían concentrados en tratamientos formales como por ejemplo el que le dio Rodrigo Rey Rosas a sus cuentos. Sobre este autor guatemalteco, Bolaño dijo que «es un autor que será estudiado dentro de cincuenta años. Lo tendrán como un verdadero renovador del relato corto» (Jösch 2000, n.p.), puesto que tiene una prosa que es metódica y sabia, y por lo tanto leerlo es aprender a escribir. Bolaño le otorga suma importancia a la obra de este autor que conoció y del cual recuerda una anécdota sobre una noche en la que hablaron por teléfono durante casi dos horas. El guatemalteco acababa de llegar de Mali, y se encontraba en la India escribiendo un libro que no sabía si terminaría o no; pero a Bolaño le gustaba imaginarlo «sin domicilio» porque lo consideraba un escritor «sin miedo» (2004b, 141).

Bolaño fue también un escritor sin miedo, pero sin miedo a parecerse a nadie. Dijo que no se parecía a César Aira, cuyos experimentos literarios vienen directamente de Gombrovich y de Lamborghini, ni a Rey Rosas ni a Juan Villoro, ni a Javier Marías ni a Vila Matas —aunque cree que este último es «uno de los buenos escritores»—, sino que, dijo, «yo básicamente soy poeta» (Jösch 2000, n.p.). El ser poeta lo distingue o lo separa del resto, de los otros escritores o narradores. Bolaño afirma que:

En realidad la obra de esos escritores, digamos de Borges a Puig y Arenas, es tremendamente sólida y rica. Hay muy pocos novelistas actuales que posean la ambición de Fernando del Paso, por ejemplo, o el humor y la exactitud de Cortázar. En fin, ya se verá. En una generación, por otra parte, caben escritores de 25 años y también de 50. Supongo que más entrado el siglo 21 se podrá hacer un balance, cuando la mayoría de nosotros hayamos muerto, y se podrá ver si nuestra literatura ha valido o no ha valido la pena (Orosz 2001, n.p.).

CONSIDERACIONES FINALES SOBRE EL ENGRANAJE LITERARIO BOLAÑIANO    

La persistencia literaria y vocacional de Bolaño parece dejar por sentado que pertenece a una clase de escritores que son capaces de esbozar esferas inquietantes y poco conocidas de escritura. Su empeño se basa en el logro de recomponer tradiciones literarias, reordenando con otras combinaciones literarias de estudio, para entender lo que encierra Latinoamérica y por qué no decirlo algunos de sus escritores más respetados y queridos. Del lado de lo sagrado, Bolaño ubica como un modelo inapelable al escritor Jorge Luis Borges quien ha sido mal leído o no ha sido leído profundamente. Bolaño insiste en que hay que volver a leer a Borges. Ése es el camino a seguir en la literatura para poder vislumbrar ciertos procesos de escritura que resultan arbitrarios a la hora de examinar críticamente o de hacer un juicio de valor sobre el arte literario. Porque como bien señala Bolaño al final del texto «Derivas de la pesada»: «Corolario: Hay que releer a Borges otra vez» (2004b, 30).

El ingenio personal y perspicaz de Bolaño lo ayuda a detener con comentarios oportunos y constantes las intervenciones desacertadas de otros escritores, y de este modo hacer notar su presencia en la escena literaria. Es el responsable de mencionar figuras de autores que no son muy conocidas (más allá del talento literario que tengan o no) en algunas áreas culturales y que sólo pueden ser vistas desde su tamiz crítico de observación. Por eso la idea de un Bolaño que sobresale en la crítica con opiniones literarias que conducen a debates público-mediáticos en torno a la literatura, no es errónea. Ello es un simple reconocimiento, entre otros, de lo que ha logrado este autor en tan poco tiempo con un ritmo vertiginoso de trabajo. Y lo que habrá después de Bolaño, está por verse; dado que representa toda una incógnita su real alcance figurativo, por la manera en que está siendo leído en la actualidad y por el hecho de que es un referente que está influenciando en buenos y en malos escritores —y que seguramente éstos (los buenos y los malos) no van a admitir o van a tratar de ocultar su relación literaria con Bolaño—.

La fama de Bolaño surgió a partir de una obra cimentada desde la arquitectura del esfuerzo y del trabajo riguroso, y no tanto de su perfil de autor polémico y de su activa participación en la comunidad de escritores. Su insospechado triunfo le trajo fama en el umbral de su vida, y su muerte ayudó a consolidar su literatura. Pero Bolaño no creía en el triunfo y mucho menos en la fama, por lo que asume que:

Creo en el tiempo. Eso es algo tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el triunfo, no, de ninguna manera. En el campo de los triunfadores uno puede encontrar a los seres más miserables de la tierra y hasta allí yo no he llegado ni me veo con estómago para llegar (García-Santillán 2002, n.p.).

Es en el universo ficcional bolañiano, un mundo habitado por escritores que no les interesa o pretenden disimular que no les interesa la fama, en donde el propio autor encuentra una zona propicia para salir de la discrepancia y de la provocación que conlleva este tema. La fama es una cuestión que parece ser demasiado controvertida para la mayoría de los escritores, pero que Bolaño la convierte en algo fácil de asimilar cuando sostiene que la literatura y la fama son irreconciliables. En efecto, todo lo que procede de la fama se reduce indefectiblemente porque se basa en el arribismo, en el equívoco y en la mentira. Así es que los escritores suelen decir y actuar de un modo que Bolaño describe con las siguientes palabras que pone en boca de uno de los personajes —Hans Reiter/Archimboldi— en su novela 2666 (2004a):

De igual manera, pocos son los escritores que renuncian. Jugamos a creernos inmortales. Nos equivocamos en el juicio de nuestras propias obras y en el juicio siempre impreciso de las obras de los demás. Nos vemos en el Nobel, dicen los escritores, como quien dice: nos vemos en el infierno (Bolaño 2004a, 984).

NOTAS

[1] Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán fueron convocados por la editorial Mondadori para participar en la colección «Milenarista» de libros sobre megalópolis. La invitación fue también para otros autores como Rodrigo Rey Rosa y José Manuel Prieto, para que viajaran a otras ciudades y para que comenzaran a escribir sus novelas. Con una especie de sorteo fueron asignadas las ciudades a los escritores; a Fresán le tocó en suerte escribir sobre el Distrito Federal, México, mientras que a Bolaño: sobre Roma, Italia. El resultado del trabajo de Bolaño fue la novela corta, Una novelita lumpen (2002).

BIBLIOGRAFÍA

Aguilar, G. (2002). «El territorio del riesgo», Clarín, <https://www.edant.clarin.com/html>.
Bolaño, R. (2002). Una novelita lumpen. Barcelona: Mondadori.
Bolaño, R. (2003). El gaucho insufrible. Barcelona: Anagrama.
Bolaño, R. (2004a). 2666. Barcelona: Anagrama.
Bolaño, R. (2004b): Entre paréntesis. Barcelona: Anagrama.
Braithwaite, A. (Sel.) (2006). Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales.
Castellanos Moya, H. ([1997] 2007). El asco. Thomas Bernhard en San Salvador. Barcelona: Tusquets Editores.
Fresán, R. (2001). Mantra. Barcelona: Mondadori.
Garcés, G. (2004). «Roberto Bolaño: La autobiografía de Bolaño», El Mercurio, <https://www.letras.s5.com/rb011004.html‎>.
García-Santillán, L. (2002). «Entrevista con Roberto Bolaño», Crítica.cl Revista Latinoamericana de Ensayo, <https://critica.cl.com/html>.
Jösch, M. (2000). Roberto Bolaño: «Si viviera en Chile, nadie me perdonaría esta novela», Primera Línea, <https://www.letras.s5.com/bolao21.html>.
Orosz, D. (2001). «Siempre quise ser un escritor político», La Voz del Interior, <https://archivo.lavoz.com.ar/2001/1226/suplementos/…/nota73286_1.html>.
S/autor (2008). «Bolaño Salvaje, el primer corpus crítico sobre el último gran escritor latinoamericano», Ñ Revista de Cultura. Clarín, <https://www.revistaenie.clarin.com/notas/2008/04/21/01655850.html>.
Swinburn, D. (2003). «Catorce preguntas a Bolaño», El Mercurio, <https://letras.s5.com>.
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* C. Valeria Bril es Licenciada en Letras Modernas e investigadora becaria doctoral por la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina. Ha publicado artículos y ensayos en revistas nacionales e internacionales como por ejemplo: «Una mirada crítica en el horizonte simbólico de Roberto Bolaño» (2008–2009), «La ficción de oralidad como ‘intertexto’ en los cuentos rulfianos» (2009), «Roberto Bolaño, un habitante extraviado en la literatura chilena» (2009), «La ‘caja negra’ de Roberto Bolaño, una literatura sin residuos» (2011), «La representación social de la ‘otredad’ en el discurso literario. El caso Bolaño» (2011), «La pasión imaginaria de Roberto Bolaño» (2011), «La ‘otredad’ latinoamericana: el ‘conocimiento del otro’ en la narrativa de Roberto Bolaño» (2011), «Las voces chilenas bajo la mirada bolañiana. Notas críticas sobre Chile y sus escritores» (2011–2012), «Aproximaciones teórico–críticas a la novelística de José Donoso: lecturas para pensar en El obsceno pájaro de la noche» (2013), «Roberto Bolaño: las conspiraciones críticas alrededor de un escritor imaginario» (2014), entre otros.

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