Filosofía Cronopio

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Historicismo representacion y sedentarismo

HISTORICISMO, REPRESENTACIÓN Y SEDENTARISMO ¿EL FRACASO DE LA DEMOCRACIA?

Por Orlando Carmona Sánchez*

[x_blockquote cite=»Friedrich Nietzsche» type=»left»]Yo acepto el movimiento democrático como algo inevitable, pero no como algo irresistible, sino que se puede retardar. Mas el dominio de los instintos y las apreciaciones de valor del rebaño junto al epicureísmo y la benevolencia aumentan recíprocamente a gran escala: el hombre llega a ser débil, pero bueno y cómodo[/x_blockquote]

Aceptar el movimiento democrático, sin analizar todas y cada una de sus implicaciones, puede conducir a una serie de equívocos y a una nueva forma de totalitarismo postpolítico [2], es decir, libre de las viejas trabas ideológicas y en aras de una conformación novedosa que terminaría atrapando todo lo que toca.

Consideramos necesaria hacer una revisión del concepto democracia, explicitado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la finalidad de mostrar una especie de antinomia, que se concibe dentro de la misma definición, la cual se encuentra atrapada por una perspectiva historicista y sedentaria.

Para realizar dicha revisión, consideramos necesario tomar como punto de partida la perspectiva de lo Intempestivo/Inactual (Unzeitgemässe) establecida por Nietzsche, lo cual nos permitirá acercarnos a la concepción de la filosofía deleuziana; ésta última será la que nos permita establecer una crítica al concepto de Democracia, fijado por la ONU, discusión que se fundamentará en el debate sostenido por Deleuze contra la imagen dogmática del pensamiento, pues, consideramos que la concepción de las Naciones Unidas se inscribe en dicho orden.

NIETZCHE Y SU INTEMPESTIVIDAD / INACTUALIDAD

La sentencia nietzscheana, utilizada al inicio de éste escrito, no sólo se inscribe en los movimientos sociales de su época, mismos que consideran que el mundo aparece como algo terminado, como la cumbre última del pensamiento. En contraparte, el ejercicio escritural de Nietzsche se encuentra en las antípodas de toda postura estática y se reúsa a presentar una exposición finita de los hechos, es decir, se abstiene de aceptar cualquier posición historicista, que narre los acontecimientos como algo dado, que terminaría por apuntalar a una cerrazón conceptual y finita.

Como buen discípulo de Heráclito, su propuesta versará entonces en aceptar un constante flujo, lo cual permite que su crítica se mantenga como intempestiva, bien podríamos decir inactual, que está en constante devenir.

Para comprender ésta situación debemos entender que:

«La Alemania del siglo XIX está saturada por esta cultura historicista: el nacionalismo naciente apela a la historia para justificar su visión del mundo, la arquitectura toma sus modelos de la historia para definir el estilo de sus edificios, todo buen alemán pretende, en fin, poseer una educación histórica (lo cual le es facilitado por una serie de obras populares, y, en última instancia, por la mera lectura de los diarios» [3].

Éste parece ser uno de los problemas que nuestro autor observa en la democracia, como un proceso de orden universalista que obture toda salida real para generar algo diferente, por ello, a pesar de aceptar la democracia como un movimiento, no llegará nunca a la aceptación del fin último de las cosas.

Contra esta cultura historicista, Nietzsche ya reaccionará con sus cuatro

«Unzeitgemässe Betrachtungen (esto es, consideraciones intempestivas, extemporáneas o —como hemos preferido traducir— inactuales). Textos de intención esencialmente polémica cuyo denominador común […] pretendía esbozar un diagnóstico más o menos apurado de las consecuencias del historicismo sobre la cultura alemana» [4].

Esto último, porque el historicismo de su época no se despliega sólo en las cuestiones discursivas, todo lo contrario, tiene consecuencias e impacto en la sociedad y la cultura, es decir, pareciera existir un paso de lo puramente virtual a la determinación del cuerpo social.

Si Nietzsche utiliza como oposición el término Unzeitgemässe (Intempestivo/Inactual), es porque busca sentar las bases para una teoría alternativa del tiempo, del pasado y de la historia, precisamente porque:

«El historicismo tiene la mirada puesta en el pasado, pero ésta contemplación, de algún modo, lo impulsa para el futuro, enciende su coraje para mantenerse por más tiempo en vida, inflama la esperanza de que la justicia todavía esté por venir, de que la felicidad está sentada por detrás de la montaña para la cual se está dirigiendo» [5].

Con lo dicho hasta ahora, se puede observar que: el proyecto nietzscheano aparece como una propuesta diferente del historicismo estático o sedentario y nos permite vislumbrar su crítica a la democracia, expuesta en la frase con la que inauguramos nuestro escrito.

El problema principal es que la perspectiva histórica ha entendido que debe existir una disolución de todos los modelos piramidales, estamentales y disarmónicos, para hacer florecer un mundo atonal, de los derechos universales, de los valores y verdades últimas. En otras palabras, con esa visión puesta en el pasado y los horrores de los totalitarismos del Siglo XX, nuestra manera de entender el mundo ha considerado necesario abolir las diferencias en aras de un pensamiento democrático, multicultural y tolerante, el cual no sería compartido por Nietzsche, precisamente por que aceptar tal cuestión nos conduciría a la reducción de todos los sujetos a una media, justo para aparecer como un rebaño que marcha en fila.

Si tomamos esta cuestión, podemos preguntarnos: ¿De qué modo puede estar ligado el pensamiento Unzeitgemässe (intempestivo/inactual) del proyecto nietzscheano con el trabajo filosófico deleuziano? Y más allá: ¿En qué medida nos puede permitir sostener una crítica a la concepción actual de la Democracia, entendida como un fin último, como un principio estático que da por sentada la felicidad, como un falso porvenir, un punto de llegada que se encuentra al final de la montaña?

Para sortear la primera pregunta, tenemos que decir que la figura intempestiva, aparece siempre a lo largo de la obra de Deleuze, desde Diferencia y repetición hasta su libro Mil mesetas [6], puesto que la importancia de la inactualidad para Deleuze le permite tomar «el modelo nietzscheano del filósofo aventurero y guerrero, que rechaza la inercia de lo “verdadero”, entonces, está siempre vivo» [7]

La inactualidad del proyecto deleuziano aparece como una tarea de redefinición de la filosofía, de sus bases conceptuales y estáticas, desde sus trabajos monográficos (Proust, Spinoza, Nietzsche), pasando por Diferencia y repetición y la Lógica del sentido y hasta llegar a los Dialogues, en donde llega a esbozar su filosofía como una perspectiva radical, «en tanto disciplina sin especificidad alguna, esto es, sin necesidad intrínseca, sin territorio, de lo que es necesario fugarse, salir, si es que se quiere producir alguna cosa» [8].

Con lo descrito, parecen desprenderse tres elementos nietzscheanos: la inactualidad, la reevaluación (es decir la crítica) y la transvaloración (entendida como problematización), mismas que posibilitan la invención de lo nuevo, un acto genético y creativo.

Si hemos demostrado el vínculo entre Nietzsche y Deleuze, a partir de la incorporación del término Unzeitgemässe (inactual), debemos franquear la segunda pregunta, por ello, es necesario plantarnos en el camino seguido por el filósofo francés.

DELEUZE: EN ARAS DE UNA POLÍTICA INACTUAL

Mucha tinta se ha derramado para sostener que existe una postura política en Gilles Deleuze, misma que ha sido esbozada por autores como Badiou, Mengue, Pellejero o Zourabichvili, en las que se debaten las posibilidades e imposibilidades de los planteamientos del filósofo francés, en aras de la conformación de un modelo político.

Al respecto, Zizek afirma que era bien sabido que Deleuze tenía una aversión al debate, que llegó a escribir en alguna ocasión que cuando un verdadero filósofo está sentado en un café y alguien lo increpa para discutir, es deber del filósofo levantarse y marcharse, pues, la filosofía no sería una serie de diálogos y debates interminables, sino más bien encuentros que posibilitan siempre un devenir de algo nuevo.

«Todos los grandes diálogos en la historia de la filosofía han sido otros tantos malentendidos: Aristóteles malentendió a Platón, Tomás de Aquino malentendió a Aristóteles, Hegel malentendió a Kant y Schelling, Nietzsche malentendió a Cristo, Heidegger malentendió a Hegel […] precisamente, cuando un filósofo ha ejercido una influencia capital sobre otro, esta influencia se ha basado sin excepción en una mala interpretación fecunda» [9].

Es por ello que, en esta exposición, trataremos de mantenernos un tanto al margen de toda discusión, para tratar de no reducir las aportaciones deleuzianas a un juego de citas y debates conceptuales, lo cual creemos que en última instancia terminarían por matar la originalidad del filósofo. Por consiguiente, nos dejaremos ir a un encuentro directo con la crítica al mundo de la representación conceptual y, en particular, con la concepción actual de la democracia.

Es sabido que existe un posicionamiento político más o menos explícito en la obra de Deleuze, nos referimos a los trabajos con Guatari (El anti-Edipo y Mil Mesetas). Sin embargo, quisiéramos seguir por un camino distinto, que de algún modo está enunciado por Slavoj Zizek, quien asume que parece haber dos lógicas en el edificio metodológico de Gilles Deleuze:

Por un lado, el esbozado en la lógica del sentido, el devenir inmaterial como acontecimiento de sentido y como efecto de procesos corporales, la brecha entre los procesos generativos y su acontecimiento de sentido inmaterial, el tiempo de un puro devenir, siempre como ya ha ocurrido y eternamente por venir; y por otro, la lógica del devenir como producción de seres: «la emergencia de propiedades métricas o extensivas debería ser procesada como un proceso único, en el cual un continuo espacio-tiempo virtual se diferencia progresivamente en estructuras espacio-temporales que también son discontinuas» [10], es decir, aquella lógica que piensa los elementos y sus múltiples relaciones como una realidad corpórea a partir de intensidades virtuales, algo semejante a la pulsión de muerte freudiana, que «significa precisamente que la tendencia más radical de un organismo vivo es mantener un estado de tensión, evitar la relajación final al obtener un estado de homeostasis plena» [11].

Según Zizek, éstas dos lógicas conducirían a prácticas sociales y políticas distintas: por un lado, «la ontología del devenir productivo conduce claramente hacia el tema izquierdista de la autoorganización de la multitud en grupos moleculares que resisten y socavan los molares totalizantes de poder —la vieja noción de multitud espontánea, no jerárquica, viva, opuesta al sistema opresor—» [12]; por el otro, una ontología de la esterilidad del acontecimiento, la de la producción de seres en un campo estéril, pero que de algún modo aceptan un devenir que permite emerger esa realidad corpórea desde multiplicidades virtuales.

Zizek problematiza que en la distinción de la primera lógica que puede conducir al Cuerpo sin Órganos, justo para plantear que existe una subversión con la segunda lógica, es decir Órganos sin Cuerpo. Lo que permitiría profundizar en cómo la primera puede conducir a eternizarnos en la democracia, tal como ha ocurrido actualmente, donde los discursos subversivos son problematizados y llevados a una virtualidad que poco trasciende las esferas reales.

En todo caso, la apuesta sería conducirnos por el segundo camino, para tratar de establecer una distinción doble: En primer lugar, demostrar la imposibilidad de la democracia como concepto historicista y sedentario. En segundo, el buscar en la inversión de los Órganos sin cuerpo, un devenir distinto, partiendo de la inactualidad nietzscheana/deleuziana.

Para lograrlo, intentaremos realizar un despliegue que nos permita romper con el velo conceptual de la fatídica democratización mundial, la cual parece indicarnos que la felicidad y el nuevo modelo están siempre por llegar o peor aún en el que las multiplicidades (entendidas como multiculturalismo, pluralidad de discursos, multipartidismo, etc.) son sometidas siempre a un concepto que generan una esterilidad. Por tal razón, la primera ontología sería infructífera, puesto que se correría el riesgo de aceptar esta disolución y terminaría por abrazar la organización de grupos moleculares contra los molares totalizadores, con la cual estaría completa la trampa del núcleo problemático de la democracia actual, ya que parece ser un nuevo totalitarismo sin totalitarismo.

LA DEMOCRACIA EN LA IMAGEN DOGMÁTICA DEL PENSAMIENTO

Para explicar por qué, a nuestro juicio, la Democracia está atrapada por el concepto de la imagen dogmática del pensamiento debemos concebir que la idea deleuziana del pensar es distinta de la manera común, pues, esta última propicia que la elaboración de conceptos posibilitará dotar de orden al mundo, lo cual aplicaría e implicaría a la parte política. En otras palabras, Deleuze está en contra de «la imagen clásica que el pensamiento da de sí mismo, el modelo representativo» [13].

Para poder comprender el posicicionamiento deleuziano, contra la imagen dogmática del pensamiento, debemos atender la idea que desarrollará en su obra Diferencia y Repetición, esbozada a partir de ocho postulados, con la cual intentará demoler el edificio conceptual del pensamiento representativo clásico [14] :

1. El postulado del cogitatio natura universalis: es el presupuesto del que brota, con Descartes, la filosofía moderna; aquel que entroniza las verdades del sentido común como base de toda la reflexión filosófica: afirmando la buena voluntad del pensador y de la naturaleza recta del pensamiento.

2. Es el del ideal o del sentido común: el que considera la concordia de todas las facultades para garantizar el acuerdo entre estas y el objeto exterior.

3. Del modelo o del reconocimiento: según el cual conocer siempre sería reconocer.

4. Contra la representación: según la cual se determina la representación como elemento mayor y envite del pensamiento, es el que permite que toda la diferencia sea sometida a la identidad en el concepto.

5. La cuestión de lo negativo o el error: en la que se pone cualquier error como lo negativo al pensamiento.

6. Sobre la función lógica o la proposición: privilegia la designación como lugar de la proposición donde reside la alternativa mayor del pensar en verdadero o falso.

7. De las soluciones: que afirma la primacía de las soluciones sobre los problemas.

8. El resultado del saber: pone como fin y resultado el conocimiento, el saber y no el aprender.

* * *

Según Deleuze, todos los postulados actúan en silencio y producen la imagen dogmática del pensar, pues «aplastan el pensamiento bajo una imagen que es la de lo mismo y lo semejante en la representación, pero traicionan lo más profundo de lo que significa pensar, anulando las potencias de la diferencia y la repetición» [15].

Deleuze parece ser claro, pues, opone la cuestión del saber con el aprender, sin embargo, no niega que aún en ésta explicación, se encuentren las posibilidades de un distinto camino. Lo que privilegiará, una nueva forma de pensar reside en una acepción dialéctica en los postulados, es decir, que uno sería parte de su naturaleza y otro propuesto por el pensamiento filosófico. En todo caso, al tratarse de una cuestión dialéctica, permite el acceso de una perspectiva problemática, lo cual lo lleva a entender el pensamiento como algo conflictivo, caótico que produciría un pensamiento sin imagen, como una potencialidad generativa.
(Continua página 2 – link más abajo)

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