Literatura Cronopio

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Febrero

FEBRERO

Por Sebastian Molina*

1.

—Primer día, en la mañana (bueno, así es mi horario matutino).

Te estuve esperando mucho tiempo. Solía pasar los días y las noches añorando tu aroma, tu insolencia irremediable, ese pequeño pero dulce movimiento que repites cada diez o quince minutos, hundiendo sutilmente tu labio inferior al tiempo que tu lengua dibuja una especie de cuestionamiento sobre él. Además porque siempre elegí como respuesta un beso. No solo hacía eso —pensarte—. Digo, también, estaba la renta que no se pagaba sola, por el simple hecho de que la vida exige sacrificio, aunque no lo exija en todos los casos y para todas las ocasiones. Pero eso sí, de algo estoy bien seguro, a todos por lo menos en algún momento de la vida nos invade profundamente la tristeza y también la alegría. El tiempo lo único que hace es transcurrir. Además, si no fuese así, no habría sucesos qué detallar, ni batallas qué cumplir.

Había un cuadro en la sala, pero tuve que bajarlo y ponerlo contra la pared atrás del mueble principal. Realmente no soporto ver una figura humana sin humanidad, sin frialdad o calidez, sin pretensiones, sin comodidad… Pero, ¿en qué estaba pensando el artista cuando pintó a Jesucristo y sus doce apóstoles, sentados con incomodidad y además en poses humanamente imposibles en algunos casos, bajo un sol radiante de colores inestables que no causa una solo sensación sobre los rostros inexpresivos que están poblando la pintura?… ¿Qué estaba pensando yo cuando lo puse ahí? Quizá simplemente lo puse, y su destino era demostrar que el arte también falla a veces.

Me presento formalmente. Soy Pablo A. Escudero, o como diría el respetable sistema de mierda en el que vivo, doce millones y algo. Aunque realmente prefiero ser llamado Pablo. Soy un buen tipo. Digo, tengo mis pasiones, y unas pocas desviaciones de considerable magnitud en la razón. Más que nada cuando estoy frente a una mujer despampanante, que logre interrumpir mi paso desapercibido sobre el tiempo, y me obligue a admirar su belleza, a detallar su manera de existir —eso me sucede muy seguido—. Lo raro del caso es que no me queda nada mal perder la razón, por lo general siempre termino diciendo las palabras precisas ¿qué se yo?, simplemente cumpliendo las labores estrechas que la casualidad necesita para narrar eventualmente historias fascinantes, conmigo.

Acabo de levantarme y noto un poco de desorden en el apartamento, lo cual es terrible pues son las doce y treinta de la tarde, y quizá esté por llegar el negro. Quedamos de ensayar esta tarde. Pues parece que hay una especie de competencia y quiere incluir a la banda.

—Más tarde…

A veces siento que de repente alguien me observa, y se esconde bajo las miradas de la vida ¿Qué se yo? Espejos, estatuas, palomas…

—En la noche (y es una de esas noches frías, irremediablemente frías)…

Esta tarde el ensayo con la banda estuvo bastante bien. Por un momento pensé que estaba volando sobre notas musicales, y que a mi alrededor solo había paz y un poco de guerra —para que no se pierda la sutileza de la vida—. La luna está sobre mí como de costumbre, hay un par de recuerdos por ahí jugando a ser inolvidables y pretendiendo no más que mi nostalgia. Es normal dejar que el tiempo a veces tome esa tonalidad nostálgica, dejar que irrumpan sin precisión alguna los silencios que lleva consigo la noche, que de repente su transcurrir adquiera ese misterioso sentido difícil de explicar, pero aterradoramente inevitable, que es la tristeza… y luego sonreír y fumar un cigarrillo para recordar que la vida suele tener esos matices de amargura y que, a pesar de todo, algunos de ellos se desarrollan con dulzura.

2.

—Segundó día, es grato escribir un poco hoy. A veces siento que es como una adicción…

Bueno, podría hablar un poco de mi vida para que comprendas mejor todo. Nunca he soñado con cumplir sueños, aunque de cuando en cuando me quede tiempo para tomarlo como una posibilidad. Mi niñez no fue tan complicada, es solo que la ausencia de cualquier vínculo familiar diferente a mi abuela se hacía notar un poco en mis largas horas de infancia.

Llegué a conocer con tanta precisión su torpe manera de existir, era como si su vida se desarrollara en un teatro. ¿Los espectadores? Eran fantasmas perdidos en el tiempo… Mis padres murieron en un accidente cuando yo tenía seis meses de vida —eso fue lo que me dijo la vieja—. Ella se había propuesto levantarme en contra de cualquier pronóstico negativo que dictara la sociedad sobre mí. Eso sí, siempre me resultó extraño que mi abuela no me dejara salir nunca de la casa…

—Sentado sobre el pasto, viendo un hermoso atardecer…

Dejé de escribir temprano porque una buena tarde estaba tocando a mi puerta. Era Samanta, y juro que me encanta como coordina sus movimientos con el ambiente, me gusta mucho como ella irrumpe a veces en mi tiempo libre —que es todo el tiempo—.

—Otra noche fría, es inevitable…

Bueno, admito que hoy mientras besaba a Samanta, y antes de tocar sutilmente sus pechos para sentir sus pezones firmes —con la firmeza del placer— recordé por un momento como adoraba tus pantorrillas y el gesto que hacían los dedos de tus pies, como una especie de danza, mientras hacíamos el amor… También es dulce hacerle el amor a Samanta, además porque su manera de existir es tan dulce, pero su manera de hacer el amor tan tosca. Resulta casi perfecta…

* * *

El presente texto hace parte de la novela «La guerra de papel», que fue publicada en febrero de 2017.

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* Sebastián Molina Restrepo (1993). Escribió su primer libro en sus años de bachillerato, publicado en 2013. Tiene estudios de Ingeniería física y de Antropología. Se dedica a la escritura a la par con su trabajo.

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