CÓMO CONOCÍ A FRANCO CORELLI SIN PROPONÉRMELO
Por Juan Carlos Ospina*
Hace unos años, en 1999 , tomé un vuelo desde Málaga hacia París, con escala en Madrid. Llevaba pocos años en España y era la primera vez que salía del país desde mi llegada.
Mi amigo Homero me esperaba en la ciudad luz con la misma ilusión y alegría que tenía yo, por verlo, tras un largo periodo de cuatro años sin vernos. En la sala de embarque noté la presencia de un hombre mayor, que estaba conversando animadamente con una pareja de jóvenes, padres de un hermoso bebé. Luego lo vi mas tarde, conversando con otro señor y al cabo de un rato charlando con una señora. Yo estaba enfrascado en la lectura de una historia de la ópera y dejé de prestarle atención al caballero que evidentemente tenía ganas de hablar. Hubo un momento en que me miró y al ver que lo observaba se me acercó con ostensibles intenciones de entablar conversación conmigo. Al percatarme, esquivé la mirada y evadí su acercamiento, continuando con mi lectura o simulando que lo hacía. El hombre siguió de largo y se sentó unos puestos alejados de mi. Durante el tiempo de espera pude verlo deambular por la sala de espera buscando personas con quienes hablar y a quienes importunar… en algunos casos. Por su manera de gesticular y su marcado acento pude colegir el origen italiano del anciano. Me intrigaba, pero en aquel entonces el poco tiempo que tenía de vivir en Europa y las vicisitudes de mi llegada me habían hecho algo reservado y cauteloso.
Embarcamos y al llegar a mi silla dentro del avión, me encontré al hombre sentado en mi sitio. Le expliqué que ese era mi puesto pero no se quiso mover de ahí. Alegó que quería sentarse en ese sitio, y yo no me animé a reclamar la silla ni a discutir con el hombre, que me miraba con una chispa de inteligencia, bajo unas pobladas cejas y una leve sonrisa de ironía. Así que me senté junto a él y continué mi lectura hasta que llegamos a Madrid.
En Madrid se subieron otros pasajeros y continuamos sin bajarnos del aparato.
A mitad de vuelo el hombre se dio cuenta de lo yo estaba leyendo y empezó a hacerme preguntas sobre el libro que tenía en mis manos. No tardamos en entablar una agradable conversación. Para mis seres mas allegados no es un secreto la pasión que siento por la ópera y la música clásica en general, y en ese aspecto, el noble señor resultó ser mas que entendido en la materia. Tenía muchas anécdotas y una gracia muy mediterránea al contarlas. Me contó que había cantado ópera en su juventud y cosas parecidas. Así en un momento de la conversación salió a la palestra el nombre de Luciano Pavarotti al que el anciano consideraba el mejor tenor de todos los tiempos, aunque según él, estaba ya en un declive de calidad en su voz. Le respondí que estaba de acuerdo, pero que yo consideraba a Franco Corelli como el mejor tenor que había escuchado y que era para mi, el tenor que más me gustaba. Estuve alabando la bravura italiana de Corelli, su voz pastosa y ese timbre tan bonito, sus agudos firmes, aunque algunos le acusasen de exagerar y abusar de «portamentis» para llegar a ellos, y ese carisma muy parecido entre otras cosas al de Luciano. También le conté algunas anécdotas que sabía de Franco Corelli y el por qué dejó de cantar en el momento en que mejor estaba en su carrera.
El hombre pensativo dejó de hablar y de vez en cuando hacía comentarios sobre las cosas que yo le iba diciendo. Cuando el avión estaba aterrizando en París el anciano, preguntó si era cierto que me gustaba Franco Corelli. Le respondí que si y volvió a preguntarme sobre lo que pensaba del cantante, reiteradamente. Dejándome llevar por el entusiasmo le aseguré que era el cantante que mas me emocionaba y el que despertaba unos deseos ilusos de mi parte de cantar, aunque solo fuese una sola vez en mi vida, el aria de la escena I de la ópera Tosca de Puccini, «Recondita Armonia».
El avión tomó tierra sin contratiempos. Antes de bajarnos del avión, me tomó del brazo y me dijo:
–¿Así que te gusta Franco Corelli y lo consideras el mejor tenor que ha habido?
–Si, le respondí .
Una vez fuera del avión y en el pasillo que nos llevaba a la sala de equipajes, el anciano se volvió a mí y me preguntó por enésima vez:
–¿Entonces piensas que Franco Corelli es el mejor tenor que has escuchado y el que más huella ha dejado en tu gusto por la ópera?
–Sin lugar a dudas, respondí.
El hombre entonces. Se llevó la mano al pecho y me dijo:
–Io sono Franco Corelli.
No pude decirle nada. Me quedé pasmado mientras lo miraba y tampoco atiné a moverme cuando se despidió con un abrazo y con no sé que palabras de alegría y agradecimiento. Se fue y se me perdió en medio del gentío, y yo me quedé estupefacto intentando reaccionar, buscando la orden de mi cerebro que me dijera que debía ir tras él, alcanzarlo y darle un abrazo. Era verdad, esa noche lo vi en una entrevista que le hacían en un programa de la televisión francesa. Conducía por esa época un programa de ópera de la RAI, haciendo muchas visitas a teatros, conciertos y programas por toda Europa.
Algunos años después falleció. Aunque como sucede con toda leyenda artística, nunca mueren pues quedan grabados en nuestro corazón y en la memoria.
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* Juan Carlos Ospina. Pintor nacido en 1963 en Venadillo, Tolima, Colombia, el artista Juan Carlos Ospina ejerció su arte, mientras era conocido en España, al ser respaldado por múltiples exposiciones que viajaron desde su país natal, y era presentado en ciudades tan distintas como Miami, París y Madrid. Estrechamente ligada su obra desde sus inicios en España a la prestigiosa Galería Cartel, con sucursales en Málaga y Granada, estudió bastante tiempo con el famoso artista chileno Muñoz Vera, uno de los artistas más reputados que residieron en España a finales del siglo XX. Estos cursos, sobre todo de técnicas, son evidentes en gran parte de su creatividad. Por un lado, recuerda el siglo (el XVII), con su metódica y equilibrada técnica, ascéticas naturalezas muertas y también artistas como Zurbarán o Sánchez Cotán, que influyeron en su trabajo.
Maravilloso relato. Y más impresionante, que sea cierta la historia. ¡Enhorabuena por tu arte! Y gracias por transmitirnos a quienes te queremos tu amor por la ópera.
Asombroso, que pequeño es el mundo. Y que grato recuerdo.