SOLILOQUIO DESDE LA OTRA ORILLA
El Comandante en Jefe sentía que estaba jugado. Un frío sudor le recorrió la cara hasta plasmarse en el suelo, lo volvió a la realidad. Llevaba varios años viviendo a la orilla del mar, inspirando a los vientos del cambio. Después de muchos años pudo caminar en paz, sin el fantasma de la muerte rondando por su estirpe. El proceso de paz avanzaba inexorablemente, y no cabía una marcha atrás. Había hecho todo lo que estaba a su alcance para dilatar la firma del acuerdo, obstaculizando el correr del tiempo con nimiedades. A veces quería devolver el tiempo, y huir de la paz. Recordó sus primeros pasos en la organización insurgente, y la senda que lo condujo a la Comandancia. Quiso saber el momento en que las FARC le apostaron de manera definitiva a la paz, y su responsabilidad en la misma. Tenía miedo, una profunda angustia interior de estar traicionando los principios revolucionarios. Al reflexionar, encontró que el primer paso lo había gestado su antecesor en el cargo. Esto le permitió respirar unas bocanadas de tranquilidad. Pero el nerviosismo era evidente, había perdido el pulso de la guerra, y experimentaba tembladeras en sus extremidades.
- La edad,- maldijo con violencia. Respiró buscando paz en su ser interior tal como le enseñó el Maestro.
En el ínterin, se dio cuenta que no era la edad lo que fallaba. Había algo profundo en las sensaciones que lo carcomían. Buscó en los recuerdos los orígenes de esos malestares. Ubicó en el último año como el instante cero, aquél instante en el cual todo había cambiado.
El punto neurálgico según sus raciocinios consistía en el momento en el cual había perdido el control de la situación. -La paz era un objetivo loable-, se dijo para sus adentros. Había pasado en corto tiempo de ordenar acciones violentas a verse obnubilado por la antítesis, la paz. Esa paz que no conocía, que en el fondo no había contemplado, y que le generaba unos retos enormes. Volvió a las películas del monte, donde ejercía como uno más en la organización. El destino quiso que él fuera el encargado de liderar a la organización hacia el desarme. Dejar las armas le producía pánico y escalofríos. Recordó la desaparición de los camaradas de la Unión Patriótica, un genocidio perpetrado milimétricamente. En ese instante se sintió valiente, fuerte y poderoso. A pesar de la crueldad, no sólo le habían apostado al proceso, sino que habían permanecido en la mesa de negociaciones.
-Bueno, y ¿por qué los malestares? ¿Por qué la dilación en la firma?- preguntó con euforia, esa euforia que se desvanecía en segundos atacada por el miedo de enfrentar situaciones que no controlaba, con armas que no conocía, en una Colombia que oscilaba entre el primer mundo y el atraso.
-¿Qué haremos al pisar El Dorado? ¿Seremos tolerantes a los insultos? ¿Entregaremos todas las armas?- balbuceó con la voluntad de enfrentarse a lo desconocido.
Cavilaciones para una noche de naipes en la otra orilla.
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* Marcel Hofstetter Gascón es un reconocido economista y catedrático bogotano.