Sociedad Cronopio

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El poder politico el surgimiento de las elites gobernantes

EL PODER POLÍTICO, EL SURGIMIENTO DE LAS ÉLITES GOBERNANTES Y NUESTRA ESTRUCTURA PSÍQUICA

Por Hugo Celso Felipe Mansilla*

Probablemente no existe una constante antropológica que obligue de forma inevitable a los seres humanos a construir estructuras permanentes de control social y estratos dirigentes privilegiados en todos los ordenamientos sociales, incluidos los socialistas y populistas. Es casi inútil indagar por las causas últimas de esta evolución universal. En sus trabajos de investigación etnográfica, Pierre Clastres llegó a la conclusión de que los indígenas sudamericanos tupi-guaraníes habrían edificado un modelo de convivencia que premeditadamente renuncia a las jerarquías estables de mando y prestigio y a los mecanismos estatales de disciplinamiento y organización. Los tupi-guaraníes habrían contrapuesto espontánea y exitosamente una sociedad libre a un Estado opresor [1]. La realidad de estas etnias, sobre todo en el siglo XXI, es seguramente más prosaica y menos deslumbrante que lo imaginado por Clastres: hoy en día los tupi-guaraníes (en Brasil, Bolivia y Paraguay) están sometidos a las coerciones de la modernidad, entre ellas la expansión del mercado y la existencia cotidiana influida por los medios contemporáneos de comunicación, las pautas de consumo masivo y el crecimiento incesante de los centros urbanos. Su modo de vida se halla en la actualidad muy alejado de los anhelos y las fantasías de los intelectuales.

Frente a esta constelación, signada por una caracterización demasiado optimista de la naturaleza humana, es conveniente hacer la siguiente reflexión. El reconocimiento de la índole ambivalente del Hombre podría significar un aporte —teórico y obviamente provisional— para entender mejor la complicada y persistente trama del poder político, que se manifiesta como tal por debajo del manto ideológico constituido por ilusiones utópicas, doctrinas igualitaristas, programas comunistas y prácticas populistas. Es un lugar común el mencionar el hecho de que las estructuras de dominación resultaron ser particularmente opresivas allí donde el dogma oficial había proclamado el fin de la lucha de clases, la eliminación de las diferencias sociales y la abolición del Estado como metas normativas de los designios revolucionarios.

Basados en una visión sobria y realista del ser humano y de sus modelos reiterativos de comportamiento, varios enfoques teóricos atribuyen a las masas una predisposición constante a una «servidumbre voluntaria» [2]. Teorías afines consideran que las élites gubernamentales poseen una propensión estable a una libido dominandi. Utopistas y revolucionarios han exhibido a lo largo de toda la historia una curiosa y obstinada tendencia a dejarse fascinar por el poder político y sus prerrogativas, ante todo por la posibilidad de poder disponer sobre hombres y recursos. Los discursos legitimatorios no han variado gran cosa desde los anabaptistas de Münster (1534) hasta los preclaros pensadores al servicio del socialismo científico en Cuba o Corea del Norte. Sigmund Freud vio acertadamente que la libido dominandi y la capacidad de ejercer constricciones sociales efectivas sin recurrir necesariamente a la violencia manifiesta están correlacionadas con la psicología de las masas. El Hombre en cuanto miembro de un grupo se comporta, en líneas generales, de manera diferente a la de un individuo aislado; la naturaleza gregaria y maleable de las masas tiene que ver con la relajación de los mecanismos internos de control de los impulsos, con la dilución de la consciencia moral y del sentido de responsabilidad, con un sentimiento difuso de omnipotencia, con su carácter cambiante y crédulo y finalmente con la transposición del yo ideal en favor de un caudillo carismático [3].

La aparición de jerarquías con amplias prerrogativas de todo tipo se ha dado ampliamente, sin una sola excepción, en todas las experiencias de reforma política radical. Y es relevante constatar, como ya se mencionó, que este fenómeno ha sido anticipado y justificado por las teorías utopistas. En última instancia, el núcleo del proyecto utópico se reduce a la dimensión de la mística, desde donde no molesta la edificación real del socialismo o del populismo en la praxis [4].

Los grupos y cenáculos, que luego conforman la clase dirigente en regímenes populistas y socialistas, provienen mayoritariamente de los estratos medios, y se distinguen a causa de una relación ambivalente con respecto a las clases altas tradicionales. Sienten envidia por su dinero, su poder y sus privilegios fácticos, y simultáneamente anhelan su eliminación. O, de modo más realista, su suplantación. Ernst Bloch, el gran filósofo que combinó el marxismo con el pensamiento utópico-religioso, describió adecuadamente esta ambigüedad. Los representantes de las clases altas serían como «ídolos» que encarnan las posibilidades del destino vital (riqueza, placeres, posición) que codician los miembros de los otros estratos sociales menos favorecidos [5]. Al tomar el lugar de las antiguas élites, las nuevas dirigencias populistas y socialistas renuncian a los oropeles de aquellas, a los aspectos aristocráticos, a la estética tradicional y a los valores de distinción de las clases altas desplazadas, pero se apropian de los factores centrales ya mencionados: el poder, el dinero y los privilegios fácticos.

La doctrina del igualitarismo se transforma en un mecanismo ideológico con residuos folklóricos, pero en uno muy efectivo desde la perspectiva instrumental de la consolidación y preservación del poder. Pese a los principios del igualitarismo, las nuevas élites políticas de los regímenes radicales se consagran, con una energía digna de mejores fines, a la consecución de intereses particulares, como son la obtención de puestos y prebendas, la adquisición de espacios políticos y prestigio social y, por supuesto, la acumulación de dinero e ingresos, aunque esto último no conlleve necesariamente el convertirse en propietarios de medios de producción [6]. La formación de las nuevas élites, sus valores reales de orientación y sus actuaciones cotidianas y reiterativas constituyen fenómenos que no han encontrado el interés analítico de los intelectuales progresistas. El particularismo egoísta de las nuevas élites conforma una temática que merecería estudios más amplios y de tipo comparativo. Estudiando las pautas clásicas de comportamiento colectivo, se puede decir que el éxito y la astucia de las nuevas clases dirigentes resultan posibles sólo a causa de la ingenuidad y maleabilidad de los estratos inferiores de la sociedad respectiva.

La «auto-organización de la envidia» —expresión de Wolfgang Kersting para designar el principal efecto del igualitarismo— se origina cuando los astutos encubren sus «bajos motivos» mediante una estrategia que canta las alabanzas de la igualdad social para conseguir metas que traicionan a esta última [7]. El egoísmo particularista de las nuevas élites va de la mano de la carencia de capacidades innovadoras en casi todas las esferas, salvo en las destrezas para la manipulación de las masas. Una vez en el gobierno, estas nuevas clases dirigentes son conservadoras en el sentido de reproducir rutinas y convenciones de vieja data, dedicadas a la preservación del poder. No han mostrado, por ejemplo, ninguna originalidad en el tratamiento de asuntos ecológicos, lo que tiene que ver directamente con su incapacidad para concebir y analizar temáticas de largo plazo, que son a menudo problemas derivados de las limitaciones humanas. En los experimentos del nuevo orden (como en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, y también en Cuba) las dirigencias revolucionarias exhiben la misma arrogancia de las antiguas clases altas con respecto al pueblo llano, y mediante los privilegios fácticos establecen una considerable distancia con respecto a las capas sociales que dicen representar.

Se puede afirmar que las nuevas élites son, en general, menos eficientes que las anteriores en el manejo del aparato estatal, en la creación de una estética pública aceptable y en el ejercicio de una ética de genuino servicio a la comunidad. Finalmente hay que señalar que estas élites tienen mayoritariamente un sistema de cooptación para el reclutamiento de sus miembros, el cual funciona siguiendo criterios de fidelidad y azar, es decir utilizando los dos procedimientos más habituales y convencionales para la conformación de grupos cerrados y exclusivos. Por ello los integrantes exitosos de estas clases dirigentes no se destacan por cualidades intelectuales o morales, sino por una mediocridad rutinaria. Nihil novum sub sole.

NOTAS

[1] Pierre Clastres, La société contre l’état. Recherches d’anthropologie politique, París: Minuit 1974, pp. 161-186.

[2] Étienne de la Boëtie, Über die freiwillige Knechtschaft des Menschen (Sobre la servidumbre voluntaria del Hombre), Frankfurt: EVA 1980; J. L. Talmon, Les origines de la démocratie totalitaire, París: Calmann-Lévy 1966.

[3] Sigmund Freud, Massenpsychologie und Ich-Analyse (Psicología de las masas y análisis del yo), Frankfurt: Fischer 1967, p. 13, 16, 19.

[4] Ivo Frenzel, Philosophie zwischen Traum und Apokalypse (La filosofía entre el sueño y el Apocalipsis), en: [sin compilador], Über Ernst Bloch (Sobre Ernst Bloch), Frankfurt: Suhrkamp 1968, pp. 17-41, especialmente pp. 28, 32-33; Martin Walser, Prophet mit Marx- und Engelszungen (El profeta con lenguas de Marx y Engels), en: ibid., pp. 7-16, aquí p. 7.

[5] Ernst Bloch, Spuren (Huellas), Frankfurt: Suhrkamp 1959, pp. 50-51.

[6] Existe una amplia literatura sobre la «clase estatal» o «burocracia del poder». Cf. Hartmut Elsenhans, Abhängiger Kapitalismus oder bürokratische Entwicklungsgesellschaft. Versuch über den Staat in der Dritten Welt (Capitalismo dependiente o sociedad burocrática en desarrollo), Frankfurt / New York: Campus 1981, pp. 20-27.

[7] Wolfgang Kersting, Kritik der Gleichheit. Über die Grenzen der Gerechtigkeit und der Moral (Crítica de la igualdad. Sobre los límites de la justicia y la moral), Weilerswist: Velbrück 2005, p. 62, 79, 81, 85.- La rehabilitación de la envidia tendría la misma estructura que la apología de la revolución violenta (ibid., p. 88).

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* Hugo Celso Felipe Mansilla, nació en 1942 en Buenos Aires (Argentina). Ciudadanías argentina y boliviana de origen. Maestría en ciencias políticas y doctorado en filosofía por la Universidad Libre de Berlín. Concesión de la venia legendi por la misma universidad. Miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Academia de Ciencias de Bolivia. Fue profesor visitante en la Universidad de Zurich (Suiza), en la de Queensland (Brisbane / Australia), en la Complutense de Madrid y en UNISINOS (Brasil). Autor de varios libros sobre teorías del desarrollo, ecología política y tradiciones político-culturales latinoamericanas. Últimas publicaciones: El desencanto con el desarrollo actual. Las ilusiones y las trampas de la modernización, Santa Cruz de la Sierra: El País 2006; Evitando los extremos sin claudicar en la intención crítica. La filosofía de la historia y el sentido común, La Paz: FUNDEMOS 2008; Problemas de la democracia y avances del populismo, Santa Cruz: El País 2011; Las flores del mal en la política: autoritarismo, populismo y totalitarismo, Santa Cruz: El País 2012.

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