Literatura Cronopio

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Ya no abusaras mas de mi

YA NO ABUSARÁS MÁS DE MÍ

Por Omar Pérez Santiago*

[x_blockquote cite=»Fragmento Trágico. Robert Burns, 1759-1796″ type=»left»]Diabólico como soy, condenado a la desgracia; Áspero, terco, irrecuperable villano, Mi corazón todavía se funde en la miseria; Y con sinceros e inútiles suspiros veo A los desamparados niños del abandono: Con lágrimas indignadas me planto frente al opresor Regocijándome ante el hombre y su destrucción, Todo su crimen fue un espíritu indomable. [/x_blockquote]

—Mi abuela me dijo que acá en Valdivia vivía mi madre, —sostuvo Jocelyn González, con su corte de pelo mohicano, su faldita corta con manchas de militar, unos colgadores que se suspendían a los costados, botas gruesas, altas y negras con cordones blancos y una flyjacket o chaqueta de piloto verde con cruces de metal que usan los neonazis de población chunga y un pendrive en el que escuchaba Death Metal en sus versiones más perras y extremas, como Caníbal Corpse.

Jocelyn tenía 23 años, era miembro de la orden Heroism¬o-No Rebaños. Ella No creía, NO CREÍA, en las virtudes que la caraja sociedad sólo les exige a los pobres. La toxina que recibió en su casa, el sentimentalismo sucio, acomplejado y chungo de su familia y la corrupción y la pobreza de su población chunga lo convirtió en odio chungo, pleno de resentimiento.

Jocelyn vio demasiados malditos y delincuentes en su barrio que tenían pretendido éxito con sus vidas, demasiados malditos que se creen felices en su mugre dulzona. Demasiados vagos, turbios, drogadictos, alcohólicos, sentimentales, lloricones, sensibleros y afeminados. Ella creía que de todos había que liberarse para llegar a ser libre. No saldría del fango sin lucha y si pudiera llevaría una puta granada en la boca.

El odio y la rabia a la miseria la llevaron, para salir de la escoria y la pobreza, a preferir amistades algo demoníacas, algo trágicas e irremediablemente melancólicas de jóvenes neonazis chungos.

Llegó a la ciudad de Valdivia, para encontrar a su mamá que la abandonó a los tres años. El día estaba lluvioso. Consiguió una pieza en un albergue. Salió a comer algo en el mercado fluvial.

Veló sus armas escuchando sus bandas metaleras, en una pequeña playita del río, rodeada por ulmos, tepas, tineos, trevos y coihues, junto a un canelo y un arrayán y las nubes blancas en un paño celeste.

Por un momento, en un vahído sinóptico, se vio como una vieja mapuche alrededor de una fogata. Era una meica india, una sanadora sola en el bosque, que espera su exilio.

Luego, sin dudar, se fue a buscar a su madre.

Tocó el timbre. Le salió a abrir un niño de quince años. Jocelyn preguntó por María Montecinos.

El niño le miró, hizo un gesto de rascarse la cabeza y le afirmó:

—¿Jocelyn?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Eres igual a mi mamá.

Ingresó a la casa y Jocelyn la esperó en un rincón oscuro de la pieza y tembló gravemente —algo ridículo, si se quiere. Cuando la mamá apareció la reconoció de inmediato Esa manera de pararse, era su forma de pararse.

Tomó aire, se levantó y fue hacia ella.

La mamá la ha descubierto. Gritó. Había llegado su hija sin aviso, como lo hacen las malas noticias, la hija que ella había abandonado hacía veinte años.

Se le parecía. Era igual a ella.

Jocelyn intentó, sin lograrlo, recordarla cuando ella tenía tres años, cuando ella la mecía con su carne tibia.

La mirada de su hija la deslumbra, algo oprime sus párpados, su corazón brinca bajo el traje lila y se precipia hacia a ella. La abrazó y se puso a sollozar. Sus cuerpos están juntos ahora. Escuchan el tic-tac de sus latidos, que de pronto se compaginan y comienzan a latir al unísono.

Madre e hija. La compasión por la miseria, los vicios que les ha tocado vivir, las empequeñecen. Es el momento de contemplar la angustia en que no se puede evitar el dolor.

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¡Son ridículos, en este momento de escalofríos!

El pasado escabroso, capcioso, áspero y seco está aquí desvergonzado.

Estuvieron un minuto, hundiéndose en sus raíces. Era preciso que este momento perdurara. Jocelyn creyó reconocer el olor, como pidiendo no más dolor, no más golpes. Que todo sea suave y blando. La mamá algo intentó decir con monosílabos, alguna disculpa fuera de tiempo, frases inconexas y ásperas, desvaríos perdidos en los llantos.

—Cuando tú naciste yo tenía diecisiete años, Jocelyn.

—Mamá, no vengo a pedir explicaciones…

—Nos fuimos a vivir a la casa de tus abuelos. Tú papá fue un mimado de su madre, no trabajó nunca y vivía para el fútbol del domingo, después bebía y llegaba tambaleando a su casa. Una noche te dio fiebre y yo caminé sola en la noche a la posta del Hospital. Esperé horas en la sala de espera El doctor dijo que era bronconeumonía. En el hospital no había camas libres. Y nos mandaron para la casa con una receta. Yo crucé el parque en medio de charcos de lluvia y caminé diez cuadras contigo en brazos. Fui a donde mi hermana y le pedí plata prestada. Me fui a la farmacia y compré los remedios. Y vuelvo a casa y tu papá vino hacia mi con una cara insolente, alcohólica y de matoncito, y me dio un golpe. Me afirmé contra la puerta de entrada para no dejarte caer. Esto se repitió varias veces y una noche opté por huir. Nada tenía sentido. Fui a tu cunita donde dormías con un trajecito de lana que yo te había tejido. Recé un Ave María. Y me fui. Esa es la verdad, Jocelyn.

—Ya, ya, cálmese, cálmese. No la culpo de nada…

La mamá no podía detener el sollozo.

—¿Quiere un vaso de agua?, le preguntó Jocelyn.

—Sí.

Ella se calmó sin lograr ninguna frase cuerda. Estaba frente a ella su pasado, el pasado que más duele, la hija abandonada. No tenía explicaciones cuerdas ni locas, aunque Jocelyn tampoco se las ha pedido. Su pasado estaba frente a ella, y eso es suficiente para que todo se reviva como si fuera un presente. Los momentos que ella más temía han llegado, como un invierno glacial.

—Crecí con mi abuela. Mi papá soñó siempre ser un gran jugador de la pelota. Y los domingos volvía borracho a la casa. Al cruzarse conmigo me pegaba bofetadas y me gritaba:

—Todo es tu culpa…

Odié el fútbol y los domingos.

Ahora era ella, Jocelyn, la que sollozaba.

María Montecinos se calmó. Pero como si despertara de un sueño, una cierta indiferencia, como si abriera un portal lúgubre, le pidió a Jocelyn González Montecinos, que no le destruyera su familia, que no se peleara con su nuevo marido.

Las palabras enredadas de su madre, una espada de dos filos, eran patéticas y negras. Jocelyn replicó:

—Yo he venido a conocerte, —le dijo, —quiero saber lo que me he perdido.

—Pero no me hagas escándalos.

—Pierda cuidado.

Y de pronto, en esa conversación absurda, ella la transformó en más desatinada aún:

—Por lo demás, dijo María, nunca me mandaste una tarjeta para el día de la madre.

—¿Qué dices?

Jocelyn creyó que no había escuchado bien. Ella había venido a buscar un beso, más que a dar perdón. Y se encuentra con esta queja destemplada, desquiciada.

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—Nunca me mandaste una tarjeta para el día de la madre.

La situación era lamentable, pero Jocelyn, como si esto lo hubiera visto antes, articuló la respuesta solemne, solemne y ridícula:

—Mamá —por primera vez la llamó mamá —tengo una cajita rellena de tarjetas para el día de la madre, con una frase «Para la mejor mamá del mundo». En la escuela cada año nos hacían dibujar una tarjeta para el día de la madre.

Jocelyn volvió a sollozar.

Su madre también volvió a sollozar y ya nada las hizo callar.

—Tengo que irme.

En Santiago, cogió la caja con tarjetas del día de la madre. Las envolvió en un paquete. Fue al correo y se las envió a Valdivia.

Por la tarde llegó su padre borracho y chusco. Chusco, odioso y orillero. El vicioso se había enterado de su viaje a Valdivia. Hubo gritos, imprecaciones, golpes de mesa.

Por un momento todo fue confusión y caos.

Jocelyn esta vez no se calló y sostuvo la voz firme.

En la crueldad del evento definitivo hay disgregación, azar, coacción. Llegado el final, hay resentimiento, dolor. Se impone la violencia del fuerte. La voluntad supera las debilidades, crea formas instintivas, concreta dominios sin culpa. Jocelyn intenta ser convincente, intenta contener el odio y la ira, para que el odio y la ira no lo salpiquen.

Mas esta relación estuvo siempre sostenida en la estética de la fuerza bruta, en el vituperio. Y algo estalla en ella, un fervor que la lleva a sostener la voz firme frente a su papá. Le dio placer controlar sus temores, como un gozo muy doméstico. Darse forma a sí misma como a una resistente.

Cuando su padre se le viene encima, Jocelyn no lo esquiva.

«Ya no abusarás más de mí».

El golpe fue mortal.

El juez condenó a la joven Jocelyn González Montecinos, skinhead neonazi, a presidio mayor. Los hechos sindicaban jurídicamente premeditación y alevosía en el parricidio y el juez actuó con la ideología de lo políticamente correcto (que a veces no es otra cosa que la insidia y la mala fe).

* * *

El presente cuento hace parte del libro «Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte».

__________
* Omar Pérez Santiago. (Santiago de Chile, 6 de mayo de 1953) es un escritor y cronista chileno. Por su antagonismo contra la dictadura de Pinochet fue obligado a exiliarse en 1978. Durante el período que vivió en Suecia, más de una década, estudió un posgrado en Historia económica en la Universidad de Lund y fue un difusor activo de la cultura latinoamericana. Allí fundó la editorial Aura Latina. Retornó a Chile a comienzos de la década de los noventa, y es uno de los referentes en la divulgación de la cultura nórdica en Chile. Obra: Breve historia del comic en Chile, Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Escritores de la Guerra. Vigencia de una generación de narradores chilenos, ensayo, Aura latina, 2005. Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Trompas de Falopio junto a Gabriel Caldés, novela. Foro Nórdico de Aura latina, 2002. Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Negrito no me hagas mal, novela -comic, Centro Nacional de Cómic, 2000. Memorias eróticas de un chileno en Suecia, cuentos, Editora Kipus & Aura Latina, 1992. Malmö är litet novela en Sueco como Pancho Pérez Santiago, Skrivareverkstad, Suecia. 1988. La pandilla de Malmö con traducciones al castellano poesía sueca (1990). La novia de Borges guión para película. Plikten, guión para película. En 2015 publicó los libros de traducciones Michael Strunge, poemas de amor y Tomas Tranströmer, Placas Poéticas. Ha publicado las novelas Allende, el retorno y Negrito no me hagas mal. Es autor de los libros de cuentos Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte y Memorias eróticas de un chileno en Suecia. Este año (2015) ha recibido la beca del Consejo del Libro en Chile y la beca de la Danish Arts Foundation.

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