Periodismo Cronopio

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Misiones niñas mama niños obreros

MISIONES: NIÑAS-MAMÁ / NIÑOS-OBREROS

Por María Cristina Alfano*

Fue un miércoles frío y húmedo cuando llegamos a Misiones.

La ciudad de Eldorado nos esperaba para participar de un seminario sobre Erradicación del Trabajo Infantil que comenzaría tres días después.

Teníamos dos días para recorrer la zona y conocer la problemática infantil del lugar. Todo lo que nos habían comentado era muy bravo para digerir pero, como dos damas desconfiadas, salimos a recorrer para ver con nuestros propios ojos y sentir profundamente lo que la gente del lugar comentaba, al parecer, de oreja a oreja.

Ya, camino al Parque Nacional Iguazú, a los costados de la ruta, podíamos observar pequeñas casas con niños de todos los tamaños. Nos detuvimos y bajamos. Fue increíble.

A medida que íbamos llegando a la casita podíamos observar, y luego confirmar, que los que allí estaban eran hermanitos de distintas edades. Algunos estaban al cuidado de los más grandes, otros barriendo el patio de tierra con una rama y, más allá, cerca de una bomba de agua, una hermosa niña de pelo rubio enredado estaba lavando ropa. No tendría más de ocho años.

Nos acercamos más y preguntamos si estaban solos. Sí, así era. Sus padres, los dos, habían salido a trabajar temprano.

El cuadro impactante de ver a esos niñitos haciendo tareas de grandes daba para el dolor de estómago. Eran niñas-mamás con bebitos en sus faldas, hermosos como muñecos de juguetería, pero eran criaturas de carne y hueso… Por decir algo. Más hueso que carne.

Hablamos con algunas de las niñas. Las mayores nos contaron que se encargaban de realizar los quehaceres domésticos. La más pequeña (y cuando digo pequeña me refiero de 6, 7 u 8 años… (ni saben ellas cuántos años tienen), acuna a su hermanito.

No saben nada de nada. No saben lo que es un lápiz ni para qué sirve. No saben que la bandera celeste y blanca que divisan desde su vivienda es de una escuela, donde deberían estar ellos, aprendiendo para que la vida y la historia de sus padres no se repitan… Instruyéndose para hacer con sus vidas algo mejor.

Pero a ellos sus padres no pueden mandarlos a estudiar. Deben cuidar de sus hermanos y mendigar para procurarse un plato de comida.

Es lógico, sus padres son analfabetos sumidos en la explotación de las grandes empresas madereras, de los productores de yerba, té y tabaco. Padres desgastados hasta el deshonor con sus caras y cuerpos marcados por los pesticidas. Enfermos sin derecho a la atención médica. Huellas que quedarán para siempre en la piel y en el alma. Rubios, hermosos ojos azules, piel dorada como el pan pero con heridas abiertas en el alma, no saben otra cosa que perdurar: rogar para llegar a casa y que los chicos estén bien, tirarse a descansar en una cama lo más parecida a un pesebre, ausente de sábanas y minada de insectos.

Mientras tanto, los chicos miran pasar el día, cómo llega la tarde y rápidamente la noche, haciendo cosas de grandes: trabajando.

Nunca pude entender por qué los niños son explotados.

Si son pequeños les explotan la niñez. Les socavan el poco tiempo que tienen para almacenar lo que será el resto de sus vidas.

Si ellos no aprenden en sus primeros años que un llanto a veces se calma con un beso, un abrazo o una caricia, jamás amarán profunda e inexorablemente y repetirán la historia.

Estado ausente. Niños desolados, desamparados, con padres explotados y un resultado lógico a semejante ecuación: pequeños gigantes que no crecerán. Infantes arrebatados a Dios, desnudos de ropaje a la intemperie de la realidad brutal que los moja y los enfría, los enferma y no los cura.

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¡Dios! Cuántos niños-obreros por aquí.

Es verdad, están allí, con sus piernas colgando de un banco que es solo un tronco entre dos horquetas enterradas en la tierra, tierra colorada que les queda lejos de los pies para descansar del peso de su bebé-hermano que minuto a minuto aumentó al hamacarlo.

Cabellos dorados como el sol… Ojos color de cielo… Manitos sucias. No tienen agua.

¡Son nenas de 10, 8, 7, 4 y 1 año! A la mayor, responsable de sus hermanitos, la separa poco más de un metro de altura del suelo. Mariana es su nombre y no permite que entremos porque ella se va a trabajar a un puesto al costado de la ruta donde «un hombre le paga con pan si le vende unas vasijas».

No sabe lo que es una escuela, pero le gustaría usar un guardapolvo blanco. Dice que sus papás trabajan en el campo y vuelven cuando cae el sol. Está apurada e inquieta. Quiere irse. No sabe qué hora es, pero más o menos se guía cuando ve pasar un micro «como ese». (Aclaro «escolar»). «Tengo que esperar que el hombre vaya y me deje las artesanías para vender». Se va.

Regresa cuando la tarde no le dejó tiempo para jugar.

¡Niña sabia! No sabe lo que es un número pero aprendió a dar un vuelto.

¡Hombre cretino que le procura trabajo en edad de aprender!

Retomamos el camino hacia un monte donde, ya sabíamos, habitan numerosas familias.

Llegamos y allí estaban, como esperándonos para lesionarnos el alma con un golpe de realidad.

Caritas sucias, descalzos, desnudos a la intemperie de la vida. Abandonados por el amor y la contención. Excluidos de un sistema que no se ha detenido a observar que estos niños no tienen color.

No les dijeron y no saben que más allá hay una posibilidad y una forma para llegar, ni que esa forma es la educación.

Pero la pobreza es «negocio» y no van a ser tan idiotas de perder una oportunidad de ganar sin invertir.

¡Cuantos chicos son! Casi todos del mismo tamaño y con las mismas necesidades y soledad.

Sus padres trabajan entre la verde vegetación y la tierra colorada, con un machete en sus manos.

Así los conocimos a los gringos de Misiones. Que trabajan todos los días mientras haya luz, sin saber que existen los sábados y domingos para descansar y que sólo saben que pasarán 7 días hasta que el patrón llegue con una miseria en billetes que para nada les alcanzará.

Se acercan los festejos de San Juan y quieren participar. Allí van. Es 24 de junio.

Juan, así se llama, dice que antes matará a uno de esos —señalando a los pollos escuálidos que picotean por el patio y seguro comerán más que sus hijos— para hacer la cena.

Mientras espera a la «patrona» nos muestra su choza-casa, con piso colorado y mantas por camas. Es solo un lugar para todos.

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Analfabetos todos, desde los 30 años de edad y 50 de apariencia, nos relata la crueldad de una realidad que la asumió «para siempre».

Dijo tener 4 años cuando trabajó por primera vez, juntando hojas de yerba mate junto a su padre, y 6 años cuando él y sus 10 hermanos se quedaron solos de madre y padre.

Una tragedia. Su madre fue a tener a su bebé y jamás volvió y su papá no pudo soportarlo y se arrojó a las Cataratas.

No sabe qué fue de la vida de sus hermanos varones. Cree que dos de ellos estaban talando árboles porque «mi padre no podía hacerlo y le debía plata a los dueños del aserradero, parece que mis hermanos pagaban esa deuda con trabajo».

Dice que las mujeres que eran grandes «las llevaron a Paraguay a trabajar».

Historia que se repite.

Dice que, «por suerte, ellos son 5 de familia, la hija mayor de 12 años trabaja en tareas domésticas con cama. A veces nos visita. Por suerte ella come todos los días» —nos dice. Ellos —señalando a los dos pequeños de 6 y 3 años— comparten la comida que acerca una señora de un comedor para los niños y mujeres de esta comunidad.

Niños y mujeres sin futuro, a la intemperie de la vida y expuestos al ocaso.

Los padres de Juan; Juan, sus hermanos; Mariana y la historia continúa y se reedita.

Hemos encontrado muchas Marianas.

Muchos explotados y excluidos como los padres de Juan y él mismo, como su hija que trabaja solo por el techo, cama y comida digna, preparando la mesa y la ropa de otros niños como ella pero mientras trabaja, ellos están en la escuela.

Esta situación en Misiones se ha naturalizado y nadie se alarma. Es en Misiones fronteras adentro. ¡Viva la desinformación!

Es mejor bailar por un sueño que estudiar para un futuro promisorio.

Es mejor mostrar un «Emo» o un «Flogger» virtual que esta realidad cotidiana.

Es más rentable mostrar cómo y dónde los niños comienzan con las adicciones, que evitarlo resolviendo las causas.

Tilingos de la TV que exhiben las miserias pudiendo evitarlas.

Por cada niño explotado hay un hombre anulado.

Seguramente este cuento ha irritado. Solo el Estado puede modificar semejante realidad.

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* María Cristina Alfano nacó en La Plata, Provincia de Buenos Aires, en 1949. Hace parte del Personal Técnico Administrativo de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Ha participado de eventos literarios desde su adolescencia. Sus trabajos han sido publicados en los Diarios: El Día (el de mayor tirada en la Ciudad de La Plata.) «Prosa y Verso», El Argentino (La Plata). «Poemas»; La Gaceta de la Tarde (La Plata). «Versos y Poemas». Agencia Nova (La Plata); E-Pol Equipo Federal de Trabajo; La Plata Mágica; Bohemia y libre.blogspot.com.ar; Cien almas blogspot; Esquel intimo.blogspot; Barrios Platenses blogspot; Emagister foro de poesía; El Bit Negro blogspot; Olga y Daniel blogspot; Gonnet digital. Ha participado en varios concursos de literatura y poesía en Argentina y España. Fue Mención Especial en el Concurso 2005 Café Monserrat (Ciudad Autónoma de Buenos Aires). En 2010 recibió un reconocimiento a la militancia social y cultural en favor de la comunidad en la Ciudad de La Plata.

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