Alfil Cronopio

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La piedra

LA PIEDRA

Por Marcel Hofstetter Gascón*

El día empezó muy temprano, antes del amanecer con una tranquila y entusiasta sesión de yoga, que comprendía, aparte de las asanas un espacio de relajación y uno de meditación. El mandatario se sentía en forma, a pesar de su largo mandato, y de su avanzada edad. Con el alba, se sintió vigorizado e inició el trasegar un día más por el país que no lo quería, a pesar de la buena obra de gobierno que su ego interior seguía argumentando sin pausa.

Cabizbajo, buscó el traje de rigor, recordó las palabras de su asesor de imagen sobre la importancia de vestir bien e impactar a sus interlocutores. Uno a uno se fue colocando los atuendos, sin dejar el más mínimo detalle al azar, ajustando la corbata con esmero inusitado. Se dirigió al comedor para desayunar cuando empezó a sentir la puya de una minúscula piedra en su pierna derecha. Siguió caminado pensando que se trataba de un doblez de la recién colocada media, hasta que logró asentarse en la silla veneciana que se erigía en la entrada. Se acomodó lo mejor que pudo, se quitó el zapato y con las yemas de las falanges buscó sin éxito el minúsculo elemento que le entorpecía el andar. Siguió buscando, se retiró el calcetín palpando la planta del pie libre de objetos. Con confianza, rearmó el traje completo con la dignidad de los de antaño, y se apoyó en el suelo con la firme esperanza de superar el escollo. Pero una vez más, sus esfuerzos fueron inútiles, porque contradecían los más elementales principios del razonamiento primate. -Si no hay objeto, no puede haber puya- masculló con profunda indignación.

La agenda del día se asomaba inexorablemente en el horizonte, y él con la puya a flor de piel. Desayunó un par de bocados del manjar servido, que por el destino no le supo a nada, y se devolvió en busca de un nuevo atuendo. Se cambió en cuestión de minutos y ya se disponía a atender las primeras citas cuando en el preciso instante sintió el dolor de una piedra del tamaño de un dado que prácticamente le imposibilitaba el andar. Procedió con la paciencia de los ermitaños para encontrar el dado en la planta del pie. Pero todo resultaba inútil. Tan pronto colocaba la mano en la fascia, la piedra desaparecía por arte de magia. Se pellizcó con fuerza para comprobar que no se trataba de las pesadillas que lo quejaron años atrás, cuando hacía el curso de aprendiz al lado del capataz. Comprobó que estaba en la dimensión de la realidad, en el Palacio de su patria, donde siempre soñó estar. Prosiguió con sus cavilaciones en busca de explicaciones del fenómeno vivido. Pensó en brujos, astrólogos y ufólogos en busca de un alivio a la tormenta. Se sintió estúpido y sin respuesta. Volvió a apoyar el pie, y la piedra había triplicado su tamaño. El simple hecho de pararse representaba un acto titánico que ya no estaba dispuesto a enfrentar. Tomó unas cuantas bocanadas de aire en busca de claridad mental, pero no lograba un instante de paz por el inexplicable crecimiento del sólido que ya ocupaba prácticamente la totalidad del habitáculo.

Segundos después una imagen desoladora invadía el cuarto que guardaba los secretos del poder. Unos zapatos de caballero en la mitad de la habitación, fue la única evidencia del drama de la piedra.

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* Marcel Hofstetter Gascón es un reconocido economista y catedrático bogotano.

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