Literatura Cronopio

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La urdimbre de satanas

LA URDIMBRE DE SATANÁS

Por Julio García Ventureyra*

[x_blockquote cite=»1Juan 3:8″ type=»left»]«Se manifestó el hijo de Dios: para destruir las obras del diablo».[/x_blockquote]

¡Maldita sea…! ¡Una y mil veces la maldigo… sin cansarme de hacerlo!

¡Es tan grande el odio que siento por ella!

¿Por qué?

Por haberme robado a mi papá. ¡Viejo tonto que se dejó convencer!

¿Por qué?

Por anhelar los bienes que me corresponden y… algo más, por ser frívola y soberbia conmigo. Son motivos por demás suficientes para lo que hice. ¡Tantas veces la maté!

Con la pistola de un disparo certero al corazón, cuando la empujé por aquella escalera interminable y rodó hasta el final, o el día que estando desprevenida provoqué su caída desde la terraza de aquel alto edificio, donde con un grito se perdió en el vacío.

¡Qué placer intenso!

Pero será superior ahora que estos sueños están a un paso de convertirse en realidad, y pocas horas faltan para ello.

¡Mamá querida! Tuviste que abandonarme…

Irte para siempre cuando más te necesitaba, por culpa de esa cruel enfermedad. Papá después se sintió desconsolado y quiso reemplazarte casándose con esta intrusa que nada significa comparándola con vos.

¡Si supieras que te estoy necesitando más que nunca!

¡Eramos buenas amigas! Podía confiar a ciegas en tus consejos.

Haberte perdido siendo adolescente es un dolor difícil de llevar.

Las cosas que tendría que decirte… ¿Te acordás de Ricardo, aquel flaco simpático que te quería cuando íbamos al secundario?

Es mi novio desde hace tiempo, y también está en el plan para vengarte. Sí… juntos preparamos la trampa para eliminarla mortalmente… ¡y lo hicimos para que nada falle!

Ricardo —a quien para convencerlo tuve que amenazar con dejar de tener relaciones y romper— fue quien estableció el día que tendríamos el encuentro con aquel siniestro personaje que prefiero no recordar, ni volver a ver en mi vida; y por la suma que le dí, se dispuso llevar a cabo el «trabajo». Sí, se comprometió para hacerlo rápido, fulminante. Apostándose en una terraza y esperándola llegar.

¡Por fin!

¡Terminar de una buena vez con esa mujer!

Un áspero sonido la sacó de sus profundas cavilaciones en la penumbra del departamento. Recordó entonces que Luisa había quedado en venir a buscarla esa tarde. Le dijo por el contestador que bajaba; aferró una campera que estaba sobre un sillón, y pronto estuvo en la calle subiendo en el automóvil de su amiga.

Cuando llegaron a un gran descampado, una verdadera multitud escuchaba al predicador. A Luisa le habían recomendado la presencia del orador en la ciudad; era la palabra de Jesús para Argentina, y movida por la curiosidad le pidió a Gabriela que la acompañara.

—Dijo Jesús: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», Mateo dieciocho veinte —leyó el perdicador en la Biblia, y agregó: —Y donde hubo guerra que haya paz, donde hubo odio que haya amor…

Gabriela comenzó a sentirse extraña en medio de la muchedumbre que aclamaba a Cristo, oía las prédicas y entonaba alabanzas. ¿Acaso… se advertía una presencia especial inundando el lugar? ¿Qué era realmente lo que le estaba sucediendo? No le dio importancia, tal vez no sería más que alguna sugestión o emoción momentánea.

¡Nadie de este mundo podría cambiar sus planes! ¡Absolutamente nadie!

Cuando se fueron del lugar y mientras el auto andaba, no podía dejar de oír uno de los cánticos que había quedado dentro suyo. Era una hermosa melodía… y esa frase «Donde hubo odio que haya amor», también seguía escuchándola.

—¿Qué te sucede? —le preguntó Luisa que manejaba. —¿Te quedaste callada? ¿No te sentís bien?

Gabriela se esforzaba por disimular, pero al no lograr contenerse estalló en sollozos. Luisa se sorprendió al verla, advirtiendo que algo raro le sucedía a su íntima amiga. Estacionó el vehículo en la misma avenida por la que circulaban, y atónita, escuchó la historia que entre llantos le relató su amiga que ya no soportaba su lucha interior.

—¡Es un tremendo disparate! —estalló Luisa al oír la confesión. —¿Tanto pudo cegarte el odio para maquinar algo así? ¿Te das cuenta? ¿Querer eliminar a un ser humano porque no nos cae bien? ¿Matar…? ¿Hasta dónde llega la maldad? ¡Podría ser tu madre… o la mía!

Gabriela continuaba sintiéndose muy mal.

—No sé si los milagros existen… —siguió Luisa. —Pero sí estoy convencida que Dios te puso su mano para que me lo hayas relatado y hasta puedas arrepentirte; no podemos perder ni un instante, hay una vida por medio que salvar… una preciosa vida como lo son para nuestro Creador. ¡Vamos… ya mismo! ¡Si es que todavía logramos llegar a tiempo!

El auto partió veloz en una vertiginosa carrera contra el demonio. Cuando llegaron y descendieron, corrieron sin cesar por la soleada playa de etacionamiento, por la calle entre la gente, y cruzaron la avenida hasta llegar a un edificio horizontal.

Un ascensor estaba en los pisos altos, el otro no funcionaba; subieron a un tercero más pequeño.

Ascendía con una lentitud que parecía querer burlarse de la ansiedad que sentían.

Por fin, llegó.

Una puerta de madera daba a una larga galería de vidrio que siguieron tan apresuradas que Gabriela tropezó, cayendo.

Luisa le extendió su mano, y una vez que se hubo levantado la mantuvo aferrada de ella mientras corrían.

Desembocaron a una terraza desierta. Miraron hacia distintos lados. En uno de sus ángulos, un hombre se aprestaba a preparar un arma de largo alcance. Desde este sitio se vislumbraban perfectamente los fondos de la casa del padre de Gabriela.

—¡Eh… usted, oiga! —le gritó Gabriela con desesperación.

El hombre asustado, inmediatamente trató de esconder el arma.

—¡Los planes han cambiado, no tiene que matar a nadie! —siguió Gabriela. —¡Váyase…! ¡Váyase!

Al recordarla, no pronunció palabra, guardó el arma, y desapareció rápidamente. Luisa y Gabriela suspiraron con alivio.

—Querido… estuvo tu hija. Es amorosa… me abrazó fuerte, y estaba como emocionada… hacía tiempo que no la notaba así. Mañana salimos juntas a tomar el té y hacer algunas compras… ¡Y pensar que vos creías que no me quería…!

—¡La nena! —sonrió orgulloso a su esposa el padre de Gabriela que recién llegaba a la casa.

—¡Cuántas veces juzgamos mal a las personas premeditadamente y sin motivos; pero yo… siempre supe que tiene un corazón de oro, por algo es hija mía!


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* Julio García Ventureyra nació en Argentina, donde reside en la actualidad en la ciudad de Bahía Blanca. Es autor de cuentos publicados en revistas y suplementos literarios, novelas y guiones cinematográficos, primero para cortometrajes: «El nutriero», basado en un cuento y que obtuvo una mención en un Festival Internacional de Cortos en Torrelavega (Santander, España), y posteriormente para largometrajes, donde, como en los anteriores, participó como guionista y como director de cine: «Desafío al coraje», largometraje en color de temática policíaca, que se filmó hace años en las cercanías de Bahía Blanca, y que se exhibió en cine y TV, ya que el Canal Volver de Buenos Aires tiene los derechos de explotación del filme, que se emite cada tres o cuatro meses, así como en el video–club del Consulado Argentino en Barcelona.

Obras publicadas:
Cuentos con final feliz (Madrid 2005) Ediciones Scherezade
La nieve y el fango /novela) (Madrid 2007) Editorial Scherezade
La Misionera de los Desamparados (Novela sobre Naty Petrosino) Editorial Casa Eolo (España)

Correo-e: juliogarciaven@hotmail.com

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