Cine de Cartelera Cronopio

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Holy motors y el arriesgado cine frances

HOLY MOTORS Y EL ARRIESGADO CINE FRANCÉS

Por Luis Felipe Valencia Tamayo*

El cine francés tiene una impronta que lo hace ser catalogado como uno de los más arriesgados del panorama internacional. No sabría decirse a ciencia cierta qué sería de la historia del cine, en primer lugar, sin Francia y, en segundo lugar, sin los realizadores franceses que siempre con sus experimentos y caprichos dejan a todos los espectadores con la boca abierta. Ese pasmo no quiere significar satisfacción. Muchas veces, lo que ocurre es todo lo contrario. Las muecas de descontento han sido parte habitual de atestiguar aquellas señales particulares de una industria del cine que busca ser original, distinta, novedosa. Por lo menos, aunque no todo salga como se espera, esa intención de alterar las referencias narrativas y los esquemas audiovisuales tradicionales marca una clara diferencia con el cine que desde niños nos acostumbramos a ver.

Holy Motors (2012) es un producto reciente del cine francés, del que siempre valdrá la pena decir algo. Como se puede esperar —y más siendo dirigido por el «chico malo» de la nueva ola francesa, Leos Carax—, el filme es un arriesgado intento por hacer lo que el cine francés hace, replantearlo todo. El juego aquí tiene dos fuertes valores: lo teatral, por un lado; lo fantástico, por otro. Tenemos, así, una película que se inserta en la vida cotidiana a partir del cruce continuo entre las artes dramáticas y la fantasía. Valoremos cada parte.

Monsieur Oscar (interpretación magistral de Denis Levant) sale de su mansión presumiblemente a trabajar. Su conductora es una bella rubia llamada Céline (Edith Scob) quien, también como secretaria, le indica que toda su agenda está en un fólder. Recorremos los primeros metros del viaje acompañando a Oscar en el sillón apoltronado de la limosina que lo transporta. Sin embargo, las sorpresas comienzan a aparecer en el camino cuando nos percatamos de que el auto es también un singular camerino, con espejo de bombillos para maquillarse, y que por todo el lugar abundan vestuario, tocados, pelucas y demás accesorios propios de un festival teatral. Estamos entonces tras bambalinas viendo a Oscar convertirse en personajes de la vida diaria que tendrán dramáticas y divertidas consecuencias en las calles de París. Cada vez que salga del auto, Oscar será otra persona, como recordándonos radicalmente que «persona» procede del griego «prósopos»: máscara. Como espectadores, carecemos de la noción inicial de saber cuáles son las razones que llevan a este quehacer teatral, pero a medida que el filme avanza algunas ideas pueden irse aventurando para representarnos la causa de todo.

Con la ejecución de cada personaje, observamos, a la par, la maestría de Leos Carax para suscitar diferentes disposiciones y ánimos en sus espectadores. Claro, nada sería provechoso sin el talento de Denis Levant. Un juego tecnológico, de gran registro fotográfico y con un delicioso gusto musical complementa esta aventura que oscila continuamente entre el misterio, el absurdo y la picardía. Cuando nos acercamos al final de la película y el juego queda mostrado en todas sus condiciones, los espectadores solo podemos tener dos consideraciones: o nos exaltamos por la experiencia ganada o nos abatimos por el tiempo perdido. En el caso específico de este reseñista, que se conmueve ante lo visto en el filme, queda el gusto de haber disfrutado del absurdo viaje con el guiño cómplice de desear que los experimentos fílmicos salgan bien. Y esto último, lastimosamente, pasa de vez en cuando.

Holy Motors es una experiencia estética ineludible en el panorama del cine actual. Sus condiciones, los caprichos del realizador Carax, imponen una necesidad de especular, reflexionar y decir algo o también de arrojarle algo. Este tipo de filmes, que generan enconadas distancias entre unos y otros, reivindica el valor de la diversidad y del espíritu, más que francés, del arte y de la vanguardia en sí misma. Para los que promueven el fin de las estéticas, la muerte del arte, Holy Motors puede ser una bendición que trae de vuelta a Lázaro. Para los que respiran la agonía de las artes, el mismo filme representa uno de sus más imaginativos eméticos. Lo curioso es que los valores que hacen que Holy Motors tenga tan diferentes lecturas resultan siendo los mismos.
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La osadía de Carax es la misma y en algunos puede despertar tanta admiración como ojeriza en muchos otros. Los personajes de Levant/Oscar, a la par, son tan llamativos y atractivos como fastidiosos, chocantes, abominables. Por más que queramos resistirnos a lo que son sus escenas, nada deja indiferente. Alguien podría decir que esa costumbre francesa de no dejar indiferente no hace que sus películas sean realmente buenas. Es cierto, en el plano de las historias, la apuesta por lo impactante puede ser un camino fácil para alcanzar la simpatía de algunas personas y hasta de ciertos críticos, pero, en su mismo golpe, puede quedar expuesto como carente de profundidad.

A mi juicio, eso no ocurre en Holy Motors. Es sencillo entender a quienes pueden sentirse estafados con lo que ofrece la película, pues ella se comporta a la francesa. Sin embargo, en cada arribo de la limosina a los escenarios de actuación nos sumergimos en la aventura de ser personas, de conectarnos con las ideas que hoy podríamos tener del hombre. El mendigo, el profesional, el millonario, el matón, la víctima, el padre de familia, el artista, el burócrata, el loco de la calle, el amigo, el amante, todos surgen y se integran al decorado de una ciudad como París que parece recrear las cosas con extrema indiferencia. Pero la película no solo se resuelve en una sencilla metáfora del actor y sus papeles, de nuestra idea del yo y las veleidades del ego; la resolución es mucho más efectista y guiña el ojo con particular picardía, como si sucumbiera a la tentación de un escritor argentino que tenía del relato la noción de ganar al lector por nocaut.

Además de todo, hay un aspecto que aunque a la larga puede pasar inadvertido, nos ubica en la experiencia de Holy Motors de manera mucho más concreta. Antes de que la limosina emprenda el camino, Carax nos hace parte del auditorio que se sienta a ver su composición, mezcla de cine, teatro y fantasía, y por nuestro lado pasa un perro para mostrarnos que el juego tiene unas condiciones distintas, que habrá un guardián que olfateará tu pensamiento y vigilará lo que quieres creer. Transgresor como solo puede hacerse desde toda una tradición de cine transgresor, el perro en el teatro es el subrayado del absurdo de la vida cotidiana, como el can callejero que entra al templo.
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* Luis Felipe Valencia Tamayo (Manizales, Colombia). Escritor y profesor de Literatura y Humanidades en la Universidad de Manizales. Como aficiones y gustos, la literatura, el cine, el periodismo, la filosofía y la música son parte de su vida cotidiana ya sea como lecturas o como motivo para escritos. Ha participado de diferentes eventos y certámenes al respecto, haciendo parte de revistas y antologías hispanoamericanas y colombianas de ensayo y de cuento. Premio de Ensayo Tulio Bayer 2004 (Manigraf – Manizales, Colombia); Premio de Cuento Universidad de Manizales 2006 y 2009 (Universidad de Manizales – Manizales, Colombia); Premio de cuento La Monstrua de literatura fantástica, 2007 (Vavelia – Guadalajara, México); Premio de Ensayo Alenarte, 2008 (Revista Alenarte – Madrid, España). Hace parte de las antologías de relatos El Camino de los Mitos I (2007) y de El Camino de los Mitos III (2010) ambos en Ediciones Evohé (Madrid, España). Premio de ensayo universitario La ética en la vida universitaria 2012 (Universidad de Manizales); Premio nacional de cuento ciudad de Barrancabermeja 2012 (Alcaldía de Barrancabermeja); finalista en el IX Certamen internacional de cuento Canal Literatura 2012 (Canal Literatura – Murcia, España); finalista en el Concurso internacional de cuento Palabras Sin Fronteras 2013 (Bruma ediciones – Mendoza, Argentina).

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