Literatura Cronopio

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Deportado al infinito

DEPORTADO AL INFINITO

Por Ginna Salamán*

Decidió fugarse de su condena diecisiete horas antes. Sabía que el hambre era como un despiadado cazador que le aplica la pena de muerte a los que viven absorbidos por la pobreza. Guy huyó de Thiote y se desterró de la vagabundería. Partió con la esperanza de ganarle a la miseria; vencer a la asesina de sus hermanos menores y amigos de infancia.

Eran casi las diez de la mañana cuando nuevas sensaciones comenzaron a manifestarse en su cuerpo. Un salvaje dolor irrumpió en él, comprimiéndole el hemisferio derecho de la cabeza. Colocó sus manos sobre su cráneo por unos segundos, las presionó lo más que pudo, pero era inútil detener aquel galope interno que le sacudía la duramadre. Luego, apareció un hormigueo, una red de corriente que se adueñaba de sus pies. Aquel calambre terminó por convertirse en un entumecimiento. Golpeó un par de veces cada talón contra el suelo, pero resultó infructífero devolverle a éstos la circulación sanguínea. Algo diferente le sucedía.

Los ojos del niño se movían como una brújula dañada, entrelazando sus pestañas con más frecuencia que la habitual. Las imágenes del seco paisaje se clonaron; el mundo se veía doble. Cada vez, se sentía más débil y aturdido. Continuaba latiéndole la cabeza y, aunque su cuello enclenque intentaba mantenerla estática, ésta soltaba repentinas oscilaciones. Creyó que se desmayaría, pero el deseo de vivir lo abofeteó abruptamente, alejándolo de las alucinaciones, entregándolo al mundo físico, devolviéndolo a la lucha.

Aquel cuerpo de doce años respondía más al hambre que al cansancio. Llevaba tres semanas sin probar bocado y nueve fracasados intentos de robo de comida.

A pesar de que sus tendones le gritaron detente, él continuó caminando, soñando con penetrar la frontera, marchándose hacia la República Dominicana y despidiéndose así del hambre. Juró alcanzar su meta, pero las notas desafinadas de su estómago amenazaban la realización de sus deseos.

Sin darse cuenta, el número de pisadas que lograba marcar disminuía, mientras los minutos corrían como caballos desbocados. Nuevamente, Guy volvió a sentir que su mirada se desenfocaba y prefirió detenerse. Se sentó en la tierra, dejando colgar sus brazos como un títere de madera. Consumió un bocado de oxígeno, tratando de alimentar así su cuerpo. Miró al horizonte en busca del límite de Haití. La frustración lo invadió al ver que su meta no estaba visible. Volvió a intentar engañar al estómago inhalando todo el aire posible que le permitieron sus pulmones. Recuperó así algo de fuerza.

La imagen deforme de sus progenitores reapareció en su memoria. Recordó la sopa de cebolla que preparaba su madre y las tiras de caña que les traía su padre durante la zafra. Por un instante, los pensamientos de Guy azucararon su boca, pero aquel recuerdo sufrió un golpe de estado por parte de un sabor agridulce. De repente, emergió sobre su lengua un imaginario pedazo de fruta. Con la mente, degustó una jugosa piña que enjuagaba su paladar y bañaba sus dientes. Aunque Guy había comido este cítrico sólo una vez, su memoria fijó el momento, pues pertenecía a los días en que se masticaba con frecuencia.

Un día, su padre llegó a la casa con el torso desnudo, cargando una piña envuelta en su camisa blanca. El hacendado para quien laboraba en los tiempos de cosecha le pagaba con alimentos la jornada semanal. El padre cortó la piña y repartió las rodajas. Todos en la casa la disfrutaron. Escenas así, donde aparecían sus progenitores y sus hermanos, las revivía casi a diario. Sus padres habían muerto tras la sacudida de un terremoto, aplastados por el tronco de un árbol que derribó la casucha donde vivían. Poco después del suceso, la muerte secuestró a sus hermanos tras la falta de un proveedor de alimentos.

El mareo que sentía Guy se intensificó tanto que molió sus recuerdos. Era la primera vez que se arrepentía de haber resucitado el pasado. Él sabía que resistirse a la orfandad y a la soledad terminaba siempre por debilitarlo. Pausó su andar; necesitaba restaurarse. Respiró con todo el brío que encontró en su cuerpo esquelético. Tragó aire. Esta vez, la técnica para burlar el hambre no le funcionó ni por un segundo. Casi sin ánimo, se levantó y continuó su trayecto. Caminó retando a los minutos que se adueñaban de la noche. Estaba convencido de que andar le ayudaría a alejarse de su realidad, pero la revolución que se desataba en su sistema digestivo le arrancaba las posibilidades de vida.

Con lentitud, se aproximaba, se acercaba a la frontera. Iba tambaleándose como un borracho, dando pasos aleatorios.

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El dolor volvió a embestirlo con furia. Se retorció al sentir que sus esfínteres se ceñían. Padeció la brasa de la acidez que quemó su estómago. Se encorvó y se abrazó la barriga. El vientre se le atornilló, empeñado en encontrar algunas calorías. Sus ojos se convirtieron en incoherentes luces intermitentes. Él iba y venía, entre la fe y la hambruna, entre la vida y la muerte. Entonces comprendió que tenía que avanzar para lograr escapar de aquel mundo distorsionado.

Aceleró el paso lo más que pudo, mientras agudizaba su oído en busca de bulla, de una señal de tumulto. Vio una luz a lo lejos y se le ablandaron las piernas. Cayó de rodillas, sin tener claro si fue la emoción de saberse cerca de la frontera o su estómago torcido lo que lo hizo reencontrarse con el suelo. Intentó levantarse, no pudo. Trató de utilizar las manos para tomar impulso. No pasó nada. Parecía que sus neuronas y nervios se habían desconectado. El cuerpo esperaba las órdenes de la comandante; la cabeza, simplemente, no le funcionaba.

Guy terminó por derrumbarse, doblado hacia atrás, incrustándose en la espalda los pies. El vértigo lo ocupó, y creyó que caía por una espiral interminable.

El niño se negaba a morir tan cerca de la frontera, luego de viajar por más de veintiséis horas. No se daría por vencido. No imitaría la derrota de sus amigos. Tenía que triunfar, pero al mismo tiempo sabía que en esas condiciones no obtendría la victoria. Estando así, era imposible ganarle la guerra a la muerte. La desnutrición, la debilidad y el dolor físico jugaban en su contra. Volvió a pensar en algún alimento delicioso, pero su imaginación fue lo primero que falleció en él.

El cansancio y la debilidad mantenían inerte a Guy. Las fuerzas se le agotaban. Recogió un pedazo de tierra. Se lo metió en la boca. Pensó que si la comía tendría mayor oportunidad. Continuó barriéndose, restregando la cara contra la ciudad de los insectos, lamiendo la tierra, mezclando saliva y fango.

Levantó la mirada y divisó su objetivo. Le faltaban sólo unos metros. Lo que le repuso el ánimo. Con los ojos mojados en esperanza, gateó medio moribundo. Siguió su ruta hasta cruzar la línea fronteriza y colapsó sobre su meta.

Un guardia dominicano percibió la llegada del niño y corrió a encontrarse con el cuerpo desmayado. Se agachó junto al menor y le tomó el pulso. Estaba casi muerto. Levantó la cabeza de Guy y la recostó sobre su muslo izquierdo.

Al niño ya no le dolía nada. Ni los pies, ni el estómago, ni la cabeza le molestaban. Sintió que una mano le acarició la frente e intentó hablar.

El guardia escuchó aquel perezoso susurro e inclinó su oído. Algunas palabras se escapaban de los labios del agonizante: «doulé, chemen, dlo, anana» (dolor, camino, agua y piña).

El uniformado no entendió ni una palabra, pero la lógica decía que había que darle agua. Sacó su cantimplora y le mojó la boca, pero el niño no reaccionó. Le dio un segundo trago, y Guy abrió los ojos, lo miró fijamente y sonrió. El guardia lo escuchó decir «mwen genyen batay kont grangou» (yo le gané la batalla al hambre) justo antes de que el alma del menor fuera deportada al infinito.

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EN ARIZONA

—¿Qué haces, hijo?

—Una pancarta para la manifestación pro inmigrantes.

—¿CÓMO? ¿Tú estás a favor de esa plaga de mexicanos? —reclama el padre alterado.

—Papi, ¿cómo puedes decir eso?

—Pero, hijo, ¿tú te has vuelto loco?, si esa gente no ha hecho más que perjudicar la imagen internacional de Estados Unidos. Han dañado la raza norteamericana, deterioraron el inglés, nos infestaron a nosotros, la nación más poderosa, con su delincuencia… Hijo, date cuenta, si los dejamos, los mexicanos terminarán reduciendo el sueño americano a mariachis, tortillas y tequila. Y, si eso no es una plaga, dime tú cómo se llama. ¿Cómo, a eso, tú le llamas?

El hijo despega la mirada de la pancarta para enfocarse en el rostro de su padre y, tras un suspiro, dice:

—Papi, yo le llamo «La Reconquista».

* * *
Los presentes cuentos hacen parte del libro «Relevo de emociones sin rutina», publicado por la editorial NNNNN en 2012.

Este fue el primer libro publicado de la autora, el cual se mantuvo por cuatro semanas consecutivas en la lista de los más vendidos, en una de las librerías cibernéticas más influyentes; y ha sido reseñado por varios periódicos en los Estados Unidos. Este libro de cuentos refleja el comportamiento y la toma de decisiones del ser humano. Aunque en el libro predomina el tiempo sicológico, el fluir de conciencia y la retrospección, también se halla un constante desplazamiento físico y emocional de los personajes, quienes tendrán que enfrentarse a sus propios deseos, sentimientos y miedos para así resolver sus conflictos. Esta variada obra combina relatos humorísticos, fantásticos, eróticos, terror y ecoficción; todos narrados con la exquisita elegancia, sutileza y perspicacia que distinguen el trabajo de la autora.

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* Ginna Salamán es una escritora puertorriqueña (Carolina, Puerto Rico 1984) radicada en Columbia, Missouri. Ha completado un grado de bachillerato en la Escuela de Comunicaciones de la Universidad de Puerto Rico. También culminó el grado de maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón. Su primera obra publicada fue Relevo de emociones sin rutina, en 2012. A inicios de 2015, la autora publicó su segunda obra, Partitura en tiempo AlOrigen, es una novela de aventuras y de ciencia ficción humorística que presenta los viajes de los personajes en las intersecciones dimensionales del espaciotiempo. Como profesional, Salamán ha colaborado en varios periódicos comunitarios y ha desarrollado su carrera en organizaciones sin fines de lucro. Actualmente, se encuentra cursando el programa doctoral en Lenguas Romances y Literaturas Hispanas de la Universidad de Missouri en Columbia, donde también se desempeña como profesora.

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