Literatura Cronopio

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La angustia secreta de batman o de como resolvi el caso berthelme

LA ANGUSTIA SECRETA DE BATMAN O DE CÓMO RESOLVÍ EL CASO BARTHELME

Por Cristian Soler*

Llegué a Ciudad Gótica**  una noche de mediados de julio tras un vuelo de más de seis horas desde Bogotá. Aun así no podía quejarme, viajé en primera clase con ejecutivos de grandes multinacionales, sillas de cuero reclinables y copas de vino espumoso. Y habría sido un viaje perfecto de no ser porque en el aeropuerto unos oficiales de inmigración, luego de revisar mi pasaporte y mi visa de turista, me pidieron que los acompañara. Las casi dos horas que duré en calzoncillos en una estación de policía, viendo como los oficiales esculcaban cada rincón de mi maleta, pasaban toda clase de detectores por cada centímetro de mi cuerpo y me preguntaban una y otra vez por el motivo de mi visita, recibiendo siempre «turismo» como única respuesta de mi parte, me recordaron que, no importa en qué época del año uno visite Ciudad Gótica, esta ciudad es siempre fría y distante.

En el aeropuerto se suponía que debía encontrarme con James Gordon, el hombre que cinco días antes me había llamado por teléfono, hablando en inglés, y que dijo representar a una de las instituciones más importantes de Ciudad Gótica. Gordon quería contratar mis servicios como investigador para un asunto confidencial. No dio muchos detalles acerca del trabajo que quería que yo hiciera para sus jefes, pero su oferta incluía tiquetes aéreos ida y vuelta en primera clase, alojamiento en un hotel durante el tiempo que durara mi trabajo y una muy buena remuneración. No pude negarme. Dos días después llegaron a mi apartamento los tiquetes aéreos y mil quinientos dólares en efectivo, en ese instante supe que ya tenía un compromiso adquirido y que no podía echarme para atrás.

Pude salir finalmente de la estación de policía luego de que un hombre de bigote, que parecía rondar los sesenta años y que vestía una gabardina y un sombrero fedora, entrara al cuarto donde me estaban requisando, se acercara a los oficiales y hablara en privado con ellos. Al cabo de un minuto los oficiales se marcharon, dejándome sólo con el hombre.

—Soy el Comisario James Gordon —dijo él con voz seca—, la persona de confianza de quienes lo contrataron. Recoja sus cosas y acompáñeme por favor.

Caminaba con paso acelerado, sin mirar atrás, seguro de que yo lo iba siguiendo. Salimos del aeropuerto y nos dirigimos al estacionamiento. Allí, él se detuvo frente a un Chevrolet Biscayne modelo 58 o 59 que estaba bastante destartalado y se subió en él. Con un gesto me indicó que hiciera lo mismo.

En el camino fue poco lo que hablamos, me dijo solamente que me iba a dejar en un hotel cerca al centro donde tenían una habitación reservada para mí, que quienes me habían contratado eran personas muy importantes y ocupadas y que, en su debido momento, me buscarían. Juzgando por el lamentable estado del carro en el que andaba, empecé a dudar de las palabras de Gordon y pensé que todo ese dinero que se me había prometido en un principio a lo mejor era mentira. Por un instante incluso creí que estaba siendo víctima de algún tipo de estafa.

Luego de más de una hora de recorrido, Gordon se detuvo frente a un hotel ubicado en un viejo edificio que parecía sacado de un film noir, con un gran aviso de neón en su parte superior. Allí me dijo que preguntara en la recepción por la habitación que estaba reservada a mi nombre.

—Una cosa más —dijo Gordon antes de que yo cerrara la puerta del carro y entrara al edificio—, aquí hay muchas cosas en juego y es posible que en estos días usted tenga conocimiento de información privada, por lo que debo recordarle que lo más importante para nosotros es su absoluta discreción en todo este asunto.
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Le dije a Gordon que no se preocupara, que yo era una persona de confiar y entré en el hotel. En la recepción pregunté por mi habitación y con algo de alivio escuché que, en efecto, había un cuarto reservado a mi nombre con varias noches canceladas por adelantado. Luego de darle una propina al botones (quizás algo reducida a lo que él en principio esperaba), me acosté en una cama de madera que parecía bastante antigua pero que también era bastante cómoda y pronto me quedé dormido. No volví a despertar sino hasta el día siguiente, cuando encontré en mi mesa de noche una nota que decía: «Parque Robinson, junto al lago. 20:35. Preséntate solo. Atentamente: El Jefe [1]». Pese a que en la noche yo había puesto el pasador en la puerta y este sólo podía ser abierto desde adentro de la habitación, alguien había entrado mientras dormía. ¿Quién había sido y por dónde entró? En ese momento no había forma de saberlo y no había demasiado tiempo para pensar en ello; con el cansancio del viaje había dormido hasta pasado el mediodía, por lo que debía comer algo y alistarme para presentarme a tiempo a la cita.

Llegué al Parque Robinson a las ocho y cuarto. Aún faltaban algunos minutos para el momento de la cita. Como aparte de mencionar el lago no se daba otro dato específico, decidí que lo mejor era dar vueltas en torno a él. Luego de completar una vuelta entera alrededor del lago miré mi reloj, faltaban diez para las nueve y quien me había citado no se había presentado aún. En ese entonces no conocía muy bien las costumbres en Ciudad Gótica, por lo que se me ocurrió pensar que la puntualidad inglesa era algo que los gringos de esos lados no habían heredado. Decidí por lo tanto seguir caminando en torno al lago, pero fue luego de dar unos cuantos pasos más que sucedió algo inesperado.

Hola chaval [2].

Me di vuelta para mirar de dónde provenía aquella voz y vi una gigantesca sombra oscura encima de un árbol. Su figura era aparentemente humana, pero a cada lado de ella se extendían algo así como unas gigantescas alas. Fui víctima del pánico pero mis nervios no me dejaron moverme ni gritar. La sombra descendió rápidamente del árbol, se paró frente a mí con imponencia y a la tenue luz de la luna pude verla algo mejor.

—Hola Batman —respondí yo en inglés luego de que recuperé mi aliento. No me gusta hablar en español con gringos que a leguas se puede ver que no pasan de decir señorita [3].

—Fui yo quien te contrató chico. Perdóname por presentarme tarde pero debía asegurarme de que no venías acompañado.
—Puedes estar tranquilo, Batman, vine completamente solo. Pero… ¿por qué me llamaste?

Batman sacó de uno de los compartimentos de su Baticinturón un aparato pequeño y redondo y me lo pasó.
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—Lee esto, chico.

Cuando tuve el aparato entre mis manos una luz se introdujo directamente en mi retina, proyectando un texto tan claro como si fuera de día. Era una historia titulada «The Joker’s Greatest Triumph» y su estructura parecía la de cualquier historieta de superhéroes clásica. Bruce Wayne ve interrumpida su tranquila velada en su mansión luego de que la señal de un murciélago en el cielo lo obliga a disfrazarse de Batman e ir a la comisaría de policía. Una vez en ese lugar, el comisario James Gordon le muestra a Batman un paquete enviado por el Guasón con un misterioso enigma. La resolución de este misterio, llevada a cabo por Batman, los conduce al aeropuerto, donde tienen que evitar que el Guasón ejecute el robo de unas piedras preciosas. Si bien en este episodio Batman lograba evitar el robo, el Guasón se vengaba quitándole la máscara y descubriendo su verdadera identidad.

Cuando acabé de leer miré algo confundido a Batman y, sin que yo tuviera necesidad de preguntarle, él comenzó a explicarme de qué se trataba todo eso.

—Es un cuento que Oráculo encontró en Internet, su autor dice ser un tal Donald Barthelme.

Oráculo. La bella, valiente e inteligente Oráculo. Desde mucho antes de los hechos que se narran en Batman: The Killing Joke (1988) he seguido de cerca su historia y siempre quise conocerla.

—Veo… ¿Pero qué tengo que ver yo con esto?
—Como te darás cuenta, chico, esa historia no muestra mi mejor perfil, sino todo lo contrario, allí aparezco como un esnob tonto y presumido y mi Batimóvil no es más que una máquina dispensadora de licor y cigarrillos. Además dice revelar mi identidad secreta. Lo peor de todo es que no hago más que hablar estupideces con alguien que se llama Fredric Brown y que me acompaña a todas partes… pero yo no conozco a ningún Fredric Brown. Oráculo y yo creemos que detrás de todo esto debe estar el Guasón.
—Veo, pero… ¿qué tengo que ver yo con esto? —volví a preguntar.
—Bueno, tú eres un investigador literario. Creo que sólo tú podrías resolver todo este asunto.
—Pero tú eres el mejor detective del mundo [4]. ¿Por qué debo ser yo?
—Como sabrás el crimen nunca duerme y yo debo ocuparme de él en esta ciudad. Por eso, salvo las largas citas de Aristóteles que a Hush le gusta recitarme cada vez que planea asesinarme, es muy poco el contacto que tengo hoy en día con libros. Necesito a alguien que pueda internarse en una biblioteca para investigar; y ese eres tú, chico.
—¿No podrías haber contratado a un investigador de aquí?
—No confío en esos profesores rancios de literatura y además, incluyendo tus pasajes aéreos y tu hotel, tus honorarios me salen más baratos que los de cualquier estudiante graduado de las universidades de Yale, Harvard o Miskatonic. Acabamos de salir de una guerra y nos encontramos en medio de una crisis económica, por lo que debo reducir algunos de mis gastos. Así que dime chico, ¿crees que puedes hacerlo?
—Sí creo, pero… —dudé un instante si debía hacer esa última pregunta, no quería impacientar a Batman, pero de todas formas tenía que hacerla así que me arriesgué—. ¿Cómo fue que me contactaste?
—Oráculo encontró tus datos y algunos artículos tuyos en Internet así que te recomendó.
—¿Oráculo habla español?
—No, pero ella puede descifrar cualquier mensaje, incluso si está en idiomas que no conoce. Cuando tengas los resultados de tu investigación déjalos en este lugar —dijo Batman entregándome un papel con una dirección y un número de apartado aéreo—, no confío en los correos electrónicos, todos están intervenidos por la CIA y el FBI. El deber me llama así que debo dejarte. Cuento contigo, chico, hasta la vista [5].
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Batman se perdió en la oscuridad de la noche con rumbo desconocido. Yo, por mi parte, luego de quedarme un buen tiempo parado en ese lugar como un idiota, esperando quien sabe qué, volví a mi hotel. La mañana siguiente comencé mi investigación.

Lo primero que hice fue buscar en Internet cualquier dato que pudiera encontrar de Donald Barthelme. Supe así que había sido un escritor y profesor universitario norteamericano, que había publicado un gran número de cuentos en varias revistas y que los había compilado en diferentes libros, sus novelas eran pocas pero igualmente había recibido buenas críticas con ellas. En la mayoría de las páginas en Internet lo clasificaban como postmodernista, término que aún hoy en día no estoy seguro de lo que significa. Anoté los nombres de algunos de sus libros, aquellos que consideré que podrían guiar mejor mi investigación, y me dirigí a la Biblioteca Pública de Ciudad Gótica.

La Biblioteca es un edificio inmenso e imponente, una de las pocas construcciones en esta ciudad que se aleja del decadentismo gótico y que refleja ese estilo neoclasicista, tan romano e imperialista, que abunda por toda Ciudad Metrópolis. El bibliotecario era una persona amable y me ayudó a buscar los libros que necesitaba (por suerte los encontré todos), pero me dijo que como no tenía carnet de usuario no los podía sacar de ese lugar. Sin embargo me era posible consultarlos allí. Así que por varios días mi rutina fue la siguiente: levantarme y arreglarme, desayunar en el hotel, ir a la Biblioteca a consultar los libros, al mediodía comprar en la esquina una pizza de un dólar o en un «deli» de por ahí cerca algún sándwich y continuar mi lectura hasta el anochecer, que era cuando volvía al hotel. Cualquiera pensaría que llevar una vida tranquila en Ciudad Gótica es imposible, que a cada instante uno corre el riesgo de encontrarse con un súper villano, y aunque durante esos días se reportaron algunos hechos criminales por parte del Espantapájaros, la verdad es que estoy seguro que en Bogotá uno tiene que lidiar con cosas mucho peores.

Tras un par de semanas de ir a la Biblioteca, ya había leído varios libros de Barthelme, además de algunos otros que creí necesarios para mi investigación, y tenía una buena cantidad de apuntes. Así que una noche pedí en la recepción del hotel una buena botella de whisky y una caja de habanos cubanos (ya estaba cansado de tener que fumar siempre Marlboros a falta de Pielrojas). Me senté frente a mi computador portátil y comencé a escribir el siguiente informe, centrado en unos pocos cuentos de Barthelme que eran los que quizás a Batman podían llegar a interesarle más:

EL CASO BARTHELME

El cuento de Donald Barthelme (1931-1989) «The Joker’s Greatest Triumph», publicado en 1964 en su primera colección de cuentos, Come Back, Dr. Caligari, muestra a un Batman algo esnob y torpe quien, en vez de estar acompañado de Robin, se encuentra sosteniendo charlas ridículas acerca de diversos cigarrillos y licores con el escritor de ciencia ficción y novelas de misterio Fredric Brown. Junto a ellos aparecen otros personajes reconocidos en el universo de Batman, como James Gordon, quien resulta siendo un comisionado de policía incapaz de resolver acertijos triviales, y el Guasón, en su clásico papel de villano psicópata. Esta historia, cuya trama y características la hacen cercana a una historieta o a un episodio de la serie de televisión de Batman de los años sesenta, contiene sin embargo algunas de las características que se verán a lo largo de toda la propuesta narrativa de Donald Barthelme.
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Tanto en su obra narrativa como en sus ensayos y entrevistas, Barthelme muestra un amplio conocimiento e interés por vanguardias artísticas de principios del siglo XX como el imagismo, el futurismo, el dadaísmo y el surrealismo. Así, al igual que varias de estas vanguardias, Barthelme verá la labor del artista como un constante desplazamiento de lo familiar hacia lo desconocido: «El no saber es crucial para el arte, es lo que le permite al arte que se realice. Sin el proceso de escrutar engendrado por el no saber, sin la posibilidad de tener la mente moviéndose en direcciones imprevistas, no podrá haber invención» (Barthelme: Not-Knowing, 12). El artista, según Barthelme, no se puede limitar a representar la realidad, tiene ante todo que crear e inventar. Para ello es necesario que se embarque en una constante experimentación. Y si bien esta experimentación que él realiza sigue ciertos caminos trazados por las anteriores vanguardias, no por ello deja de obtener resultados que causan sorpresa, incomodidad y extrañeza en el lector.
(Continua página 2 – link más abajo)

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