EL FANTASMA DE PEÑALVER
Por Jesús David Ramírez Méndez *
Tuve noticia de ella por primera vez a través de una fotografía que una compañera de trabajo publicó en sus redes sociales. Me llamó la atención su sonrisa y el bonito vestido blanco que portaba. Algunos días más tarde, cuando pregunté sobre aquella muchacha, supe que vivía en Madrid y que le gustaba bastante pasear por la ciudad. Como se encontraba del otro lado del mundo, no le presté mayor atención al asunto; hasta que llegó el momento propicio.
Hace varios años que me dedico a la docencia en los Estados Unidos. Inmerso en las labores cotidianas de profesor universitario, las jornadas me parecía que pasaban demasiado rápido. Si a eso le sumamos que siempre me ha gustado asistir a los eventos culturales y deportivos que se organizan en el campus; no era raro que mis estudiantes me vieran por doquier. Una tarde, conversando con algunos de ellos acerca de los beneficios que conlleva conocer otras culturas; surgió la idea de postularnos como grupo para realizar un viaje al extranjero. Entusiasmados, decidimos aplicar para un programa de estudios que tiene como base la preciosa ciudad de Sevilla, en España. Los jóvenes tendrían la oportunidad de tomar algunos cursos en español durante un semestre; además de vivir una experiencia inolvidable en un contexto muy distinto al que están acostumbrados. A mí me atrajo la idea de salir de la rutina y conocer un país del que había escuchado bastante desde que era pequeño; pero que no había tenido ocasión de visitar.
En la medida en que la fecha de salida se aproximaba, y conociendo de antemano el itinerario que seguiríamos durante los meses que pasaríamos en Europa; me vino a la cabeza la fotografía de la muchacha, y la posibilidad latente de conocerla. Durante una reunión social, solicité a mi compañera un poco más de información sobre su amiga, consiguiendo que me diera su correo electrónico para contactarla. No pasó mucho tiempo para que le escribiera unas cuantas líneas presentándome y diciéndole que estaría en España por una temporada; y que me encantaría verla. Su respuesta llegó de inmediato. Me dijo que le daría gusto que nos pudiéramos juntar en Madrid y servirme de guía para que conociera la ciudad. Recuerdo que su buena disposición me puso de muy buen humor y estuve muy contento aquel día.
Las primeras semanas en Sevilla fueron de mucho aprendizaje para los estudiantes que, aunque ya tenían algo de experiencia con el uso del castellano, poco a poco se adaptaron al idioma y, específicamente, al particular acento de los españoles. En un abrir y cerrar de ojos ya utilizaban expresiones como: «¡Qué guay!», «merece la pena», «dar el coñazo», «es la leche», «estoy liado», entre algunas otras de connotaciones más fuertes. Como llegamos al final del mes de agosto, hacía un calor intenso en la urbe; por momentos, sofocante. Acostumbrados a la comodidad del aire acondicionado e instalados en las viviendas de algunas familias locales; muchos de los jóvenes verdaderamente sufrían para poder conciliar el sueño por las noches. Aunado a lo anterior, la mayoría de ellos experimentaba, por primera vez en su vida, lo que significa no contar con un automóvil para trasladarse y tener que caminar o tomar el transporte público diariamente, para poder llevar a cabo sus actividades.
Parte del atractivo de los programas de estudio en el extranjero son las excursiones. Cada determinado tiempo, efectuábamos alguna visita sobre todo a las ciudades cercanas a Sevilla; en esa bella región que lleva por nombre Andalucía. Tuvimos oportunidad de conocer la majestuosa Alhambra y las calles empedradas de Granada; la enorme Mezquita de Córdoba; las playas de Málaga y Nerja; el puerto de Cádiz; las impresionantes formaciones rocosas en El Torcal de Antequera y Ronda; degustamos el vino de los viñedos de Huelva; presenciamos el famoso espectáculo ecuestre de Jerez de la Frontera, entre otros sitios maravillosos. Desde luego, estar en España y no visitar sus ciudades más populares, Madrid y Barcelona, es casi un sacrilegio; por lo que también estuvieron contempladas en nuestra agenda.
Ocupado en la preparación de las clases y en la organización de las actividades del programa, contaba con poco tiempo libre; no obstante, mantuve comunicación por correo electrónico con la amiga de mi compañera con cierta frecuencia, hasta que finalmente, le informé que estaríamos en Madrid durante algunos días de la primera semana de octubre. Formalizamos el encuentro con antelación, y cuando estaba todo dispuesto, por esos caprichos que tiene el azar, pocas horas antes de desplazarnos se presentó un caso de Ébola en la capital española, que se difundió ampliamente en los medios de comunicación; lo que provocó que las autoridades de la universidad para la cual trabajo en los Estados Unidos, dieran la orden tajante de cancelar el viaje. No me quedó más remedio que acatar la decisión y notificar el hecho a la muchacha.
Durante las semanas que siguieron al incidente, mi trabajo en Sevilla se intensificó; así que no tuve oportunidad de poder hacer alguna visita exprés a Madrid por mi cuenta. Sin embargo, como las clases del semestre finalizarían a principios de diciembre, decidí pasar el resto de dicho mes viajando por España y, obviamente, habría de hacer la parada obligada en la capital. Debido a que ya tenía el número de celular de la chica a la que tanto anhelaba conocer, aproveché para acordar con ella las fechas más propicias para llevar a cabo la visita. Así, decidimos que agendaría mi estancia en Madrid durante la semana de Navidad, ya que ella se trasladaría a otro sitio para pasar con su familia los días previos al Año Nuevo.
Luego de vivir una experiencia muy grata junto a mis estudiantes, llegó la hora de despedirnos y emprender cada uno su camino para celebrar las fiestas. La gran mayoría regresó a los Estados Unidos; aunque algunos afortunados consiguieron que fueran sus respectivas familias las que se trasladaran al viejo continente. Como no hay plazo que no se venza, ni fecha que no se cumpla, emprendí mi odisea por algunas ciudades del interior de España; hasta que llegué a Madrid. Me hospedé en un hotel frente a la glorieta conocida como la Puerta de Toledo que, aunque pequeño, me brindó un excelente servicio. Tras un breve descanso, llamé a la muchacha; pero no respondió su celular. Extrañado, le envié un mensaje de texto que no contestó hasta la mañana siguiente, indicándome que la disculpara, pero que había tenido que salir de emergencia de la ciudad por un problema de salud de un familiar cercano. Mencionó que regresaría a mediados de la semana con toda seguridad y que me llamaría para finalmente poder vernos. Recibí su mensaje con gran desencanto; pero no había mucho que pudiera hacer al respecto.
Gran parte de mi vida fui muy aficionado al fútbol; así que me propuse conocer los recintos emblemáticos de los conjuntos más populares de la ciudad. Primero me di una vuelta por los alrededores del estadio Vicente Calderón, en ese entonces todavía casa del Atlético de Madrid. Situado a unos cuantos metros del hotel en el que me hospedaba, no fue difícil ubicarlo. Recuerdo que muy cerca estaba el parque de San Isidro, en el que las familias paseaban tranquilamente durante aquella jornada soleada. Pasé los siguientes días recorriendo algunos de los sitios representativos de la capital española: la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, el Palacio Real de Madrid, el Teatro Real, la Plaza Mayor, la Gran Vía, la Puerta de Alcalá, el Museo Nacional del Prado, el Real Jardín Botánico, la Puerta de España y, por supuesto, el Parque de El Retiro. También estuve en el mítico estadio Santiago Bernabéu, sede del Real Madrid; y en la afamada plaza de toros de Las Ventas. Durante las largas caminatas a través de la ciudad, pude apreciar infinidad de detalles de su arquitectura; además de disfrutar enormemente del ambiente festivo en las calles, sobre todo por las noches. Siempre me ha parecido que perderse entre las vías céntricas de las ciudades, es la mejor manera de conocerlas y disfrutarlas.
Aunque estaba extasiado por la gran cantidad de sitios hermosos que estaba conociendo; esperaba con cierta ansiedad la llamada de la chica por la que principalmente había organizado la visita a Madrid. Llegó la mitad de la semana y no tuve noticia de ella. Los siguientes días la llamé en varias ocasiones sin tener éxito. Fastidiado, dejé de insistir. El día de Nochebuena pasé la tarde paseando por las inmediaciones del Museo Nacional del Prado y, sin proponérmelo, conseguí que me invitaran a un concierto navideño en una de sus salas anexas. Por la noche, una de mis amigas de la universidad para la cual trabajo, que se encontraba pasando las fiestas con su familia, amablemente me invitó a su casa para que celebrara con ella. Me quedaba un día más en Madrid, antes de partir a Valencia, la siguiente parada en mi itinerario, donde me encontraría con una jovencita que conocí durante el vuelo de los Estados Unidos a España. Uno siempre anhela que en los trayectos largos te toque buena compañía al lado; y en esa ocasión tuve suerte. El trayecto de aproximadamente nueve horas se nos fue como agua entre los dedos de las manos; entre risas y una plática muy amena… Perseverante por naturaleza, mientras me desplazaba por tren a las afueras de la capital madrileña para reunirme con mi compañera, decidí escribir un mensaje de texto a la muchacha que seguía sin darme señales de vida. Le mencioné que estaba muy decepcionado porque ella no había cumplido su promesa y que me marcharía en un poco más de veinticuatro horas.
Por la mañana del veinticinco de diciembre, luego de tomar un buen baño caliente, me encontré con la sorpresa de que tenía un mensaje de texto de la chica, indicándome que por favor la disculpara, que había tenido una semana espantosa y se había olvidado por completo de nuestro acuerdo. La llamé y quedamos de vernos ese día por la tarde, a las cinco en punto, en el Parque de El Retiro. Como durante la madrugada del siguiente día viajaría a tierras valencianas; preparé mi maleta para dejarla encargada en el lobby del hotel y recogerla durante la noche, antes de trasladarme por metro al aeropuerto. Estuve paseando por el centro de la ciudad hasta que llegó la hora de encaminarme a la cita. Llegué al parque con una media hora de antelación y estuve mirando a la gente que estaba alrededor del estanque, frente al monumento a Alfonso XII. A las cinco en punto me planté en la entrada del recinto, donde pactamos vernos. Los minutos pasaron y nada que aparecía la muchacha. Nuevamente no respondía a su celular. Mi frustración se tradujo en enojo cuando finalmente recibí un mensaje de su parte, mencionando que estaba en una reunión con unos amigos y que no le alcanzaría el tiempo para encontrarnos. En ese momento lo más sensato hubiera sido mandarla a volar; pero puse tanto empeño en concertar esa cita, que ya se había convertido en una cuestión de orgullo. La llamé; contestó y le dije que no iba a permitir que se burlara de mí. Le exigí que cumpliera con lo dispuesto y se presentara. Le indiqué que la esperaría a las siete en punto, frente a la Fuente de Cibeles, del lado de la oficina de correos, en los escalones del Centro Cultural. Sin dejar que pronunciara palabra alguna, le colgué.
Cuando el reloj del Banco de España marcaba la hora acordada, se sentía un frío intenso en las calles de la ciudad. Sentado en un escalón, repasaba las caras de las personas por todos los flancos, pues sabía que reconocería su semblante sin ninguna duda. Pasaron quince minutos aproximadamente; mientras miraba a la derecha, una voz muy dulce pronunció mi nombre desde la izquierda. Lo primero que vi fueron unos hermosos ojos color almendra, enmarcados por un rostro de tez blanca bellísimo. Iba vestida muy elegante, con un abrigo aperlado y unas botas color negro que hacían juego con su bolso de piel. Me levanté de inmediato y le di un par de besos en sus mejillas, aprovechando que así se acostumbra saludar, por lo general, a las mujeres en España. Ella comenzó a reclamarme que porqué le había colgado durante la llamada, y empezó a justificarse por no haberme buscado. Sin prestar mayor atención a lo que me decía, la tomé de la mano y le dije que callara; que lo importante es que se había presentado y nada más.
Caminamos por la calle de Alcalá hasta que dimos con una cafetería de esas que les encantan a las chicas; con vitrinas repletas de pastelitos diminutos y de todos colores, así como bebidas con nombres muy elegantes. Me ofrecí a pagar la cuenta y nos sentamos en una mesa pequeña para dos. La conversación fluyó bastante bien y, tras unos cuantos minutos, parecía como si fuéramos amigos de toda la vida. Estuvimos platicando por espacio de una hora; aunque me parecieron apenas unos minutos. Luego de salir del lugar, nos dirigimos a la plaza de Jacinto Benavente y miramos un espectáculo callejero por algún tiempo. Cuando me indicó que tenía que irse porque se marcharía de la ciudad muy temprano al día siguiente, le propuse que me dejara acompañarla a su apartamento, el cual quedaba a una distancia considerable de la explanada. Nos desplazamos lentamente entre las avenidas y callejuelas de la ciudad, conversando sobre temas variados, en lo que para mí fue un rato muy agradable. Su vivienda se ubicaba muy cerca del metro Goya, doblando a la izquierda por la calle de Narváez. Situados frente a la puerta principal de su edificio, alargué el inevitable momento de la despedida, hasta que finalmente me insinuó que tenía que dejarme. Le pedí que me permitiera tomarle una fotografía como recuerdo. Accedió. Enseguida guardé mi celular; me acerqué a ella y como un acto reflejo, la tomé de la cintura y besé sus labios apasionadamente. En ese momento parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Ella se sonrojó y me miró fijamente a los ojos por algunos segundos que fueron eternos. Le entregué un pequeño detalle que había preparado para obsequiárselo y a cambio me dio un sentido abrazo. Antes de que se introdujera en el inmueble ubicado en la calle del Conde de Peñalver, le indiqué que me encantaría que siguiéramos en contacto. Asintió con una sonrisa y cerró lentamente la puerta. Estuve algunos minutos sentado en una banca cercana, procesando todo lo que ocurrió. Después tomé rumbo hacia el hotel en el que me hospedaba para recoger mis pertenencias. Por el camino, recibí un mensaje de texto de parte de ella, deseándome un buen viaje y agradeciéndome por la velada y el detalle que le regalé. Aunque atípica, fue una de las Navidades de las que más bonitos recuerdos tengo.
Durante la semana que estuve en Valencia y algunos días después, mantuve cierto contacto con la chica; sin embargo, mi estadía en España concluyó y regresé a los Estados Unidos. En los meses subsecuentes, estuve al pendiente de su blog en internet y le escribí varias veces por correo electrónico; pero no obtuve ninguna respuesta de su parte. Desde entonces, no he vuelto a tener noticia de aquella mujer. Sus amistades constantemente le escriben en sus cuentas de redes sociales; pero se mantiene ausente y no publica nada. Si marcas a su celular, nadie responde. Mi compañera de trabajo, le perdió la pista. Y el piso en el que vivía, ahora lo ocupa una familia que no sabe sobre su paradero.
Han pasado varios años desde aquel enrevesado encuentro y algunas mañanas, al despertar, me sigo preguntando si lo que ocurrió fue un sueño o quizá una de esas bromas que de vez en cuando te juega el destino.
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* Jesús David Ramírez Méndez nació en la capital del Estado de San Luis Potosí, en México. Es doctor en Literatura en Español y maestro en Lenguas Romances (Texas Tech University); así como licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad del Valle de México). Se ha desempeñado como consultor de comunicación corporativa para varias empresas e institutos educativos; y como periodista deportivo para la televisión y la prensa, cubriendo eventos en su país y a nivel internacional. Es autor del libro TV’O Postrado (2011), en el que desvela el lado oscuro del manejo de la televisión y el deporte en México. La lectura, la escritura creativa y el deporte, son sus pasatiempos favoritos. Actualmente, se dedica a impartir cursos de español, literatura hispana y periodismo en los Estados Unidos. Contacto: jesusdavidrm10@hotmail.com
Me gusta mucho tu forma de escribir y relatar la historia que viviste.
Escribe pronto relatos de misterio y fantasía.
Ojala pronto puedas invetar una historia que haga volar la imaginación no puedo esperar para leerlo!