Escritor del Mes Cronopio

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Me habria casado contigo

ME HABRÍA CASADO CONTIGO

Por Ricardo Chávez Castañeda*

Una vez hubo un huracán y un pueblo, y el huracán y el pueblo se juntaron. El huracán se llamaba Wilma y el pueblo, que se llamaba Holbox, estaba en una isla. Los habitantes ya sabían que Wilma pasaría por ahí y casi todos se fueron de la isla, excepto quince personas. Primero llegó el huracán entero al pueblo y luego su ojo. Cuando llegó el ojo de Wilma, varios de los quince habitantes salieron de sus escondites para verlo. Ahora sí que se miraron de frente y sin parpadear. No sé que contempló el ojo del huracán pero las quince personas que se habían negado a marcharse descubrieron cuatro cosas. La primera fue un cielo convertido en un gigantesco barquillo de helado cuyo copo estaba hecho de un azul de no creerse. Su segundo descubrimiento fue ver que el viento sí tenía color, era blanco como la ceguera y daba vueltas alrededor de la isla. Su tercer hallazgo fue triste: ellos habían jurado permanecer en el pueblo pero nunca imaginaron que el pueblo no hubiera jurado quedarse. Se fue. Y finalmente su cuarta revelación resultó ser una nevera llena de cervezas.

Cuando iban por las cervezas, encontraron la quinta sorpresa: un cadáver. Al principio no supieron si era hombre o mujer porque aunque el cadáver estaba casi desnudo, la muerta o el muerto tenía casi plano el pecho y dentro del calzón se veía un gran bulto. Los habitantes llamaron a los soldados y cuando uno de ellos rompió la tela vieron que el bulto era arena y así supieron que era mujer. Como dije, estaba muerta. Lo que no dije es que era el cadáver más bello del mundo. Los hombres se miraban entre sí porque nunca antes habían visto una maravilla humana así. «Es cubana… Seguro que es cubana», murmuró uno de ellos. Los habitantes supieron que tenían muy poco tiempo antes que comenzara la segunda parte del huracán. El ojo de Wilma no les iba a dar tiempo para hacer casi nada por la joven muerta, así que la envolvieron en la lona de una tienda y la amarraron de la cintura y los tobillos, y luego corrieron a sus escondites justo a tiempo. Durante seis horas Wilma no le dio paz a la isla y los quince habitantes, cada cual en su escondite, no pudieron dejar de pensar en la muerta. Raro, ¿no? Su pueblo destruido y ellos no podían dejar de sentir que la verdadera pena, la verdadera tristeza, era tanta belleza muerta en esa joven que se hallaba allá afuera.

Cuando Wilma se marchó mar adentro con todo su ruido y todo su viento, los hombres corrieron hacia el cadáver. No estaba. Allí donde habían dejado amarrada a la muerta más bella del mundo, sólo encontraron una añoranza difícil de tragar. «Se la llevó Wilma», murmuró alguien cuando pudo abrir la boca. Aunque los catorce hombres restantes quisieron creerle con toda su fuerza, no pudieron imaginarla izada por los vendavales y arrastrada hacia el cielo. Fue la mejor visión que habrían podido darle como final a la muerta, pero empezaron a buscarla abajo, en el suelo, entre las ruinas, y durante horas pareció de verdad que el cadáver más bello no perteneció nunca a este mundo. Luego la encontraron. Su mano salía de la arena como si los llamara. Claro, cuando vieron la mano no sabían que era ella. Estaba lejísimos del sitio donde ellos la amarraron. «Fue la marea», murmuró uno de ellos al desenterrarla y ver que ya no era tan bella. La marea debió de haber roto las ataduras, la celosa marea debió de arrastrarla de aquí para allá. La muerta estaba golpeada y tenía feas cortadas en la cara y el cuerpo. Era como si se hubiera vuelto a morir, y a los hombres les dio ganas de llorar. En lugar de romper en llanto, los hombres la cargaron y la llevaron a la alcaldía que ya no existía, pero en «la alcaldía» los dos hombres en traje recién llegados en una lancha, junto con una docena de soldados, tenían tantos problemas que no hicieron nada por un muerto que ni siquiera es de aquí, les dijeron, así que al día siguiente uno de los soldados y uno de los habitantes metieron el cadáver de quien había sido la mujer más bella del mundo en un herrumbroso tambo y rellenaron el tambo de arena. Hasta arriba le clavaron una cruz para que las autoridades supieran que allí había un muerto y pudieran darle una digna sepultura.
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Pasaron los días, sin embargo, días redondos y llenos de calor, y cuando se cumplió el quinto amanecer y el quinto atardecer todavía nadie había hecho nada por ella. Del tambo escurría una sustancia viscosa y la peste se extendía por el centro del pueblo ya inexistente de Holbox. «No está bien», pensaron algunos de los quince habitantes, y decidieron llevársela al mar. Claro, ya no la extrajeron del tambo. Hubiera sido una tristeza infinita ver lo que le hace la muerte a la belleza. «Perdónanos», susurró uno de los hombres cuando ladearon el tambo, lo fueron rodando hasta la playa y lo echaron al agua. «Yo me habría casado contigo si esta historia hubiera sido distinta», dijo uno de ellos, y los otros le secundaron: «yo también», «yo también». Y fue la mejor despedida y el mejor rezo que pudieron hacer por ese tambo herrumbroso que se llevó la belleza mar adentro.
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* Ricardo Chávez Castañeda nació en la Ciudad de México en el año de 1961. Escritor, se le incluye también dentro de las filas de la Generación del Crack, junto a Jorge Volpi y Pedro Ángel Palou. A pesar de ello, él se dice un escritor «que se ha formado en solitario», y que expone en su literatura la preocupación y búsqueda de valores primordiales, como la esperanza, la bondad y la verdad. Estudió psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus temas principales oscilan en torno a la adolescencia, el lenguaje, la fantasía o «la condena de lo que significa para el infante volverse adulto» hasta formar un tejido literario propio, una voz personal y muy reconocible dentro del panorama literario contemporáneo en español. Actualmente reside en Estados Unidos, donde es profesor de escritura creativa en el Middlebury College, Vermont. Sitio web: ricardochavezcastaneda.com

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