EL PRÓLOGO DE ANDREAS OSIANDER A «DE REVOLUTIONIBUS ORBIUM COELESTIUM»
Por José Antonio Gómez Di Vincenzo*
EL TEXTO PERDIDO
Al lector sobre las hipótesis de esta obra
Divulgada ya la fama acerca de la novedad de las hipótesis de esta obra, que considera que la tierra se mueve y que el sol está inmóvil en el centro del universo, no me extraña que algunos eruditos se hayan ofendido vehementemente y consideren que no deben modificar las disciplinas liberales constituidas correctamente ya hace tiempo. Pero si quieren ponderar la cuestión con exactitud, encontrarán que el autor de esta obra no ha cometido nada por lo que merezca ser reprendido. Pues es propio del astrónomo calcular la historia de los movimientos celestes con una labor diligente y diestra. Y además concebir y configurar las causas de estos movimientos, o sus hipótesis, cuando por medio de ningún proceso racional puede averiguar las verdaderas causas de ellos. Y con tales supuestos pueden calcularse correctamente dichos movimientos a partir de los principios de la geometría, tanto mirando hacia el futuro como hacia el pasado. Ambas cosas ha establecido este autor de modo muy notable. Y no es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que se basta con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones, a no ser que alguien sea tan ignorante de la geometría o de la óptica que tenga por verosímil el epiciclo de Venus, o crea que esa es la causa por la que precede unas veces al Sol y otras le sigue en cuarenta grados o más. ¿Quién no advierte, supuesto esto, que necesariamente se sigue que el diámetro de la estrella en el perigeo es más de cuatro veces mayor, y su cuerpo más de dieciséis veces mayor de lo que aparece en el apogeo, a lo que. Sin embargo, se opone la experiencia de cualquier edad? También en esta disciplina hay cosas no menos absurdas o que en este momento no es necesario examinar. Está suficientemente claro que este arte no conoce completa y absolutamente las causas de los movimientos aparentes desiguales. Y si al suponer algunas, y ciertamente piensa muchísimas, en modo alguno suponga que puede persuadir a alguien [en que son verdad] sino tan sólo para establecer correctamente el cálculo. Pero ofreciéndose varias hipótesis sobre uno sólo y el mismo movimiento (como la excentricidad y el epiciclo en el caso del movimiento del Sol) el astrónomo tomará la que con mucho sea más fácil de comprender. Quizás el filósofo busque más la verosimilitud: pero ninguno de los dos comprenderá o transmitirá nada cierto, a no ser que le haya sido revelado por la divinidad. Por lo tanto, permitamos que también estas nuevas hipótesis se den a conocer entre las antiguas, no como más verosímiles, sino porque son al mismo tiempo admirables y fáciles y porque aportan un gran tesoro de sapientísimas observaciones. Y no espere nadie, en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de la astronomía, pues no puede proporcionarlo; para que no salga de esta disciplina más estúpido de lo que entró, si toma como verdad lo imaginado para otro uso. Adiós.
De revolutionibus…
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De revolutionibus Orbium Coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) es el principal trabajo del astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473 – 1543) y la obra que inaugura la llamada Revolución Científica del Siglo XVII. Revolución que, paradójicamente, comienza en el siglo XVI, específicamente en 1543, con la publicación de dos grandes libros, el texto de Copérnico anteriormente aludido y De humani corporis fabrica, un tratado de anatomía escrito por Andrés Vesalio (1514 – 1564).
Es tan destacado el peso que el trabajo de Copérnico tiene en la historia de la ciencia que el público en general suele haber oído hablar de la Revolución Copernicana pero muy poco o nada de la Revolución Científica del Siglo XVII. Sin ir más lejos, un ex presidente hacía uso y abuso del término Revolución Copernicana y cada tanto, mechaba alguna mención a las grandes obras «escritas» por Sócrates pretendiendo darse con esto tono de intelectual pero perdiendo de vista el dato no menor de que Sócrates nunca escribió ningún texto y lo que sabemos de su filosofía nos llega gracias a los escritos de su discípulo Platón.
Como quiera que sea, llamamos Revolución Científica del Siglo XVII a un extenso período que, como decíamos, se abre tras la publicación de De revolutionibus y De Humani corporis fabrica y culmina con la edición de los Principia de Newton, en 1687. La revolución científica del siglo XVII no representó solamente la aparición de nuevas teorías, sino también y principalmente, un cambio en la imagen metafísica del mundo, modificaciones profundas en la forma de concebir y fundamentar el conocimiento y una reflexión sobre el método adecuado para construir conocimiento. Por otro lado, dicho cambio en la cosmovisión surge condicionado por la impronta de una nueva forma de pautar la producción, dada la influencia de la burguesía en su ascenso y a la vez, refuerza, alimenta y promueve nuevos cambios y transformaciones no sólo en la producción material de los medios de subsistencia, sino también espiritual, estableciendo de este modo una dinámica que, en definitiva, revolucionará las relaciones sociales siendo funcional a los intereses burgueses. Por otra parte, la producción científico-tecnológica en el mundo contemporáneo adquiere ciertas características que le son propias y se hallan fuertemente relacionadas con el modo en que se lleva a cabo el proceso productivo en la sociedad capitalista. Dichas características tienen su génesis en las transformaciones que se operan en el tránsito del feudalismo a la modernidad.
ACERCA DEL PRÓLOGO Y EL TRANSFONDO
En este artículo, por una cuestión de espacio, no nos extenderemos profundizando en todos los riquísimos tópicos relacionados con este proceso que marca el tránsito hacia la modernidad. Concentraremos nuestra atención sólo en un hecho, intentando con esto decir mucho acerca de los debates propios del período. La idea es que en la historia social de la ciencia a veces algunas cuestiones pequeñas pueden iluminar o mostrar muchas de las problemáticas que debieron afrontarse en todo un período. Es siguiendo esta convicción que diremos algunas palabras sobre el famoso prólogo escrito por Andreas Osiander (1498 – 1552) a De Revolutionibus.
Osiander, teólogo protestante y editor literario, se tomó el atrevimiento de redactar un prólogo al texto de Copérnico antes de editarlo. Osiander nunca tuvo la aprobación de Copérnico para prologar su libro y tampoco firmó el prefacio, de manera que el libro circuló en las universidades y cortes europeas con un prólogo agregado de facto y anónimo durante algún tiempo. Posteriormente fue otro astrónomo, Johanes Kepler (1571 – 1630), quien demostró que el prólogo hasta entonces anónimo había sido agregado intencionalmente por el editor luterano.
El trabajo de Copérnico, al presentar el modelo heliocéntrico (el Sol en el centro del sistema), representaba una ruptura profunda respecto al modelo geocéntrico (la Tierra en el centro del sistema) y al estatismo terrestre sostenido por los aristotélicos y la Iglesia. Poniendo a la Tierra en movimiento junto al resto de los planetas todos en órbita alrededor del Sol, Copérnico revolucionaba mucho más que la astronomía. Andreas Osiander sabía que esto podía representar serios problemas tanto para el autor como para el editor. Es importante tener en cuenta que la Iglesia y el poder terrenal, que se fundaban en principios teológicos, sostenían el modelo aristotélico y que la verdad del conocimiento, por aquel entonces, se fundaba en aquello escrito en los textos sagrados o formulado por los filósofos cercanos al dogma. El conocimiento era inmutable y se obtenía leyendo la Biblia o a los filósofos consagrados. Debemos esperar a la modernidad y el triunfo de la burguesía para que el conocimiento comience a ser visto como resultado de un proceso de investigación realizado por el sujeto, un sujeto capaz de transformar el mundo según sus intereses y las instituciones surjan como un artificio creado por los hombres, fundamentadas no teológicamente sino secularmente por la vía racional. Todas las características políticas y gnoseológicas de la época hacían difícil la recepción de un libro como De Revolutionibus.
Osiander, antes de editar el texto, se puso en contacto con Copérnico. En una carta le recomendaba a Copérnico apelar a una clásica distinción vigente por aquel entonces: la distinción entre astronomía y cosmología. La astronomía era una ciencia basada en cálculos pero que no asumía ningún compromiso con lo real. Su objeto era sólo establecer los procedimientos geométricos y matemáticos propicios para realizar buenas anticipaciones. En cambio, la cosmología explicaba el mundo tal como era.
Básicamente, lo que el prólogo plantea es que lo que el lector encontrará en el libro que está a punto de leer son simplemente un conjunto de hipótesis útiles para desarrollar buenos cálculos que permitieran la confección de un calendario más preciso y mejores anticipaciones en cuanto a las sucesivas posiciones de los astros. Osiander buscaba desligar a Copérnico de cualquier compromiso con lo real. Sostenían que el lector no debía ofenderse por las tesis por él expuestas, dado que no tienen ningún asidero en la realidad. No es la tarea del astrónomo explicar el mundo tal cual es.
Osiander abre, por así decir, el paraguas. Quiere suavizar las controversias religiosas provocadas por el abandono del geocentrismo. Sabe que el libro es un libro revolucionario pero quiere al mismo tiempo que su contenido se difunda. Está al tanto de que los hallazgos realizados por Copérnico permitirían introducir innovaciones revolucionarias para la época, posibilitando mejoras en el modo de pautar los procesos productivos en todos los campos. Por eso toma recaudos y apela a la distinción entre el carácter instrumental de las teorías y el realista.
En sintonía con lo que plantea en su carta a Copérnico, Osiander utilizará como paraguas el hecho de presentar el trabajo del astrónomo desde una visión instrumental. Esta perspectiva no implica ningún compromiso con la realidad. Puede decirse que la Tierra se mueve, puede pensarse que se mueve y puede ponérsela mentalmente incluso en movimiento pero sólo para a partir de allí realizar cálculos más eficientes que permitan más y mejores anticipaciones. Con esto lo que Osiander logra es dejar sentado que lo que el libro dice no es la realidad. La realidad sigue siendo tal como se plantea en los textos sagrados y como sostiene el poder.
Realizar buenas predicciones era fundamental para la época por distintos motivos. Uno de ellos, tal vez el de mayor peso, para saber en qué sector del cielo estaría un planeta en determinado período del año. Esta información era importante para el astrólogo cortesano quien debía anticipar con precisión en qué casilla del zodíaco estarían los astros en el momento en que su señor pensaba realizar, por ejemplo, una campaña militar. De lo que se trataba era de poder hacer un buen presagio y si es posible acertar en el resultado. Si la campaña se realizaría en verano (casi siempre era así por una cuestión de conveniencia) y el señor quería saber cuál sería su destino al momento de decidir la empresa, tal vez meses antes de ponerse en campaña, entonces, era preciso para el astrólogo no errar en la ubicación que los astros tendrían en el mapa del cielo al momento de la batalla. Otro motivo menos fantástico y más terrenal estaba dado por el hecho de que poder medir mejor la posición de los astros permitía la elaboración de calendarios más precisos. Estos son fundamentales, por ejemplo, para mejorar los métodos de siembra y obtener mejores cosechas.
No queda del todo claro si Osiander quería cubrirse evitando la persecución de la Iglesia o su intención era salvaguardar la difusión de la obra de Copérnico. Es probable, y con esto entramos en el terreno de las conjeturas, que Osiander, empleando las tesis instrumentalistas [1], haya logrado ambas cuestiones. Sin duda se ponía a cubierto. Pero también, Osiander era un clérigo protestante, un progresista para la época, un habitante del norte pujante de Europa, un representante de una nueva forma de ver el mundo que sabía que no podía detenerse la historia y que todo aquello que permitiese revolucionar la producción sería funcional a los intereses de una burguesía en ascenso. Tal vez, el mismo Osiander haya tenido sus propias contradicciones. No lo sabemos. Lo cierto es que el libro de Copérnico se editó y lentamente, fue siendo cada vez más leído en los ámbitos intelectuales, convirtiéndose en una obra de referencia para todos los interesados en los problemas fundamentales en ella planteados. Pero no sin resistencia. De hecho, muchos astrónomos utilizaron sus cálculos sin reconocer el movimiento de la Tierra y sosteniendo inquebrantablemente el modelo geocéntrico.
En cuanto a la tensión entre instrumentalismo y realismo que Osiander dejara planteada en el famoso prólogo, cuentan que en las universidades europeas, todavía hoy se encuentran ejemplares de De Revolutonibus con su primera hoja (aquella en la cual se encontraba el prólogo) arrancada y dicen que quienes recorrieron las universidades extirpando las hojas del prólogo apócrifo fueron Georg Rheticus (1514 – 1576), el más antiguo discípulo de Copérnico junto con sus estudiantes descontentos con los planteos esgrimidos allí por el editor fuertemente convencidos de que el Sol realmente se encuentra en el centro del sistema y que la Tierra efectivamente se mueve.
NOTA
[1] El instrumentalismo es una posición filosófica que sostiene que las teorías y modelos científicos no pretenden o no buscan representar la realidad tal como es, sino que son más bien instrumentos o herramientas para manejarse en el mundo. En oposición, desde la perspectiva del realismo la leyes, hipótesis o teorías tienen estatus ontológico y son reales.
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* José Antonio Gómez Di Vincenzo es docente e investigador del Centro Babini, Escuela de Humanidades, UNSAM, Argentina. Se graduó como Licenciado en Educación en la UNSAM. Cursó sus estudios de posgrado en la UNTREF, obteniendo el título de Dr. en Epistemología e Historia de la Ciencia con la tesis doctoral «Estudio sobre la relación entre ciencias biomédicas, tecnologías y orden social. Biotipología, educación, orientación profesional y selección de personal en Argentina entre 1930 y 1943». Ha participado en numerosos congresos como expositor y tiene publicados una serie de artículos en revistas académicas y libros de texto tratando diferentes problemáticas propias del campo de la Filosofía y la Historia de la Ciencia y la Tecnología. Desde 2007 es investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica «José Babini» y docente en la Escuela de Humanidades de la UNSAM.